miércoles, 10 de marzo de 2021

 


Dicho todo en apenas siete palabras
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
 
Prestemos atención, por un instante, a lo siguiente: hasta ahora, el cuento más corto de la literatura contiene apenas siete palabras. Se denomina así, “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Ese es el nombre del cuento; allí está dicho todo. Ni más ni menos.
 
 En estas siete palabras está contenido el breve y profundo discurso que su autor, el guatemalteco Augusto Monterroso, quiso expresar. Es un ardid valioso para concitar la lúdica (el juego dinámico) en este género lingüístico.
 
Sí, todo el texto en apenas siete vocablos. ¡Increíble!. ¿Usted se imagina lo que se puede desarrollar mentalmente?. Porque, nace una constelación reflexiva para pensar y elucidar a partir de estas siete palabras.
 
Ese cuento siempre ha constituido una provocadora insinuación, tal vez una invitación, para ahondar nuestros pensamientos con sentido crítico y con carácter diacrónico ( los acaecimientos en el transcurso del tiempo).
 
Pero a pesar de su brevedad, no por ello resulta ser un cuento simple y sencillo; más bien, su cortedad exige un análisis concienzudo para determinar con certeza qué fue lo que nos quiso decir el cuentista.
 
Requerimos afinar el análisis, agudizar nuestra perspectiva a fin de develar las categorías filosóficas que sirven de estribaciones a Monterroso para la construcción de este fino texto; más aún, intentar pesquisar, en la medida de nuestras posibilidades, cuál es su eje argumentativo central.
 
Monterroso es uno de los máximos escritores hispanoamericanos y uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea.
 
Gabriel García Márquez, refiriéndose a la obra de Monterroso, escribió: “Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad”.
 
La expresa manifestación, plena de sentimientos y sobradas emociones, para encadenar rítmicamente las palabras, no es un hecho único que distingue a la poesía de la prosa.
 
Hasta mediados del siglo XIX constituía la mejor forma de diferenciar ambos usos del lenguaje.
En verdad, ha habido siempre prosas hermosas que contienen en el interior de su constitución sígnica un inmenso mar de poesía. O suficiente poesía que se puede vocear como prosa.
 
El cuento que aludimos de Monterroso se ha vuelto, a nuestro parecer, tan versátil que vale tanto como una hermosa poesía desplegada en prosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario