viernes, 1 de julio de 2016



  ESTOPA  EN  LA GARGANTA
  Dr. Abraham Gómez R.
   Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua


En los tiempos que transcurren resulta impensable que alguien, por bastante osado que llegue a ser, pueda convocar (tal vez contaminar) a una multitud con sus ideas totalitarias y salir ileso.
Aunque la humanidad  venga de  padecer los horrores del holocausto, las conflagraciones mundiales, las excentricidades de los “iluminados, quienes se dicen ungidos para rescatar a la especie humana y re-crear un “hombre nuevo”; aún persiste en cualquier latitud el germen larvario de los regímenes atroces, sin mayores disimulos, que violentan y persiguen hasta la aniquilación  de la condición y la dignidad humana.
 A pesar de las contenciones jurídicas que los conciertos de países pactan y arreglan para someter los ímpetus deleznables, los detentadores de la ignominia política consiguen resquicios para regustarse al percibir que hay una “masa poblacional” que le prodiga adoración perpetua, in extremis. Dispuesta a entregar su vida en aras de concretar  un ente centralizador, que hegemonice la existencia de los ciudadanos, sus actuaciones por mínimas que parezcan.
Los distintos estudios que aproximan una taxonomía de la categoría Totalitarismo coinciden en algunas características indispensables para que propiamente logremos la calificación de un sistema socio-político de este tipo: cuando el Estado tiende a regimentar todo cuanto representen las relaciones sociales, que se suponen pertenecen más al orden de los ciudadanos. Al punto de hacer dependiente la civilidad de modo absoluto. Por añadidura el Estado ostenta rango preeminente tanto en el plano axiológico (los valores sociales serán siempre en función de la preservación de los intereses estatales), como en la estructura  de la sociedad, inclusive en los designios de cada individuo en particular. Lo que Foucault estudió en la década del setenta como el biopoder  hoy en día va haciéndose, en nuestro país más evidente. La vida y lo viviente constituyen los retos de las luchas políticas en la Venezuela contemporánea. Ha venido este régimen  haciendo uso de los manuales de medios típicos para el control ciudadano: acortamiento de las libertades, abierta o sibilinamente, de expresión, de información, taponar con crudeza y sin escrúpulos bocas y oídos para que no digan, para que no escuchen. Obturar las conciencias. Constreñir las libertades en el ejercicio de la educación, de la propiedad privada,  de producción, de comercio, de decisión de movilidad, de la participación social en condición de ciudadanos independientes. Todo en nuestro país pretenden sellarlo con los tintes de partido único, oficializado, a cuyo frente se construye la figura de un “jefe absoluto” con poderes ilimitados, siendo él mismo el superior jerárquico de la estructura estatal. Lo anterior anudado bajo la estricta vigilancia de un cuerpo civil-militar con una lógica y discurso cuartelario, aterrorizante; con la finalidad de asegurar la imposición sectaria de una ideología.

Los planos trazados por regímenes de idénticos talantes en el mundo nos permiten discernir  la cartografía en ciernes para preservarse ante cualquier contingencia. Que con seguridad vendrá. Tan pronto como los pueblos dejen a un lado las cargas de temor y se dispongan a hacer justicia por las muchas tropelías soportadas, por tantas actitudes ominosas padecidas. Habíamos pensado que con el derrumbamiento del Muro de Berlín también se hacía posible el descalabro estrepitoso de teorías anacrónicas (comunismos, socialismos de baja ralea, fascismos, totalitarismos, populismos, militarismos, personalismos, absolutismos, estatismos, y todo ismo que se atreva a condicionar las libertades humanas) cuyo propósito viene dado para escindir a los seres humanos, indoctrinarlos de manera imbécil y ubicarlos forzosamente en posiciones dicotómicas para desatar luego las riendas a detestables maniqueísmos irreconciliables. La realidad desde siempre ha estado llena de contradicciones, plena de complejidades, escurridiza para pretender encerrarla en un sistema socio-político que impone sus propios fetichismos.

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