miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA  REVOLUCIÓN DEL “COMO  SI”
Dr. Abraham  Gómez R.                                                    
Doctorado en Ciencias Sociales UCV
        abrahamgom@gmail.com                                                 
                                                            
Entre el crítico más osado que afila con  agudeza  los juicios y quien anda por ahí sólo mirando pasar las cosas queda tejida una común conclusión: el desbarajuste ideológico de este Proceso. Hasta ahora no encuentran sustentación ideológica que les sirva de piso.
Los teoricistas del régimen en el afán de acomodarle algo de soporte doctrinario a la transición han agotado, prontamente, las canteras de ideas socio-políticas. Hoy acuñan una idea, mañana dicen lo contrario.
Al inicio ningún recato tuvieron para hacer aparecer como digerible, en las primeras de cambio, un híbrido entre Marx y Bolívar. El mundo entero tiene pleno  conocimiento del desprecio que sentía el autor y divulgador del Materialismo Histórico por nuestro Libertador. Una prueba de lo aquí afirmado está contenida en la carta fechada el 14 de Febrero de 1858 dirigida por Marx a  su carnal  y financista Engels. Para entender la ruindad del hijo de Tréveris, basta sólo esta perla: “me hubiera pasado de la raya si presento a Bolívar como un Napoleón I. Bolívar es el verdadero Soulouque. Es un canalla, cobarde, Brutal y miserable que mandó a fusilar a Piar bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra su vida y aspirado al poder supremo…”. Cómo le echaron imaginación  los pensadores de la izquierda tarifada  para hacer creíble este betumen ideológico. Rebuscaron bastante argumentación por todas partes para que al final se vieran las costuras de un tejido que la realidad nuestra se encargó de desbaratar. Bolívar, el Padre Libertador, no admite remiendos.
Figurarnos la posibilidad de una revolución bolivariana asentada en las ideas del escribidor de El capital luce, por mucha dialéctica que le pongamos: incongruente e intragable. Marx calificaba al  Padre de la Patria con los idénticos elementos categoriales que utilizaba para referirse al  dictador haitiano, de esa época, arriba nombrado, quien surgió de entre los esclavos para cometer fechorías contra su propia gente.
Obligados por el dedócrata, hubo que virar y seguir buscando. Los pujadores del ideario  han tenido que recomponer el pretendido    disfraz ideológico   ante tamaño despropósito. Al  quedar descubierta la patraña volcaron sus miradas hacia Mariátegui, autodenominado el                 “amauta”. Pero el  peruano, sacado de emergente, está demasiado impregnado de etnicidad. Desde sus adentros rechaza  cualquier réplica a su modo de pensar “no queremos que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo americano…”. Así pues que la iconografía a quienes pergeñan una doctrina para el proceso se les va apocando. Los márgenes de maniobra se pusieron chiquitos. ¿Qué va quedando por ahí? Se  preguntan en plan de corifeos…! El Che Guevara..! Responden, al tiempo que dilucidan ¡cuidado ¡ El Ché  resulta demasiado poroso para el pensamiento plural y de dignidad  de los seres humanos. Surgen como consecuencia, algunas precisa interrogantes: ¿Cuál  revolución; Cuál  transformación; Cuál  sociedad ideal; Cuál mundo mejor?. En nuestro país únicamente ha prevalecido, en los últimos años, la detestable militarización de los espacios naturales de la sociedad civil, con el agravante de pretender hacer tolerable tal engendro “como si” se tratara de una circunstancia normal y rutinaria. Que a fuerza de marchas y vestimentas  aspiran que la sociedad civil se trague la militarización. Ya hay suficientes evidencias de la abominación que causan los regímenes totalitarios-militaristas de derecha o de izquierda. Esta revolución, de extraño acuñamiento ideológico, aspira arreglarse en el todo “como si” hubiera una revolución. Los exégetas del proceso asumen la obligación, con su travestismo rojo, de propagar las bondades  del régimen “como si” a enjundiosos estudios estuvieran invocando, aunque la realidad los desmienta

viernes, 11 de noviembre de 2011

                     HACIA   UNA   RARA  MITAD (II)

