viernes, 22 de julio de 2016

Estado de la lengua en Venezuela VI
Responde Horacio Biord Castillo




Siete preguntas conforman la serie, que dio inicio ayer. 12 intelectuales y escritores han respondido a las preguntas formuladas. El lector está invitado, desde el 17 hasta el 28 de julio, a seguirla diariamente en la página web de El Nacional
NELSON RIVERA22 DE JULIO 2016 - 12:01 AM
―¿A la crisis venezolana, se corresponde una crisis de la lengua en Venezuela? En otras palabras: ¿cuál es el estado en nuestro país, de la lengua en uso?
―Responder esas preguntas requiere una precisión de gran relevancia para comprender la situación no solo de Venezuela, sino de toda América Latina y acaso de gran parte del mundo. ¿A qué lengua nos referimos?
En Venezuela se hablan muchas lenguas, la mayoría de ellas en penumbra, como las lenguas indígenas, el alemánico de la Colonia Tovar y El Jarillo, las lenguas criollas de Güiria y El Callao, diversos idiomas traídos al país por inmigrantes recientes o lenguas coterritoriales, además de las distintas variedades de español que se emplean en el territorio de la República.
Esta precisión no solo tiene un valor sociolingüístico, sino político, en su más amplio sentido. Hablar de una lengua en singular absoluto por más que se refiera a la lengua mayoritaria no solo constituye una imprecisión lingüística, sino, aún más grave que ello, se trata de la manifestación de una terrible ideología que ha dominado por más de siglo y medio la legitimación del estado nacional.
El hecho de que una de las instituciones más antiguas del país, como lo es la Academia Venezolana de la Lengua, no incluya en su denominación el calificativo de Española, se debe a la ideología lingüística imperante en el momento de su fundación (1883) y a sentimientos ambivalentes sobre la herencia colonial. La propia corporación está consciente de esto y paulatinamente lo ha tratado de contrarrestar desde hace muchas décadas. Recordemos que aún en nuestro país se prefiere hablar de castellano en vez de español (como sucede en la educación primaria y secundaria frente a lo que ocurre en la educación universitaria, por ejemplo).
Esa misma ideología y contenidos asociados a ella han condenado a la invisibilidad social a grandes sectores de la población, han desmerecido sus manifestaciones culturales y han servido para afianzar sentimientos de racismo, discriminación, endorracismo y neocolonialismo. Esos fenómenos, ocultos debido a la fuerte ideología de la supuesta igualdad y la democracia mal entendida, dominante al menos entre 1940 y 1990, han contribuido a generar un rechazo hacia ciertos proyectos políticos como la democracia representativa y han abonado la adhesión a otros de carácter populista y autoritario. Si no, sería difícil entender el auge inicial del chavismo. Hablar en singular es, pues, condenar una gran diversidad sociocultural y lingüística (no solo en Venezuela, sino en Hispanoamérica, Iberoamérica y el mundo).
En Venezuela, las lenguas indígenas han recuperado visibilidad social en los últimos treinta años (desde, al menos, el decreto 283 sobre educación intercultural bilingüe del 20 de septiembre de 1979 del presidente Luis Herrera Campins). La Constitución vigente y otras leyes recientes (como la Ley Orgánica de Pueblos y Culturas Indígenas y la Ley de Idiomas Indígenas) estimulan su uso y le otorgan un carácter oficial a esos idiomas. Sin embargo, ello por sí solo no es suficiente para ganar un aprecio social y fortalecerlos como códigos lingüísticos.
En el caso del español en nuestro país, me temo que se esté produciendo una fuerte diglosia (o uso diferencial de dos formas de la lengua). En este caso, encontramos dos variedades: una formal, más cercana a la lengua estándar usada en la educación, la vida académica y la esfera administrativa; y otra más coloquial, que ha ido ganando terreno y que pudiera dificultar el rendimiento académico y desempeño profesional de muchas personas (con frecuentes incorrecciones como la confusión de la morfología verbal enestábanos por estábamos; arcaísmos no normativos como haiga por haya; empleo incorrecto del auxiliar ser por haber en fuera ido por hubiera ido; intercambio de las líquidas: arbañal por albañal o arcaldíapor alcaldía; además del uso de innumerables expresiones muchas de ellas anteriormente tabuizadas y ahora desemantizadas –como las groserías– tal cual ocurre en las frases “vino un carajo y dijo…” o “loscarajitos se quedaron en la casa”). Si bien esas formas dan cuenta de la evolución de la lengua y su estado actual, también pueden ser interpretadas como evidencia de una variedad subestándar en expansión que profundizaría diversas formas de discriminación social.
