lunes, 27 de febrero de 2012


TAN LEJOS COMO QUIERAS

Dr. Abraham Gómez R.

“…las experiencias de desarrollo han demostrado la irracionalidad del intervencionismo estatal en contraste con las virtudes incuestionables de la economía pura de mercado, y de que el requisito indispensable para el desarrollo es el paso de “la planificación (económica) al mercado”. Pero el hecho de reconocer las virtudes del mercado no debe inducimos a ignorar las posibilidades, así como los logros ya constatados del Estado o, por el contrario, considerar al mercado como factor de éxito, independiente de toda política gubernamental…”
Amartya Sen. Teorías  del  Desarrollo. 2010

La característica más esencial de los seres humanos: la libertad. Le es inmanente. Por alcanzarla han hecho todo cuanto han imaginado y practicado. Nadie hipoteca, voluntariosa y obsequiosamente, sus principios libertarios, por los que lucha de modo incansable; y si en algún instante y producto de ligeras circunstancias se ve sometido más temprano que tarde logra reivindicarse. El Estado es una institución creada por los ciudadanos para convenir los arreglos, dirimir confrontaciones, pactar los comportamientos societales, pero jamás como entidad de supra imposición a la “condición humana”. La opresión que en suficientes referencias la acometen unas  individualidades contra otras también es infligida, y de la peor manera, por los Estados cuando no tienen en sí mismos explícita la contención constitucional y/o legal. Quienes administran los asuntos propios de los Estados cometen actos opresivos en perjuicio de los ciudadanos al saberse  tales detentadores del poder en posiciones ventajosas frente al común de la gente. Significa además que asumen, de modo consciente, la desigualdad de derechos, las inequidades sociales, culturales y económicas tan natural que no perciben las tropelías en las que han caído. Los Estados no se constituyen para enfrentar a los ciudadanos. Allá  aquél que en este tramo civilizatorio contemporáneo quiera convertirse en émulo de Hobbes y revigorizar sus deleznables tesis, sintetizadas en expresiones como “...En el gobierno de un Estado bien establecido, cada particular no se reserva más libertad que aquella que precisa para vivir cómodamente y en plena tranquilidad, ya que  (el Estado) no quita a los demás más que aquello que les hace temibles. ¿Pero, qué es lo que les hace temibles? Su fuerza propia, sus apetencias desenfrenadas, su tendencia a tomar decisiones discrepantes de la unanimidad mayoritaria….” Casi nada...! Una inmensa fuente de terror en pocas palabras!. Afortunadamente, las definiciones, categorías y competencias atribuibles a los Estados han evolucionado para bien en la modernidad. El Estado hoy asume la obligación de complementar sus funciones con el Mercado, y éste último debe diseñar programas y proyectos objetivos, concretos que propendan a la cooperación social que logren satisfacer las demandas y necesidades sin exacerbaciones en las ganancias, así como dejar a un lado el cruel sistema  quid pro quo, traducido como “lo que se consigue en el mercado depende lo de lo que se ponga en él”. Sin embargo, a partir de un razonamiento mucho más humano concluimos que hay sectores de la sociedad que no están en condiciones de aportar nada productivo a la sociedad pero que tampoco deben quedar rezagados de la asistencia del Estado o del Mercado. De seguro son éstas las imperfecciones que hay que corregir. Aprovechemos para insistir que  a lo interno cada Estado se inscribe en un modelo social, político y económico que le sirve de sustrato para sus ejecutorias. Muchos, tal vez, reafirman que tal modelo viene a ser la esencia ideológica que define al Estado. Hecho aún en seria controversia. Pero, si  damos como aceptable esa aseveración colegimos que la mejor ideología estatal será entonces la que le confiera al ser humano la plena libertad para desarrollar  sus potencialidades, individual y colectivamente. La ideología que le deje trazar metas a la gente y promover para que las alcancen hasta donde sus aptitudes le permitan, en plena y auténtica libertad. El mundo ha abordado el siglo XXI  bajo la tensión de tendencias centrífugas muy poderosas, que han desnudado a las fuerzas conducentes a la exclusión social (estigma que ha recaído sobre el mercado), de lo cual se han aprovechado los Estados para asomar su mejor cara en apariencia solucionadora de problemas, sobretodo de calidad de vida. Y no siempre ha sido así. Cuando se le pide al Estado un caballo para que responda en lo inmediato por las incongruencias sociales se presenta, bastante tarde, con un camello, que tendrá sus virtudes pero no es lo requerido.

