ESTOPA EN LA GARGANTA (I)
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
abrahamgom@gmail.com
“Todo
el texto es esa gota de dolor que hay que colocarse en la lengua, hasta que de
tanto arder, entendamos que mientras nos creamos al margen, no tendremos las
manos limpias y que seremos culpables hasta que podamos hablar de la última
masacre del hombre contra el hombre. Esto no es literatura…”
Jaime Vàndor. Nunca Korczak llegó a Jerusalén.1984
En los tiempos que transcurren resulta impensable que alguien, por
bastante osado que llegue a ser, pueda convocar -tal vez contaminar- a una
multitud con sus ideas totalitarias y salir ileso.
Aunque la humanidad venga de padecer los horrores del holocausto, las
conflagraciones mundiales, las excentricidades de los “iluminados”, de quienes
se dicen ungidos para rescatar a la especie humana y re-crear un “hombre nuevo”; aún persiste en cualquier
latitud el germen larvario de los regímenes atroces, sin mayores disimulos, que
violentan y persiguen hasta la aniquilación de la condición y la dignidad
humana.
Agreguemos bastante más. No obstante, de las contenciones jurídicas que
los conciertos de países pactan, normatizan y arreglan para someter los ímpetus
deleznables de regímenes abominables, los detentadores de la ignominia política
consiguen resquicios para regustarse al percibir que hay una “masa poblacional”
que le prodiga adoración perpetua in extremis.
Asumen que esa gente
incondicional estaría permanentemente dispuesta a entregar su vida en aras de concretar
un ente centralizador, que se encargue de hegemonizar la existencia (y la vida
absoluta) de los ciudadanos, sus actuaciones por mínimas que parezcan. Así como
lo está leyendo. Se ciegan y no ven y menos miran más nada.
Los distintos estudios, que hemos revisado, aproximan una taxonomía de
la categoría de la cruel patología socio-política denominada Totalitarismo. Precisamente,
tales indagaciones académicas –nutridas por las realidades- coinciden en algunas características
indispensables para que propiamente logremos la calificación de un sistema de
este tipo.
Identificamos el totalitarismo cuando
el Estado tiende a regimentar todo cuanto representen las relaciones sociales,
que se suponen pertenecen más al orden de los ciudadanos, de sus íntimas
realizaciones y propios desempeños.
Se hace tan intrusivo el Estado, en los asuntos del ciudadano, al punto
de hacer dependiente la civilidad de modo absoluto. Por añadidura, el Estado
ostenta rango preeminente tanto en el plano axiológico (los valores sociales
serán siempre en función de la preservación del interés estatal), como en la estructura
de la sociedad, inclusive en los designios de cada individuo en particular.
la intervención del poder del Estado sobre la vida individual y sobre
los cuerpos societales.
Lo que el filósofo francés Michel Foucault estudió en la década del
setenta como el biopoder:
“El derecho que se formula como de vida y muerte es en realidad el derecho
que se auto adjudica el Estado de hacer morir o de dejar vivir. El poder ante todo con derecho de captación de las cosas, del tiempo,
los cuerpos y finalmente la vida; culminando en el privilegio de apoderarse de
ésta para suprimirla. Un poder del Estado que
posee funciones de incitación, de reforzamiento, de control, de vigilancia, de
aumento y organización de las fuerzas que someten”. (La voluntad de saber.
1977)
No caben dudas, hoy en día va haciéndose en nuestro país más evidente el
biopoder.
La vida y lo viviente constituyen los retos de las luchas políticas en
la Venezuela contemporánea; por cuanto, quienes gobiernan dejaron de ser
gobierno para devenir en un régimen que descaradamente hace uso de los manuales de medios típicos para el
control ciudadano. Dígase: acortamiento
de las libertades, abierta o sibilinamente, conculcamiento del derecho de
expresión, de información. Taponan con
crudeza y sin escrúpulos bocas y oídos para que no digan, para que no escuchen.
Obturan las conciencias. Constriñen las libertades en el ejercicio de la
educación, de la propiedad privada, de la producción, del comercio, de decisión
de movilidad, de la participación social en condición de ciudadanos
independientes.
Todo en nuestro país pretenden sellarlo con los tintes de “partido único”,
oficializado, a cuyo frente se construye la figura de un “jefe absoluto” con
poderes ilimitados, siendo él mismo el superior jerárquico de la estructura
estatal.
Lo anterior anudado bajo la estricta vigilancia de un cuerpo militar-civil
con una lógica y discurso cuartelarlo, aterrorizante; con la finalidad de
asegurar la imposición sectaria de una ideología.
Los planos trazados, con anterioridad, por regímenes de idénticos
talantes en el mundo nos permiten discernir, ahora, el totalitarismo que
padecemos que busca preservarse ante cualquier contingencia. Que con seguridad
vendrá.
Conocemos que tan pronto como los pueblos dejan a un lado las cargas de
temor y se disponen a hacer justicia por las muchas tropelías soportadas, por
tantas actitudes ominosas padecidas irrumpe la libertad (que no liberalismo).
No hay que confundir los términos.
Habíamos pensado que con el derrumbamiento del Muro de Berlín también se
hacía posible el descalabro estrepitoso de teorías anacrónicas (comunismos,
socialismos de baja ralea, fascismos, totalitarismos, populismos, militarismos,
personalismos, absolutismos, estatismos, y todo ismo que se atreva a
condicionar las libertades humanas) cuyo propósito viene dado para escindir a
los seres humanos, indoctrinarlos de manera imbécil y ubicarlos forzosamente en
posiciones dicotómicas para desatar luego las riendas a detestables
maniqueísmos irreconciliables.
La realidad desde siempre ha estado llena de contradicciones, plena de
complejidades, escurridiza para pretender encerrarla en un sistema socio-político
que impone sus propios fetichismos.