―Los estudiosos señalan que una de las consecuencias, derivadas de la lengua totalitaria, es la alteración del vínculo de las personas con lo que llamamos verdad: con los hechos y con la lógica de los hechos. ¿Ha logrado la lengua del régimen y sus prácticas, alterar la percepción de la realidad por parte de los ciudadanos?
―Toda lengua funda la realidad y todo uso lingüístico sesga la percepción de lo empírico. Se trata de un complejo fenómeno cultural, simbólico e ideológico, en sus más amplios sentidos, largamente estudiado desde la célebre hipótesis Sapir-Whorf. Más allá de las diferencias entre culturas, el lenguaje de las elites puede citarse como ejemplo.
El discurso del poder, por su parte, busca legitimarse y justificarse. En Venezuela, desde la década de 1990 al menos, muchos ciudadanos se sintieron incluidos socialmente y empoderados por un discurso que en sus inicios buscaba promover la participación popular y deslegitimar un régimen u orden de cosas que se consideraba contrario a ese fin de supuesto protagonismo social. Por supuesto, hay que cuestionarse los significados de “popular” y “pueblo” en ese discurso, pues connotan una precalificación de las realidades a las que intentan designar: un pueblo y un sentimiento popular solo en sintonía con una ideología, con un pensamiento, con una manera de entenderse a sí mismo y de entender al mundo y a los otros. El lema populista, autocrático y militarista del politólogo argentino Norberto Ceresole para referirse a Chávez y al proceso político venezolano lo describe muy bien: “caudillo, ejército y pueblo”, como entidades identificadas y transitivas en un proyecto nacionalista y autoritario: elcaudillo tiene el apoyo del ejército para defender al pueblo, a los que ambos pertenecen y del que el caudillo es su mejor intérprete. Un discurso con tales énfasis hizo que muchas personas lo adoptaran y se identificaran con él.
En apoyo a lo anterior, puedo citar frases como las siguientes que he ido recogiendo durante los últimos años: “no puedo votar contra mi país” para justificar un hablante que votaría sí en el referendo aprobatorio de la Constitución el 15 de diciembre de 1999; o “no puedo hablar mal de mi país ni permitir que se hable mal de él” para evadir una evaluación crítica de la economía venezolana, aunque en el mismo acto de habla se argumentaba como válido y necesario que una persona cercana al informante –llamémoslo así– migrara a otro país de manera estacional para obtener una ganancia convertible a dólares que le permitiera enfrentar la inflación venezolana (esto fue en 2013). Otros ejemplos tienen que ver con el uso, evidentemente ideologizado, de términos y categorías como “pueblo”, “pobres” y “ricos”, más empleados en la lengua coloquial que otros como “imperialismo”, “guerra económica” o “derecha”, más cercanos, en cambio, a un análisis político.
Durante la campaña del referendo revocatorio de 2004 se utilizaron unos lemas muy engañosos, como esos de “hoy obrero, mañana ingeniero”, “hoy artesana, mañana médico” u otros similares. Son doblemente engañosos: primero, porque no constituye vergüenza ni demérito ejercer de manera honesta y eficiente un determinado oficio; y, segundo, porque un profesional con conocimientos sólidos no se produce en poco tiempo, sino que se requieren al menos entre 15 y 20 años de escolaridad y estudios sistemáticos. Estos, por supuesto, deben hacerse sin negar ni menospreciar saberes y haceres tradicionales, que también requieren años de dedicación para aprenderse cabalmente y aprehenderse su práctica de manera integral. Si no, que lo digan los chamanes indígenas en su doble rol de mediadores ante lo sagrado y practicantes de una determinada medicina, los campesinos y agricultores, los llamados cultores populares y los artesanos más reputados.
―Chávez puso en práctica el uso reiterado del insulto a sus oponentes. ¿Cree que los insultos del poder deben responderse en los mismos términos?
―Los insultos y la violencia solo generan más agresividad. Es muy difícil superar el actual discurso de descalificación y las ofensas reiteradas, pero creo que ello resulta cada vez más necesario e impostergable. Una escalada de intimidación y agravios sería terrible para el diálogo, el entendimiento y la restauración de un clima de concordia. Se requiere más miel que vinagre. Más comprensión y buenos modales que incomprensiones y desplantes ayudarían mucho en la actual circunstancia del país. Aunque un grupo político o un dirigente sean más agresivos que otros, el llamado a la cordialidad y a la educación es para todas las facciones y personas enfrentadas.
No debe olvidarse tampoco la violencia simbólica, separándola de la física y la verbal, como una manera de insultar al otro, de desmerecerlo, de restarle visibilidad y pertinencia a sus actuaciones sociales. Por ejemplo, el discurso colonial estaba lleno de esa violencia simbólica, de desmerecimiento al sujeto colonizado. Otro tanto sucede con la implantación de un pensamiento único, de una ideología excluyente. En el siglo XX, el nazismo y el comunismo, así como los nacionalismos militaristas y el fascismo, son buenos ejemplos de violencia simbólica (aunque no solo simbólica, desde luego). Similares resultan los fundamentalismos religiosos actuales, a pesar de que puedan tener una historia y una causalidad coloniales.
―¿Hay algún insulto, afirmación, eslogan o acusación lanzada por el régimen de Chávez y Maduro que le haya afectado personalmente?
―Todo el discurso del poder desde 1999 me ha parecido muy agresivo, aun en materias en las que pudiera estar de acuerdo (como el empoderamiento y la promoción de sectores excluidos y sujetos subalternos, así como la defensa de la sociodiversidad). No solo el discurso en sí mismo, sino el metadiscurso y los metalenguajes (los gestos, los contextos, los ornamentos y símbolos, la iconografía) me parecen poco amorosos o bonitos, como gustan calificar los sectores oficialistas al proceso que dirigen. Puedo entender que muchos de estos aspectos sean marcadores de énfasis, pero un discurso menos agresivo resultaría más convincente y generaría menos suspicacias o alienación.
Esa agresividad siempre me genera dudas sobre la construcción de la sociodiversidad a partir del poder y un Estado autoritario, ya que existe una contradicción entre el pensamiento único o las ideologías excluyentes y la defensa y promoción de la democracia, la pluralidad y la diversidad sociocultural, lingüística, religiosa y sexual, entre otras.
―Deseo pedirle que comente la frase que sigue a continuación, copiada de la cuenta oficial de Twitter del Ejército: “La lucha por la independencia continúa, Bolívar galopa con su espada desenvainada”.
―Esa frase alude a otra muy empleada en estos años (algo así como “La espada de Bolívar camina por América Latina”). Es un buen ejemplo de un discurso militarista y en nada civilista. Además constituye una distorsión del pensamiento de Bolívar, encerrado en sus propias contradicciones vitales. Lamentablemente la muerte se llevó al Libertador muy temprano y no logró vivir con plenitud una época civilista, posterior a la Independencia, a la que hubiera sin duda hecho grandes contribuciones, una vez concluida la beligerancia de la emancipación política.
Además del propio Bolívar, nos hace falta revisar figuras tan prominentes como Santander y Páez (a quienes cito de primeros por todo el descrédito del que han sido objeto por buena parte de la historiografía nacionalista), como Urdaneta, Bello, Miranda, Vargas, Mariño y Acosta, aunque este último sea posterior. En todo caso, los lemas militares y militaristas siempre me han resultado no solo afectados sino simplistas y poco significativos, como ese de “Volver a Carabobo”, empleado también por el Ejército, y aquel de la Guardia Nacional de “Trabajo, trabajo y más trabajo”, un tanto o más bien muy contradictorio (no por el mensaje en sí mismo, sino por la percepción social sobre los sujetos involucrados en él y sus reiterados abusos de poder).
La imagen de desenvainar la espada privilegia la violencia por encima del diálogo, el entendimiento y la diplomacia. Reafirma asimismo la guerra y el enfrentamiento. Por ello, en su momento, me parecía agresivo el lema de la gobernación del estado Bolívar, empleado en la temprana década de 1990, que rezaba “La gobernación que trabaja y lucha”. Quizá a mi percepción contribuían el diseño y los colores emblemáticos de los carteles. Sin embargo, debo reconocer que, a diferencia de otros gobiernos estadales y municipales, en ese caso no se le daba exceso de protagonismo al gobernador, lo que en casos contrarios ratifica la idea del caudillismo.
