Ginecocidio reclama
su espacio lexical en nuestro idioma
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro
de la Academia Venezolana de la Lengua
Como ya se sabe, hace doce años me propuse realizar
una indagación lingüística, contentiva de una propuesta de neologismo, la
cual consigné, formalmente, por ante la Real Academia Española, para que – según reciba
aprobación de los estudios que le hagan- se cree un nuevo vocablo.
Este trabajo de inmediato entró en un proceso
complejo y exhaustivo, con la finalidad de evaluarlo integralmente.
He venido justificando argumentativamente e
insistiendo en nuestra elogiada institución que hay una trampa léxico-semántica
urdida en la construcción y en el significado de los términos femicidio o
feminicidio; con los cuales se han pretendido atenuar y ocultar
lingüísticamente una triste verdad: la muerte de las mujeres. Digamos, quitar
la vida a un ser humano y no la liquidación del género femenino; allí,
precisamente, es donde está envuelto el artificio.
Debo informar que el escrito que les entregué fue
sometido de inmediato a examinación; además, ha sido admitido y referido a su
sala de observación.
Nuestro señalamiento preliminar apunta a sostener
que es un desacierto lingüístico expresar femicidio para hacer saber que se
comete “homicidio” contra la mujer.
Esta escogencia terminológica (que además
confunde) nos luce impropia.
Les digo porqué. Por cuanto, un homicidio se
comete contra un hombre.
Así entonces, aniquilar físicamente a una mujer
no puede ser homicidio, sino Ginecocidio; del griego Gyné, Gynaikos, Gineco que
denota, castellanizada con exactitud, mujer. Y le agregamos el sufijo latino –cidio,
cid, que se forma por apofonía de caedere, matar, cortar. Queda construido,
entonces, el vocablo Ginecocidio.
Manifiesto la inmensa alegría que sentí, en mi
condición de proponente del citado neologismo, cuando a este término -- como
paso introductorio para su posible aprobación -- le abrieron un expediente
(registro).
Procedieron nuestros honorables académicos, acto
seguido, a nombrar una comisión de lexicógrafos, para que iniciaran el trabajo
de disección morfo-sintáctica. Igualmente, a examinar si cumplía con los
requerimientos de válida construcción
léxico-semántica; así, además, su articulación fonética; la posible función fonológica que se le atribuye, su
semiótica (significado preciso); y su aplicación pragmática (uso práctico-contextual
en una circunstancia determinada) o de cualquier otra consideración que ellos
crean conveniente para el análisis.
Exigente e interesante labor a la que ha sido
sometido el vocablo Ginecocidio, por parte de nuestra máxima autoridad de la
lengua española en el mundo; justamente, porque tal rigor comporta una de sus
específicas funciones, según lo contempla el artículo primero de su Estatuto.
Hemos entregado a tiempo, a la RAE, todos los
elementos justificadores de Ginecocidio, como palabra que nace y reclama, más
temprano que tarde, su justo espacio en el olimpo del léxico de nuestro idioma.
Debo dejar dicho también que, a veces, se
producen decepciones y críticas al Alma
Mater de las Letras cuando incorporan al Diccionario de la Lengua española
(DLE) palabras que no se usan o que nadie conoce, dejando atrás otras cuya
notoriedad y merecimientos son evidentes.
Estoy consciente de todos esos riesgos; sin
embargo, tengo la inmensa satisfacción que asumo, como tarea, un modesto aporte
lingüístico para develar -con la mayor exactitud- los crímenes atroces que
contra las mujeres se cometen; y que la
mayoría de las veces, algunos medios de comunicación, además en las plataformas digitales o en
conversaciones cotidianas, se pretende disimular el Ginecocidio: liquidación
física de un ser humano, nombrándolo como femicidio o feminicidio (muerte por
razones de género).
A ese absurdo, de no querer decir las cosas por
su nombre, nos oponemos. Comprendamos, en solidaridad absoluta, y con contundente
insistencia que cuando acaban físicamente a una mujer ( por el motivo o causa
que sea), no están matando al género femenino; están matando a la mujer, al ser
humano, no a su género.
Entendamos este atroz y abominable fenómeno sin
hipocresía ni maquillajes.
La RAE nos hace, a cada momento, la severa
advertencia con respecto al vocablo
propuesto.
Tal propuesta debe tener plena acogida en todos
los ámbitos comunicativos.
La RAE denomina esta práctica, Frecuencia de Uso.
Así entonces, solicito la cooperación para que le
demos Frecuencia de Uso al vocablo propuesto, en nuestros diarios y constantes
actos de habla; incluso cuando nos toque, lamentablemente, referirnos a este
citado fenómeno de psico y sociopatología.