viernes, 30 de septiembre de 2011

EL ESEQUIBO: AQUIESCENCIA Y ESTOPPEL
                            Dr. Abraham Gómez R.
El Estado es un ente social que se
constituyó históricamente mediante
un proceso natural (…) de agregación
de hombres…suele además,
significarse con un nombre, una bandera,
un emblema, un himno nacional….
Paolo Biscaretti di Ruffia. 1973

En su recorrido junto a la historia y a la vez haciendo historia, el hombre no ha manifestado en forma pacífica, tranquila o apacible su voluntad de adquirir posesión sobre los espacios que aspira ocupar. Desde que abandonamos la vida nómada para establecernos en determinadas porciones de territorio casi nunca son pacíficas las prácticas que utilizamos para cumplir nuestros propósitos. Por lo común la violencia y el ejercicio del más fuerte ha sido el elemento característico y preponderante. En tales asertos no hay exageraciones. Acaso conseguimos algunas diferencias con las luchas contemporáneas para parcelar e implantar ciertos dominios geográficos y sociales. A pesar de los enunciados,  acuerdos suscritos,  convenciones  y pactos que enarbolan los espíritus de solidaridad, que intentan regular las relaciones entre los diferentes núcleos humanos aún las confrontaciones son descarnadas entre naciones y a lo interno de éstas. Empero, aunque luzca contradictorio, es precisamente en su con-vivir cómo los seres humanos vamos aprendiendo que hay espacios para com-partir y hay áreas específicas y delimitadas que pertenecen a otros. También debemos reconocer, que a pesar de que surjan límites, no son limitaciones, por el contrario constituyen oportunidades de crecimientos y motivaciones para el encuentro hacia el otro. En una aritmética fronteriza uno más uno no es una suma sino una multiplicación. En un interesante trabajo de Frederick Ràtzel (1943) se detallan las funciones políticas de los Estados en los espacios fronterizos, donde se conciben estas  regiones en tanto ámbitos donde los Estados deben afirmarse a través de múltiples medios la soberanía y control de su jurisdicción. En el Derecho Internacional Público el proceso de delimitación es una operación de suficiente importancia y, para los Estados además  de un derecho, una obligación su establecimiento. Por cuanto resulta inevadible, necesario y vital que cada uno conozca hasta dónde llega exactamente el contorno de su soberanía. Las imperfecciones e imprecisiones, como la que heredamos en la zona del Esequibo, derivan en conflictos y trascendentales situaciones jurídicas, políticas y legales en las que estamos imbuidos que han dado orígenes a gestiones diplomáticas sin la contundencia de nuestra parte --que no es guerrerismo-- a pesar de sabernos asistidos de razón socio-histórica y de contar con los documentos probatorios del acto nulo e írrito consumado mediante el Laudo Arbitral celebrado  en parís en 1899.  El problema existe.  No se trata de una verdad de Perogrullo  a partir de la solicitud que acaba de hacer Guyana ante la comisión de áreas marinas y submarinas de Las Naciones Unidas para ampliar hasta las (350) millas marinas su plataforma continental  con lo cual  envuelve la costa atlántica correspondiente a la zona que reclamamos  y una franja de la proyección continental hacia el mar por el estado Delta Amacuro. El conflicto lo hemos venido arrastrando. Frente a los alegatos de la contraparte de que hay un Laudo Arbitral definitivamente firme y ejecutariado hay elementos históricos y jurídicos que aplican y nos favorecen  siempre y cuando estemos dispuestos sostener, sin belicismos, la controversia. El Acuerdo de Ginebra firmado el 17 de febrero de 1966,   viene a ser el único instrumento jurídico vigente donde está viva la controversia y pone en tela de juicio la cosa juzgada. Lo más peligroso para nosotros en esta reclamación, a la luz del Derecho Internacional, es la Aquiescencia, la permisividad de nuestros  gobiernos. La aquiescencia o consentimiento tácito para que Guyana haga concesiones a transnacionales para la exploración, explotación y comercialización de las riquezas de la región esequibana. Aunado al principio de Aquiescencia ya citado, tal vez resulte fácil a Guyana invocar, en tribunales internacionales, el principio de Estoppel en que ha incurrido este gobierno con sus constantes loas y conductas que reconocen el trabajo que adelanta la otra parte en conflicto con lo cual (in)directamente queda  anulada o desestimada la demanda.