Denominaciones actuales en la praxis administrativa venezolana como “Unidades de Batalla” u otras semejantes, incluida esa de “Operación de Liberación y Protección del Pueblo”, refuerzan una idea belicista, que está en sintonía con la noción marxista de lucha de clases.
―¿Es legítimo el uso de la palabra traición en la opinión pública? ¿Hay quienes han cometido traición? ¿En qué sentido ha ocurrido?
―Una persona se puede traicionar a sí misma, incluso, a sus más caros y legítimos ideales. Un líder puede traicionar a sus seguidores si, ocultando quizá sus verdaderos intereses, se presenta como defensor de algo y en realidad busca otros fines, silenciados inicialmente por conveniencia política. Es el caso de dirigentes políticos, como Castro y Chávez, que al inicio de su carrera ocultaron su orientación ideológica marxista, por ejemplo. No era un detalle sino algo fundamental en sus proyectos.
Si estamos hablando de “traición a la Patria”, creo que se trata de una materia difusa y susceptible de ser interpretada ideológicamente. Quizá en tiempos de guerra o relaciones diplomáticas tormentosas se pueda identificar tal proceder en conductas que lesionan los intereses, difusos por ser colectivos, de un país. ¿Pero no sucede igual cuando un gobernante en nombre de sus ideas, proyectos e intereses compromete el bienestar de sus conciudadanos, pacta con agentes internacionales afectos a sus ideas, emplea en desmedro de la calidad de vida de los ciudadanos los bienes públicos y la riqueza para favorecer a sus aliados políticos (sean países, grupos o personas)? Es un tema complejo y creo que pudiera haber muchas formas de traicionar a la Patria, como subvencionar a un partido político extranjero pero afín ideológicamente en vez de comprar medicinas o insumos médicos para los hospitales.
Me parece inadecuado, empero, aplicar la idea de traición a la rectificación de un pensamiento o de las tesis de una ideología, lo contrario de ocultar algo con fines proselitistas. En todo caso, el empleo de la noción de traición, en el discurso político venezolano actual, parece no solo muy ideologizado sino tremendamente parcializado según los intereses coyunturales. Se emplea para descalificar sin más análisis, como a mediados del siglo XX se acusaba de “comunista” a quien defendiera la justicia social y los derechos de sujetos y colectividades excluidas y subalternas.
Finalmente, habría que distinguir entre la traición como una falta moral, relacionada con el plano axiológico, y la traición a la Patria imputable como delito en un determinado ordenamiento jurídico.
―¿Debe ser la lengua una política pública del Estado democrático? ¿Dirigida a qué objetivos?
Obviamente, cualquier Estado debe preocuparse por los hechos lingüísticos y promover políticas lingüísticas consensuadas y técnicamente fundamentadas. Gracias a una adecuada política y praxis lingüísticas, el Estado de Israel a partir de 1948 logró reforzar el uso del hebreo y su paso de lengua litúrgica en la que se había sumido a lengua oficial del país. La promoción de las lenguas indígenas y otros idiomas y variedades lingüísticas minoritarias requiere esa atención por parte del Estado. Igual sucede con el español como lengua mayoritaria en Hispanoamérica y en Venezuela, en particular.
Las políticas lingüísticas comprenden la promoción del adecuado uso de un idioma, su enseñanza como primera o segunda lengua (según el caso), el empleo de un discurso de conciliación y reconciliación y la superación de la diglosia o multiglosia como fenómenos que generan o refuerzan injusticias sociales, el racismo, la discriminación, la exclusión y hasta la pérdida lingüística (como en el caso de las lenguas indígenas). En Galicia, por ejemplo, parte de la política lingüística durante las décadas de 1980 y 1990 fue superar la vergüenza y prestigiar el uso social del galego.
En pocas palabras, una lengua, cualquier lengua, todas las lenguas, deben ser objeto prioritario de políticas lingüísticas, de planes y proyectos dirigidos por el Estado, en coordinación con las comunidades lingüísticas respectivas, técnicos e investigadores, universidades, instituciones y organizaciones no gubernamentales. 

