“Presumimos de la mejor educación en
el mundo hasta que nos toca compararnos”
Dr. Abraham Gómez R.
Si,
tristemente esa es nuestra realidad. Se nos ven las costuras por las
limitaciones y demás falencias al
momento cuando los indicadores de Calidad Educativa quedan patentizados en las
Pruebas Pisa: Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, la cual se
aplica en estos momentos en 65 países.
No hay excusa
que valga para, quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la
academia, pretender escurrir el obligado
debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas
miradas por el futuro de la educación en Venezuela. Parece un atrevimiento teñido de audacia que escrutemos a la educación
desde sus interioridades. Eso es lo hermoso. Aunque produzca vértigos. Quiénes
más sino nosotros, en sentido genérico para reconocer, luego del diagnóstico
más descarnado, que la educación
nuestra, en sus distintos niveles y modalidades
ha devenido en una estructura ambigua,
que poco o nada ha hecho para ir adaptando sus mecanismos, y procedimientos conforme a las exigencias de los tiempos actuales, con
lo cual admitimos que las realidades externas llevan un ritmo de aceleración
superior, en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos,
menos para propender a la Sociedad de la creatividad y la innovación.
Una de las premisas que hemos sostenido quienes abrigamos,
por razón y emoción, a la Andragogìa viene dada en que no basta enseñar, aunque
sea rápidamente, hay que hacerlo también sólidamente. En vez de recurrir, casi
sin escapatoria a los “libros muertos”; a los niños, jóvenes y adultos deben
presentárseles las vivencias. Tanto lo dijo, en diversos escenarios académicos
Félix Adam “Sólo haciendo se puede aprender a hacer”. En vez de palabras:
sombras de las cosas, nos atrevemos a añadir, que lo que hace falta en las
escuelas es el conocimiento de las cosas
mismas.
Las sociedades humanas han procurado desde siempre la plena
superación, no exentas de tropiezos. Sin embargo, por muy insalvable que
aparente ser el obstáculo a vencer irrumpe desde sus cimientes espirituales una
fuerza, que algunos osados califican de telúrica, que impele al hombre o mujer
a avanzar. De hecho, tal vez con placer o con dolor, todo en la sociedad humana
tiene una intencionalidad pedagógica. No le añada usted ningún ápice de dudas,
porque así exactamente es. Haga algo, por curiosidad, y al rato conseguirá
espontáneos imitadores que desean replicar. Todos aprendemos de todos. En
idéntico tenor surgió la Andragogìa, hija predilecta de nuestro laureado Félix
Adam. Ciencia de la conducción o problematización --en su mejor sentido-- del
adulto en proceso de enseñanza-aprendizaje. Para Adam, deltano de valía
académica mundial, la pedagogía y la Andragogìa están obligadas a
complementarse. En nuestro país a ambas se las trata con displicencia. El
educador, durante el acto pedagógico constituye el eje del proceso educativo, y
mediante una relación vertical autoritaria transmite los conocimientos de un
contenido programático impuesto, para “adiestrar” más que educar.
La Andragogìa por ser independiente del nivel de desarrollo
psíquico y por partir de la densidad del desarrollo cognitivo genera una nueva
actitud del hombre frente al reto educativo. Hermosa premisa con la que Félix
Adam enarboló la transformación de la educación de los adultos en el mundo.
Nos indicaba, de modo reiterado, que la educación primero
pedagógica y luego andragògica transcurre toda la vida, en sus diversas etapas,
que siempre estamos aprendiendo. Que la educación andragògica se desarrolla a
través de una praxis fundamentada en los principios de participación y
horizontalidad, con carácter sinérgico, para que se incremente el pensamiento,
la autogestión, la calidad de vida y la creatividad del participante adulto.
Cuántas veces el docente puede ahorrarle al estudiante, de
cualquier grupo etario, años de sufrimiento y frustración sólo con una palabra
amable, un gesto de identificación, la ubicación en su mismo plano de
aprendizaje. Pero, un educador con la autoestima baja, poco remunerado, como el
nuestro, tanto en dinero como aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros
lo que él mismo está necesitando como el aire que respira. Al respecto Adam,
inducía a la participación comprometida, fundamentada en el estudio. Al
análisis crítico de cualquier problemática que afectara significativamente el
contexto, que conllevara al aporte de soluciones constructivas.
Habiendo nacido en El Toro, jurisdicción del municipio
Antonio Díaz del estado Delta Amacuro, Venezuela, el 24 de diciembre de 1921,
nuestro ilustre educador luchó con dedicación y esfuerzos titánicos para
fracturar el voraz esquema denominado
“genética social”, para que el medio rural-indígena no lo absorbiera hasta lograr
proyectarse en el mundo en razón de sus aquilatados conocimientos.
