viernes, 28 de octubre de 2011
El alpiste no justifica la jaula
Dr. Abraham Gómez R.
La idea moral en que se apoya la democracia
parte de la aceptación de la posibilidad de que
no sólo los individuos puedan participar en los
asuntos públicos, sino que también puedan
contribuir a mejorar la sociedad. Mientras
exista exclusión, la democracia está por realizar
o se halla enferma.
JOSE GIMENO SACRISTÀN. La educación obligatoria.1991
Ya casi no es materia de discusión el carácter de ente socializado que asume, de manera natural, el ser humano cuando decide hacerse miembro de un cuerpo social: porque allí ha nacido, se ha desarrollado y más aún ha echado raíces. Por cuanto sus proyectos existenciales los ha compartido con sus semejantes. El primer bien que un cuerpo social le dispensa a sus individualidades es la pertenencia. Es una especie de cemento que conecta sus identidades. Cuando usted señala con propiedad que pertenece a un grupo; que está ligado a las tradiciones de un equipo; que tiene carta de ciudadanía de una agremiación humana cualquiera sea la índole, en su estructura racional-emocional se producen fenómenos cuyas funciones consisten en relacionarlo siempre con quienes pueda seguir generando efectos de “proxemia”. Tales desempeños bioquímicos de los seres humanos han sido suficientemente estudiados. Dejamos claro, insistentemente, que no se trata de un lazo étnico, religioso, político, económico ni cultural, mucho menos donde se labren parcelas de diferenciaciones conforme a sus intereses. ¿Saben por qué?, porque los tribalismos así planteados matan la civilidad. Liquidan la vida social. Compartimos el criterio de quienes han sostenido que el Estado moderno, liberal o socialista, tiene de suyo una enorme tarea conducente a reivindicar a la Sociedad Civil, sin pretender someterla o hacerla medrar. Enjundiosas documentaciones socio-históricas han dado cuenta que cuando el Estado deja de cumplir sus compromisos propicia que se disuelva ese “saberse-sentirse” que fija la pertenencia a un cuerpo social. Inevadibles deben ser las tareas del Estado para estimular la ciudadanía, a conciencia que los Estados, como estructuras jurídico-políticas, existen por y para los ciudadanos. Pronúnciese con fuerza: las instituciones estatales al servicio de las personas y no al revés. En nuestro país vivimos tiempos convulsos, atribulados, confusos. Hay una ausencia de referentes firmes. Casi todo nos luce endeble, todo se torna movedizo, precario. ¡Éste es un tiempo de extremos...!, sin embargo, por muy extensas e intensas que sean las complejidades confrontadas prevalece la concepción humanista, privilegiada entre bastantes tesis. Los seres humanos, para los demócratas, deben ocupar el centro de las significaciones y realizaciones, primero que el Estado. Dentro del conjunto de las relaciones que se anudan entre el Estado y los ciudadanos se encuentran las de carácter económico. Aquí nos vemos obligados a precisar: se justifica la intromisión del Estado en el plano económico siempre y cuando conlleve a cumplir con el principio de la subsidiaridad. Restringida la subsidiaridad exclusivamente a aquellos campos en los que la iniciativa privada de muestras de insuficiencias. Que no pueda acometer sus tareas de manera unilateral. Más directamente dicho: cuando los particulares no se encuentren en condiciones de desarrollar algo, en ese instante entran en acción los mecanismos estatales. Las normas constitucionales determinan la organización, las funciones y competencias del Estado frente a los desenvolvimientos de los ciudadanos en el libre ejercicio de sus derechos fundamentales. La subsidiaridad es una consecuencia obligada de las finalidades que el Estado persigue, que además presupone el respeto para la adecuada y permanente práctica de las garantías individuales. El Estado no puede acaparar y absorber para sí todas las iniciativas particulares que se generen en el seno de la sociedad. Aunque las iniciales intenciones por parte del Estado concurran a solucionarles muchos problemas económicos a la sociedad (el alpiste, pues) la intervención estatal debe ser de complementariedad. Admitiendo la libre competencia en igualdad de condiciones. Sin ardides tramposos que pretendan hacerle una encerrona (la jaula, casi nada) a la sociedad civil, por el sólo hecho, a veces en apariencia, de estarle arreglando la subsistencia.
viernes, 21 de octubre de 2011
UNIVERSIDAD: HACEDORA DE LIBERTADES
Dr. Abraham Gómez R.