(El Nacional, Papel Literario, edición electrónica, 22 de julio, 2016)

jueves, 14 de julio de 2016



ECOLOGÍA ABERRANTE DEL MILITARISMO (II)

Dr. Abraham Gómez R.

La más reciente decisión del presidente de la República de entregar el manejo de la crisis económica del país a un cenáculo militar, aparte de contrariar a nuestra Constitución Nacional demuestra el descalabro del oficialismo en la ejecución de Políticas Públicas.
Hasta algunos años resultaba impensable que podría imponerse en Venezuela los mecanismos caracterizadores de los regímenes totalitarios, cuya mayor esencia viene dada por la  descarada y siempre abominada pretensión de concentrar y controlar lo más  mínimos designios de los seres humanos. A esto lo categorizó Foucault como el biopoder. La determinación por parte de militares, en función de poder, de hasta lo que debes comer.

Si ya soportábamos la condición vergonzosa, con sello institucionalizado, de ver a militares mediocres ocupar los distintos ámbitos naturales de la sociedad civil, súmese desde ya este nueva hecho deleznable.

En cada ente de la administración pública, como caricatura de gerente de algo, hay un militar para cumplir (¿?) las funciones que ha aprendido: perseguir con miradas escrutadoras, informar a sus superiores, someter y obstruir cuando algún procedimiento sobrepase su capacidad interpretativa. Por tal camino pronto tendremos un trastocamiento de civilización: que definimos como las costumbres de los  naturales intercambios, las sensibilidades que nos vinculan a los otros, de los elementos culturales pertenecientes a los ciudadanos que los hacen compartibles en sus legítimos espacios.
Si la cosa sigue como va pronto hablaremos de cibilización (con b larga-bilabial), que denota cibus: capricho de cebar, engordar a la población (no precisamente de alimentos sino de desquiciamientos militaroides), al tiempo que  practican  los ensañamientos para quienes osen desmandarse del orden impuesto.
No por ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de los  ministerios de la administración pública conseguimos militares venezolanos y cubanos, con pobrísima formación universitaria para regir tales designios.
Mayor desprecio a los sustantivos principios de la Civilidad, de la ciudadanización no puede haber.
 En un régimen militarista no hay dialógica, menos discernimientos, confrontación intrínseca de ideas, de búsqueda de síntesis superadoras producto del esfuerzo conjunto.
El régimen militarista que flagela y acogota a nuestro país han venido conculcando los espacios para dirimir. Sólo auspician y promueven desde la oficialidad los foros de “los espejos”, donde ellos de ven con regusto, donde los epígonos del militarismo se deleitan  de lo que ellos mismos dicen y oyen, sin que nadie  se atreva a desbocarse en sentido contrario.
El TSJ se ha convertido en un redil obediente y sumiso.
A quienes tuvimos hasta ayer como serios intelectuales, con una densa formación académica han devenido en  defensores tarifados de las satrapías de hoy. Hay una indisimulada disposición  desde todas las esferas oficiales a  improntar con sesgos militaristas los diferentes modos de ser de la Civilidad venezolana.
 Los demócratas civiles y civilistas venezolanos rechazamos que pretendan  imponerle un tono marcial-militaroide a cada cosa: a la vida de los ciudadanos.
Los ideólogos del régimen vienen construyendo una gramática para intentar mencionar con otros signos lo que ya conoce la humanidad,  porque ha padecido sus atrocidades.
Los militarismos, sean de izquierda o derecha, desembocan en las peores calamidades por cuanto, como acto reflejo, su fin último es eliminar a los oponentes.
Al militarismo los antagonistas les resultan  incómodos y  execrables porque en la obtusa mentalidad de tropa no  hay posibilidad para valorar la cohabitación con los contrarios.

