Homo Sacer: aún entre Nosotros
Dr. Abraham Gómez R.
Es sólo en términos de negación que
hemos conceptualizado la resistencia.
No obstante, la resistencia es un proceso de creación.
Crear y recrear, transformar la situación, participar
activamente en el proceso eso es resistir.
Decir no constituye la forma mínima de resistencia.
Hay que decir no y hacer de ese no una forma de resistencia decisiva.
Michael Foucault. Dits et Ècrits, IV. 1970
Las distintas consideraciones que diremos de aquí en adelante tal vez, para algunos, no les resulte ni difíciles ni polémicas. ¡Alabado sea! Porque concluirán que es un fenómeno obvio y muy difundido. Entonces, creo que nos hemos sumado un ligero mérito de entrada. Aunque el diagnóstico anterior engrose nuestro haber, la idea original de todo planteamiento nuestro viene dada por la problematización que siempre deseamos despertar para cooperar al aprendizaje en conjunto. La invitación insistente es para que develemos cosas, para que digamos con pertinencia lo apropiado (algunas veces no tanto) a las circunstancias. Durante bastante tiempo se ha presupuesto que la función de un enunciado está limitada a describir un estado de cosas o hechos; con afirmación o negación y como que todo llegaba hasta allí. Muy pocos, o casi nadie tenía la osadía de irrumpir con fuerza para poner en cuestión las frases lapidarias que se pronunciaban con reverencial acento. Pobre de aquél que intentara tensar los registros hasta entonces inescrutados y atreverse a asomar las múltiples posibilidades de mirar la realidad de modo distinto. Había una escasa y muda resistencia ante los desmanes que de rutina se cometían. Nadie insinuaba a negar nada. Al parecer unos enunciados naturales asumidos como despropósitos se aceptaban sin objeciones, con infortunado dogmatismo. Tal herencia no es nueva, la jalonamos desde muy atrás. Las reflexiones del pensador italiano Agamben apuntan en tal sentido y se extienden sobre un hecho lamentable y triste “la desposesión de los derechos que la ley consagra a los ciudadanos para proceder a su enajenación e internamiento en campos de concentración o exterminio y la declaración del Estado de excepción”. Nos espantamos sí, pero esa fue la heredad de un oscuro concepto del derecho romano, el del Homo Sacer. La vida de los seres humanos desprovista de cualquier cualificación, valor similar a un vegetal. Execrables, sin la más mínima conmiseración.
Ha sido la pretensiosa intencionalidad de algunos Estados totalitarios antes como ahora de convertir la vida de los seres humanos en objetos administrables por parte de los detentadores del poder. Puede llegar a pensarse lo extemporáneo y ambiguo de traer esta disquisición al presente, puesto que, se diría, que todos los grupos que han disfrutado del poder en el pasado han usado la biopolìtica, el sometimiento de las capacidades humanas para alcanzar sus objetivos. Acaso, preguntamos, la reivindicación de la “humana condición” no arranca con la suprema valoración que nos demos así mismos, por encima de los regímenes y sus signos ideológicos. Los estímulos de las luchas fratricidas estaban impelidas para conseguir que el Estado hacedor de la ley también esté sometido a la ley, con lo cual se evita que el ser humano al responder ante la justicia pueda ser matable, sin pudor, por cuanto la propia norma lo convertía en un paria sin derecho a nada. Un ser sacrificable, pero no dado como ofrenda Divina porque ni para eso servía. Añádase de manera deplorable que el Estado ha hecho una absurda politización de la vida de la gente, y ha pasado de la potencialidad al acto de decidir hasta de lo biológico de los seres humanos. En el Islam, regido por la sharia, las condiciones de sobrevivencia de la mujer son infrahumanas. La cosmovisión de las mujeres musulmanas, su mundo y todo cuanto ellas aspiran queda reducido a su pequeña cárcel: la perspectiva que ellas diseñan desde la rejilla de la burka. Veamos este otro caso: Por el sólo hecho de luchar por la democracia y los cambios políticos en China, ese país asiático decretó “la muerte civil” del premio Nòbel de la paz Liu Xiaobo. Y sin ir tan lejos, qué hemos venido siendo nosotros en esta atmósfera de conculcación de derechos sino un país-- apreciado hasta ayer por sus libertades-- hoy convertido en un enrejamiento ominoso, donde se criminaliza el disenso y se vulnera con displicencia la constitucionalidad que nos hemos dado.
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