lunes, 27 de febrero de 2017




Dicho todo en apenas siete palabras

Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com
Bastantes escritores han hecho saber en sus textos que las realidades se vuelven siempre inasibles, inatrapables. Que no obstante, los suficientes esfuerzos para explicar las realidades se vuelven escurridizas, elusivas. Que las cosas del mundo real o imaginario no se dejan congelar en étimos, vocablos o conceptos porque los significantes, apenas intentan dar cuenta de pedazos existenciales. No dicen todo cuanto la idea encierra. Hay que dejar bastante para la inacabable imaginación.
Esta elogiable terquedad de lo tangible, de lo cotidiano marca distancia, y se hace ajena a los purismos intelectualizantes: la aspiración para contener en palabras ideas y emociones. No siempre hay elogiables resultados.
El filósofo Bergson clamaba para que al escribir no congelemos la vida; que apenas, nos zambullamos en las existencias y salgamos a flote a bocetear lo imprescindible con algunas figuras literarias, que no desnaturalizaran la esencia vital.
La realidad prefiere que quienes se aproximen, con intención de aprehenderla en escritos, apelen a las insinuaciones descriptivas, a las metáforas, a las borrosidades para decir o callar.
Si de escribir la realidad se trata también es admisible el uso de las metonimias, ese fenómeno de cambio semántico por el cual se designa una cosa o idea con el nombre de otra, sirviéndose de alguna relación semántica existente entre ambas.
 Prestemos atención, por un instante a lo siguiente: Hasta ahora, el cuento más corto de la literatura, contiene apenas siete palabras: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Ese es el cuento, allí está dicho todo. Ni más ni menos.
En estas siete palabras está contenido todo el discurso que su autor el guatemalteco Augusto Monterroso quiso expresar. Es un ardid valioso, para concitar la lúdica en este género lingüístico.
Sí, todo el texto en apenas siete vocablos. Increíble...!
Nace toda una constelación reflexiva para pensar y elucidar a partir de estas siete palabras.
Ese cuento siempre ha constituido una provocadora insinuación, tal vez invitación, para ahondar nuestros pensamientos, con sentido crítico y con carácter diacrónico.
Pero a pesar de su brevedad no por ello resulta ser un cuento simple y sencillo; más bien, su cortedad exige un análisis concienzudo para determinar con certeza qué fue lo que nos quiso decir este cuentista.
Requerimos afinar el análisis, agudizar nuestra perspectiva para develar las categorías filosóficas que sirven de estribaciones a Monterroso para la construcción de este fino texto; más aún, intentar pesquisar, en la medida de nuestras posibilidades, cuál es su eje argumentativo central.
Monterroso es uno de los máximos escritores hispanoamericanos y uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea.
Gabriel García Márquez, refiriéndose a la obra de Monterroso escribió: "Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad".
La expresa manifestación, plena de sentimientos y sobradas emociones, para encadenar rítmicamente las palabras no es un hecho único que distingue a la poesía de la prosa.
Hasta mediados del siglo XIX constituía la mejor forma de diferenciar ambos usos del lenguaje.
En verdad, ha habido siempre prosas hermosas que contienen a lo interno de su constitución sígnica un inmenso mar de poesía. O suficiente poesía que se puede vocear como prosa.
El cuento que aludimos de Monterroso se ha vuelto a nuestro parecer tan versátil que vale tanto como una hermosa poesía desplegada en prosa.
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martes, 21 de febrero de 2017




LA  REVOLUCIÓN DEL “COMO  SI”

Dr. Abraham  Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com  
                                             
El crítico más agudo en sus sentencias y quien anda por ahí sólo mirando pasar las cosas tienen ambos  del presente régimen venezolano una común conclusión: tamaño desbarajuste ideológico en que se han metido  los defensores de la llamada revolución.
No encuentran sustentación ideológica que les sirva de piso. Y sólo  los vemos haciendo amagos, “como si” se tratara en verdad de una revolución.
A quienes les encargaron las tareas teóricas del régimen, en el afán de acomodarle algo de soporte doctrinario, han agotado, prontamente, las canteras de ideas socio-políticas. No encuentran dónde engancharse ideológicamente, que les proporcione cierto asidero que transmita credibilidad. Hoy acuñan una idea, mañana dicen lo contrario.
En las primeras de cambio, al inicio, ningún recato tuvieron para hacer aparecer como digerible un híbrido entre Marx y Bolívar.
Este engendro teórico no les cuajó, por cuanto el mundo entero tiene pleno  conocimiento del desprecio que sentía el autor y divulgador del Materialismo Histórico por nuestro Libertador.
Una prueba de lo aquí afirmado, basta sólo esta perla,  contenida en la carta fechada el 14 de Febrero de 1858 dirigida por Marx a  su carnal  y financista Engels:

“Me hubiera pasado de la raya si presento a Bolívar como un Napoleón I. Bolívar es el verdadero Soulouque. Es un canalla, cobarde, brutal y miserable que mandó a fusilar a Piar bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra su vida y aspirado al poder supremo…”.

