“Tienen que atreverse o se apartan”
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia
Venezolana de la Lengua
En bastantes
ocasiones, cuando provocaba los encuentros de saberes en Tucupita, el maestro Félix
Adam asumía una extraordinaria actitud que priorizaba su incitativa por nosotros:
cursantes de la maestría en Andragogìa, hace ya muchos años; de lo cual estamos
eternamente agradecidos.
Nos señalaba, con
suficiente determinación, que “no habrá
excusa que valga para, quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la
academia”. Con suficiente fuerza discursiva impelía: “sería imperdonable si
pretendiéramos escurrir el obligado debate y la plural confrontación que
explorara nuevos horizontes y desplegara múltiples miradas por el futuro de la
educación en Venezuela”.
“Tienen que atreverse o se apartan”. Además, exponía en su cátedra: “definitivamente es un atrevimiento teñido
de audacia que escrutemos a la educación desde sus interioridades. Eso es lo
hermoso, aunque produzca vértigos”.
Quiénes más sino
nosotros, en sentido genérico para reconocer, luego del diagnóstico más
descarnado, que la educación nuestra, en
sus distintos niveles y modalidades ha
devenido en una estructura ambigua, que
poco o nada ha hecho para ir adaptando sus mecanismos y procedimientos conforme a las exigencias de los tiempos actuales; con
lo cual admitimos que las realidades externas llevan un ritmo de aceleración
superior, en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos,
menos para propender a la sociedad de la creatividad y la innovación.
Una de las premisas
que hemos sostenido quienes abrigamos, por razón y emoción, a la Andragogìa
(hechura del maestro Adam) viene dada en que no basta enseñar, aunque sea
rápidamente, hay que hacerlo también sólidamente. Con emoción y amorosidad.
El eterno maestro de
América insistía en que, en vez de recurrir, casi sin escapatoria, a los “libros
muertos” nos inculcaba que fuéramos más creativos: a los niños, jóvenes y
adultos deben presentárseles las vivencias.
El deltano Félix Adam,
considerado padre de la Andragogìa para los países latinoamericanos pregonó su
extraordinaria teoría, en diversos escenarios académicos, con el siguiente
enunciado:
“Sólo haciendo se puede aprender a hacer. En
vez de palabras: sombras de las cosas, lo que hace falta en las escuelas es el
conocimiento de las cosas mismas”.
Nos indicaba, de modo
reiterado, que la educación primero pedagógica y luego andragògica transcurre
toda la vida, en sus diversas etapas; porque, siempre estamos aprendiendo.
La educación andragògica – su hija
predilecta-- se desarrolla a través de una praxis fundamentada en los
principios de participación y horizontalidad, con carácter sinérgico, para que
se incremente el pensamiento, la autogestión, la calidad de vida y la creatividad
del participante adulto.
Prestemos atención a
este dato curioso. Habiendo nacido en un pueblito llamado El Toro, jurisdicción
del municipio Antonio Díaz del estado Delta Amacuro, Venezuela, el 24 de
diciembre de 1921, nuestro ilustre educador luchó con dedicación y esfuerzos
titánicos para fracturar la voracidad de tal “genética social”; para que el medio rural-indígena no lo
absorbiera. Logra proyectarse en el mundo en razón de sus aquilatados
conocimientos.
Un excepcional y
admirado maestro de escuela, de comienzos del siglo XX, en nuestro Delta, tan
preterido, entonces, por los decisores de las políticas públicas.
Fogoso en el discurso,
denso y brillante en su cultivado léxico y severamente crítico para lograr que
las cosas y las causas se dieran con justicia y eficiencia.
Félix Adam fue el gran
proponente y promotor en los procesos de enseñanza-aprendizajes de “hacer y no decir”.
La acción siempre lo
llevó al hecho. Tal disposición actitudinal nos recuerda que los filósofos
orientales hablaban de la acción continua, del hacer en el instante presente.
Alguna vez, cuando me
asesoraba para la creación del Instituto Universitario de Tecnología del Delta,
me dijo: “Lo que importa es lo que
hacemos con la conciencia lúcida y los cambios que permanentemente se están
ejecutando alrededor de uno; porque cada instante es único e irrepetible”.
Cuántas veces el
docente puede ahorrarle al estudiante, de cualquier grupo etario, años de
sufrimiento y frustración sólo con una palabra amable, un gesto de identificación,
la ubicación en su mismo plano de aprendizaje; pero, un educador con la
autoestima baja, poco remunerado, como el nuestro, tanto en dinero como
aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros lo que él mismo está
necesitando, como el aire que respira.
Al respecto, Adam inducía a la participación
comprometida, fundamentada en el estudio, al análisis crítico de cualquier
problemática.
Maestro por vocación y
empeñoso realizador de sus grandes ideales dejó huellas profundas en todas las
actividades que le correspondió desempeñar.
Fue un hombre que amó
la naturaleza y nunca olvidó su origen, ni a “La tierra de las aguas” donde nació.
Me manifestaba que
sentía la pobreza, la miseria, la desnutrición, las enfermedades, el dolor del
pueblo, la mirada de desesperanza campesina, y que por eso aceptó el reto de
ser educador. Y fue un verdadero ductor de generaciones, en la proyección
inextinguible de esta palabra; que en todos los idiomas del mundo sirve para
eternizar la sabiduría y la dignidad del ser humano sobre la tierra.