lunes, 28 de septiembre de 2020

 

 

            Nuda vida, hoy impacta y espanta

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

abrahamgom@gmail.com

 

La Política y lo Político (mayúsculas adrede), en nuestro país, se han venido transfigurando; se han convertido en muladar pestilente. No tanto porque los escenarios se muestren a veces impenetrables, difícilmente escrutables, sino también porque cosas, que parecían inimaginables, se han vuelto comunes y corrientes. Esas prácticas de abominación reciben “legitimidad “entre los detentadores del poder y los círculos de enchufados, arribistas y colaboracionistas del régimen.

Por más que nos esforcemos en buscarle alguna justificación a muchos de tales desmanes, jamás se les consigue el más mínimo sentido ético.

Cuando se contrastan, en la actualidad en Venezuela, la Política y lo Político procurando de alguna manera cierta lógica en los análisis nos quedamos perplejos y con demasiadas incertidumbres.

Estábamos acostumbrados, porque así lo hemos estudiado, a percibir lo Político, siguiendo a Aristóteles, esencialmente aquello que diferencia al ser humano del animal. Añadamos más, consiste en la capacidad de configurar la vida social. Dable entre humanos, únicamente.

 La Política, por su parte, queda expresada en la concreta actividad que se encamina a la conquista del poder o a su conservación.

En términos sencillos: lo Político se instala, instaura y se anida en la vida social; la Política corresponde mucho más a la estructura, instrumentos, aparatos y parafernalias del Estado.

Las perversiones se originan por la sagacidad del Estado para la manipulación – a partir de la ley-- e imposiciones --por la coerción - al secuestrar lo Político y absorber de hecho la vida social. Se origina esa distorsión, cuando el Estado suplanta a la Sociedad Civil; peor aún, cuando un partido político desplaza las competencias y facultades del Estado.

Visto de esa manera, las múltiples manifestaciones de los seres humanos quedan al albedrío del partido que domina al Estado. En cualquier parte y circunstancia la lupa oficialista se encarga de escrutar la vida de los ciudadanos. De lo más mínimo hay que rendir cuenta. La vida del ciudadano depende, absolutamente, del Estado-partido. Mezclote indigesto en una república democrática, social de derecho y de justicia.

Sin dudas, estamos viviendo en una especie de régimen de excepción permanente. Increíble que en nuestro país se haya reeditado el Homo Sacer: enigmática figura del Derecho Romano arcaico que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y cuya “liquidación civil” – o física -- no constituye delito alguno. Lo que el filósofo italiano Giorgio Agamben denomina “la nuda vida” o vida desnuda.

Explico un poco más al respecto: Si recibimos, individual o colectivamente, la calificación de Homo Sacer, nuestras existencias valdrán muy poco (o casi nada); por cuanto quedaremos despojados de todo patrimonio y consideración política. El Estado-partido nos liquida todo sentido ciudadano. El Homo Sacer – como persona o grupo social --queda desguarnecido de su civilidad.

El Estado-partido despliega en cada intersticio un férreo control político sobre nuestras vidas; para imponerle a la ciudadanía hasta la manera de sentir y pensar.

Nos están conduciendo, a través de ese deleznable experimento ideológico, a renegar de nuestra condición de ciudadanos, y al tiempo admitir que somos instrumentos dados y aprovechables para las más disímiles y sombrías prácticas políticas.

Los aparatos tradicionales de control y de sometimiento están conectados a mecanismos paraestatales que persiguen, apabullan y despojan a los individuos de todo derecho y posibilidad jurídica. Hay una paradójica disposición a justificarlo todo dentro de la Constitución y las leyes, aparejado a la genuflexa entrega al partido del resto de los poderes del Estado.

¿Qué aspiramos los demócratas? Deseamos construirnos y constituirnos desde el pleno despliegue de las potencialidades creativas de cada quien, donde se propugne el beneficio de todos, con plena solidaridad humana.

 El mundo ya no soporta la utilización de aquellas rancias nomenclaturas: de izquierda o de derecha, con la intención de reetiquetar a la gente y a las corrientes del pensamiento. Por cierto, el sociólogo y psicoanalista Slavoj Zizek lo declara con crudeza “la izquierda no representa en estos momentos una alternativa positiva”.

El asunto diríamos entonces no es tratar de recomponer   la cartografía de las categorías sociopolíticas (del centro, de izquierda, de derecha, de centro izquierda etc.) para ubicar a las personas, sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos en la sociedad. Lo más importante estriba en reivindicar a la ciudadanía, sin expropiarle su integral especificidad.

