domingo, 25 de mayo de 2014



EL ADULTO MAYOR: PARTICIPANTE ACTIVO DE SU PROPIA VIDA.

Una de las perceptibles características de las sociedades que se engrandecen y se hacen nobles son aquellas que confieren suficiente dignidad en el trato a los niños, a las personas con discapacidades y  a sus ancianos. Precisamente, por la condición de débiles (…) y muy vulnerables.
Un venezolano de excepción, cuya proyección en el mundo ha sido bastante reconocida, el Dr. Félix Adam, nacido en un pueblo ribereño de los caños del Delta sembró  y consolidó para la posteridad su preocupación por los adultos mayores. Primero con la teorización de la Andragogìa, como ciencia que considera a la Educación  en tanto proceso que se desarrolla a lo largo de toda nuestra existencia. Desde niños, adolescentes y en cualquier etapa como adultos estamos aprendiendo. El hecho educativo es un proceso que actúa sobre los seres humanos en la trayectoria de toda nuestra existencia; siendo que la naturaleza del hombre nos permite que podamos continuar internalizando conocimientos durante toda la vida sin importar nuestra edad cronológica. Es un hecho, científicamente acreditado, las potencialidades inmensas de los adultos mayores para los aprendizajes.
Nuestra sociedad venezolana debe obligarse, moralmente, a posibilitar que los adultos mayores, ahora con tiempo disponible, sabidurías, vivencias y experiencias, participen formal y sistemáticamente, en un ambiente propicio en un sistema educativo andragògico.
Otra obra de Adam Esteves, especialmente dedicada a los adultos mayores es la Universidad de la Tercera Edad (UTE), que aunque la gestación de esa institución de educación superior fue hecha en Venezuela y se cumplieron los requisitos formales nunca la aprobó el Consejo Nacional de Universidades, de entonces. La UTE, cumple ahora una elogiosa labor en varios países latinoamericanos y caribeños.
 Qué hermosa tarea, en la actualidad, estuviera cumpliendo la Universidad de la Tercera Edad en nuestro país, con el incremento demostrado de este grupo etario. Parece que la mezquindad ciega a los burócratas que no miden las perspectivas y sólo piensan en sus inmediatos y muy particulares intereses.
 El adulto mayor con sus propios alicientes y los que les brinda la sociedad con la educación, para sensibilizar su superación, alcanza plena identificación consigo mismo y descubrir al amplio espectro de crecimiento cognitivo que aún posee. Sostener con criterios sus valores y sus aptitudes por su condición de ser adulto, y obviamente encontrarse en una edad cuya esencia  tiene de trasfondo la reflexión. Así, entonces el adulto mayor es un ser humano maduro y preñado de experiencias, permanentemente crítico que sabe crear sus motivaciones, que conoce el rumbo de su vida y sabe hacia donde debe orientarse para alcanzar sus metas, lograr sus objetivos y definir sus intereses.
En nuestro estado Delta Amacuro, no hay una estructura particular dedicada en exclusividad a los asuntos gerontológicos como tales.
Los diversos aspectos de la vejez y el envejecimiento de la  población en esta región tiene la misma dinámica que suele dársele al adulto mayor en el resto del país. Sin excepcionalidades. Los deltanos auguramos por la reivindicación de los programas geriátricos y gerontológicos que tuvimos en la Unidad “Menca de Leoni”, fundada en el año 1978, cuando sólo contaba  Venezuela con el PANAI (Patronato Nacional de Ancianos e Inválidos), que luego se transformó en INAGER y ahora INASS.
 En sus inicios, la mencionada Unidad Geriátrica y Gerontológica desarrollaba programas psicológicos, sociales, económicos y hasta culturales. Por otra parte analizaba y buscaba las soluciones a las necesidades físicas, mentales y sociales a través de convenios interinstitucionales y con lo que se conoció como “Hogares Sustitutivos”, donde asignaban, por  fines de semanas, la estada de adultos mayores, para que compartieran en familia.
Aspiramos que la sociedad deltana y venezolana en general, que quienes rigen las políticas públicas destinadas a los adultos mayores comprendan el cúmulo de sapiencia, experiencia y grandeza de espíritu que nuestros ancianos poseen y que están dispuestos a entregar por el bien común.

sábado, 24 de mayo de 2014




Tulipán como metáfora
Dr. Abraham Gómez  R.
Tucupita, mayo de 2014

De la manera más espontánea, sin mayores pretensiones ni exquisiteces, un buen día decidimos reunirnos para discernir de todo.
Diremos que la fecha es bastante reciente: los primeros meses de este año. Y como suele suceder en otros eventos rayanos en mediocridades, aquí nadie formalizó protocolo, muchos menos a alguien se le ocurrió ponerse ceremonioso. Un amplio abanico de argumentos-temas nos aguardaban desde hacía suficiente tiempo.  
Abrigábamos bastante interés por exteriorizar pareceres, por dialogar sobre acaecimientos actuales, por expresar nuestras ideas a lo interno de tan minúsculo foro, como el que nos hemos propuesto conformar, y que ya se ensanchará con progresivas incorporaciones, y recibir respuestas y conjeturas disímiles e impúdicas en una especie de un “todos con/contra todos”.
Total: de la ingeniosa confrontación también aprendemos; el disenso fértil se nutre dialécticamente. Siempre y cuando estemos dispuestos a acceder y compartir, con tolerancia, una opinión otra.
Nos citamos a tempranas horas de la mañana José Balza, Digmar Jiménez, Manuel Aristimuño y Abraham Gómez.
Quien llegó de primero seguro escogió la mesa en la panadería, de allí proviene el nombre.
Cada quien desembolsó lo que había traído, semejante a un intercambio de regalos: libros, revistas,  interesante material documental para obsequiárnoslos, con lo cual  de antemano trazamos compromisos de nuevas cartografías discursivas para los venideros encuentros.
Siempre prevalece una  atmósfera de afectos entre nosotros, que impregna cada palabra proferida; no obstante, el eje conversacional lleva un ritmo discontinuo. Hay una emocionante fractalidad en tales ejercicios lingüísticos: lo que se supuso que ya lo habíamos hablado y por ende metabolizado; pues no, es retomado, hace “eterno retorno”, para luego devenir con resignificaciones, pero nunca desaparece.
Hemos acostumbrado a decirnos las cosas con recursividades: lo que sospechamos es material conclusivo adquiere de inmediato la condición de  insumo para reemprender el diálogo. Y se vuelve la conversación una espiral elogiosa de frases e imágenes entrecruzadas.
 Comprendemos que cada vocablo asume de suyo sus propias sensibilidades. Cada étimo posee fuerza y valor estructurante a veces mucho más por lo que omite o esconde adrede que por el acto perlocutivo que provoca.
En sesión posterior, nos satisfizo recibir a contertulios de la categoría de Ildemar Estrada y Ramón Cabañas quienes han venido a meterle baza aún más a estos asuntos, que parecen “desquiciamientos bien administrados”. Ellos  también han cultivado fecundas y provechosas “cajas de herramientas” intelectivas que las colocan a la orden del debate nuestro de cada encuentro. Ellos apelan idénticamente al estilo colectivo que nos hemos dado para la materialización de nuestros pensamientos, que ya  hemos descrito; y que son  enteramente compromisorios con la deltanidad.