La libertad significa que cada uno
decida ser la persona que desea ser,
y debe aceptar la responsabilidad
correspondiente, con sus derechos y
sus beneficios.
WANG XIAOPING. (Ideóloga del partido comunista chino)
Confieso el inmenso agrado que siento cada vez que seleccionamos el tópico universitario para nuestras reflexiones; de cualquier aspecto de la Universidad: ese espacio, algunas veces, inmerecidamente esclerosado. Allí, donde se crean, re-crean, preservan, difunden y legitiman los conocimientos. La universidad que ha resistido los embates desde diversos lados. Esa institución que algunos temerarios desearían que desaparezca. Otros, no pocos, apelan a los ardides más inimaginables para intentar “arrodillarla”, creen que así responderìa a sus específicos intereses ideológicos. La universidad por su pura y clásica definición jamás estará al servicio caprichoso de parcelas y menos hará juegos a conveniencias individualistas. Tal vez, por eso, su fama bien ganada de irreverente, protestaria y crítica. Pues sépase, que así la queremos y necesitamos. En permanente ebullición de ideas. Con los exquisitos escenarios para las constantes confrontaciones plurales. Han sido tales eventos los que nos motivan a repensarla. A debatir lo que ha sido y cómo debería ser. Sin que incurramos en el artificio contrario de querer modelarla según nuestras egolatrías. O cerrarle sus disímiles miradas y apocar sus horizontes. Nuestra audacia académica apunta en otro sentido: resensibilizar, desde adentro, para desplegar serias actividades de transformación. No es poca cosa. Lo sabemos. Hay demasiados asuntos álgidos (en sus dos aplicaciones semánticas: friolentos y dolorosos) a lo interno que aúpan los conservadurismos o por lo menos “reman en dirección contraria” en estos tiempos de cambios acelerados. En el presente tramo epocal muchas veces las realidades--tecnologizadas-- llevan un ritmo de develamiento de las causas de los hechos o de las fundamentaciones a las probabilidades que superan los rituales de enseñanzas-aprendizajes y a los contenidos de las matrices curriculares. No nos pongamos obtusos, asumamos una actitud autocrítica. Empecemos por reconocer que estamos obligados a salir de este atolladero. Que a nadie se le ocurra que la solución, en lo inmediato, es nombrar una comisión de reforma universitaria. De lo que se trata es Transformar, que es adentrarnos mucho más allá de las formas. Transformar, con libertad y autenticidad. Vamos a decirlo con este distinguido investigador social venezolano, Alex Fergusson “La institución universitaria tiene, entonces, la responsabilidad de incitar a tener una visión crítica sobre sus propias misiones y las relaciones de ésta con la sociedad. Por consiguiente,, también tiene la responsabilidad de desarrollar la reflexión crítica y de garantizar una autonomía de pensamiento…..es, sin duda alguna, el sentido que debe darse hoy a la libertad académica y científica”. Hay que dejar atrás, añadimos, suficientemente lejos a tantos que han vegetado (y medrado) por años en las universidades. Que jamás se han atrevido a propiciar nada que vaya a contracorriente de lo estandarizado. De lo que alguna vez fue legitimado y que ya se ha vuelto disfuncional, impracticable. El resumen de los colapsos que hoy aquejan a la universidad conspira para que se comprenda y aprehenda que estamos inmersos en una sociedad que valora intensamente las múltiples posibilidades generadoras de conocimientos: fuente sustantiva de sus propias realizaciones, además, como sociedad. En la actualidad las ignorancias tienen un alto precio. A partir de un sustrato verdaderamente humanista, y si la intención viene a ser construir saberes, pues, entonces, anudemos dos previsibles estrategias en los espacios universitarios: pensamiento crítico y libertad. Esto no es ni pecaminoso ni ingenuo. Por cuanto pensamiento crítico y libertad conforman una síntesis intrínseca en y desde la universidad, por eso es indoblegable e insumisa.
miércoles, 19 de octubre de 2011
ESA EXQUISITA PERVERSIÓN DEL CAPITALISMO (II)
Dr. Abraham Gómez R.
