LA ECOLOGÍA ABERRANTE DEL MILITARISMO (II)
Dr. Abraham Gómez R.
Hasta
algunos años resultaba impensable que podría desatarse en nuestro país
los mecanismos sostenedores de los regímenes totalitarios, cuya mayor
esencia viene dada por la descarada y siempre abominada pretensión de concentrar y controlar lo más mínimos designios de los seres humanos. A esto lo categorizó Foucault como el biopoder.
No en vano las raíces filológicas que entroncan los vocablos ejército y ejercicio arrastran
idénticas procedencia: poner en movimiento, no dejar descansar, hacer
trabajar sin respiro, agobiar, forzar hasta la extenuación. Es la
primera línea de significados. Las construcciones semánticas que
de éstos se derivan son: contener, retener, encerrar con fuerza. En la
actualidad nacional nos luce que esos comportamientos han sido
invariables. Ahora con sello institucionalizado para ocupar los
distintos ámbitos naturales de la sociedad civil. En cada ente de la
administración pública, como caricatura de gerente de algo, hay un
militar para cumplir (¿) las funciones que ha aprendido: perseguir con
miradas escrutadoras, informar a sus superiores, someter y obstruir
cuando algún procedimiento sobrepase su capacidad interpretativa. Por
tal camino pronto tendremos un trastocamiento de civilización, de los valores cívicos, las costumbres de los naturales
intercambios, las sensibilidades que nos vinculan a los otros, de los
elementos culturales pertenecientes a los ciudadanos que los hacen
compartibles en sus legítimos espacios. Si la cosa sigue como va pronto
hablaremos de cibilización (con b larga), que al colocar la palabra en el campo léxico de cibus engendra en los sustentadores del poder el capricho de cebar, engordar a la población para avivar su animalidad, al tiempo que practican los
ensañamientos para quienes osen desmandarse del orden impuesto. No por
ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de los ministerios
de la administración pública conseguimos militares venezolanos y
cubanos, con pobrísima formación universitaria para regir tales
designios. Mayor desprecio a los sustantivos principios de la civilidad,
de la ciudadanización no puede haber. En un régimen militarista resulta
absurda la conexión dialógica, de discernimiento, de confrontación
intrínseca de ideas, de búsqueda de síntesis superadoras producto del
esfuerzo conjunto. El régimen militarista que flagela y acogota a
nuestro país han venido conculcando los espacios para dirimir. Sólo
auspician y promueven desde la oficialidad los foros de “los espejos”,
(pero bastante lejos de la tesis de Lacan) donde los epígonos del
militarismo se regustan de lo que ellos mismos dicen y oyen, sin que
nadie se atreva a desbocarse en
sentido contrario. Hasta la mismísima Asamblea Nacional, ágora para la
confrontación ideológica-política, se ha convertido en un redil
obediente y sumiso. Y pensar que a quienes tuvimos hasta ayer como
serios intelectuales, con una densa formación académica han devenido en exégetas de las satrapias de hoy. Hay una indisimulada disposición desde todas las esferas oficiales a improntar
con sesgos militaristas los diferentes modos de ser de la civilidad
venezolana. A imponerle un tono marcial a cada cosa. Los ideólogos del
régimen vienen construyendo una gramática para intentar mencionar con
otros signos lo que ya conoce la humanidad, porque
ha padecido sus atrocidades. Los militarismos, sean de izquierda o
derecha, desembocan en las peores calamidades por cuanto, como acto
reflejo, su fin último es eliminar a los oponentes. La intención es
darle rienda suelta a la consumación de las hostilidades. Privilegian un
reclamo instintivo de territorialidad. Para ellos se hace obligante expulsar al otro. Al militarismo los antagonistas les resultan incómodos y execrables porque en la obtusa mentalidad de tropa no hay posibilidad para valorar la cohabitación con los contrarios.
En
los sistemas auténticamente democráticos la esencia es la tolerancia,
sin en el mínimo rasgo cuartelario. Las victorias que afloran en la Democracia
se asumen pro-indiviso, por eso son hermosas, porque corresponden a
todos, porque fue el resultado a partir de un disenso fértil.
En todos los tiempos, los militares significaban la parte dura del devenir político, a los que mirábamos con respeto unos y recelo otros. Al llegar la democracia, se fueron formando y profesionalizando, entendían su papel ante la sociedad y la Nación, eran vistos con respeto y hasta con admiracion, representaban la protección en la fuerza. Tristemente hoy en día, los vemos pasar y solo podemos sentir desprecio y hasta repulsión, es cuando entra en vigor la frase, "POR UNO PAGAN TODOS". Pero es que la sumisión a la que han sometido al pueblo, es la misma que se ha enquistado en las Fuerzas Armadas. Inevitable entonces que la tolerancia se perdiera de ambos lados, donde pareciera que se ven los toros solo detrás de la barrera.
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