domingo, 26 de octubre de 2014





Presumimos de la mejor educación en el mundo hasta que nos toca compararnos
Dr. Abraham Gómez R.
Si, tristemente esa es nuestra realidad. Se nos ven las costuras por las limitaciones y demás falencias  al momento cuando los indicadores de Calidad Educativa quedan patentizados en las Pruebas Pisa: Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, la cual se aplica en estos momentos en 65 países.
No hay excusa que valga para, quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la academia,  pretender escurrir el obligado debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas miradas por el futuro de la educación en Venezuela. Parece un atrevimiento  teñido de audacia que escrutemos a la educación desde sus interioridades. Eso es lo hermoso. Aunque produzca vértigos. Quiénes más sino nosotros, en sentido genérico para reconocer, luego del diagnóstico más descarnado,  que la educación nuestra, en sus distintos niveles y modalidades  ha devenido en  una estructura ambigua, que poco o nada ha hecho para ir adaptando sus mecanismos,  y procedimientos conforme a  las exigencias de los tiempos actuales, con lo cual admitimos que las realidades externas llevan un ritmo de aceleración superior, en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos, menos para propender a la Sociedad de la creatividad y la innovación.
Una de las premisas que hemos sostenido quienes abrigamos, por razón y emoción, a la Andragogìa viene dada en que no basta enseñar, aunque sea rápidamente, hay que hacerlo también sólidamente. En vez de recurrir, casi sin escapatoria a los “libros muertos”; a los niños, jóvenes y adultos deben presentárseles las vivencias. Tanto lo dijo, en diversos escenarios académicos Félix Adam “Sólo haciendo se puede aprender a hacer”. En vez de palabras: sombras de las cosas, nos atrevemos a añadir, que lo que hace falta en las escuelas  es el conocimiento de las cosas mismas.
Las sociedades humanas han procurado desde siempre la plena superación, no exentas de tropiezos. Sin embargo, por muy insalvable que aparente ser el obstáculo a vencer irrumpe desde sus cimientes espirituales una fuerza, que algunos osados califican de telúrica, que impele al hombre o mujer a avanzar. De hecho, tal vez con placer o con dolor, todo en la sociedad humana tiene una intencionalidad pedagógica. No le añada usted ningún ápice de dudas, porque así exactamente es. Haga algo, por curiosidad, y al rato conseguirá espontáneos imitadores que desean replicar. Todos aprendemos de todos. En idéntico tenor surgió la Andragogìa, hija predilecta de nuestro laureado Félix Adam. Ciencia de la conducción o problematización --en su mejor sentido-- del adulto en proceso de enseñanza-aprendizaje. Para Adam, deltano de valía académica mundial, la pedagogía y la Andragogìa están obligadas a complementarse. En nuestro país a ambas se las trata con displicencia. El educador, durante el acto pedagógico constituye el eje del proceso educativo, y mediante una relación vertical autoritaria transmite los conocimientos de un contenido programático impuesto, para “adiestrar” más que educar.
La Andragogìa por ser independiente del nivel de desarrollo psíquico y por partir de la densidad del desarrollo cognitivo genera una nueva actitud del hombre frente al reto educativo. Hermosa premisa con la que Félix Adam enarboló la transformación de la educación de los adultos en el mundo.
Nos indicaba, de modo reiterado, que la educación primero pedagógica y luego andragògica transcurre toda la vida, en sus diversas etapas, que siempre estamos aprendiendo. Que la educación andragògica se desarrolla a través de una praxis fundamentada en los principios de participación y horizontalidad, con carácter sinérgico, para que se incremente el pensamiento, la autogestión, la calidad de vida y la creatividad del participante adulto.
Cuántas veces el docente puede ahorrarle al estudiante, de cualquier grupo etario, años de sufrimiento y frustración sólo con una palabra amable, un gesto de identificación, la ubicación en su mismo plano de aprendizaje. Pero, un educador con la autoestima baja, poco remunerado, como el nuestro, tanto en dinero como aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros lo que él mismo está necesitando como el aire que respira. Al respecto Adam, inducía a la participación comprometida, fundamentada en el estudio. Al análisis crítico de cualquier problemática que afectara significativamente el contexto, que conllevara al aporte de soluciones constructivas.
Habiendo nacido en El Toro, jurisdicción del municipio Antonio Díaz del estado Delta Amacuro, Venezuela, el 24 de diciembre de 1921, nuestro ilustre educador luchó con dedicación y esfuerzos titánicos para fracturar el  voraz esquema denominado “genética social”, para que el medio rural-indígena no lo absorbiera hasta lograr proyectarse en el mundo en razón de sus aquilatados conocimientos.