“….El capitalismo es la única opción que tiene un mundo tan competitivo y globalizado, pero, también es cierto, que ante las graves crisis económica y los problemas sociales que afectan a la gente, no es posible mantener un esquema que se centre sólo en la obtención de ganancias, sino que asuma un rol protagónico en la generación de mejores condiciones de vida….”
EMETERIO GOMEZ: La responsabilidad moral de la empresa capitalista, p.83
Quienes han asumido la opción histórica de diseñar las posibilidades destinales a través de las cuales pueda discurrir la humanidad se han encontrado con un inmenso dilema que les resulta insoluble: la realidad vive llena de contradicciones. Lo que aparenta ser simple resulta que viene cargado de complejidades. Lo real, en el ámbito que se nos antoje, se vuelve escurridizo, múltiple y mutable. Cómo hacer entonces para encerrar caprichosamente la existencia humana en una sola e invariable fórmula-imagen. Poco menos que imposible. Cómo hacer para dejar a un costado las claves enunciativas de lo viviente, de la “afirmación de la existencia” según la llamaba Nietzsche. Frente a discursos contentivos de racionalidades fuertes, de posiciones verticales procuramos alzar blasones de movimientos transversales, armar suficientes entrecruzamientos de ideas, cuyas esencias vienen dadas por la pluralidad. Aunado a la disposición dialéctica para confrontar las cosas, para religar los procedimientos con otras lógicas.
Con motivo de la pretendida transformación estructural del sistema socio-económico venezolano que desde hace una década aspira erradicar las relaciones de producción y de dominación que “privilegia a un sector minoritario sobre una mayoría empobrecida” se presupuso el ya famoso ¿desarrollo endógeno? afincado en un modelo a partir del cual las comunidades despliegan sus propias iniciativas, donde las decisiones irrumpen desde adentro. ¿Será algo nuevo bajo el sol? Veamos: Keynes propuso también en su oportunidad un modelo de desarrollo endogenista, basado en la demanda interna, específicamente en el gasto público del gobierno. Teorizó que el principio multiplicador simple de la inversión del Estado sostiene, mediante los recursos fiscales, (similar a lo que tenemos en nuestro país, hoy) los aparentes crecimientos que necesariamente no implica desarrollo. He allí una síntesis del capitalismo que no ha tenido nunca intenciones de ocultar sus propósitos. Que no esconde sus intereses para controlar las distintas esferas de la vida. Que está en todas partes. Póngale la etiqueta que desee el capitalismo siempre aflora. Revienta costuras y deja en pena a los maquilladores políticos.
Ese esquema de producción comunal y complementaria, que estructura el Estado-gobierno, como modelo alternativo socio-económico bien intencionado sería aprovechable a pesar de las evidentes contradicciones: opera con las idénticas categorías del capitalismo, como ha quedado demostrado en estos años; hace uso de los mismos instrumentos de reproducción material y simbólico que definen “la explotación del hombre por el hombre” porque, aunque la voluntad del colectivo no quisiera apelar a éstos, los definidores del capitalismo ocupan los más recónditos intersticios de la episteme que alimenta el modo de producción.
Hay que ahondar en el fondo de tales asuntos. Que no nos espanten los verdaderos desenvolvimientos de la realidad de la cual ya dijimos es mucho más grande que los conceptos reduccionistas. Aceptemos que el capitalismo y todas sus derivaciones y efectos: la elusión del plustrabajo, la competitividad, la presión de la rentabilidad sobre las conciencias o ganancia al máximo sin contemplaciones, la acumulación no son invenciones nuevas. Desde el pensamiento liberal clásico que restringe las funciones del Estado a su mínima expresión hasta lo que se está dando a conocer como Neoinstitucional cuyo asiento del éxito o fracaso de un modelo económico apunta a la eficiencia u obsolescencia institucional hay una inmensa trayectoria teñida de capitalismo. Ciertos regímenes políticos le han querido aplicar algo de cosmética para hacerlo más digerible.
sábado, 15 de octubre de 2011
SIGNOS SOCIALES DE LA CÍVITA.
Dr. Abraham Gómez R.
Pretender implantar, en forma artificial,
un determinado ordenamiento jurídico
en un grupo social que tiene su estructura
y características propias, y por ello, calificado
de autóctono, sólo puede conducir a la
deslegitimación del propio sistema jurídico.
