viernes, 30 de marzo de 2012


SOCIALIZACIÒN DE IDIOTECES
                                  Dr. Abraham Gómez R.

Al que le va todo bien, no ha terminado de ponerse
a pensar nunca, porque no le hace falta. Pensamos cuando
de pronto algo no funciona, cuando algo nos despierta.
Una pesadilla nos  ayuda a pensar. Entonces recurre a  la filosofía,
el que está estremecido por un fracaso, por una derrota, por un horror.
La filosofía es la herramienta que siempre nos permite, en definitiva,
cuestionarnos.
FERNANDO SAVATER. La Aventura de Pensar.2008

Parece un atrevimiento  teñido de audacia que escrutemos las condiciones psicosociales del país  desde nuestras  interioridades como nación. Eso es  hermoso en un estado de derecho. Aunque produzca vértigo. Quiénes más sino nosotros, demócratas de convicción, para aproximar un diagnóstico descarnado o por lo menos para re-conocer que lo que se está viviendo en la actualidad desborda cualquier cosmética cuya intención sea la de  sesgar o  torcer lo que resulta completamente evidente. Todo cuanto uno observa y analiza a partir de un escenario ideológico distante,  percibe que las externalidades llevan un ritmo de develamiento  rápido, todo se vive y descubre con prontitud. Valga añadir hasta para  la construcción de conocimientos. La realidad impone cierta velocidad ante la cual debemos ubicarnos a tono  Uno observa con perplejidad que quienes se dicen comilitantes del actual régimen huyen de las tareas de autocríticas, menos  aceptan que se les diga que las muy pocas diligencias practicadas para el crecimiento de las ideas y la organización partidaria  únicamente  han tenido escasos resultados hacia adentro. Cómo calificamos entonces esto: una estructura dirigencial devenida endogámica. Hay un vaciamiento de criterios. Esos  hechos nos aligeran a  enarbolar orgullosamente  nuestra lapidaria expresión jamás  habrá justicia social si el principio rector para tal ejercicio político  provenga de la sumisión; así tampoco cuando admitan que patria y partido conforman “la misma cosa”, ni en el momento en que hagan saber  que no hay diferencia alguna entre Estado y gobierno. Que les da lo mismo si hablan de nación y de proceso, como  además son idénticas, en estas claves de bajezas y confusiones provocadas, cultura e ideología. Que quien participe en el “socialismo del siglo XXI” acepte sin discusión  que cuando pronuncie solidaridad renuncia ipso-facto al pensamiento crítico y a sus   propias consideraciones. No son más, decimos nosotros, que sustratos de indignidades, por cuanto la dignidad se explica en buena medida por la autonomía intrínseca e inherente del ser humano. Pues  “sólo el que sabe gobernarse así mismo según su principio racional resulta señor de sus acciones y en consecuencia, al menos parcialmente, un sujeto libre, es un ciudadano”. La dignidad se basa en el reconocimiento a  la persona de ser merecedora de respeto. La dignidad propugna  tolerar las diferencias para que afloren las virtudes individuales con lo cual se refuerza la personalidad, se fomenta la sensación de plenitud y el equilibrio emocional. La práctica política, aunque orientada a la formación ideológica, al ejercicio del poder, para la toma de decisiones en procura de un objetivo no implica, obligadamente, que quien haga política  de entrada deja hipotecada su dignidad. Menos en un sistema político que se precie ser en esencia socialista. Las definiciones y desenvolvimientos de regímenes socialistas han tenido sus variaciones y matices a lo largo de la historia. Hay quienes se atreven a apuntar que ni socialismo ni comunismo propiamente tales hemos tenido hasta ahora. Sin embargo insistimos en señalar que mientras vinculemos socialismo, conforme a su doctrina, con la búsqueda del bien común, con la distribución de la riquezas, con la igualdad social (que no igualación) y con la participación regulatoria del Estado en las actividades socio-económicas, bastan estas premisas  para concederle  al socialismo, como sistema de pensamiento y acción, un prominente basamento de dignidades, bien lejos de lo que atravesamos en estos tiempos aciagos en el país.

