MUCHO PÀNICO EN LA HUGARQUÌA (I)
Dr. Abraham Gómez R.
Doctorado en Ciencias Sociales UCV
abrahamgom@gmail.com
Serias
sospechas de derrumbamiento político atraviesan los intersticios de lo
que aún denominan Proceso (pronunciado con menos fuerza). Hay una
intuición que capta en la masa roja la cercanía del descalabro. Nadie lo duda. Ellos mismos lo
perciben e intentan darse ánimos unos con otros, pero la voluntad no
basta ante la realidad que los acusa y acecha. La principal
característica de tal histeria colectiva es que el desconcierto
patológico se manifiesta en un gran número de comilitantes del régimen.
Hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo”
transpiran los quejidos. Hubo un momento en que parecían invencibles, y a
la otra parte de la sociedad, quienes asumimos desde siempre la
libertad y la democracia en tanto Principio existencial, antagónica de
sus indigestiones ideológicas, nos estuvieron considerando como
invisibles. A las más abyectas de las humillaciones fuimos sometidos
quienes hemos tenido la legítima y natural actitud de adversar las
posiciones oficialistas, no por ultrancismo, sino por avizorar el fraude
en las ejecutorias de las políticas públicas en las que nos han
pretendido encallejonar este hatajo (con h) de hitlerianos tropicales.
Los “planificadores” del gobierno asoman, como mascarón de proa,
inflexibilidades en las decisiones. La ineptitud la estuvieron
maquillando con arrogancia y soberbia. Fruncían el ceño para espantar
las incómodas observaciones de las críticas bien fundamentadas. La
autocrítica les resbalaba, se creían y se la estuvieron dando de autosuficientes. Únicamente
ellos poseían el prodigio, incompartible, de atesorar la verdad
absoluta e incuestionable. La deleznable situación del país hoy les
retrata la incapacidad a cuerpo entero. Por eso y sólo por ellos es que
estamos como estamos: en las peores condiciones sociales y económicas,
en la más patética inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito
internacional. Estamos imbuidos en la jamás conocida precariedad ética y
moral. Una nación con su extraordinario potencial para el sostenible
desarrollo humano integral no merece la abominación causada por parte de
estos detentadores circunstanciales del poder. Súmesele la deplorable
complicidad, rayana en lo obsequioso, de unos ideólogos resentidos con
la Academia, que al no conseguir cartel de donde asirse para
experimentar sus inextricables lecturas han encontrado el rojo escenario
nacional como lo más propicio para desbaratarse en orgiásticas ideas.
La acumulación incontenible e insoportable de errores y desaciertos en
todos los ámbitos, sectores y áreas ubica al actual régimen como el peor
de la historia contemporánea de Venezuela. Tal vez sea la presente
gestión la de menor cualificación en Latinoamérica, a pesar de todos los
gastos a espuertas para granjearse, tarifa mediante, los elogios
artificiosos de la región. Las expectativas levantadas de justicia
social y reivindicación de los pobres constituyen en la actualidad un
inmenso fraude. Y precisamente es el cuadro social de los desfavorecidos
(refugiados incluidos) el que ya ha trazado las rutas de las justas y
contundentes protestas, con lo cual hacen que quienes les ofrecieron un
nuevo relato mítico de “dictadura del proletariado” entren en
desbandadas. A cada instante afloran las recíprocas acusaciones por
inmoralidades y latrocinios. Ya es cotidiano que se
disparen los mecanismos de exclusión y purgas del partido único,
oficializado desde las alturas del poder, sin pudor o recato por el
Estado de derecho. Una organización política estructurada para someter,
silenciar y divulgar un pensamiento adocenado y servil. Se cruzan las
emociones de vergüenza y tristeza cuando se percibe la suprema
genuflexión y entrega del resto de los poderes públicos ante el
Ejecutivo, para no incomodar o importunar los caprichos del “émulo de
Zeus”. Creído dios del Olimpo a pesar de las inocultables limitaciones
sicofísicas. Y ante la advertencia tangible de su fecha de caducidad,
por la vía electoral, democrática, pacífica y constitucional. Esta es la
cartilla que no les gusta leer y menos escuchar. A pesar de la
fortaleza engañosa que quieren aparentar, en este “desquiciado reinado”
ya se cuelan por los más variados resquicios un susto intenso y
paralizador, una angustiante confusión porque saben que tienen la
obligación, inescurrible, de responder jurídicamente y ante la historia
por tantas tropelías y locuras cometidas. Ya saben que está trazada una
fecha de caducidad.
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