Desde las claves sensibles de tu
pensamiento
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com
Siendo ahora la tolerancia
un asunto de escasísimo uso, y las discusiones que conlleven un disenso fértil
son calificadas de dudosas o extravagantes.
Precisamente, las dos
mayores virtudes que cultivó Rigoberto Lanz a lo largo de su existencia:
sabía admitir con respeto las opiniones
que provenían en sentido contrario, al tiempo que procuraba pesquisar una
arista provechosa de cada palabra antagónica proferida, para hacer brotar
después, desde su proverbial e iluminada intuición una síntesis superadora de
ideas. Tenía una grácil y elegante manera
de “construir en caliente”; pensar sobre la marcha elementos discursivos para
reforzar lo que deseaba decir.
Estuvimos situados siempre, Rigoberto Lanz y yo, en
parcelas ideológicas distantes; sin embargo, esto constituía un apreciable
aliciente para que disfrutáramos inmensamente con la sana confrontación dialéctica,
que en sí misma provocábamos.
Ciertamente, él había
sido un digno problematizador. Que nos incitaba al debate, que impulsaba al
diálogo escrutador, que hacía de los espacios académicos su ambiente de
regusto, sin llegar jamás a la domesticación.
Bastaba su fonética,
suficientemente estudiada y bien
pronunciada, del idioma originario del escritor de una obra reciente que quería
citar en sus charlas, conversaciones y conferencias, para que nos “engancháramos”.
Rigoberto metabolizaba
cada étimo del texto que previamente había estudiado para luego recomendarlo. Con aquellas frases que consideraba indigeribles construía nuevas metáforas
y las replicaba en finas recreaciones
discursivas. Armaba todo un rizoma de temas
filosóficos.
Una vez le escuché decir que le parecía
placentera -por lo enigmática y en apariencia enrevesada- la explicación que
aportaba Prigogine acerca de su Teoría de las Estructuras Disipativas.
Reconocemos, sin
mezquindades, la fortaleza de la densidad de su pensamiento, con lo cual sostenía todo cuanto argüía; porque había en él
la honestidad de quien conjuga lo que dice con lo que hace.
Consciente siempre estuvo de las naturales
consecuencias de sus discernimientos. Un académico a carta cabal. Nunca lo
vimos rechazar una discusión seria.
La fundamentación ética
que descolló Rigoberto a lo largo de su vida personal y universitaria le
permitió estructurarse de una sola pieza.
Docente nuestro en el doctorado
en ciencias sociales, que cursamos
en la UCV. Igualmente, fundador
del Centro de Investigaciones Postdoctorales (CIPOST), de la misma universidad,
donde participamos. Cultivamos su
sincera amistad: creada, fraguada y
proyectada en base a los constantes
intercambios de opiniones abarcativas de las distintas parcelas de la realidad.
Tuvo la valentía de
dejar en claro la obsolescencia de la
Universidad.
Señalaba, con determinación, que la
Universidad era poco menos que un
cascarón vacío que no administraba contenidos esenciales para la construcción
de conocimientos sino burocracias prescindibles.
En una conferencia en
Tucupita, dictada para cursantes de posgrado de la UNEFA, no tuvo recato en
exponer, en torno al tópico anteriormente citado que la vía que consideraba más
expedita para reconstituir la Universidad para el presente tramo civilizatorio,
en tiempos de incertidumbres, era
mediante el caos; tal fue su apreciación:
“considero
que sólo caóticamente se puede transformar a la universidad; es decir por
irrupción, por movimientos inesperados…Por el aleteo de una mariposa que
provoque un huracán, es decir por el planteamiento de ideas como las que se
están presentando en este foro que pueden generar los cambios que revuelvan a
la universidad”.
Suele ocurrir, mencionó
infinitamente Rigoberto, que cada vez que nos encontramos en algún atolladero, en
un atasco social, algún ocurrente sale proponiendo que hay que conformar una
comisión de reforma; y jamás se les ocurre que de lo que se trata es de
Transformar. Porque por la vía de la reforma no vamos hacia ninguna parte. Por
cuanto sólo por allí intentaremos reacomodar la cosmética, revisar los
esquemas, el aspecto, las apariencias. Mientras que la transformación va al fondo
de los asuntos. Es hurgar en lo verdaderamente
profundo. Trastocar, desmontar, deconstruir las lógicas.
Eternamente orgullosos
de ti, Rigoberto, Maestro y Amigo.
Quien nos enseñó a dudar hasta de lo que nos enseñaba.
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