jueves, 25 de agosto de 2011


            Nietzsche   “con pinzas”   (II)
                                               Dr. Abraham Gómez R.
Es necesario efectivamente Inventar
otra forma de articular lo común.
El multiculturalismo es una falsa respuesta al problema,
porque es una suerte de racismo denegado,
que respeta la identidad del otro pero lo encierra
en su particularismo.
 ZLAVOJ ZIZEK. En defensa de la intolerancia. 2007

El filósofo de la irreverencia afirmaba, aunque a escondidas, los testimonios de sí mismo, las condiciones de su alma en cada una de las palabras escogidas para tejer sus aforismos. Acaso sea verdad, pocos pensadores hasta ese momento de su irrupción habían sido tan autobiográficos. Las ideas plasmadas con espléndido dominio discursivo más que describir un mundo exterior  dan cuenta del estado anímico que portaba y que le corroía por dentro, como fuego inextinguible. Nietzsche fue lo que pensó. Él se construyó a partir de las infinitas posibilidades de ser que consiguió. Lo hizo de punta a punta en su tramo existencial, desde su primera obra que denominó “De mi vida”, escrita con apenas catorce años de edad en tan sólo quince días, hasta “Ecce homo” terminada un poco antes de caer en la locura. ¿Cómo leer los textos de quien algunos llamaban cariñosamente el Zaratustra? En la respuesta a esta pregunta es posible aproximarnos o alejarnos al juego de sus imágenes. De entrada constatamos que, consecuente con su búsqueda de otra estética de la vida, nombra al hombre en proceso de desaparición y en tal lugar reivindica la categoría de sujeto. Inicia así el cultivo de un pensamiento violento. Bastante lejos de él,  los humanismos que implantaba la modernidad recién inaugurada. Váyase tomando debida nota de los modos nietzscheanos de pensar y decir las cosas frente a  las pretendidas posturas actuales en nuestro país a partir de trasnochadas relecturas. Presentar la idea de la circularidad del tiempo es nombrar El eterno retorno como posibilidades de vivir la vida desde otros valores y referentes de lo real. Tesis suficientemente distante de nuestra herencia judeo-cristiana influenciadora de los ritos y religiones que atravesamos.  Hagamos una sana advertencia: no es que Nietzsche niegue en sus relatos la existencia de Cristo, sino que únicamente lo incorpora y utiliza como dato existencial que conlleva una marcada intención teológica. Cabe entonces la sospecha, salvo malabarismo dialéctico, que quienes asumen con placentera identidad los textos nietzscheanos deben saber que dejan a un costado la figura central del Cristianismo y la esencia que dimana de los evangelios, para sustituirlo por El Superhombre. Llevados los asuntos hasta aquí, si aún parece poca cosa, citemos esta perla del aforismo 343 del quinto libro de su obra La Gaya ciencia “Dios ha muerto, que la fe en el Dios cristiano ha perdido toda credibilidad, comienza ya a lanzar sus primeras sombras sobre Europa. Como poco, a los pocos cuyos ojos, cuyo recelo en los ojos son lo suficientemente fuertes y delicados para este espectáculo, les parece que se ha puesto algún sol, que se ha vuelto duda alguna vieja y profunda confianza: a ellos nuestro viejo mundo tiene que parecerles diariamente más vespertino, más desconfiable, más ajeno, más viejo” Quien ha sido capaz de semejante herejía carece de arraigos, vive solo, lucha contra sus inacabables dolores de cabeza y la ceguera incipiente, mientras lleva una vida nómada consagrada por entero a sus delirios intelectuales y al escrutinio de sí mismo con sus pasiones y sus miedos alentando su orgullo  “espero no ser comprendido tan pronto”, solía decir a cada instante. Era un pensador que no negociaba nociones, que se nutría de eclecticismos y sincretismos, y a la vez jugaba con lo apodíctico. Se servía de las ideas de otros autores, fundamentalmente los clásicos griegos, para afirmar las suyas con ánimo provocador, interesado, calculador. También propone, sugerentemente, la existencia guiada por una Voluntad de Poder. Poder como voluntad de hacer, como ejercicio máximo de autoridad. Para el Zaratustra  no hay más que infinitas y fugaces puntuaciones de voluntad que es necesario imponer, luego de tensiones y choques para que pueda llegar a ser perceptible y pensable. Un poco en deuda, tal vez con la idea inicial de  Schopenhauer.