martes, 20 de marzo de 2012



                         HACIA   UNA   RARA  MITAD (II)

Dr.  Abraham Gómez R.
Doctorado en Ciencias Sociales UCV
abrahamgom@gmail.com
                                           
Si insistimos en tratar de comprender el significado ético de la Política en estos tiempos que corren, seguro nos quedaremos  perplejos y con demasiadas incertidumbres. Las observaciones que intentemos, aunque sea por curiosidad, para develar los otros modos en que se ha transfigurado lo político ahora se quedarán  pequeñas. No tanto porque los escenarios se muestren a veces impenetrables, sino también porque cosas que parecían inimaginables son comunes y corrientes, y “legitimadas” con la mayor naturalidad. No sólo impactan, también espantan. Hay displicencias a borbotones. Actitudes tan rampantes que uno se queda loco. Estamos viviendo en una especie de Estado de Excepción permanente. Lo cual tarde o temprano cobrará sus deplorables consecuencias, tanto para las complicidades activas como para los silencios cobardes. Increíble que en nuestro país se ha reeditado el Homo Sacer: enigmática figura del Derecho Romano arcaico que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y que su liquidación no constituye  delito alguno. Lo que Agamben denomina “la nuda vida” o vida desnuda. Teniendo a alguien en carácter de Homo Sacer vale muy poco su existencia humana, por cuanto está despojada de todo patrimonio y consideración política, de todo sentido ciudadano. El Homo Sacer queda desguarnecido de su civilidad. Un paria, pues. En  cualquier intersticio está la lupa oficialista para ejecutar “las biopolíticas contemporáneas”, es decir, un control político sobre nuestras vidas. Para imponerle a la ciudadanía hasta la manera de sentir y pensar. Nos están conduciendo, a través de una teoría sombría, a renegar de nuestra condición de ciudadanos y al tiempo admitir que somos instrumentos dados y aprovechables para los más disímiles experimentos sociales e ideológicos. Los aparatos tradicionales de control y  de sometimiento están conectados a mecanismos paraestatales que persiguen, apabullan y despojan a los individuos de todo derecho y posibilidad jurídica. Hay una paradójica disposición a justificarlo todo dentro de la Constitución y las leyes, aparejado a la genuflexa entrega del resto de los poderes del Estado. Es una rara mitad. Dicen que no cometen delito alguno ya que todo se hace, según los detentadores del poder  “dentro de las normas vigentes”. Precisamente porque el socialismo se centra en el desarrollo humano delezna de las sociedades estatistas donde las decisiones se imponen desde arriba y donde toda iniciativa es potestad de funcionarios del gobierno o de los cuadros de vanguardias que se autoreproducen. El socialismo rechaza como suyas las improntas populistas o militaristas. Además socialismo no es totalitarismo: la supresión radical por parte del poder de las actividades de los ciudadanos  libres para mirar y valorar al mundo. Porque los seres humanos somos diferentes y tenemos distintas y muy variadas necesidades y habilidades. El desarrollo por definición requiere  del reconocimiento y respeto de las diferencias. Desarrollo es la libre posibilidad de manifestar las múltiples potencialidades de los seres humanos.
Deseamos construirnos y constituirnos desde el pleno despliegue de las potencialidades  creativas de cada quien, donde se propugne el beneficio de todos, con plena solidaridad humana. Sin posturas hipócritas o utopismos anacrónicos. Ya no se trata de desempolvar rancias nomenclaturas: de izquierda o de derecha, con la intención de reetiquetar las corrientes del pensamiento. Experiencia de lamentable recordación. A propósito Zizek lo declara con crudeza “la izquierda no representa en estos momentos una alternativa positiva”. El asunto diríamos entonces no se trata de una recomposición de la cartografía de las categorías sociopolíticas, sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos en la sociedad de que se trate. El asunto estriba en reivindicar a la ciudadanía, sin expropiarle su integral condición.