jueves, 22 de septiembre de 2011

DE ESPALDAS A LAS FRONTERAS 
                                                 Dr. Abraham Gómez R.
Poblar las fronteras y garantizar su desarrollo
en los procesos de integración interna es básico
para preservar la soberanía nacional. La geohistoria
moderna nos ha proporcionado patéticas
enseñanzas acerca de las consecuencias de ausencias
 de ocupaciones efectivas de lindes fronterizos.
 Pedro Cunill Grau. Venezuela: opciones geográficas.1993
Pareciera que el espacio geográfico fronterizo no fuera nuestro. No obstante,  llegar a equivaler casi que un sesenta por ciento del territorio nacional y  estar habitado por una quinta parte de la población. Mientras que los demás países con quienes hacemos costado fronterizo adelantan audaces políticas en esa materia, nosotros seguimos exhibiendo una muy débil pared demográfica, en lamentables condiciones de aislamiento y pobreza, cuya inmediata consecuencia es un marcado desequilibrio geopolítico. Hemos estudiado, permanentemente, que los fenómenos fronterizos son  realidades jurídicas por la delimitación misma. Sí, pero se hace obligante considerar y añadir la dimensión socio-económica por la interactividad que mantienen los habitantes de esos espacios. La gente que allí convive poca o ninguna importancia le da a la línea, a la raya imaginaria que como figura geodésica del Estado intenta separarlos. En los espacios fronterizos, nos consta, hay otro modo de valorar y vivir. No basta que se diga “si un centímetro de territorio venezolano es la soberanía, un gota de sangre nuestra también lo es”. Sin embargo, históricamente, las sensibilidades y padecimientos en nuestras regiones colindantes; sus  asuntos álgidos no constituyen agenda prioritaria ni para la acción administrativa del Estado venezolano, poco menos para la opinión pública nacional. La reiteración en tal actitud de menosprecio deriva en desatención de las comunidades y el agravamiento de  conflictos sociales. Insistimos en reconocer que los nexos vecinales de carácter humano no son ni serán nunca territoriales para que impliquen diferenciaciones sociales. Nos atrevemos a señalar que la compenetración que dimana de los constantes intercambios de los habitantes de las zonas fronterizas conforman extraordinarios sistemas abiertos de aproximación y complementación de las necesidades humanas, por lo que les resulta indiferentes la ubicación geográfica que ocupen o las imposiciones jurídicas  desde el centralismo, desconocedor la mayoría de las veces de las realidades fronterizas. Coincidimos con la excepcional y siempre vigente tesis de Esteban Emilio Mosonyi “en vez de hablar tanto de sociedades atrasadas, sociedades primitivas, arcaísmos y supervivencias, mejor sería apersonarnos de esta reserva tan importante de sociedades alternativas para el futuro. Lo que sucede es que ya sabemos que el capitalismo no le interesa examinar estas sociedades sino a título de museografía o folklorismo descriptivo. Pero lo triste  y verdaderamente criticable es que tampoco los grupos progresistas, los partidos revolucionarios y las organizaciones de carácter transformador tampoco se hayan interesado”. El Estado venezolano y todo cuanto representa ha mantenido un comportamiento errático y desacertado en el tratamiento que debe dársele a los asuntos fronterizos. El uso indiferenciado de los términos límite y frontera por  parte de quienes suponemos conducen la “política fronteriza” ya nos dice el talante de improvisación e ignorancia para arreglos mayores en esta materia. También estamos conscientes que no será tarea fácil que  el lenguaje cotidiano se ciña a darle a cada categoría el uso adecuado y preciso. Nunca es demasiado tarde para  comenzar, para saber de qué hablamos cuando nos referimos al Límite como ente jurídico, abstracto de origen político, convenido y visualizado en forma lineal. Mientras que la Frontera comporta el espacio de anchura variable donde convergen seres humanos con potencial de integración, que crea un modo de vida común, con sentido dinámico y vital. El Estado venezolano debe asumir la presencia poblacional en las zonas fronterizas como un sistema de consolidación de pueblos y ciudades a lo largo del cordón fronterizo, con suficiente fuerza y patriotismo.

