lunes, 16 de mayo de 2011

      
SIEMPRE CIUDADANOS. JAMÁS SÚBDITOS.
                         Dr. Abraham Gómez R.                 
 “Si uno desea comprender nuestra época
si se quiere captar los contornos de la socialidad
(re)naciente, se tiene que admitir que el individuo
y en individualismo teórico o metodológico
que le sirve de racionalización, ya no está vigente”
MICHEL MAFFESOLI. La transfiguración de lo político.
La tribalización del mundo posmoderno. Pág. 207

Los seres humanos tenemos un destino inexorable: estamos obligados a vivir juntos. A muchos les resulta complicado con-vivir, cuya más amplia acepción vendría a significar “tejerse a la piel del otro”. Con-vivir comporta mucha más admiración que llenar de personas un espacio territorial o asentar a una considerable porción de gente en un lugar determinado para que satisfaga, conforme a las circunstancias, sus necesidades existenciales.
Admitamos que somos seres humanos con nuestros instintos y aprendizajes. Que estamos “condenados” a compartir. Com-partir para reencontrar en un crisol, a pesar de las especificidades, lo que en realidad sabemos con anticipación es diverso. Compartir qué. Compartir: espacios, motivaciones, emociones, sensibilidades, valores, conocimientos, normas. Cuando hacemos nuestro el principio y la condición de educabilidad, en procura de una sociedad vivible, trazamos reglas y cuidamos los desempeños porque todos los entes colectivos son seres vivos, por tanto propensos a sufrir enfermedades (…) a padecer de alguna sociopatología. Tal vez sea la cultura el factor-vector de mayor importancia que nos vincula como sociedad. La cultura en tanto expresión humana con sus mitos y ritos que  a veces por incomprensibles son cuestionados. La cultura generadora permanente de diferenciadoras posiciones ideológicas, con sus cargas axiológicas, con sus costumbres narrativas, propiciadora de las indispensables pulsiones y tensiones. En fin,  todo este andamiaje nos confiere idiosincrasia y (a lo mejor) suficiente piso identitario. Con escasa seriedad algunos sostienen que nada tiene que ver el  hombre político (el antrophos zoon politikon) con el hombre pensante (el  antrophos zoon logos echon). Es decir que una cosa es arreglar los asuntos de desenvolvimientos en la polis (la conformación y ejercicio de gobierno, por ejemplo) y otra muy distinta consiste en reflexionar-elucidar.  Consideramos que tal tesis carece de algún asidero. Veamos por qué. Si la razón (logos) sirve de asiento a la polis, y  en ésta a su vez descansa el modo de pensar, cómo puede una parte del cuerpo social reñirse con la otra y marcarle distancia. Dicho de otra manera: pensamos de acuerdo con “nuestro-mundo-de-vida” y éste último fija nuestras ideas.
Algunos otros detalles para seguirle entrando a esto. Las sociedades avanzan o retrogradan según como piensen los ciudadanos que la componen, así como manifiesten éstos también su modo de ser, generen y difundan la cultura. La edad de piedra no se acabó porque se agotaron las piedras sino porque quienes vivieron en esas sociedades sintieron el impulso arrollador de progresar. Hoy con el inmenso caudal de tecnologización a quién se le ocurriría regresar a la época cavernaria o al trueque. Hoy, cuando en el mundo entero se reconocen y  constitucionalizan los Derechos Humanos como prerrogativas y principios de aceptación universal de las personas que garantizan jurídicamente su dignidad en su dimensión individual, social, material y espiritual frente al Estado, a quién se le antojaría replicar las ideas de Hobbes, del siglo XVII, que la soberanía de los seres humanos, por alcanzar nunca la suficiente madurez, estaban obligados a delegarla indefinidamente en un ente jurídico-político llamado Estado para que tutelara los comportamientos sociales y evitar que “el hombre sea el lobo del hombre”. A veces tenemos más preocupación por arreglar los problemas de las urbes (asientos físicos-patrimoniales de las ciudades), desde lo cual asumimos una especie de pacto de urbanidad, un trato anónimo, impersonal, distante, consuetudinario. Mientras que la condición de ciudadanos, originada en las cívitas, se genera cuando asumimos concientemente la civilidad al intercambiar modos de ser. Cuando damos manifestaciones afectivas, demostraciones de pertenecer y querer tal socialidad, y en consecuencia obtener los debidos reconocimientos por parte de la comunidad natural. Debemos saber leer los signos sociales de nuestra cívita.