domingo, 29 de noviembre de 2020

 

 

 

 

Guayana Esequiba: una excepción preliminar desconoce la jurisdicción

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Miembro del Instituto de Estudios de la Frontera Venezolana (IDEFV)

 

La excolonia británica, con la cual sostenemos la centenaria contención, jamás ha creído en las gestiones de los Buenos Oficiantes para solucionar la controversia.

Tal vez, por eso nunca sus respectivos gobiernos prestaron la debida atención a las iniciativas de los mencionados funcionarios designados por quienes se desempeñaron en la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas, atendiendo al contenido, alcance e intención del artículo 33 de la Carta del precitado ente internacional.

“…Las partes en una controversia cuya continuación sea susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales tratarán de buscarle solución, ante todo, mediante la negociación, la investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección…”

Nótese que hay etapas establecidas en sucesividad hasta alcanzar la resolución del caso.

Guyana aguardó la ocasión, casi como una emboscada jurídica, para demandar a Venezuela ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ); yéndose, directamente al “arreglo judicial”; contrariando el orden sucesivo establecido en la citada norma, para buscarle una solución pacífica al litigio.

La referida interposición de acciones   contra nuestro país la conocemos en su totalidad; por cuanto, la hemos leído con precisión, analizado en sus múltiples implicaciones y estudiado académicamente; cuyos elementos más resaltantes, en  su Pretensión Procesal, se resumen de la manera siguiente: insisten en pedirle a la CIJ que confirme la validez legal y efecto vinculante del Laudo Arbitral de París, dictado el 3 de octubre de 1899; documento que siempre ha sido considerado por Venezuela como írrito y nulo. Dos adjetivaciones calificativas, que hemos adosado desde los orígenes de esta vergonzosa tratativa política-diplomática.

Los coagentes de la Parte guyanesa en la presenta controversia tienen varios meses instalados en La Haya, sede del Alto Tribunal que dirime este asunto. Inclusive han llegado a solicitarle a la Corte que pronuncie, en su “sentencia” que Venezuela no tiene nada que reclamar, en sus fronteras con Guyana, porque todo ese problema, según ellos, quedó asentado en la decisión arbitral que acaba de cumplir 121 años; y por lo tanto debe considerársele “cosa juzgada”. Al propio tiempo, en el escrito de la demanda –como recurso addedum-- piden que nuestro país sea sentenciado en ausencia, si persiste en invocar la No Comparecencia.

Por cierto, dejamos sentado que la No Comparecencia comporta un acto procesal legítimo y válido en el Derecho Internacional Público.

Cuando la  delegación de nuestra cancillería asistió por primera y única vez  a aclararle –respetuosamente- a la Corte que no poseía la competencia para conocer sobre esta contención debió aprovechar para  explayar, en un enjundioso  escrito, una medida perfectamente admisible denominada Excepción Preliminar de desconocimiento de la jurisdicción de ese Tribunal Internacional; con lo cual cerraba, de forma definitiva, cualquier posibilidad de la contraparte; porque con tal contundencia jurídica se anulaban  los objetos de la demanda.

Una Excepción Preliminar es un mecanismo de defensa de los Estados, legítimamente admitido por la comunidad internacional; utilizado en algunas oportunidades en la Corte Internacional de Justicia. Hay suficiente base jurisprudencial al respecto.

Una Excepción Preliminar, referida a nuestra controversia y en condición de Estado   demandado, nos permite la ocasión expedita y eficaz de recordar al jurado sentenciador de La Corte que la situación es mucho más compleja de lo que la parte demandante ha hecho saber.

 El problema estriba esencialmente, en este instante, en la impropiedad de la Corte para conocer forma o fondo del litigio; por cuanto, carece de jurisdicción y competencia. Digamos, con precisión, algo más: ese Alto Tribunal debe ceñirse a las facultades atribuidas en su propio Estatuto; y precisamente, en el artículo 53 (numeral 2) señala: “Antes de dictar su decisión, la Corte deberá asegurarse no sólo de que tiene competencia conforme a las disposiciones de los Artículos 36 y 37, sino también de que la demanda está bien fundada en cuanto a los hechos y al derecho”.