Èl fue un muy digno maestro de escuela, de comienzos del siglo XX, en nuestro Delta tan preterido por los decisores de las políticas públicas. Fogoso en el discurso, denso y brillante en su cultivado léxico, y severamente crítico para lograr que las cosas y las causas se dieran con justicia y eficiencia.
En este contexto, del que Félix Adam fue el gran promotor, me llamó la atención su concepto de “hacer” y no “decir”. La acción siempre lo llevó al hecho y esto me hace recordar que los filósofos orientales hablan de la acción continua, del hacer en el instante presente. Alguna vez me dijo: “Lo que importa es lo que hacemos con la conciencia lúcida y los cambios que permanentemente se están ejecutando alrededor de uno, porque cada instante es único e irrepetible”.
En nuestros enriquecedores encuentros de saberes, llegué a vislumbrar a un Félix Adam que pretendía liberar al ser humano del concepto de “clase educada”, idea esclavista manejada por una sociedad cuyo modelo educativo estaba repleto de cliché. Pues, con gran vehemencia me hablaba sobre:
“El adulto es dueño de sí mismo, él puede autogestionar su propio proceso de aprendizaje a través de la autodidaxia y la autoevaluación, conceptos éstos que llevados hasta sus últimas consecuencias promueven objetivos que lo ayudan a comprender el mundo que lo rodea y lo orientan a buscar soluciones a sus problemas y adoptar los cambios necesarios de conductas, para lograr el perfeccionamiento individual, en el marco de una sociedad más participativa”.
Fue un hombre que amó la naturaleza y nunca olvidó su origen, ni a la tierra de las aguas donde nació. Me manifestaba que sentía la pobreza, la miseria, la desnutrición, las enfermedades, el dolor del pueblo, la mirada de desesperanza campesina, y que por eso aceptó el reto de ser educador. Y fue un verdadero Maestro, en la proyección inextinguible de esta palabra, que en todos los idiomas del mundo sirve para eternizar la sabiduría y la dignidad del ser humano sobre la tierra.
Como escritor, resultó ampliamente productivo. Abordó diversos temas con pleno dominio. Voy a limitarme a destacar algunas de sus obras que recorren el mundo entero, publicadas en varios idiomas, con absoluta vigencia en estos tiempos de cambios y transformaciones en los espacios de las universidades y de las sociedades:
Los estudios universitarios supervisados: una experiencia de educación a distancia; Andragogìa y docencia universitaria; Metodología andragògica; Cuaderno de Metodología Pedagógica; Aspectos psicológicos del menor epiléptico; Técnicas de la enseñanza; Problemas de la educación Venezolana; Andragogìa: ciencia de la educación de adultos; Modelo operacional venezolano, Universidad y educación de adultos; Sobre el carácter universitario de la evaluación, El pensamiento educativo de Herbart y Kapp; La teoría sinérgica y el aprendizaje del adulto, Diseño curricular para el doctorado en Andragogìa, entre muchos otros.
Maestro por vocación y empeñoso realizador de sus grandes ideales, dejó huellas profundas en todas las actividades que le correspondió desempeñar.
En este tramo epocal venezolano cada vez que se ha intentado abrir los ojos para ver en el atolladero en que se encuentra la educación, a alguien se le ocurre que hay que nombrar una comisión de reforma curricular. Esa salida la hemos  antagonizado siempre, porque, pensamos que por el camino de la reforma no vamos para ninguna parte. La re-forma lleva implícita la intención de analizar únicamente las formas, los aspectos, los bordes, los esquemas, las apariencias. Y de lo que se trata, como nos lo enseñó Félix Adam con contundencia, es llegar a la raíz del asunto, trastocar y desmontar las lógicas, desanudar las racionalidades con las cuales de han tejido los pensamiento en  y desde las instituciones dispensadoras de educación. La “perversa invitación” de hoy es para Transformar nuestra educación, para que recobre su talante protestatario-reflexivo, toda ella. Transformar es adentrarnos mucho más allá de la forma. La tarea inicial para que operen esos elementos transformacionales deben y tienen que partir de un cambio actitudinal de nosotros. Lo que ha venido aconteciendo es que en nuestros procesos de enseñanza-aprendizaje  se le confiere casi absoluta legitimación y validación a los saberes que se pesan, que son  medibles, a los conocimientos que se someten a comprobación, verificación, contrastación con la realidad  empírica. En las escuelas y  universidades se han marginado, tal vez execrado, al momento de construir y constituir los conocimientos,  las otras  muchas densidades epistémicas. Las emociones, los valores, por ejemplo.
Una iniciativa de transformación para ensanchar la cognoscibilidad en nuestra educaciòn se obliga a tejer todas las dimensiones inmanentes y trascendentes de los seres humanos.

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