miércoles, 21 de septiembre de 2011


LA ECOLOGÍA ABERRANTE DEL MILITARISMO



Dr. Abraham Gómez R.
En estos tiempos que transcurren dentro de los espacios militares, viene dándose una profusión incontenible de un ethos basado en lo estrictamente ideológico, que hace depender la moralidad y demás comportamientos castrenses de un conjunto de creencias dogmáticamente impuestas. Tan ajenas como indescifrables para ellos. Desborda a lo interno de los cuarteles una obediencia cuadriculada que se afinca con ideaciones extemporáneas. Pareciera más un mecanismo de defensa para sobrevalorar los cuestionados atributos de quien proveniente de tal sector hoy está convertido en Comandante en Jefe de la Fuerza Armada.
El sujeto-militar percibe, capta, internaliza y actúa acríticamente, y lo hace regustado por haber respondido con lo ordenado ideológicamente por su superioridad. Aflora una extraña sumisión para aceptarlo todo sin discutir nada. No hay posibilidad de juicios que contesten a esa rara lógica del deber ser. Las consecuencias de sus actos sólo son legitimadas si guardan correspondencias con las dosis de ideologización recibida. Tristemente, por ese camino, a pesar de nuestro sistema democrático nos conducen a la instauración de un Estado Totalitario, cuya peculiar filosofía queda engastada en un militarismo arrogante de una postura doctrinal que estima necesaria, obligante y conveniente la preponderancia del sector castrense dentro de nuestra sociedad venezolana. Hay una alarmante invasión-penetración de los monopolizadores de las armas sobre el resto del mundo civil en el desempeño de los cargos de la administración pública, para lo cual ya han dado excesivas muestras de ineptitud y desvaríos en el manejo del erario nacional.
Dos aspectos importantes que dicen de la condición militarista aquí y ahora viene dado por el ascenso de un pequeño grupo de oficiales militares a un aparente poder imbatible; y por el porcentaje del Producto Interno Bruto que este país está destinando cada ano para los apertrechamientos de armas de todo tipo y de equipos bélicos. Así además los regímenes considerados totalitarios-autoritarios marcan más su preocupación por el control estructural del gobierno, al precio que sea, con la consecuente jerarquización del poder, por encima de la satisfacción de las necesidades socio-económicas propiamente dichas de la población. El propósito y fin último está diseñado para asir de manera absoluta la institucionalidad del Estado. Pensábamos que había quedado clausurada la imagen y tosquedad del militarismo y la dificultad de su aplicación por la rigidez social que conlleva; sin embargo, no basta transformar el maquillaje a través de mecanismos electorales, con la finalidad de dar un barniz de legitimidad, porque siempre irrumpe con fuerza y se devela la verdadera intención de negación de las libertades y las categorías humanas. No puede hablarse de Socialismo o Revolución cuando los administradores de la violencia del Estado se encuentran ocupando los espacios de dirección. Esto es antinómico en una Democracia. Militarismo y Estado de Derecho son entidades excluyentes. El militarismo ha servido históricamente para reprimir a los pueblos. Antes de su política de expansión guerrerista la Alemania nazi se encargó de liquidar toda clase de disidencia. La intolerancia del fascismo italiano se manifestó claramente por pandillas que agredían a los opositores.
Ciertamente la concepción y práctica de la autoridad está consustanciada con la Democracia, no así lo que Sartori denomina “Personalidad Autoritaria” para señalar un tipo de estructura de la personalidad que no es afín a la manera de vivir democrática. Los Autoritarismos son siameses con los militarismos, crecen solazados en la interpenetración ecológica de los variados elementos que les dan soportes.

jueves, 15 de septiembre de 2011

             PÀNICO EN LA HUGARQUÌA (II)
                                Dr. Abraham Gómez  R.