 

lunes, 21 de septiembre de 2020

 

Guayana Esequiba: estrategias ante el pronunciamiento de la Corte

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

abrahamgom@gmail.com

 

Muy pronto, tal vez se produzca una preliminar decisión por parte de la Corte Internacional de Justicia, sobre el asunto litigioso entre Venezuela y Guyana; que reposa en su seno, porque la excolonia británica introdujo una demanda contra nuestro país, por sus propias motivaciones, a contravía del Estatuto del Alto Tribunal de la Haya.

Los magistrados de la Corte, en sentencia mayoritaria, pueden tomar una u otro determinación, sobre esta centenaria reclamación. Veamos: declararse con competencia y jurisdicción para conocer forma y fondo de la demanda guyanesa o decidir que no está dada ni la legitimidad ni la legalidad para que los jueces integrantes de la Corte procedan en consecuencia.

Ante una u otra determinación debemos estar preparados, ante cualquiera de las dos precitadas alternativas que emanen desde La Haya.

Explicamos con más detalles: si la Corte admite que tiene plena competencia y jurisdicción, inmediatamente, comenzará el juicio en base al recurso interpuesto por los coagentes guyaneses, e invitará nuevamente a la delegación de la cancillería venezolana a hacerse parte del Juicio, si así lo reconsideran; no obstante haber invocado -- y dejar sentado – la No Comparecencia del Estado venezolano.

Contrariamente, si la Corte decide que no tiene ni jurisdicción ni competencia, debe remitir (ipso-facto) el caso al Secretario General de la ONU, para que proceda a citar a las Altas partes confrontadas, con la finalidad de seguir  buscando una solución pacífica y satisfactoria para ambas, conforme al Acuerdo de Ginebra de 1966;  documento jurídico de donde nunca debió haber salido el discernimiento; por cuanto, el viciado Laudo Arbitral de París, del 03 de octubre de 1899, quedó inexistente, sin eficacia jurídica, una vez que se firmó el Acuerdo de Ginebra en 1966.

 

Por lo que pueda venir, en todo caso, debemos mantenernos sólidamente comprometidos con nuestra venezolanidad y en pro de la Guayana Esequiba y de los Esequibanos.

Celebramos toda la extraordinaria labor de divulgación de las Universidades, de las Organizaciones no gubernamentales, de las Academias, de la Asamblea Nacional, del COVRI, del Instituto Venezolano de los Estudios Fronterizos y especialmente las elogiables   iniciativas de la Fundación Venezuela Esequiba para   diseñar, planificar y ejecutar las hermosas  jornadas virtuales de reforzamiento de conocimientos y concienciación sobre este  tema-tópico álgido y muy sensible para la vida del país.  Requerimos que el caso de la Guayana Esequiba reciba el particular tratamiento de asunto de Estado.

La contención por la Guayana Esequiba rebasa las parcelas ideológicas, partidistas, confesionales, raciales o de cualquier otra índole. Este caso nos necesita unidos como país, con criterios unánimes.

Este caso litigioso estamos obligados a estudiarlo y manejarlo invocando la solidaridad de toda la población venezolana. Concitando las mejores voluntades e inteligencias.

El trabajo de la Fundación Venezuela Esequiba ha sido suficientemente ponderado y reconocido; lo cual constituye un destacado  ejemplo de una lucha sostenida sin actitudes atrabiliarias o estrepitosas donde se requiere talento y densidad en la formación documental y doctrinaria para insistir en reclamar y defender en las instancias a que haya lugar lo que por honor y justicia siempre ha sido nuestro; que vilmente nos arrebataron, en un ardid tramposo; en una tratativa perversa mediante añagazas jurídicas.

Desde entonces nuestra lucha ha sido sostenida; ayer quienes nos antecedieron en esos propósitos y  hoy quienes heredamos esa lid en la contemporaneidad.

Estos reclamos no están anclados en una malcriadez diplomática o un empecinamiento sin asidero; por el contrario, estamos muñidos de documentos que muestran, demuestran y comprueban que esos 159.500 km2, en la denominada Guayana Esequiba, desde siempre ha sido nuestra

Tenemos bastantes elementos probatorios, exhibibles en cualquier escenario internacional, donde se pueda escrutar legítima y válidamente los registros que avalan la propiedad de Venezuela sobre el área extendida a la margen izquierda del río Esequibo y consecuentemente sobre su proyección atlántica: Mar Territorial, Zona Contigua y Zona Económica Exclusiva; de tal manera, que no hemos despojado nada a ningún país, ni pretendemos hacerlo. Fue a nuestra Nación a la que se le perpetró, con alevosía, un desgajamiento de una séptima parte de nuestra posesión geográfica.