Cómo le echaron imaginación  los pensadores de la izquierda tarifada  para hacer creíble este betumen ideológico. Rebuscaron bastante argumentación por todas partes para que al final se vieran las costuras de un tejido que la realidad nuestra se encargó de desbaratar.
Bolívar, el Padre Libertador, no admite remiendos.
Pensar, decimos los demócratas, en la posibilidad de una “revolución bolivariana” asentada en las elucubraciones de Marx luce: intragable e incongruente, por mucha dialéctica que le pongamos.
 Marx calificaba a nuestro  Padre de la Patria con los idénticos conceptos que utilizaba para referirse al  dictador haitiano Soulouque,  quien surgió de entre los esclavos para cometer fechorías contra su propia gente.
Se vieron, entonces, obligados a seguir buscando.
Pero, “como si” de una revolución se tratara han tenido que recomponer el pretendido    disfraz ideológico   ante tamaño despropósito.
Descubierta la patraña volcaron sus miradas hacia Mariátegui, autodenominado el  “amauta”. Pero el  peruano, sacado de emergente, está demasiado impregnado de etnicidad; desde sus adentros rechaza  cualquier réplica a su modo de pensar. Leamos  esta expresión lapidaria:

 “No queremos que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo americano…”.

Así pues, la iconografía “como si” de una revolución se tratara, se les va apocando. Los márgenes de maniobra se les pusieron chiquitos.
¿Qué va quedando por ahí? se  preguntan en plan de corifeos.
! El Che Guevara! Responden.
Al tiempo que dilucidan ¡cuidado ¡ el Ché  resulta demasiado poroso para el pensamiento plural y concita demasiada inmoralidad para ejemplificar la  dignidad  de los seres humanos.
Como colofón del presente relato, distinguimos algunas precisas interrogantes: ¿Cuál  revolución.Cuál  transformación. Cuál  sociedad ideal. Cuál mundo mejor?
En nuestro país únicamente ha prevalecido, en los últimos años, la detestable militarización de los espacios naturales de la sociedad civil, con el agravante de pretender hacer tolerable tal engendro “como si” admitiéramos  una circunstancia normal y rutinaria.
A fuerza de marchas y vestimentas  aspiran que la sociedad civil se trague la militarización.  Con su deleznable travestismo rojo aspiran encubrir las tropelías que cometen contra la sociedad civil.-
 Ya hay suficientes evidencias de la abominación que causan los regímenes totalitarios-militaristas de derecha o de izquierda.


viernes, 10 de febrero de 2017


 CONDICIÓN DE RARA MITAD  (III)
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua


Estamos padeciendo el vulgar arreglo y distorsión de la Constitución Nacional y demás leyes según caprichos del  régimen. La Norma es la que impone el gobierno, y la Sociedad Civil debe calársela sin chistar, contestar o replicar.
Esto no es socialismo; por cuanto, precisamente,  el Socialismo delezna de los gobiernos estatistas (allí donde el Estado asfixia al ciudadano).  Hay estatismo, como ahora en Venezuela, allí donde se  imponen las decisiones desde arriba, sin críticas de los ciudadanos;   donde toda iniciativa es potestad de incapaces funcionarios del gobierno o de los llamados  cuadros de vanguardias que se autoreproducen. El Socialismo rechaza los populismos o  los gorilismos de militares. Además socialismo no es totalitarismo: la supresión radical por parte del poder de las actividades de los ciudadanos, quienes deben ser  libres para mirar y valorar al mundo.
Hoy constituye una grandísima imbecilidad desempolvar rancias nomenclaturas con la intención de reetiquetar las corrientes del pensamiento: te califican de  derecha o de izquierda. Esa detestable manera de calificar a la gente hace rato que se superó, por cuanto constituye experiencia de lamentable recordación.

Actualmente, en Venezuela  a la Constitución Constitucional y  a las leyes intentan acomodarlas  a los caprichos del oficialismo, con el mayor descaro, con la aviesa y sibilina complicidad del TSJ, del CNE y el resto de la comparsa de organismos que se prestan a las tropelías que comete el oficialismo contra  la sociedad civil y la Democracia. Tamaña sinvergüenzura se hace indigerible.
La torsión descarada que viene dándole  el oficialismo a toda norma jurídica es común y corriente, y “legitimada” con la mayor naturalidad, con displicencias, tan rampantes.
Nuestra Carta Magna es vapuleada como les da la gana. Las leyes son acomodadas para complacer la permanencia de un hatajo (con h) de ineptos en el gobierno.
Con  rabulismo, charlatanería y vocinglería en la interesada interpretación de la Constitución Nacional y las leyes pretenden  arrancarle a la gente  todo sentido ciudadano, vulnerar la cultural vocación democrática, y encuadrar a las personas en un redil militaroide.
Con cualquier añagaza jurídica aspiran taparlo todo.   Aspiran que los contenidos constitucionales, que tuercen a sus antojos, le legitimen sus despropósitos.
En  cualquier intersticio social y particular está la lupa oficialista

