¿De qué socialismo estamos hablando?
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
La libertad constituye la característica más esencial de los seres
humanos. Le es inmanente.
Estamos conscientes que, para
alcanzar la libertad, todo cuanto se ha podido – a lo largo de la historia—se
ha hecho.
Innumerables dispositivos
diseñados, imaginados y practicados, con la única intención de conservarla.
Nadie hipoteca, voluntaria u
obsequiosamente, sus principios libertarios; por los que lucha de modo
incansable. Y si en algún instante, producto de ligeras circunstancias se ve
sometido, más temprano que tarde logra reivindicarse.
El Estado es una institución
creada por los ciudadanos para convenir los arreglos, dirimir confrontaciones,
pactar los comportamientos societales; pero jamás como entidad de supra
imposición a la “condición humana”.
Los Estados cuando no tienen en sí
mismos una explícita contención constitucional y/o legal cometen los peores
desmanes y atrocidades contra los ciudadanos. Aunque, – a decir verdad-- a
veces por muy afinada que se encuentre la norma para restringir los abusos
estatales, quienes administran los asuntos propios de los Estados cometen actos
opresivos en perjuicio de los ciudadanos al saberse, circunstancialmente
detentadores del poder, en posiciones ventajosas frente al común de la gente.
Significa además que asumen, de
modo casi normal, la desigualdad de derechos ciudadanos, las inequidades
sociales, culturales y económicas tanto que les parece natural no percibir las
tropelías que cometen y en las que han caído.
Los Estados no se constituyen para
enfrentar a los ciudadanos; de tal manera que nos resulta vergonzoso que
alguien, en el presente tramo civilizatorio contemporáneo --de plena
reivindicación de las libertades-- quiera convertirse en émulo de Hobbes y
desempolvar sus deleznables tesis; que nos permitimos sintetizarlas con la expresión siguiente “...En el gobierno de un Estado bien
establecido; cada particular no se reserva más libertad que aquélla que precisa
para vivir cómodamente y en plena tranquilidad; ya que, el Estado no quita a
los demás más que aquello que les hace temibles. ¿Pero, qué es lo que les hace
temibles? Su fuerza propia, sus apetencias desenfrenadas, su tendencia a tomar
decisiones discrepantes de la unanimidad mayoritaria…” !.Casi nada...!
Con
seguridad usted coincidirá conmigo en que quienes participan en el denominado
en el “socialismo del siglo XXI”, han aceptado (sin discusión) que cuando
alguien pronuncie cerca la palabra solidaridad, no les causará ninguna
sensación o emotividad; por cuanto, ellos han renunciado a sus libertades, al
pensamiento crítico y a sus propias
consideraciones.
No
son más, decimos nosotros, que sustratos de indignidades, por cuanto la
dignidad se explica en buena medida por la autonomía intrínseca e inherente del
ser humano.
Reforcemos,
hoy como ayer, el viejo enunciado que señala: “sólo el que sabe gobernarse así
mismo según su principio racional resulta señor de sus acciones y en
consecuencia, al menos parcialmente, un sujeto libre, es un ciudadano”.
La
dignidad se basa en el reconocimiento a la persona de ser merecedora de
respeto. La dignidad propugna tolerar las diferencias para que afloren las
virtudes individuales con lo cual se vigoriza la personalidad, se fomenta la
sensación de plenitud y el equilibrio emocional.
La práctica política, aunque orientada a la
formación ideológica; basada además al ejercicio del poder para la toma de
decisiones en procura de un objetivo, no implica, obligadamente, que quien haga
política de entrada deja hipotecada su dignidad. Menos en un sistema político
que se precie ser en esencia socialista.
Las
definiciones y desenvolvimientos de regímenes socialistas han tenido sus
variaciones y matices a lo largo de la historia.
Hay
quienes se atreven a apuntar que ni socialismo ni comunismo propiamente tales
hemos tenido hasta ahora. Sin embargo, insistimos en señalar que mientras vinculemos
socialismo, conforme a sus orígenes doctrinales, con: la búsqueda del bien
común, con la distribución de las riquezas, con la igualdad social (que no
igualación) y con la participación regulatoria del Estado en las actividades
socio-económicas; diremos que bastan
estas premisas para concederle al socialismo —atenuadamente-- como sistema de
pensamiento y acción, un prominente basamento de dignidades; por cierto,
bastante lejos de lo que atravesamos en
estos tiempos aciagos en Venezuela.
La realidad impone cierta velocidad ante la
cual debemos ubicarnos a tono Uno observa con perplejidad que quienes se dicen
militantes del actual régimen huyen de las tareas de autocríticas, menos
aceptan que se les diga que las muy pocas diligencias practicadas para el
crecimiento de las ideas y la organización partidaria únicamente han tenido
escasos resultados hacia adentro.
También con la intención de formular contraste directo frente al
socialismo de cualquier tipo o talante diremos que la democracia, (con la que
nos regustamos a pesar de sus errores e imperfecciones) no sólo queda definida
como forma de organización política sino en tanto modo de convivencia y
estructuración social: menos vertical, con búsquedas más igualitarias (que no
igualación) de las relaciones entre sus miembros. Que, aunque sean muchos y muy variados los
escenarios políticos escogidos por la gente para participar (de este o de aquel
lado) prevalece el respeto y la tolerancia hacia el otro.
En fin, es la democratización: proceso desde donde se hace común
y corriente el disenso que será siempre fértil, si dejamos a un lado los
estigmas, exclusiones y descalificaciones.
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