domingo, 5 de febrero de 2017



Desde las claves sensibles de tu pensamiento
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com

Siendo ahora la tolerancia un asunto de escasísimo uso, y las discusiones que conlleven un disenso fértil son calificadas de dudosas o  extravagantes.
Precisamente, las dos mayores virtudes que cultivó Rigoberto Lanz a lo largo de su existencia: sabía  admitir con respeto las opiniones que provenían en sentido contrario, al tiempo que procuraba pesquisar una arista provechosa de cada palabra antagónica proferida, para hacer brotar después, desde su proverbial e iluminada intuición una síntesis superadora de ideas.  Tenía una grácil y elegante manera de “construir en caliente”; pensar sobre la marcha elementos discursivos para reforzar lo que deseaba decir.
Estuvimos  situados siempre, Rigoberto Lanz y yo, en parcelas ideológicas distantes; sin embargo, esto constituía un apreciable aliciente para que disfrutáramos inmensamente con la sana confrontación dialéctica, que en sí misma provocábamos.
Ciertamente, él había sido un digno problematizador. Que nos incitaba al debate, que impulsaba al diálogo escrutador, que hacía de los espacios académicos su ambiente de regusto, sin llegar jamás a la domesticación.
Bastaba su fonética, suficientemente estudiada y  bien pronunciada, del idioma originario del escritor de una obra reciente que quería citar en sus charlas, conversaciones y conferencias, para que nos “engancháramos”.
Rigoberto metabolizaba cada étimo del texto que previamente había estudiado para luego recomendarlo. Con  aquellas frases que consideraba  indigeribles construía nuevas metáforas y  las replicaba en finas recreaciones discursivas. Armaba  todo un rizoma de temas filosóficos.
 Una vez le escuché decir que le parecía placentera -por lo enigmática y en apariencia enrevesada- la explicación que aportaba Prigogine acerca de su Teoría de las Estructuras Disipativas.
Reconocemos, sin mezquindades, la fortaleza de la densidad de su pensamiento, con lo cual  sostenía todo cuanto argüía; porque había en él la honestidad de quien conjuga lo que dice con lo que hace.
 Consciente siempre estuvo de las naturales consecuencias de sus discernimientos. Un académico a carta cabal. Nunca lo vimos rechazar una discusión seria.
La fundamentación ética que descolló Rigoberto a lo largo de su vida personal y universitaria le permitió estructurarse de una sola pieza. 
Docente nuestro en el doctorado en ciencias sociales, que cursamos  en  la UCV. Igualmente, fundador del Centro de Investigaciones Postdoctorales (CIPOST), de la misma universidad, donde participamos. Cultivamos  su sincera amistad: creada, fraguada  y proyectada en base  a los constantes intercambios de opiniones abarcativas de las distintas parcelas de la realidad.
Tuvo la valentía de dejar en claro la obsolescencia  de la Universidad.
 Señalaba, con determinación, que la Universidad era poco menos  que un cascarón vacío que no administraba contenidos esenciales para la construcción de conocimientos sino burocracias prescindibles.
En una conferencia en Tucupita, dictada para cursantes de posgrado de la UNEFA, no tuvo recato en exponer, en torno al tópico anteriormente citado que la vía que consideraba más expedita para reconstituir la Universidad para el presente tramo civilizatorio, en  tiempos de incertidumbres, era mediante el caos; tal fue su apreciación:
 “considero que sólo caóticamente se puede transformar a la universidad; es decir por irrupción, por movimientos inesperados…Por el aleteo de una mariposa que provoque un huracán, es decir por el planteamiento de ideas como las que se están presentando en este foro que pueden generar los cambios que revuelvan a la universidad”.
Suele ocurrir, mencionó infinitamente Rigoberto, que cada vez que nos encontramos en algún atolladero, en un atasco social, algún ocurrente sale proponiendo que hay que conformar una comisión de reforma; y jamás se les ocurre que de lo que se trata es de Transformar. Porque por la vía de la reforma no vamos hacia ninguna parte. Por cuanto sólo por allí intentaremos reacomodar la cosmética, revisar los esquemas, el aspecto, las apariencias. Mientras que la transformación va al fondo de los asuntos. Es hurgar en lo verdaderamente  profundo. Trastocar, desmontar, deconstruir las lógicas.
Eternamente orgullosos de ti, Rigoberto, Maestro y Amigo.
 Quien nos enseñó a dudar  hasta de lo que  nos enseñaba.

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