martes, 14 de febrero de 2012


MUCHO PÀNICO EN LA HUGARQUÌA (I)
Dr. Abraham Gómez R.
Doctorado en Ciencias Sociales UCV
abrahamgom@gmail.com

Serias sospechas de derrumbamiento político atraviesan los intersticios de lo que aún denominan Proceso (pronunciado con menos fuerza). Hay una intuición  que capta en la masa roja la cercanía del descalabro. Nadie lo duda. Ellos mismos  lo perciben e intentan darse ánimos unos con otros, pero la voluntad no basta ante la realidad que los acusa y acecha. La principal característica de tal histeria colectiva es que el desconcierto patológico se manifiesta en un gran número de comilitantes del régimen. Hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo” transpiran los quejidos. Hubo un momento en que parecían invencibles, y a la otra parte de la sociedad, quienes asumimos desde siempre la libertad y la democracia en tanto Principio existencial, antagónica de sus indigestiones ideológicas, nos estuvieron considerando como invisibles. A las más abyectas de las humillaciones fuimos sometidos quienes hemos tenido la legítima y natural actitud de adversar las posiciones oficialistas, no por ultrancismo, sino por avizorar el fraude en las ejecutorias de las políticas públicas en las que nos han pretendido encallejonar este hatajo (con h) de hitlerianos tropicales. Los “planificadores” del gobierno asoman, como mascarón de proa, inflexibilidades en las decisiones. La ineptitud la estuvieron maquillando con arrogancia y soberbia. Fruncían el ceño para espantar las incómodas observaciones de las críticas bien fundamentadas. La autocrítica les resbalaba, se creían  y se la estuvieron dando de autosuficientes.  Únicamente ellos poseían el prodigio, incompartible, de atesorar la verdad absoluta e incuestionable. La deleznable situación del país hoy les retrata la incapacidad a cuerpo entero. Por eso y sólo por ellos es que estamos como estamos: en las peores condiciones sociales y económicas, en la más patética inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito internacional. Estamos imbuidos en la jamás conocida precariedad ética y moral. Una nación con su extraordinario potencial para el sostenible desarrollo humano integral no merece la abominación causada por parte de estos detentadores circunstanciales del poder. Súmesele la deplorable complicidad, rayana en lo obsequioso, de unos ideólogos resentidos con la Academia, que al no conseguir cartel de donde asirse para experimentar sus inextricables lecturas han encontrado el rojo escenario nacional como lo más propicio para desbaratarse en orgiásticas ideas. La acumulación incontenible e insoportable de errores y desaciertos en todos los ámbitos, sectores y áreas ubica al actual régimen como el peor de la historia contemporánea de Venezuela. Tal vez sea la presente gestión la de menor cualificación en Latinoamérica, a pesar de todos los gastos a espuertas para granjearse, tarifa mediante, los elogios artificiosos de la región. Las expectativas levantadas de justicia social y reivindicación de los pobres constituyen en la actualidad un inmenso fraude. Y precisamente es el cuadro social de los desfavorecidos (refugiados incluidos) el que ya ha trazado las rutas de las justas y contundentes protestas, con lo cual hacen que quienes les ofrecieron un nuevo relato mítico de “dictadura del proletariado” entren en desbandadas. A cada instante afloran las recíprocas acusaciones por inmoralidades y latrocinios. Ya es cotidiano que  se disparen los mecanismos de exclusión y purgas del partido único, oficializado desde las alturas del poder, sin pudor o recato por el Estado de derecho. Una organización política estructurada para someter, silenciar y divulgar un pensamiento adocenado y servil. Se cruzan las emociones de vergüenza y tristeza cuando se percibe la suprema genuflexión y entrega del resto de los poderes públicos ante el Ejecutivo, para no incomodar o importunar los caprichos del “émulo de Zeus”. Creído dios del Olimpo a pesar de las inocultables limitaciones sicofísicas. Y ante la advertencia tangible de su fecha de caducidad, por la vía electoral, democrática, pacífica y constitucional. Esta es la cartilla que no les gusta leer y menos escuchar. A pesar de la fortaleza engañosa que quieren aparentar, en este “desquiciado reinado” ya se cuelan por los más variados resquicios un susto intenso y paralizador, una angustiante confusión porque saben que tienen la obligación, inescurrible, de responder jurídicamente y ante la historia por tantas tropelías y locuras cometidas. Ya saben que está trazada una fecha de caducidad.