Si procede por vía contraria a lo que la norma le impone, la Corte se convertiría en una tribuna política, sin seriedad y carente de respeto. No es lo que queremos en honor a los actos justicieros en el ámbito internacional.

Los magistrados del Alto Tribunal de La Haya saben que, en primer lugar, deben comprobar si se cumplen los requisitos para poder expresarse sobre el fondo del asunto que están discerniendo; porque, una sentencia prevaricada significaría un gravoso atropello perpetrado contra la soberanía de nuestro país.

La Excepción Preliminar que aludimos – aún estamos a tiempo de consignar --se centra estrictamente en la nula jurisdiccionalidad que cabalga e incompetencia que tiene la Corte Internacional de Justicia; además, debe admitir y obligarse a examinar la categórica naturaleza de la Excepción Preliminar que presente nuestra delegación, cuyo contenido estaría basado en formal y serios cuestionamientos a la jurisdicción del propio tribunal.

¿Qué perseguimos, en lo inmediato, con una Excepción Preliminar?

Que la Corte, en decisión adelantada –obligada a pronunciar--, se vea impedida para seguir con el juicio, a partir de la demanda interpuesta por Guyana; además, que ese Alto Tribunal se inhiba de conocer sobre el fondo del aspecto cuestionado (la controversia) o del caso en su conjunto, por su incompetencia contenciosa.

 

 

 

 

martes, 24 de noviembre de 2020

 


Nuestra herencia histórica vulnerada
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.
 
Al hacer una rápida ilación (sin h) sociohistórica de los orígenes de esas inmensas islas situadas en el noreste de Suramérica, que luego recibieron las denominaciones de Trinidad y Tobago; se aprecia, con relativa facilidad, que pertenecieron al poderoso, para entonces, Imperio Español.
 
Trinidad y Tobago, incluso llegaron a formar parte de la Capitanía General de Venezuela, creada mediante Cédula Real de Carlos III, el 8 de septiembre de 1777.
 
Los aborígenes Caribes siempre habían poblado estas vastas extensiones de tierra y mar, antes de los procesos de conquista y colonización, iniciada por los españoles en el siglo XV.
 