Serias sospechas de derrumbamiento político atraviesan los intersticios de lo que aún denominan Proceso (pronunciado con menos fuerza). Hay una intuición  que capta en la masa la cercanía del descalabro. Nadie lo duda. La principal característica de la histeria colectiva es que la conducta patológica se manifiesta en un gran número de comilitantes del régimen.
Hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo” transpiran los quejidos. Hubo un momento en que parecían invencibles, y a la otra parte de la sociedad, antagónica de sus indigestiones ideológicas, la estuvieron considerando como invisible. A las más abyectas de las humillaciones fueron sometidos quienes han tenido la legítima y natural actitud de adversar las posiciones oficialistas, no por ultrancismo, sino por avizorar el fraude en las ejecutorias de las políticas públicas en las que nos han pretendido encallejonar este hatajo (con h) de hitlerianos tropicales. Los “planificadores” del gobierno asoman, como mascarón de proa, inflexibilidades en las decisiones. A mala hora fruncen el ceño para espantar las incómodas observaciones de los contestatarios. La autocrítica les resbalaba, se creían  y se la estuvieron dando de autosuficientes.  Únicamente ellos poseían el prodigio, incompartible, de atesorar la verdad absoluta y acrítica. La deleznable situación del país hoy les retrata la ineptitud a cuerpo entero. Por eso y sólo por ellos es que estamos como estamos: en las peores condiciones sociales y económicas, en la más crítica inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito internacional. Estamos imbuidos en la jamás conocida precariedad ética y moral. Una nación con su extraordinario potencial para el sostenible desarrollo humano integral no merece la abominación causada por parte de estos detentadores circunstanciales del poder. Súmesele la deplorable complicidad, rayana en lo obsequioso, de unos ideólogos resentidos con la Academia, que al no conseguir cartel de donde asirse para experimentar sus inextricables lecturas han encontrado el rojo escenario nacional como lo más propicio para desbaratarse en tales orgiásticas ideas. La acumulación incontenible e insoportable de errores y desaciertos en todos los ámbitos, sectores y áreas ubica al actual régimen como el peor de la historia contemporánea de Venezuela. Tal vez sea la presente gestión la de menor cualificación en Latinoamérica, a pesar de todos los gastos a espuertas para granjearse, tarifa mediante, los elogios artificiosos de la región. Las expectativas levantadas de justicia social y reivindicación de los pobres constituyen en la actualidad un inmenso fraude. Y precisamente es el cuadro social de los desfavorecidos el que ya ha trazado las rutas de las justas y contundentes protestas, con lo cual hacen que quienes les ofrecieron un nuevo relato mítico de “dictadura del proletariado” entren en desbandadas. A cada instante afloran las recíprocas acusaciones por inmoralidades y latrocinios. Ya es cotidiano que  se disparen los mecanismos de exclusión y purgas del partido único, estructurado para someter, silenciar y divulgar un pensamiento adocenado y servil. Quedan cruzadas las emociones de vergüenza y tristeza cuando se percibe la suprema genuflexión y entrega del resto de los poderes públicos ante el Ejecutivo, para no incomodar o importunar los caprichos del “émulo de Zeus”. Creído dios del Olimpo a pesar de las inocultables limitaciones sicofísicas. La esencia del sistema democrático lo define la separación de los poderes, para que cumplan sus competencias con carácter autonómico, sin embargo, en esta hora aciaga del país los poderes se han unificado y reptan ante quien se dice ungido para una tarea de predestinación. Los poderes no hacen otra cosa que cohonestar y encubrir atrocidades. Tuercen contenidos constitucionales y legales, omiten acciones cuyos propósitos tenderían a reivindicar la condición de ciudadanía, y no la imposición del talante de súbditos de un desquiciado reinado. A pesar de la fortaleza engañosa que quieren aparentar, ya se cuelan por los más variados resquicios, que abren troneras, un susto intenso y paralizador, una angustiante confusión porque saben que tienen la obligación, inescurrible, de responder jurídicamente y ante la historia por tantas tropelías y locuras cometidas. Ya saben que está trazada una fecha de caducidad.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Homo Sacer: aún entre Nosotros
                                                                 Dr. Abraham Gómez R.
Es sólo en términos de negación que
hemos conceptualizado la resistencia.
No obstante, la resistencia es un proceso de creación.
Crear y recrear, transformar la situación, participar
activamente en el proceso eso es resistir.
Decir no constituye la forma mínima de resistencia.
Hay que decir no y hacer de ese no una  forma de resistencia decisiva.
Michael Foucault. Dits et Ècrits, IV. 1970