En los sistemas auténticamente democráticos la esencia es la tolerancia, sin en el mínimo rasgo cuartelario. Las conquistas que afloran en la Democracia se asumen pro-indiviso: corresponden a todos; por eso son hermosas, porque fue el resultado a partir de un disenso fértil.

sábado, 9 de julio de 2016



CONDICIÓN  DE  RARA  MITAD
Dr.  Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia  Venezolana de la Lengua                                                                                                         

Al tratar de comprender el significado ético de la Política en estos tiempos,  nos aborda  la perplejidad y la incertidumbre. A la Norma constitucional intentan acomodarla  a sus caprichos, con el mayor descaro. Tamaña sinvergüenzura se hace indigerible. A la Política la han metido en una franja oscura, de medias verdades. Han vuelto impenetrables los escenarios para discernir lo Político hoy. La torsión descarada que pretende darle  el oficialismo a toda regla social o jurídica  es común y corriente, y legitimada con la mayor naturalidad, con displicencias, tan rampantes.
Estamos viviendo en una especie de Estado de excepción permanente. Lo cual tarde o temprano cobrará sus deplorables consecuencias, tanto para las complicidades activas como para los silencios cobardes. Se ha resucitado esa enigmática figura del Derecho Romano arcaico, el Homo Sacer, que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y que su liquidación civil no constituye  delito alguno. Lo que Agamben denomina “la nuda vida” o (vida desnuda); porque es la existencia humana despojada de todo valor político, de civilidad alguna.  Arrancarle a la gente  todo sentido ciudadano y encuadrarla en un redil militaroide. Con cualquier añagaza jurídica aspiran taparlo todo.   Aspiran que los contenidos constitucionales, que tuercen a sus antojos, le legitimen todo.
 En  cualquier intersticio está la lupa oficialista para ejecutar “las biopolíticas contemporáneas”  (Foucault, dixit); es decir, un control político sobre nuestras vidas. Para imponerle a la ciudadanía hasta la manera de sentir y pensar. Nos están conduciendo, a través de una teoría sombría, a renegar de nuestra condición de ciudadanos, y al tiempo admitir que somos instrumentos dados y aprovechables para los más disímiles experimentos sociales e ideológicos. Los aparatos tradicionales de control y  de sometimiento están conectados a mecanismos paraestatales con asistencia, asesoría y la descarada intromisión del gobierno cubano; que persiguen, apabullan, y  aspiran despojar a los individuos de todo Derecho y posibilidad jurídica. Hay una paradójica disposición a justificarlo todo dentro de la Constitución y las leyes, aparejado a la genuflexa entrega de la mayoría de los poderes del Estado. Es una rara mitad. Tejen un clima ambiguo para conculcarle los derechos a la gente al amparo aparente de la Constitución y las leyes.
Esto no es socialismo; por cuanto, precisamente,  el Socialismo delezna de las sociedades estatistas, donde las decisiones se imponen desde arriba y donde toda iniciativa es potestad de funcionarios del gobierno o de los cuadros de vanguardias que se autoreproducen. Menos aún, porque el socialismo rechaza como suyas las improntas populistas o militaristas. Además socialismo no es totalitarismo: la supresión radical por parte del poder de las actividades de los ciudadanos  libres para mirar y valorar al mundo.
El desarrollo por definición requiere  del reconocimiento y respeto de las diferencias. Por qué, porque los seres humanos somos diferentes y tenemos distintas y muy variadas necesidades y habilidades.
Hoy no vale la pena desempolvar rancias nomenclaturas con la intención de reetiquetar las corrientes del pensamiento: o eres de derecha o de izquierda. Eso hace rato que se superó, por cuanto constituye experiencia de lamentable recordación.
El asunto, diríamos entonces, no se trata de una recomposición de la cartografía de las categorías sociopolíticas (de izquierda, del centro, de la derecha) sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos en la sociedad de que se trate. El asunto estriba en reivindicar a la ciudadanía sin expropiarle su integral condición. La vertebración a través de la cual debe discurrir la aspiración natural de los ciudadanos es su absoluta libertad.