Hay un interesante registro etimológico que da cuenta que el nombre indígena de Trinidad era Kairi o Leré cuyo significado habría sido “Tierra de colibríes” o acaso simplemente “La Isla.
El almirante genovés Cristóbal Colón, cumpliendo la misión de los reyes católicos, descubrió la principal de las islas el 31 de julio de 1498, y la bautiza “Tierra de la Santísima Trinidad”; y a los pocos días bordea una porción insular más pequeña que denominó “Bella Forma”, lo que es actualmente Tobago.
Suficientemente conocido es que estas islas fueron codiciadas y disputadas para su dominio y sometimiento por españoles, ingleses, neerlandeses y franceses.Cruentos enfrentamientos a cada instante para hacerse con estos estratégicos sitios.
Lo que más deseo resaltar, en el breve relato historiográfico, es que la Provincia de Trinidad fue creada en el siglo XVI por los españoles, siendo su capital San José de Oruña.
A fines del siglo XVIII la posesión la tenía España; porque Trinidad y Tobago hacían parte de la Capitanía General de Venezuela, como quedó dicho; pero, en el transcurso de las guerras napoleónicas, en febrero de 1797, una fuerza británica inició la ocupación del territorio.
Dejamos sentado que fue por una vil ocupación que no posesión, como nos arrebataron la Isla de Trinidad.
En 1802 mediante una maniobra llamada Tratado de Paz de Amiens, las islas de Trinidad y Tabaco (en inglés: “Tobago”) fueron transferidas para su completa ocupación y dominio al Imperio Inglés.Por su parte Francia, que también tenía pretensiones sobre el territorio, entregó formalmente sus aspiraciones al Reino Unido en 1814; que se había fortalecida al vencer a Napoleón Bonaparte.
La población amerindia que estuvo poblando ese territorio insular se extinguió o la aniquilaron.Los aborígenes, como legítimos autóctonos, sufrieron de las maniobras inglesas de sustitución por la población africana; llevada, en barcos negreros a la fuerza por los británicos; con lo cual se aseguraban mano de obra esclavizada para las plantaciones de caña de azúcar y tabaco.
En el siglo XIX, los ingleses se percatan que también es posible instrumentar medidas de inmigración de coolies (culíes) desde India y China, Líbano, Siria; así como del resto de las Antillas; de tal manera, que cuando la Comunidad Internacional escuchó al señor Keith Rowley ( quien funge de primer ministro)alardear con declaraciones destempladas, de la siguiente ralea:“Esta pequeña nación no puede convertirse en un campo de refugiados para la población venezolana”. Todo el mundo queda atónito. Pronunciamiento vergonzoso por ignorante de la historia.
Particularmente, el estado Delta Amacuro siempre ha sido un espacio amplio y generoso para las numerosas familias de Trinidad y Tobago, que permanentemente han hecho de esta entidad su lar para desarrollar potencialidades y desplegar sostenidos emprendimientos.
Nos llena de congoja la forma artera y ruin cómo nuestros compatriotas son perseguidos y maltratados por las autoridades de esa isla, bajo la conducción cobarde del “sargentón Rowley”; quien en un arrebato de extrema xenofobia se ha atrevido a declarar que los venezolanos (no hizo excepciones) que se han ido para Trinidad son malandros o prostitutas.
Conforme a nuestros registros locales, el 75% de quienes se han visto obligados a emigrar hacia la vecina isla son profesionales universitarios, que allá se desempeñan “en cargos rudimentarios” para subsistir.
El ignorante Rowley olvida los estrechos lazos de confraternidad de nuestros pueblos.
Las familias deltanas tenían, como natural costumbre, enviar a sus hijos a Trinidad para cursar estudios y, consecuentemente, aprender el idioma inglés. Así también, se han logrado con los años los hermosos entrecruzamientos de valores, tradiciones, y una apreciable lexicografía, con un sociolecto distintivo que nos enorgullece.
El señor Rowley de nula formación académica, cuya vida ha medrado en los intersticios de los partidos políticos, que llega a ese cargo luego de muchas maromas, desconoce la formación societal de ese pueblo.
Cuando superemos esta hora aciaga. Cuando esta crisis se convierta en una página amarga de nuestra historia contemporánea, el señor Rowley será “sepultado” como un canalla que se prestó al deleznable juego de descalificación de nuestra venezolanidad.

lunes, 23 de noviembre de 2020

 

 

 

 

 

Nuestra escuela contestada (y siempre perfectible)

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

abrahamgom@gmail.com

 

Una primera aseveración con la cual iniciamos estas reflexiones, que con seguridad muchos compartirán, es creernos que, porque se ha incrementado el uso de tecnologías en los procesos de enseñanza-aprendizaje, ya hemos entrado en la educación del futuro.

El informe más actualizado que tenemos sobre la cobertura del servicio de comunicación vía internet en el país apenas abarca a un 30% de los hogares. De allí, podemos colegir que hay un 70 por ciento de hogares, con niños y jóvenes en edades de escolarización, que se han quedado rezagados, discriminados; que hasta ellos no llega la tan mencionada educación a distancia, e-learning o bajo cualquiera otra modalidad virtual.

No se requiere ser demasiado inteligente para conocer, de modo crítico, que la Educación, considerada y admitida en la contemporaneidad en tanto un Derecho Humano universal, al parecer se ha convertido en una preeminencia de las familias que tienen y están en mejores posibilidades y condiciones que otras.  Inaceptable y absurdo.

La televisión que había sido un instrumento genuflexo a los juegos del poder y a los enormes intereses económicos, las circunstancias la llevaron a mutar –obligantemente-- en “una aliada” de la educación; sin embrago, cabe la pregunta, ¿será verdad que es una ayuda para la enseñanza?