jueves, 2 de febrero de 2012

LA TRANSFIGURACIÓN DEL DELITO
                                                        Dr. Abraham Gómez R.
                                                        Doctorado en Ciencias Sociales UCV
                                                                       abrahamgom@gmail.com
      
      Hace algunos años hubo intentos serios para alcanzar cierta  tipología de los hechos atroces cometidos. Se dieron esfuerzos para precisar alguna clasificación de los delitos y de  delincuentes.
 Cuando se tenían los atributos, más o menos claros, para conceptuar a la delincuencia había casi que una mejor manera de ejecutar las Políticas y las  estrategias con la finalidad de contrarrestar este flagelo social, a partir de las taxonomías que eran del dominio de los  especialistas.
 Más aún, desde los organismos de seguridad y orden público del Estado se hacían operativos con la presunción  de que los resultados serían ligeramente favorables a la tranquilidad ciudadana.
Pero, qué ha venido sucediendo últimamente. Por qué las acciones que propenden  a constreñir las fechorías   son pocas e inocuas. Por qué los índices  criminógenos van en aumento.
Interrogantes éstas que concitan a muchas reflexiones en diferentes espacios y amplias responsabilidades. En seguida explicamos este aserto.
Primeramente, los conceptos y las categorías que denominaban a la delincuencia y sus actos consecuenciales se han desdibujados, se han transfigurados. Los determinantes tradicionales  de hechos calificados como delitos ya no cuadran con la lamentable realidad que corre en estos días aciagos fuertemente marcados por la criminalidad. Por ejemplo, no hay horas específicas: los delitos ocurren lo mismo de día que de noche. Otro elemento que quedó atrás es el encuadramiento de los delitos en algunas temporadas. Solíamos decir que había unos meses del año que eran  como más propensos para hechos delictivos. Contrariamente a lo precitado qué está sucediendo. Ahora  en cualquier época  se cometen fechorías. Antes señalábamos que ese era un fenómeno de las grandes ciudades. Resulta que indistintamente a la condición de metrópolis o pueblos las cifras rojas del delito las conseguimos sin distinción socio-económica. Había el atrevimiento de apuntar que la mayor proporción de los ataques a las personas o bienes estaban en la dirección e intención invariable de pobres contra ricos. En la actualidad encontramos a pobres arremetiendo contra pobres. Así clarito. Podemos, en este curso de análisis, ir desenhebrando esta madeja.
Confrontada esa  cruda realidad, descrita sucintamente. Tenemos, entre muchas, tres opciones: ser indiferentes. Como si nunca nos fuera a tocar de modo directo. Otra salida, según algunos, sería huir espantados pero sin aportar nada para solucionarlo. Y la que nos impone la Conciencia Ciudadana: encarar desde múltiples ángulos esta problemática porque estamos convencidos que un sólo sector oficial o de la sociedad civil en general no resuelve tamaña patología social.
Si. La llamamos enfermedad del colectivo porque así como  el organismo vivo se enferma también se enferma la sociedad, y no bastan las leyes  o los operativos de represión. A lo que hemos denominado fenómeno delincuencial tenemos que entrarle entre todos para buscar su eficiente corrección.
 Justamente, ha sido tal nuestra preocupación y ocupación  desde la universidad, con el propósito de  reconstruir su pertinencia social, que se compromete en la solución de tal problemática en lo que sabe hacer: generar conocimientos. Por ello ya hay a disposición de quienes lo soliciten estudios enjundiosos de las Nuevas Tipificaciones delictuales de la Venezuela de hoy, producto de  historias de vida narradas por  sus  protagonistas.