                                                                                    Dr.  Abraham Gómez R.
                                                                   Doctorado Ciencias Sociales. UCV
                                                                                 abrahamgom@gmail.com

Si insistimos en tratar de comprender el significado ético de la Política en estos tiempos que corren,  la perplejidad y la incertidumbre asientan cualquier discernimiento en tal sentido. Las observaciones que intenten, aunque sea por curiosidad, develar los otros modos en que se ha transfigurado lo político ahora se quedan pequeñas. No tanto porque los escenarios se muestren a veces inextricables sino también porque cosas que parecían inimaginables son comunes y corrientes y legitimadas con la mayor naturalidad. Con displicencias, tan rampantes. Estamos viviendo en una especie de estado de excepción permanente. Lo cual tarde o temprano cobrará sus deplorables consecuencias, tanto para las complicidades activas como para los silencios cobardes. Se ha resucitado esa enigmática figura del derecho romano arcaico, el homo sacer, que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y que su liquidación no constituye  delito alguno. Lo que Agamben denomina “la nuda vida” o (vida desnuda), porque es la existencia humana despojada de de todo valor político, de todo sentido ciudadano. En  cualquier intersticio está la lupa oficialista para ejecutar “las biopolíticas contemporáneas”, es decir, un control político sobre nuestras vidas. Para imponerle a la ciudadanía hasta la manera de sentir y pensar. Nos están conduciendo, a través de una teoría sombría, a renegar de nuestra condición de ciudadanos y al tiempo admitir que somos instrumentos dados y aprovechables para los más disímiles experimentos sociales e ideológicos. Los aparatos tradicionales de control y  de sometimiento están conectados a mecanismos paraestatales que persiguen, apabullan y despojan a los individuos de todo derecho y posibilidad jurídica. Hay una paradójica disposición a justificarlo todo dentro de la Constitución y las leyes, aparejado a la genuflexa entrega del resto de los poderes del Estado. Es una rara mitad.
Precisamente porque el socialismo se centra en el desarrollo humano delezna de las sociedades estatistas donde las decisiones se imponen desde arriba y donde toda iniciativa es potestad de funcionarios del gobierno o de los cuadros de vanguardias que se autoreproducen. Menos aún. El socialismo rechaza como suyas las improntas populistas o militaristas. Además socialismo no es totalitarismo: la supresión radical por parte del poder de las actividades de los ciudadanos  libres para mirar y valorar al mundo. Porque los seres humanos somos diferentes y tenemos distintas y muy variadas necesidades y habilidades. El desarrollo por definición requiere  del reconocimiento y respeto de las diferencias.
Deseamos construirnos y constituirnos desde el pleno despliegue de las potencialidades  creativas de cada quien, donde se propugne el beneficio de todos, con plena solidaridad humana. Sin posturas hipócritas o utopismos risibles “el desarrollo de todos los poderes humanos como un fin en sí mismo”.
Ya no se trata de desempolvar rancias nomenclaturas con la intención de reetiquetar las corrientes del pensamiento. Experiencia de lamentable recordación. A propósito Zizek lo declara con crudeza “la izquierda no representa en estos momentos una alternativa positiva”. El asunto diríamos entonces no se trata de una recomposición de la cartografía de las categorías sociopolíticas, sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos en la sociedad de que se trate. El asunto estriba en reivindicar a la ciudadanía, sin expropiarle su integral condición.