TULIO ALBERTO ALVAREZ. Instituciones políticas. 1998
Una seria advertencia, en el inicio de esta reflexión, quizás abone un poco para dirimir un interesante tópico que por encontrarnos dentro de éste no nos percatamos de su existencia. Entendamos de de una vez por todas que la ciudadanía no está hecha. Insistamos en dar a conocer que la ciudadanía no se compra en paquete cerrado.
Que la ciudadanía no es un adminículo de moda para uso eventual y luego desechar a capricho. A la ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante y por más que ejerzamos tal condición ella no se agota, al contrario se ensancha. La práctica de la ciudadanía “vive” en un constante devenir: siendo y haciéndose. Dónde encontrar aunque sea un pedazo aprovechable de ciudadanía, puede llegar a preguntarse alguien. Ella aflora en múltiples ámbitos, responderemos. Allí, exactamente donde los seres humanos hacemos factibles nuestras existencias: la familia en su más amplia acepción (en su “tribu” dirá Maffesoli), la escuela, la calle, las iglesias en sus distintas confesiones, en los espacios laborales. Además (con no menos influencia) desde, con y a través de los medios de comunicación; en la espontánea socialidad que nace en el transporte público, en fin en la agregación vivencial. Hay elementos que sirven de vectores expeditos para que la asociatividad de los seres humanos se produzca. Muchos factores gravitan sobre nosotros con la intención de que nos comunalicemos. Tal vez coincidamos (ya lo hemos dicho en variadas ocasiones) que la cultura constituye el factor más importante (que asume la condición necesaria y suficiente) que nos vincula como sociedad. Luce válido admitir que comunidad, sociedad y cultura crean un tejido indisoluble. Un sistema, pues. Y siendo tal, si alguno de sus componentes se deteriora, obviamente repercute y afecta de modo severo a los otros dos, que también construyen esa interesante tríada. Dicho más claro y directo: cultura-sociedad-comunidad están imbricadas de tal manera que se hace imposible su desanudamiento. A partir del trasfondo cultural que le es intrínseco la comunidad y la sociedad adquieren una estrategia de producción material de bienes y servicios, ciertamente, para poder subsistir al tiempo que generan las claves simbólicas: los constructos escolares, su entramado epistemológico, las ideas, escritos, palabras, artes, los contenidos cognitivos para reproducirse. Como producto de la compenetración de las aquéllas tres nacen las cìvitas o ciudades y por ende la esencia de los atributos y cualidades que nos hacen ciudadanos. Aunque se tengan las mejores intenciones de diseñar los espacios de las urbes. Así tengamos la disposición de hacer maravillas en las dimensiones geográficas para las urbes, para que den base a las ciudades y a sus respectivos elementos patrimoniales sino hay en nosotros suficiente densidad cultural y civilidad de nada valdrán tantos esfuerzos. Por un lado se estará haciendo y por el otro se vendrá destartalando. Una cosa es arreglar la urbe y otro “distinta y complementaria” es la espesura de cultura que portemos. Otro hecho bastante llamativo es que sólo el sesgo legal nos ha importado cuando tratamos la civilidad. Fíjese, reclamamos vía jurídica, los atropellos que desde el Estado se comenten contra nuestra condición de ciudadanos. Tal reivindicación nos parece muy bien. Pero, cómo nos comportamos frente a la sociedad-comunidad. La ciudadanía debe hacerse con autorregulación, con carácter pacífico y muy responsablemente. A la dimensión legal de la ciudadanía debemos sumar la visión filosófica que nos indica el tipo de sociedad que aspiramos construir, el fin último que deseamos alcanzar en la integración social que perseguimos. Añádase allí también la dimensión socio-política la cual es el basamento de las prácticas consideradas cotidianas: cooperación en el diseño de las políticas públicas, solicitar que se agranden los derechos humanos, exigir que se cumpla el contrato social que nos damos, participar-dialogar en los eventos de la esfera pública y en sus diferentes instancias; asumir que disfrutar de las libertades y de los beneficios estatales no deriva de una concesión graciosa de los detentadores del poder.
sábado, 8 de octubre de 2011
Un extravagante dedócrata (II)
Dr. Abraham Gómez R.
El designio Totalitario
de conquista global y de dominación
total ha sido el escape destructivo a todos
los callejones sin salida. Su victoria puede
coincidir con la destrucción de la Humanidad;
donde ha dominado comenzó por destruir la
esencia del hombre.