En un interesante estudio reciente de CECODAP, conseguimos: “algunos docentes manifiestan las ganas de volver a las aulas. Sienten que hay días en los que las emociones están fuera de control, en lo que la parte de no socializar, de no tener ese contacto físico con las otras personas, les ha afectado. Hace falta el aula, los amigos, todo esto. La tecnología nos ha distanciado. No existe ese contacto de tú a tú. No tener ese niño al frente, poder escucharlo directamente, compartir con ello”

Todavía así, con lo que acabamos de describir brevemente, conseguimos a quienes, sin el menor recato, se atreven a presumir de que tenemos   la mejor educación del mundo. Solo que tal falsa elucidación se desmorona cuando nos toca compararnos con los procesos educativos que se desarrollan en otros países.

Si, tristemente esa es nuestra realidad. Se nos ven las costuras por las limitaciones y demás “falencias” al momento de contrastar nuestros indicadores de Calidad Educativa con los resultados de las Pruebas Pisa: Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, la cual se aplica en estos momentos en 79 países.

Entendemos que las políticas educativas son diferentes en todo el mundo. Que responden a las propias especificidades de cada nación; al tiempo que asumimos que la administración del   sistema educativo debe fomentarse y desenvolverse como Política de Estado y no como instrumento ideologizante provechoso de los gobiernos.

No hay excusa que valga para quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la academia; pretender escurrir el obligado debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas miradas por el futuro de la Escuela y la Educación en Venezuela.

Parece un atrevimiento teñido de audacia que escrutemos a la Educación desde sus interioridades. Eso es lo hermoso, aunque produzca vértigos. Quiénes más sino nosotros para reconocer, luego de cualquier diagnóstico descarnado, que nuestra Escuela, ampliamente considerada en sus distintos niveles y modalidades, ha devenido en una estructura-institución desacoplada de las realidades, desactualizada para los presentes y exigentes    tramos epocales.

La pandemia ha develado bastantes carencias de planificación, programáticas y metodológicas de nuestra Escuela. Reconozcamos con honestidad que la dinámica de realidades externas (las tecnologías de la comunicación) lleva un ritmo de aceleración superior en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos. Así la Escuela muy poco aportaría para propender a la sociedad de la creatividad y la innovación.

No es suficiente una declaración oficial –que luce señuelo electoral—, y que   según este vocero todo viene dado para fortalecer nuestro sistema educativo: “…El 93% de escolaridad en Venezuela ratifica la inclusión del pueblo en un sistema educativo público, humano, liberador, gratuito y de calidad. Las misiones educativas avanzan en el marco del Plan de la Patria 2025…”

El enunciado anterior constituye un aseguramiento del gobierno demasiado grueso; por tanto, se requiere metabolizarlo para darle su justa respuesta y lugar.

 La Escuela no está para demagogias ni babosadas.

Una de las premisas que hemos sostenido, quienes abrigamos nuestras esperanzas de transformación de las sociedades a través de la Escuela y la Educación, estriba en que no basta enseñar, aunque sea rápidamente (para cumplir metas), hay que hacerlo también sólidamente.

En vez de palabras, sombras de las cosas, nos atrevemos a añadir que lo que hace falta en las Escuelas es el conocimiento de las cosas mismas. Vivenciar las realidades.

Innegablemente que la incorporación de todos los elementos y modernidad tecnológica comportan un recurso necesario, en estos tiempos, pero no es suficiente.

Valoremos además que la indelegable presencia del docente, educando con amorosidad (Maturana, dixit), señala y marca los destinos de los estudiantes desde el preescolar hasta la universidad.

Cuántas veces el docente puede ahorrarle al estudiante, de cualquier grupo etario, años de sufrimiento y frustración sólo con una palabra amable, un gesto de identificación, la ubicación en su mismo plano de aprendizaje, con orientaciones oportunas y eficientes.

Pero también, prestemos atención a lo siguiente: un educador con la autoestima baja, mal remunerado como el nuestro, tanto en dinero como aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros lo que él mismo está necesitando como el aire que respira.

La Escuela debe estar comprometida con la sociedad. Participar, sin limitaciones y con   sentido crítico, a aportar soluciones constructivas a los problemas que   afecten significativamente su contexto.

 

 

 

 

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