Al enterarnos de una u otra decisión por parte de la Corte Internacional de Justicia – como quedó dicho--- en los venideros días, a favor o en contra; estamos obligados a mantenernos expectantes y con estrategias afinadas en nuestras alforjas.

lunes, 14 de septiembre de 2020

 

Resemantización del vocablo mujer

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

abrahamgom@gmail.com

 

Imponiéndose por sus propios méritos, densa y suficientemente cultivados en las sociedades contemporáneas. Por encima de muchas limitaciones socio-políticas, de mucha gente con mentalidades obtusas, la mujer ha logrado reivindicarse; ha procurado los reconocimientos históricos, alcanzando la igualdad de oportunidades y la equidad en el ejercicio de sus derechos, hasta transformar y consolidar una resignificación de la palabra mujer. Hasta lograr que se valore la palabra mujer en su justa y muy humana dimensión.

A nadie se le ocurriría en estos tiempos señalar, dogmáticamente, mulier en latín, o mujer en español, atendiendo (invariablemente) a las tramposas acepciones originales.  Dicho una vez más: La etimología del vocablo mujer lo heredamos del latín mulier.

De modo que no es una palabra de nuevo acuñamiento; por el contrario, es un término muy antiguo y con tantísima densidad socio-cultural y emocional que desde que se formó ha ido evolucionando en estructura y en significado hasta llegar a su apreciación actual.

No obstante, prestemos bastante atención a lo siguiente: no es nada ingenuo o desprevenido que se haya construido y sostenido, por siglos, en casi todas las lexicografías que el vocablo mujer (mulier) designe a la representante del género femenino, como: blandengue, floja, muñida que es lo que arrastra, como añagozo fardo lingüístico muy pesado, en su estricta traducción y entrega semántica; lo cual no encaja con la realidad contemporánea de la mujer.

Permítanme decir que las palabras evolucionan y adquieren de suyo nuevas e interesantes configuraciones. Así entonces, hoy el étimo mujer se caracteriza bajo otras muy distintas consideraciones; porque hemos asumido por justicia una nueva articulación discursiva e indoblegable carácter de dignificación para ellas.

Estamos obligados a admitir, siempre por absoluto merecimiento, estricta equidad de género.

De aquel mulier latino añoso y tramposo no debe quedar el menor vestigio, por injusto y desconsiderado hacia la mujer.

La acepción de la palabra mujer en la contemporaneidad se revitaliza por las muchas luchas de ellas; libradas para ensanchar con grandeza a la humanidad.

Atrás quedaron las vilezas y persecuciones de las sociedades hacia dignas mujeres, que se ocultaron con nombres de hombres para alcanzar sus propias realizaciones.

Para perplejidad de muchos, nunca existió un hombre famoso, escritor inglés llamado “George Sand”; porque tal fue el seudónimo con el cual se cubrió la novelista, periodista y socialista francesa, Amantine Aurore Lucile Dupin, de tanto reconocimiento en toda Europa, en esa época; inclusive llegó a aglutinar mucho más proyección y fama que    Víctor Hugo y Honoré de Balzac.

Aurore, como la trataban cariñosamente sus íntimos amigos, llegó a ser ponderada y valorada   legítima y notable representante del romanticismo de entonces.

Lucile Dupin, autora consagrada con la obra Indiana (1832) prefirió utilizar a “George Sand”, alternativa de su verdadero nombre, por temor a la pacatería de la sociedad parisina del siglo XIX; excesivamente escrupulosa y exigente en los comportamientos sociales.

Otra similitud de caso lo conseguimos cuando la escritora española Cecilia Bohl de Faber prefirió rubricar todas sus obras con el nombre de “Fernán Caballero”.

Al parecer no había un motivo extraordinario para asumir el mencionado seudónimo en sus escritos. Lo extraño del hecho consistió en que se encontraba inmersa en la sociedad sevillana, de recio talante costumbrista, tradicionalista y católica.

Cuando alguien, en algún momento, le pregunta por tal decisión; ella, autora de “Callar en vida y perdonar en muerte”, respondió con desaprehensión: “«Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento lo envié a Madrid, trocando para el público, modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero».

Ha habido una especie de apartheid sufrido por la mujer; reforzado a través de las estructuras simbólicas:  en la literatura, en las ideologías, en los modos de mencionar y categorizar el vocablo mujer, en la filosofía, Educación, los programas de radio y televisión, en las Redes y plataformas digitales; en fin, de muchas maneras han contribuido a crear una concepción errada de la inferioridad de la mujer.

Asunto inaceptable bajo ninguna circunstancia. Menos en este siglo, que es el Siglo de las Mujeres.

Debemos deconstruir la cultura patriarcal; donde se alojan, precisamente, para reproducirse y perpetuarse las racionalidades que imponen a las mujeres, la mayoría de las veces, su modo de ser, hacer y decir.