Èl fue un muy digno maestro de escuela, de comienzos del
siglo XX, en nuestro Delta tan preterido por los decisores de las políticas
públicas. Fogoso en el discurso, denso y brillante en su cultivado léxico, y
severamente crítico para lograr que las cosas y las causas se dieran con
justicia y eficiencia.
En este contexto, del que Félix Adam fue el gran promotor, me
llamó la atención su concepto de “hacer” y no “decir”. La acción siempre lo
llevó al hecho y esto me hace recordar que los filósofos orientales hablan de
la acción continua, del hacer en el instante presente. Alguna vez me dijo: “Lo
que importa es lo que hacemos con la conciencia lúcida y los cambios que
permanentemente se están ejecutando alrededor de uno, porque cada instante es
único e irrepetible”.
En nuestros enriquecedores encuentros de saberes, llegué a
vislumbrar a un Félix Adam que pretendía liberar al ser humano del concepto de
“clase educada”, idea esclavista manejada por una sociedad cuyo modelo
educativo estaba repleto de cliché. Pues, con gran vehemencia me hablaba sobre:
“El adulto es dueño de sí mismo, él puede autogestionar su
propio proceso de aprendizaje a través de la autodidaxia y la autoevaluación,
conceptos éstos que llevados hasta sus últimas consecuencias promueven
objetivos que lo ayudan a comprender el mundo que lo rodea y lo orientan a
buscar soluciones a sus problemas y adoptar los cambios necesarios de
conductas, para lograr el perfeccionamiento individual, en el marco de una
sociedad más participativa”.
Fue un hombre que amó la naturaleza y nunca olvidó su origen,
ni a la tierra de las aguas donde nació. Me manifestaba que sentía la pobreza,
la miseria, la desnutrición, las enfermedades, el dolor del pueblo, la mirada
de desesperanza campesina, y que por eso aceptó el reto de ser educador. Y fue
un verdadero Maestro, en la proyección inextinguible de esta palabra, que en
todos los idiomas del mundo sirve para eternizar la sabiduría y la dignidad del
ser humano sobre la tierra.
Como escritor, resultó ampliamente productivo. Abordó
diversos temas con pleno dominio. Voy a limitarme a destacar algunas de sus
obras que recorren el mundo entero, publicadas en varios idiomas, con absoluta
vigencia en estos tiempos de cambios y transformaciones en los espacios de las
universidades y de las sociedades:
Los estudios universitarios supervisados: una experiencia de
educación a distancia; Andragogìa y docencia universitaria; Metodología
andragògica; Cuaderno de Metodología Pedagógica; Aspectos psicológicos del
menor epiléptico; Técnicas de la enseñanza; Problemas de la educación
Venezolana; Andragogìa: ciencia de la educación de adultos; Modelo operacional
venezolano, Universidad y educación de adultos; Sobre el carácter universitario
de la evaluación, El pensamiento educativo de Herbart y Kapp; La teoría
sinérgica y el aprendizaje del adulto, Diseño curricular para el doctorado en
Andragogìa, entre muchos otros.
Maestro por vocación y empeñoso realizador de sus grandes
ideales, dejó huellas profundas en todas las actividades que le correspondió
desempeñar.
En este tramo epocal venezolano cada vez que se ha intentado
abrir los ojos para ver en el atolladero en que se encuentra la educación, a
alguien se le ocurre que hay que nombrar una comisión de reforma curricular.
Esa salida la hemos antagonizado
siempre, porque, pensamos que por el camino de la reforma no vamos para ninguna
parte. La re-forma lleva implícita la intención de analizar únicamente las
formas, los aspectos, los bordes, los esquemas, las apariencias. Y de lo que se
trata, como nos lo enseñó Félix Adam con contundencia, es llegar a la raíz del
asunto, trastocar y desmontar las lógicas, desanudar las racionalidades con las
cuales de han tejido los pensamiento en
y desde las instituciones dispensadoras de educación. La “perversa
invitación” de hoy es para Transformar nuestra educación, para que recobre su
talante protestatario-reflexivo, toda ella. Transformar es adentrarnos mucho
más allá de la forma. La tarea inicial para que operen esos elementos
transformacionales deben y tienen que partir de un cambio actitudinal de
nosotros. Lo que ha venido aconteciendo es que en nuestros procesos de
enseñanza-aprendizaje se le confiere
casi absoluta legitimación y validación a los saberes que se pesan, que
son medibles, a los conocimientos que se
someten a comprobación, verificación, contrastación con la realidad empírica. En las escuelas y universidades se han marginado, tal vez
execrado, al momento de construir y constituir los conocimientos, las otras
muchas densidades epistémicas. Las emociones, los valores, por ejemplo.
Una iniciativa de transformación para ensanchar la
cognoscibilidad en nuestra educaciòn se obliga a tejer todas las dimensiones
inmanentes y trascendentes de los seres humanos.
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