Las distintas consideraciones que diremos de aquí en adelante tal vez, para algunos, no les resulte ni difíciles ni polémicas. ¡Alabado sea! Porque concluirán que es  un fenómeno obvio y muy difundido. Entonces, creo que nos hemos sumado un ligero mérito de entrada. Aunque el diagnóstico anterior engrose nuestro haber, la idea original de todo planteamiento nuestro viene dada por la problematización que siempre deseamos despertar para cooperar al  aprendizaje en conjunto. La invitación  insistente es para que develemos cosas,  para que digamos con pertinencia lo apropiado (algunas veces no tanto) a las circunstancias. Durante bastante tiempo se ha presupuesto que la función de un enunciado está limitada a describir un estado de cosas o hechos; con afirmación o negación y como que todo llegaba hasta allí. Muy pocos, o casi nadie tenía la osadía de irrumpir con fuerza para poner en cuestión las  frases lapidarias que se pronunciaban con reverencial acento. Pobre de aquél que intentara tensar los registros hasta entonces inescrutados y atreverse a  asomar las múltiples posibilidades de mirar la realidad de modo distinto. Había una escasa y muda resistencia ante los desmanes que de rutina se  cometían. Nadie insinuaba a negar nada. Al parecer unos enunciados naturales asumidos como despropósitos se aceptaban sin objeciones, con infortunado dogmatismo. Tal herencia no es nueva, la jalonamos desde muy atrás. Las reflexiones del pensador italiano Agamben apuntan en tal sentido y se extienden sobre un hecho lamentable y triste “la desposesión de los derechos  que la ley consagra a los ciudadanos para proceder a su enajenación e internamiento en campos de concentración o exterminio y la declaración del Estado de excepción”. Nos espantamos sí, pero esa fue la heredad de un oscuro concepto del derecho romano, el del Homo Sacer. La vida de los seres humanos desprovista de cualquier cualificación, valor similar a un vegetal. Execrables, sin la más mínima conmiseración.
 Ha sido la pretensiosa intencionalidad de algunos Estados totalitarios  antes como ahora de convertir la vida de los seres humanos en objetos administrables por parte de los detentadores del poder. Puede llegar a pensarse lo extemporáneo y ambiguo de traer esta disquisición al presente, puesto que, se diría, que todos los grupos que han disfrutado del poder en el pasado han usado la biopolìtica, el sometimiento de las capacidades humanas para alcanzar sus objetivos. Acaso, preguntamos, la reivindicación de la “humana condición” no arranca con la suprema valoración que nos demos así mismos, por encima de los regímenes y sus signos ideológicos. Los  estímulos de las luchas fratricidas estaban impelidas para conseguir que el Estado hacedor de la ley también esté sometido a la ley, con lo cual se evita que el ser humano al responder ante  la justicia pueda ser matable, sin pudor, por cuanto la propia norma lo convertía en un paria sin derecho a nada. Un ser sacrificable, pero no dado como ofrenda Divina porque ni para eso servía. Añádase de manera deplorable que el Estado ha hecho una absurda politización de la vida de la gente, y ha pasado de la potencialidad  al acto de decidir hasta de lo biológico de los seres humanos. En el Islam, regido por la sharia, las condiciones  de sobrevivencia de la mujer son infrahumanas. La cosmovisión de las mujeres  musulmanas, su mundo y todo cuanto ellas  aspiran queda reducido a su pequeña cárcel: la perspectiva que ellas diseñan desde la rejilla de la burka. Veamos este otro caso: Por el sólo hecho de luchar por la democracia y los cambios políticos en China, ese país asiático decretó “la muerte civil” del premio Nòbel de la paz Liu Xiaobo. Y sin ir tan lejos, qué hemos venido siendo nosotros en esta atmósfera de conculcación de derechos sino un país-- apreciado hasta ayer por sus libertades-- hoy convertido en un enrejamiento ominoso, donde se criminaliza el disenso y se vulnera con displicencia la constitucionalidad que nos hemos dado.