Nietzsche fue lo que pensó
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Presidente del Observatorio Regional
de Educación Universitaria (OBREU)
Quizás el
mayor y exquisito riesgo que hemos corrido con las diversas lecturas de
filosofía en los últimos años, de antemano ya lo conocíamos. Quedar atrapados
en sus encantos. La fuerza seductora de la filosofía se hace tan subyugante que
no permite miradas traicioneras o que la atiendas a medias. Ella disfruta verte
en tu desesperación de querer encontrar siempre una explicación lógica a las
cosas.
La filosofía teje sus propias lúdicas para
buscar la sabiduría desde ella misma. Determinista e impositiva. Sí ciertamente
así es. Las tomas a través de un compromiso totalizante o las apartas de tu
vista.
Las
vertientes de la filosofía son tan intensas y tan extensas; pero, sin embargo,
ella hace los trámites necesarios para que aligeres tu “desquiciante recorrido”.
Grato en
extremo. Nos complace escuchar que bastantes personas estén leyendo asuntos de
filosofía; cuestión impensable hasta hace poco, tal vez por las mismas
circunstancias difíciles que atravesamos.
Constituye un hecho celebratorio que alguna
gente se mande a hacer análisis interpretativos del filósofo más incomprendido
de la época moderna. Del mismísimo Nietzsche.
Fama obtenida
por su fina irreverencia.
Nietzsche
proporciona, en sus textos, las claves para acercarnos a su pensamiento. Y en
la medida en que lo vamos leyendo y re-leyendo le encontramos nuevas imágenes, distintas
nociones, irrupción de otras ideas (que no habíamos percibido) como apropiada
referencia para una resistencia intelectual.
Estemos
claros. A Nietzsche no se le puede abordar por las ramas. Ni querer ganar
prebendas con sus aforismos, porque te descubre el ardid tramposo:
“lleno
de bufones solemnes está el mercado! ¡y el pueblo se gloria de sus grandes
hombres!, ¡Estos son para él los señores del momento…no tengas celos de esos
incondicionales y apremiantes, amantes de la verdad! Jamás se ha colgado la
verdad del brazo de un incondicional” (Así habló Zaratustra: de las moscas
del mercado).
A lo que menos aspiraba Nietzsche era a tener
legión de seguidores, y lo explicitó en Ecce Homo, de esta manera: “no quiero creyentes” … “pienso que soy
demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo a las masas…”
Acaso se conformaba con que apenas hiciéramos
el esfuerzo de interpretar su obra llena de contradicciones, incertidumbres e “invadida de máscaras”.
La Máscara viene a constituir una destacada
categoría en su “tragedia existencial”;
consciente como siempre estuvo que el hombre en su mundo-realidad, en el
combate de todos los días tiene que apelar a las “identidades múltiples”.
Cuando Nietzsche escribe esto, pareciera
señalar que los seres humanos se ven limitados en todas sus actuaciones a
ocultarse en unas máscaras, dice: “pues
el disimulo es también una máscara, por muy ligera que esta sea. Y que de tanto
maquillar nuestro verdadero rostro, hasta en las situaciones más benévolas posibles
ya éste desapareció”.
Todo hace de
Nietzsche un pensador estimulante, al tiempo que “peligroso” e indomesticable.
Bastantes
intentos hubo en su época para someterlo; en su momento quisieron normalizarlo,
convertirlo en pensador políticamente correcto.
Por eso
creemos que se han llevado sino un chasco por lo menos un sustico quienes
están deslumbrados ahora con sus escritos; e ilusionados con pretender
etiquetar o meter a Nietzsche “dentro del
corral” para sacarle provecho.
Ni él mismo se soportaba.
Leamos: “Recientemente, cuando intenté reconocer
escritos míos antiguos que había olvidado, me espantó una característica común
a todos: hablaban el lenguaje del fanatismo. ¡El fanatismo corrompe el
carácter, el gusto y no en último lugar la salud, quien quiera establecer las
tres cosas debe resignarse a un largo período de curación…!
Viene esta
última expresión nietzscheana a dejar por sentado que una cosa es la voluntad de
poder y otra un presunto proceso ideológico, de persecución y exclusión, sin
ningún sentido histórico.
El filósofo
de la irreverencia afirmaba, aunque a escondidas, los testimonios de sí mismo,
las condiciones de su alma en cada una de las palabras escogidas para tejer sus
aforismos.
Acaso sea
verdad, pocos pensadores hasta ese momento habían sido tan
autobiográficos. Sus ideas plasmadas con
espléndido dominio discursivo más que describir un mundo exterior dan cuenta
del estado anímico que portaba, y que le corroía por dentro, como fuego
inextinguible.
Nietzsche se
construyó a partir de las infinitas posibilidades de ser que consiguió.
Lo hizo de
punta a punta en su tramo existencial; desde su primera obra que denominó “De mi vida”, escrita con apenas catorce
años de edad en tan sólo quince días, hasta “Ecce homo” terminada un poco antes de caer en la locura.
¿Cómo leer
los textos de quien algunos llamaban cariñosamente el Zaratustra?
Según las respuestas
posibles a esta pregunta se abren opciones para aproximarnos o alejarnos al
juego de sus imágenes.
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