sábado, 1 de marzo de 2025

 

La civilidad y sus signos sociales

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Presidente del Observatorio Regional de Educación Universitaria (OBREU)

 

Pretender implantar, en forma artificial, un determinado ordenamiento jurídico

en un grupo social que tiene su estructura y características propias, y por ello, calificado de autóctono, sólo puede conducir a la deslegitimación del propio sistema jurídico”.

TULIO ALBERTO ALVAREZ. Instituciones políticas. 1998

 

Una seria advertencia, en el inicio de esta reflexión, que quizás abone un poco para dirimir un interesante tópico que por encontrarnos dentro de éste no nos percatamos de su existencia.

Entendamos de una vez por todas que la ciudadanía no está hecha.

Insistamos en dar a conocer que la ciudadanía no se compra en paquete cerrado.

La ciudadanía no es un adminículo de moda para uso eventual y luego desechar a capricho.

Debemos obligarnos a conocer que a la ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante y por más que ejerzamos tal condición ella no se agota, al contrario, se ensancha.

 

 La práctica de la ciudadanía “vive” en un constante devenir: siendo y haciéndose.

Tal vez, haya quien pregunte con bastante ingenuidad: dónde encontrar, aunque sea un pedazo aprovechable de ciudadanía. Por su puesto, la respuesta resulta perpleja; dado que, la ciudadanía aflora en múltiples ámbitos, contestaremos.

Allí, exactamente – en los espacios sociales-  donde los seres humanos hacemos factibles nuestras existencias: la familia en su más amplia acepción (en su “tribu” dirá Maffesoli), la escuela, la calle, las iglesias en sus distintas confesiones, en los sitios laborales.

Además (con no menos influencia) desde, con y a través de los medios de comunicación; en la espontánea socialidad que nace en el transporte público; en fin, en la agregación vivencial. En los precitados ámbitos se posibilita y cobra cuerpo la civilidad.

 

Hay elementos que sirven de vectores expeditos para que la asociatividad de los seres humanos se produzca.

Muchos factores gravitan sobre nosotros con la intención de que nos “comunalicemos”.

 

Quizás coincidamos (ya lo hemos dicho en variadas ocasiones) que la cultura constituye el factor más importante que asume la condición necesaria y suficiente que nos vincula como sociedad.

 Luce válido admitir que comunidad, sociedad y cultura crean un tejido indisoluble. Un sistema indesligable. Y siendo tal, si alguno de sus componentes se deteriora, obviamente repercute y afecta de modo severo a los otros dos, que también construyen esa interesante tríada.

 Dicho más claro y directo: cultura-sociedad-comunidad están imbricadas de tal manera que se hace imposible su desanudamiento.

A partir del trasfondo cultural que le es intrínseco, la comunidad y la sociedad adquieren una estrategia de producción material de bienes y servicios, ciertamente, para poder subsistir; al tiempo, que generan las claves simbólicas. Digamos los constructos escolares, su entramado epistemológico, las ideas, escritos, palabras, artes, los contenidos cognitivos para reproducirse.

Como producto de la compenetración de sociedad-cultura-comunidad nacen las cìvitas o ciudades, y por ende la esencia de los atributos y cualidades que nos hacen ciudadanos.

 

 Aunque se tengan las mejores intenciones de diseñar los espacios infraestructurales de las urbes.

Insistamos en señalar, así tengamos la disposición de hacer maravillas en las dimensiones geográficas para las urbes, para que den base a las ciudades y a sus respectivos elementos patrimoniales, sino hay en nosotros suficiente densidad cultural y civilidad de nada valdrán tantos esfuerzos.

Porque por un lado se estarán construyendo y edificando en las ciudades, y por el otro se vendrán destartalando.

 Porque una cosa es arreglar la urbe (asiento físico) y otra distinta y complementaria es la espesura de cultura que portemos. La civilidad que hayamos constituido en cada uno de nosotros.

Otro hecho bastante llamativo es que sólo el sesgo legal nos ha importado cuando tratamos la civilidad. Todo lo pretendemos arreglar con normas jurídicas.

 

Fíjese. Reclamamos de los atropellos que desde muchas partes y diversos motivos y circunstancias se comenten contra nuestra condición de ciudadanos.

Tal reivindicación nos parece muy bien; pero, cómo nos comportamos frente a la sociedad-comunidad.

La ciudadanía debe hacerse con autorregulación, con carácter pacífico y muy responsablemente.

 A la dimensión legal de la ciudadanía debemos sumar la visión filosófica que nos indica el tipo de sociedad que aspiramos construir, el fin último que deseamos alcanzar en la integración social que perseguimos.

 Añádase allí también la dimensión socio-política la cual es el basamento de las prácticas consideradas cotidianas: cooperación en el diseño de las políticas públicas; solicitar que se agranden los derechos humanos, exigir que se cumpla el contrato social que nos damos, participar-dialogar en los eventos de la esfera pública y en sus diferentes instancias; asumir que disfrutar de las libertades y de los beneficios como ciudadanos  no deriva de una concesión graciosa, hay que construirla, con civilidad, a cada instante.

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