martes, 8 de mayo de 2012

MUCHO PÀNICO EN LA HUGARQUÌA (I)
Dr. Abraham Gómez R.
Doctorado en Ciencias Sociales UCV
abrahamgom@gmail.com

Serias sospechas de derrumbamiento político atraviesan los intersticios de lo que aún denominan Proceso (pronunciado con menos fuerza). Hay una intuición  que capta en la masa roja la cercanía del descalabro. Nadie lo duda. Ellos mismos  lo perciben e intentan darse ánimos unos con otros, pero la voluntad no basta ante la realidad que los acusa y acecha. La principal característica de tal histeria colectiva es que el desconcierto patológico se manifiesta en un gran número de comilitantes del régimen. Hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo” transpiran los quejidos. Hubo un momento en que parecían invencibles, y a la otra parte de la sociedad, quienes asumimos desde siempre la libertad y la democracia en tanto Principio existencial, antagónica de sus indigestiones ideológicas, nos estuvieron considerando como invisibles. A las más abyectas de las humillaciones fuimos sometidos quienes hemos tenido la legítima y natural actitud de adversar las posiciones oficialistas, no por ultrancismo, sino por avizorar el fraude en las ejecutorias de las políticas públicas en las que nos han pretendido encallejonar este hatajo (con h) de hitlerianos tropicales. Los “planificadores” del gobierno asoman, como mascarón de proa, inflexibilidades en las decisiones. La ineptitud la estuvieron maquillando con arrogancia y soberbia. Fruncían el ceño para espantar las incómodas observaciones de las críticas bien fundamentadas. La autocrítica les resbalaba, se creían  y se la estuvieron dando de autosuficientes.  Únicamente ellos poseían el prodigio, incompartible, de atesorar la verdad absoluta e incuestionable. La deleznable situación del país hoy les retrata la incapacidad a cuerpo entero. Por eso y sólo por ellos es que estamos como estamos: en las peores condiciones sociales y económicas, en la más patética inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito internacional. Estamos imbuidos en la jamás conocida precariedad ética y moral. Una nación con su extraordinario potencial para el sostenible desarrollo humano integral no merece la abominación causada por parte de estos detentadores circunstanciales del poder. Súmesele la deplorable complicidad, rayana en lo obsequioso, de unos ideólogos resentidos con la Academia, que al no conseguir cartel de donde asirse para experimentar sus inextricables lecturas han encontrado el rojo escenario nacional como lo más propicio para desbaratarse en orgiásticas ideas. La acumulación incontenible e insoportable de errores y desaciertos en todos los ámbitos, sectores y áreas ubica al actual régimen como el peor de la historia contemporánea de Venezuela. Tal vez sea la presente gestión la de menor cualificación en Latinoamérica, a pesar de todos los gastos a espuertas para granjearse, tarifa mediante, los elogios artificiosos de la región. Las expectativas levantadas de justicia social y reivindicación de los pobres constituyen en la actualidad un inmenso fraude. Y precisamente es el cuadro social de los desfavorecidos (refugiados incluidos) el que ya ha trazado las rutas de las justas y contundentes protestas, con lo cual hacen que quienes les ofrecieron un nuevo relato mítico de “dictadura del proletariado” entren en desbandadas. A cada instante afloran las recíprocas acusaciones por inmoralidades y latrocinios. Ya es cotidiano que  se disparen los mecanismos de exclusión y purgas del partido único, oficializado desde las alturas del poder, sin pudor o recato por el Estado de derecho. Una organización política estructurada para someter, silenciar y divulgar un pensamiento adocenado y servil. Se cruzan las emociones de vergüenza y tristeza cuando se percibe la suprema genuflexión y entrega del resto de los poderes públicos ante el Ejecutivo, para no incomodar o importunar los caprichos del “émulo de Zeus”. Creído dios del Olimpo a pesar de las inocultables limitaciones sicofísicas. Y ante la advertencia tangible de su fecha de caducidad, por la vía electoral, democrática, pacífica y constitucional. Esta es la cartilla que no les gusta leer y menos escuchar. A pesar de la fortaleza engañosa que quieren aparentar, en este “desquiciado reinado” ya se cuelan por los más variados resquicios un susto intenso y paralizador, una angustiante confusión porque saben que tienen la obligación, inescurrible, de responder jurídicamente y ante la historia por tantas tropelías y locuras cometidas. Ya saben que está trazada una fecha de caducidad.

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