                                                


sábado, 2 de julio de 2016



-- Denuncia el Dr. Abraham Gómez, una vez más--

    Nuestra soberanía vulnerada

Tucupita.-  Haciendo caso omiso al contenido y alcance del Acuerdo de Ginebra, documento cincuentenario que limita cualquier actividad de empoderamiento de recursos o inversión inconsulta en la Guayana Esequiba, Guyana continúa dando pleno protección legal y apoyo a la transnacional ExxonMobil, para que  explore, explote y comercialice con los recursos petrolíferos de nuestra Plataforma Continental, exactamente frente a la Zona en Reclamación: área de aproximadamente  159.500 Km2, que genera costas, que consideramos de Venezuela, con suficientes elementos probatorios que demuestran el vil arrebato que se nos hizo con el írrito y nulo Laudo Arbitral de París de 1899.
Denunciamos una vez más, sin que nos cansemos de hacerlo, que las labores de ExxonMobil han sido recurrentes en sus  estudios meteorológicos y oceanográficos en el Bloque Stabroek, que abarca la costa atlántica del estado Delta Amacuro. Además  los trabajos de perforación de evaluación, contemplan  perspectivas adicionales después de recibir los datos de una sesión de sísmica de 17.000 kilómetros cuadrados.
Menos la cancillería venezolana, todo el mundo se entera de lo que está haciendo  la citada  compañía estadounidense, la mayor empresa cotizada de petróleo y gas del mundo; la cual no tiene el menor recato de reconocer haber descubierto una “significativa” cantidad de petróleo en un segundo yacimiento que andaba explorando frente a las costas de Guyana, en un territorio reclamado por Venezuela.
En un comunicado apuntó el vocero principal de la transnacional que los resultados de la perforación realizada en el yacimiento Liza-2, el segundo pozo de exploración del bloque Stabroek frente a Guyana, “confirman un descubrimiento de primera categoría, con una reserva de recursos recuperables de entre 800 millones y 1,4 millones de barriles equivalentes de petróleo”.
Según el presidente de ExxonMobil, Steve Greenlee, las pruebas realizadas “confirman la presencia de petróleo de alta calidad procedente del mismo yacimiento arenisco de alta porosidad que vimos en el pozo Liza-1, completado en 2015”. Tamaño descaro que desafía y vulnera nuestra soberanía como Nación y Estado.
Nos llega la información adicional que en el pozo  Liza-2 también se encontraron más de 190 pies (58 metros) de yacimientos de areniscas petrolíferas en las formaciones cretácicas superiores. Un extraordinario potencial para la explotación sustentable a largo plazo.
Luego expone abiertamente este gerente “Nosotros, junto con nuestros socios, esperamos seguir manteniendo una estrecha colaboración con el Gobierno de Guyana para evaluar la fortaleza comercial de esta apasionante prospección”. Sin que hayamos leído, en ninguna parte, por lo menos una nota de protesta del gobierno  venezolano; algún reclamo serio sobre este vulgar atropello que se nos hace.

Tantas veces como sea posible y necesario, me permito insistir  que  el Acuerdo de Ginebra firmado el 17 de febrero de 1966, que acaba de  cumplir 50 años,  viene a ser el único instrumento jurídico vigente donde está vívida y plasmada la controversia y pone en tela de juicio lo que ellos han pretendido dejar sentada como “cosa juzgada”.
Lo más peligroso para nosotros en esta reclamación, a la luz del Derecho Internacional, es la Aquiescencia, es decir la permisividad de nuestros  gobiernos. La aquiescencia o consentimiento tácito para que Guyana haga concesiones a transnacionales para la exploración, explotación y comercialización de las riquezas de la región esequibana.
Ya es un hecho consumado la entrega inconsulta, displicente y descarada que hace Guyana a la empresa Exxon-mobil y 28 compañías más de distintas procedencias y nacionalidades, para que aprovechen los recursos petrolíferos, forestales, hídricos, energéticos en la zona que reclamamos con suficiente documentación.