                                                

sábado, 5 de noviembre de 2011

“Historias” con fallas de bordes
                              Dr. Abraham Gómez 

Las cosas perfectas son las que se acaban.
Y de las que vale el consummatum est. Se
clausuran sobre sí mismas. Nos cierran graciosa y
reverentemente las puertas. Y nos tenemos que salir.
No es un insulto es un honor que se le hace.
Lo que no podemos hacer es aguantarnos:
híbridos, algarabías y galimatías.
JUAN DAVID GARCÌA BACCA. Ensayos y Estudios.2004

Hay muchas maneras de comenzar un artículo de esta naturaleza, la más obvia sería tal vez  cayendo en la tentación de escindir los escenarios. Parcelar las cosas, para asumir posición en una especie de  cuadrículas ideológicas, donde cada quien se aposenta, cuyos estatutos son inviolables. Así entonces, estás obligado a ubicarte: si eres de izquierda o de derecha. Las categorías de análisis para tal asunto son exclusivamente asignadas, según corresponda. Pero uno puede también volverse herético y ejercitar otro modo en apariencia lógica de entrarle. Tal atrevimiento consistirá, para empezar, en mandar toda esa “parafernalia socio-política” bastante largo al cipote. Dársela uno de cimarrón epistemológico. Aproximar algunas teorías de la historia actual basadas en nuestras propias consideraciones  vivenciales. Bajo tal recorte será poco menos que  fastidiosa una  discusión que intente dilucidar cómo nacen, quiénes las enuncian y  hacia dónde giran las ideas, para que vayan teniendo su respectivo etiquetado. En una arbitraria simplificación diremos que  los términos Izquierda, Centro y Derecha previa a la Revolución Francesa no poseían mayores connotaciones. Era contenido gramatical y nada más. Bastó la decisión de los diputados a la Asamblea Nacional Constituyente, en esa gesta del siglo XVIII, de distribuirse los asientos en el recinto parlamentario, conforme a su voluntad, para que Izquierda, Centro y Derecha dejaran de ser sólo vocablos de uso común y adquirieran de suyo aplicación política. Trasunta un juego azaroso en la construcción inicial de las categorías devenidas, y que han llegado hasta nosotros. Entonces, hay subyacente una exquisita lúdica, por la motivación cómo aparecieron y  vinieron cobrando fuerza ideológica los espacios políticos en estos tiempos que corren. En sentido similar añadimos que aquellas transformaciones económicas surgidas en Inglaterra  que recibieron la denominación –discutible por no pocos—de Revolución Industrial influyeron en las relaciones sociales con la aparición de dos clases neta y crecientemente diferenciadas: los burgueses capitalistas, propietarios de los medios de producción y las masas de trabajadores-proletarios que recibían un salario por la energía física aportada en el proceso productivo, cuyas condiciones de vida eran precarias. Para entonces: aumento de inversiones y acumulación de capitales constituían la nota  y la lógica característica de esa sociedad. Sin embargo, no se dio allí la Revolución Comunista, como lo vaticinaba Marx. Por  esa línea disímil  de lucha histórica-política el Liberalismo carga también lo suyo. El liberalismo no puede ser concebido o definido en tanto producto de una clase política particular ni como resultado histórico específico. El Liberalismo no admite ser reducido a un simple defensor del capitalismo, ni debe ser confundido, sin más, con lo que conocemos como economía de mercado. Las corrientes del pensamiento que han acaparado y se han  autoasignado el cognomento de “progresista” nacieron y se nutrieron en las fuentes del liberalismo. Porque encaraban con severidad los conservadurismos, los continuismos y han estado  en permanentes auspicios de los regímenes libertarios. Sin avergonzarse, no hay por qué. El liberalismo asienta  con suficiente razón y justificación en esta etapa contemporánea por cuanto  a partir de él somos liberales en la medida en que favorecemos las formas de gobiernos democráticos y la promoción de sociedades abiertas. Ha habido una pretensión de sesgar arbitrariamente el liberalismo hacia una ideología de derecha. En una trama de omisiones y  ocultamientos. Por ejemplo, se separa artificialmente el liberalismo económico del liberalismo político. Se le adosa al liberalismo una propuesta anti estatal lo cual nunca ha sido su objeto teórico-práctico.