jueves, 14 de julio de 2016



ECOLOGÍA ABERRANTE DEL MILITARISMO (II)

Dr. Abraham Gómez R.

La más reciente decisión del presidente de la República de entregar el manejo de la crisis económica del país a un cenáculo militar, aparte de contrariar a nuestra Constitución Nacional demuestra el descalabro del oficialismo en la ejecución de Políticas Públicas.
Hasta algunos años resultaba impensable que podría imponerse en Venezuela los mecanismos caracterizadores de los regímenes totalitarios, cuya mayor esencia viene dada por la  descarada y siempre abominada pretensión de concentrar y controlar lo más  mínimos designios de los seres humanos. A esto lo categorizó Foucault como el biopoder. La determinación por parte de militares, en función de poder, de hasta lo que debes comer.

Si ya soportábamos la condición vergonzosa, con sello institucionalizado, de ver a militares mediocres ocupar los distintos ámbitos naturales de la sociedad civil, súmese desde ya este nueva hecho deleznable.

En cada ente de la administración pública, como caricatura de gerente de algo, hay un militar para cumplir (¿?) las funciones que ha aprendido: perseguir con miradas escrutadoras, informar a sus superiores, someter y obstruir cuando algún procedimiento sobrepase su capacidad interpretativa. Por tal camino pronto tendremos un trastocamiento de civilización: que definimos como las costumbres de los  naturales intercambios, las sensibilidades que nos vinculan a los otros, de los elementos culturales pertenecientes a los ciudadanos que los hacen compartibles en sus legítimos espacios.
Si la cosa sigue como va pronto hablaremos de cibilización (con b larga-bilabial), que denota cibus: capricho de cebar, engordar a la población (no precisamente de alimentos sino de desquiciamientos militaroides), al tiempo que  practican  los ensañamientos para quienes osen desmandarse del orden impuesto.
No por ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de los  ministerios de la administración pública conseguimos militares venezolanos y cubanos, con pobrísima formación universitaria para regir tales designios.
Mayor desprecio a los sustantivos principios de la Civilidad, de la ciudadanización no puede haber.
 En un régimen militarista no hay dialógica, menos discernimientos, confrontación intrínseca de ideas, de búsqueda de síntesis superadoras producto del esfuerzo conjunto.
El régimen militarista que flagela y acogota a nuestro país han venido conculcando los espacios para dirimir. Sólo auspician y promueven desde la oficialidad los foros de “los espejos”, donde ellos de ven con regusto, donde los epígonos del militarismo se deleitan  de lo que ellos mismos dicen y oyen, sin que nadie  se atreva a desbocarse en sentido contrario.
El TSJ se ha convertido en un redil obediente y sumiso.
A quienes tuvimos hasta ayer como serios intelectuales, con una densa formación académica han devenido en  defensores tarifados de las satrapías de hoy. Hay una indisimulada disposición  desde todas las esferas oficiales a  improntar con sesgos militaristas los diferentes modos de ser de la Civilidad venezolana.
 Los demócratas civiles y civilistas venezolanos rechazamos que pretendan  imponerle un tono marcial-militaroide a cada cosa: a la vida de los ciudadanos.
Los ideólogos del régimen vienen construyendo una gramática para intentar mencionar con otros signos lo que ya conoce la humanidad,  porque ha padecido sus atrocidades.
Los militarismos, sean de izquierda o derecha, desembocan en las peores calamidades por cuanto, como acto reflejo, su fin último es eliminar a los oponentes.
Al militarismo los antagonistas les resultan  incómodos y  execrables porque en la obtusa mentalidad de tropa no  hay posibilidad para valorar la cohabitación con los contrarios.

En los sistemas auténticamente democráticos la esencia es la tolerancia, sin en el mínimo rasgo cuartelario. Las conquistas que afloran en la Democracia se asumen pro-indiviso: corresponden a todos; por eso son hermosas, porque fue el resultado a partir de un disenso fértil.

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