HANNAH ARENDT. Los Orígenes del Totalitarismo. (1951)
La progresividad en beneficio de los ciudadanos que han adquirido hoy en el mundo los Derechos Humanos
ninguna valoración recibe de quienes detentan el gobierno en nuestro país. Qué desvergüenza cuando los vemos marginar el carácter civilizatorio que de suyo comporta en esta etapa contemporánea el ejercicio de los poderes públicos.
Con la recurrente actitud de displicencia al decir "porque somos la mayoría, hacemos los que nos da la gana". Sin el menor recato o moderación para enaltecer la civilidad los copartidarios del régimen traspiran una expresa y espesa manifestación regresiva a lo tribal para la reimposición de hecho, mediante la fuerza, de todos aquéllos enjambres teoréticos probados y rechazados, y de consecuencias fatalistas para la humanidad.
Es una regurgitada narrativa de marca hegeliana que quieren hacerla abarcativa para lograr totalizar los comportamientos de los seres humanos. Donde la persona se obliga a renunciar a su condición individual (que no individualista) y sumarse a las normativas arregladas para el Todo. Siendo ese, entonces, un requisito para lograr su reconocimiento social. Fuera del grupo-masa las individualidades no son nada. No hay singularidad que valga. Esas son las ominosas claves socio-políticas que pretender hacer pronunciar en nuestro país, que intrínsecamente tiene una cultura democrática casi que “cromosómica”.
Es la imposición forzosa del nosotros-anónimo.
La actuación de un redil que está dispuesto a hablar sólo cuando se le ordene y actuar según la línea que reciba.
Asumamos, definitivamente que somos seres existentes en la medida en que nos despleguemos libremente para crear ideas, significaciones, sensibilidades, materialidades. No somos entes cosificados. Además, entendamos a conciencia que lo que el “dedo rector” señala desde el oficialismo, no es socialismo conforme a la doctrina ideológica, axiológica, política y programática que practican en varios países, con resultados satisfactorios. Los Estados nórdicos nos dan enjundiosas lecciones al respecto. En Noruega, Finlandia, Suecia etc., nos pueden instruir cómo desarrollar las implicaciones del socialismo al tiempo que se valora y respeta la condición del ciudadano, su potencial creativo particular. Cómo aplicar socialismo en las distintas políticas sociales (sobretodo en el reparto de la riqueza), pero estimulando la propiedad privada, como factor generador de beneficios.
La característica de Estado democrático y social de Derecho y de Justicia no conduce lineal y maquinalmente a un Estado socialista bolivariano (?), menos aun si el asidero jurídico con el tejen su añagaza para sostener esta tesis es la sentencia 85 del Tribunal Supremo de Justicia, del 24 de Enero de 2002: "No es que el Estado social de Derecho propenda a un Estado socialista o no respete la libertad de empresa o el derecho de propiedad, sino que es un Estado que protege a los habitantes del país de la explotación desproporcionada, lo que se logra impidiendo o mitigando prácticas que atentan contra la justa distribución de la riqueza...", omissis.
Basta la anterior decisión del T.S.J para percatarnos de que la torcida aspiración del gobierno apunta más a conformar, como en efecto lo ha venido haciendo, un deleznable capitalismo de Estado, a través del cual la población venezolana quede arredrada a los caprichos de quien se arroga superioridad en todo. Es tal el desquiciamiento que como no pudieron reformar la Constitución optaron por ponerla a un lado, para facilitar que la figura de un Yo absoluto pudiera erigirse, por encima de la estructura estatal y de las instituciones. Con esas manifestaciones se sigue fracturando la unidad nacional y societal. Los continuos llamados a “repolitizar y a repolarizar” todo tendrán como lamentable consecuencia a una sociedad resquebrajada en su esencia. Las directrices son impartidas por el mandamás, por quien se cree ungido y predestinado por la Providencia para los actos de salvación de la humanidad. Tienen en la Venezuela de hoy suficiente material de estudio los avezados investigadores de las conductas psicopáticas de los seres humanos, y los historiadores la ocasión de hurgar en documentos para establecer las copiosas analogías con las distintas circunstancias temporo-espaciales que ha vivido la humanidad y de manera específica Venezuela en su vida republicana.
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