Aunado al principio de Aquiescencia ya citado, tal vez resulte fácil a Guyana invocar, en tribunales internacionales, el principio de Estoppel en que ha incurrido este gobierno cuando hace constantes loas y conductas omisivas, que reconocen y legitiman con silencios cómplices el trabajo que adelanta la  parte guyanesa en conflicto con lo cual (in)directamente podría  quedar   anulada o desestimada la demanda.

viernes, 1 de julio de 2016



  ESTOPA  EN  LA GARGANTA
  Dr. Abraham Gómez R.
   Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua


En los tiempos que transcurren resulta impensable que alguien, por bastante osado que llegue a ser, pueda convocar (tal vez contaminar) a una multitud con sus ideas totalitarias y salir ileso.
Aunque la humanidad  venga de  padecer los horrores del holocausto, las conflagraciones mundiales, las excentricidades de los “iluminados, quienes se dicen ungidos para rescatar a la especie humana y re-crear un “hombre nuevo”; aún persiste en cualquier latitud el germen larvario de los regímenes atroces, sin mayores disimulos, que violentan y persiguen hasta la aniquilación  de la condición y la dignidad humana.
 A pesar de las contenciones jurídicas que los conciertos de países pactan y arreglan para someter los ímpetus deleznables, los detentadores de la ignominia política consiguen resquicios para regustarse al percibir que hay una “masa poblacional” que le prodiga adoración perpetua, in extremis. Dispuesta a entregar su vida en aras de concretar  un ente centralizador, que hegemonice la existencia de los ciudadanos, sus actuaciones por mínimas que parezcan.
Los distintos estudios que aproximan una taxonomía de la categoría Totalitarismo coinciden en algunas características indispensables para que propiamente logremos la calificación de un sistema socio-político de este tipo: cuando el Estado tiende a regimentar todo cuanto representen las relaciones sociales, que se suponen pertenecen más al orden de los ciudadanos. Al punto de hacer dependiente la civilidad de modo absoluto. Por añadidura el Estado ostenta rango preeminente tanto en el plano axiológico (los valores sociales serán siempre en función de la preservación de los intereses estatales), como en la estructura  de la sociedad, inclusive en los designios de cada individuo en particular. Lo que Foucault estudió en la década del setenta como el biopoder  hoy en día va haciéndose, en nuestro país más evidente. La vida y lo viviente constituyen los retos de las luchas políticas en la Venezuela contemporánea. Ha venido este régimen  haciendo uso de los manuales de medios típicos para el control ciudadano: acortamiento de las libertades, abierta o sibilinamente, de expresión, de información, taponar con crudeza y sin escrúpulos bocas y oídos para que no digan, para que no escuchen. Obturar las conciencias. Constreñir las libertades en el ejercicio de la educación, de la propiedad privada,  de producción, de comercio, de decisión de movilidad, de la participación social en condición de ciudadanos independientes. Todo en nuestro país pretenden sellarlo con los tintes de partido único, oficializado, a cuyo frente se construye la figura de un “jefe absoluto” con poderes ilimitados, siendo él mismo el superior jerárquico de la estructura estatal. Lo anterior anudado bajo la estricta vigilancia de un cuerpo civil-militar con una lógica y discurso cuartelario, aterrorizante; con la finalidad de asegurar la imposición sectaria de una ideología.

Los planos trazados por regímenes de idénticos talantes en el mundo nos permiten discernir  la cartografía en ciernes para preservarse ante cualquier contingencia. Que con seguridad vendrá. Tan pronto como los pueblos dejen a un lado las cargas de temor y se dispongan a hacer justicia por las muchas tropelías soportadas, por tantas actitudes ominosas padecidas. Habíamos pensado que con el derrumbamiento del Muro de Berlín también se hacía posible el descalabro estrepitoso de teorías anacrónicas (comunismos, socialismos de baja ralea, fascismos, totalitarismos, populismos, militarismos, personalismos, absolutismos, estatismos, y todo ismo que se atreva a condicionar las libertades humanas) cuyo propósito viene dado para escindir a los seres humanos, indoctrinarlos de manera imbécil y ubicarlos forzosamente en posiciones dicotómicas para desatar luego las riendas a detestables maniqueísmos irreconciliables. La realidad desde siempre ha estado llena de contradicciones, plena de complejidades, escurridiza para pretender encerrarla en un sistema socio-político que impone sus propios fetichismos.