Estamos viviendo en una especie de Estado de excepción permanente. Lo cual tarde o temprano cobrará sus deplorables consecuencias, tanto para las complicidades activas como para los silencios cobardes.  Extensivo también a muchos colaboracionistas de la oposición, que juegan con el gobierno tal lúdica por debajo de la mesa. Hay que higienizar la política.

domingo, 5 de febrero de 2017



Desde las claves sensibles de tu pensamiento
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com

Siendo ahora la tolerancia un asunto de escasísimo uso, y las discusiones que conlleven un disenso fértil son calificadas de dudosas o  extravagantes.
Precisamente, las dos mayores virtudes que cultivó Rigoberto Lanz a lo largo de su existencia: sabía  admitir con respeto las opiniones que provenían en sentido contrario, al tiempo que procuraba pesquisar una arista provechosa de cada palabra antagónica proferida, para hacer brotar después, desde su proverbial e iluminada intuición una síntesis superadora de ideas.  Tenía una grácil y elegante manera de “construir en caliente”; pensar sobre la marcha elementos discursivos para reforzar lo que deseaba decir.
Estuvimos  situados siempre, Rigoberto Lanz y yo, en parcelas ideológicas distantes; sin embargo, esto constituía un apreciable aliciente para que disfrutáramos inmensamente con la sana confrontación dialéctica, que en sí misma provocábamos.
Ciertamente, él había sido un digno problematizador. Que nos incitaba al debate, que impulsaba al diálogo escrutador, que hacía de los espacios académicos su ambiente de regusto, sin llegar jamás a la domesticación.
Bastaba su fonética, suficientemente estudiada y  bien pronunciada, del idioma originario del escritor de una obra reciente que quería citar en sus charlas, conversaciones y conferencias, para que nos “engancháramos”.
Rigoberto metabolizaba cada étimo del texto que previamente había estudiado para luego recomendarlo. Con  aquellas frases que consideraba  indigeribles construía nuevas metáforas y  las replicaba en finas recreaciones discursivas. Armaba  todo un rizoma de temas filosóficos.
 Una vez le escuché decir que le parecía placentera -por lo enigmática y en apariencia enrevesada- la explicación que aportaba Prigogine acerca de su Teoría de las Estructuras Disipativas.
Reconocemos, sin mezquindades, la fortaleza de la densidad de su pensamiento, con lo cual  sostenía todo cuanto argüía; porque había en él la honestidad de quien conjuga lo que dice con lo que hace.
 Consciente siempre estuvo de las naturales consecuencias de sus discernimientos. Un académico a carta cabal. Nunca lo vimos rechazar una discusión seria.
La fundamentación ética que descolló Rigoberto a lo largo de su vida personal y universitaria le permitió estructurarse de una sola pieza. 
Docente nuestro en el doctorado en ciencias sociales, que cursamos  en  la UCV. Igualmente, fundador del Centro de Investigaciones Postdoctorales (CIPOST), de la misma universidad, donde participamos. Cultivamos  su sincera amistad: creada, fraguada  y proyectada en base  a los constantes intercambios de opiniones abarcativas de las distintas parcelas de la realidad.
Tuvo la valentía de dejar en claro la obsolescencia  de la Universidad.
 Señalaba, con determinación, que la Universidad era poco menos  que un cascarón vacío que no administraba contenidos esenciales para la construcción de conocimientos sino burocracias prescindibles.
En una conferencia en Tucupita, dictada para cursantes de posgrado de la UNEFA, no tuvo recato en exponer, en torno al tópico anteriormente citado que la vía que consideraba más expedita para reconstituir la Universidad para el presente tramo civilizatorio, en  tiempos de incertidumbres, era mediante el caos; tal fue su apreciación:
 “considero que sólo caóticamente se puede transformar a la universidad; es decir por irrupción, por movimientos inesperados…Por el aleteo de una mariposa que provoque un huracán, es decir por el planteamiento de ideas como las que se están presentando en este foro que pueden generar los cambios que revuelvan a la universidad”.
Suele ocurrir, mencionó infinitamente Rigoberto, que cada vez que nos encontramos en algún atolladero, en un atasco social, algún ocurrente sale proponiendo que hay que conformar una comisión de reforma; y jamás se les ocurre que de lo que se trata es de Transformar. Porque por la vía de la reforma no vamos hacia ninguna parte. Por cuanto sólo por allí intentaremos reacomodar la cosmética, revisar los esquemas, el aspecto, las apariencias. Mientras que la transformación va al fondo de los asuntos. Es hurgar en lo verdaderamente  profundo. Trastocar, desmontar, deconstruir las lógicas.
Eternamente orgullosos de ti, Rigoberto, Maestro y Amigo.
 Quien nos enseñó a dudar  hasta de lo que  nos enseñaba.