LA LÒGICA ESTRÀBICA DEL RÈGIMEN
Dr.
Abraham Gómez R.
Mientras el planeta
vive una relativa época de expansión
y prosperidad,
nuestro país se empobrece continua y
aceleradamente. Nos
hemos quedado atrás no sólo
en comparación con
las naciones más desarrolladas,
sino también en relación
a países de Asia y de América latina,
a los cuales les llevábamos
considerable ventaja hasta hace apenas veinte años.
Todo parece indicar
que caminamos en dirección opuesta al mundo y a la historia.
Gerver Torres. Un
sueño para Venezuela. ¿Cómo hacerlo realidad? 2000
Cada vez se agranda
nuestra fundamentada percepción que quienes deciden los diseños y puestas en ejecución
de las políticas públicas viven en extraviados escenarios. Ellos acusan un
incurable estrabismo, y lo que es peor: con tal óptica aspiran que las
realidades del país se adapten a su modo de ver, mirar y determinar destinos. Que
las cosas adquieran los significados que intentan imponer y no los que
realmente tienen. No se necesita ser muy inteligente o poseer virtudes
adivinatorias para convencernos y exteriorizar, para que se anulen o corrijan,
que en casi todo lo que han hecho o se proponen se develan inaceptables cúmulos
de desaciertos. Ni siquiera la ruta de la lógica dialéctica los favorece, que
es como dejar que afloren las contradicciones, y producto de éstas obtener una síntesis
de las soluciones que son tan válidas
como otras. Hasta para apelar a la dialéctica son torpes. Mientras actúen con
soberbias, autosuficiencias y arrogancias nunca conseguirán la vía expedita
para devolver a la nación las satisfactorias soluciones a los reclamos por la inmensa
problemática que nos flagela constantemente. Pongamos atención a lo siguiente: en
el mundo fluye en la actualidad una indetenible intercomunicación en todas las áreas,
ámbitos. Quizás lo más inimaginable adquiere sentido hoy mediante la interconexión
planetaria (¿globalización?, tal vez), pero frente a un fenómeno que se está viviendo
con tanta eclosión, que se ha venido mundializando, que se escapa del control
de los Estados hay que repotenciar el talento con la finalidad de entrarle a
esto, sin aislamientos injustificados. Constituye una imbecilidad abandonar el
concierto de la comunidad internacional. Ningún país avanza a contrapelo de los
inevadibles tejidos interestatales que hoy le sirven de plataforma a la humanidad. Recibimos
la calificación, en estos momentos, de un Estado cuyo curso de acción va en línea
contraria a la corriente que el derecho internacional público consagra; de allí
a ganarnos la condición de forajido sólo hay un paso. Mientras otros adelantan
y procuran insertarse en esquemas superiores de intercambios de todo tipo, los
detentadores del poder local creen que conviene más encriptarse. Qué otro diagnóstico
se le puede dar sino el de una “visión incorrecta que afecta adversamente la percepción
de la profundidad”. En definitiva, se vienen cultivando alineamientos
estructurales anómalos que vulneran de manera severa la perspectiva de país que
jamás debe dejarse a un costado para privilegiar la integración a grupos
cuestionados por narcoterroristas, o para alimentar caprichos ideológicos. Así también,
tal reduccionismo queda patentizado en los aspectos económicos. Grave error estratégico
de desarrollo nacional lo expone el hecho de limitar el consumo interno, casi exclusivamente,
a las importaciones en altísimas proporciones dinerarias sin que se vislumbren
alternativas confiables y sustentables para
las necesarias y oportunas sustituciones. Las iniciativas programáticas con las
que quisieron impulsar la propia sostenibilidad
de nuestra economía devinieron en risibles caricaturas. Contrario a lo que antes
se había propalado con orgullo “el petróleo es de Venezuela”, ahora exclamamos “Venezuela es del petróleo”. Somos hoy un
Estado-nación bastante más dependiente del recurso fósil que no hemos podido
controlar desde aquel accidente geológico de comienzos del siglo pasado. No
basta la intención, por muy elogiable que parezca, para superar los escollos
que se nos presenten en el país si persisten casi como política de Estado los provocados
desencuentros que marcan irrestañables rupturas
en la sociedad. Pareciera que hay sectores que se regustan con las divisiones.
Cada día estamos más convencidos que es a través de la educación como
podemos avenir mecanismos idóneos que nos
posibiliten las soluciones al mar de
cosas que padecemos. Sí, ciertamente, desde la educación para aliviar los
asuntos de nuestra sociedad, para demostrar la fortaleza impositiva que le es inherente por encima de
la genética social. La clave corresponde, en efecto a lo que ha venido
sosteniendo el maestro estadounidense Henry Giroux “los educadores se encuentran en una encrucijada ideológica en cuanto a
las responsabilidades cívicas y políticas que asumen al considerarse no sólo
profesorado crítico comprometido sino teórico cultural…la educación pública tiene
que adoptar enclaves de deliberación y resistencia dentro y fuera de la
escolaridad institucional, para que no se contemple la democracia como algo que
sobra, sino como algo imprescindible para el mismo proceso de aprendizaje”.
En torno a ello, entonces diremos que es una abominación insistir en un pensamiento único direccionado a preservar una
exclusiva parcela de poder. Como también se hace deleznable la vil utilización de
los procesos educativos para inocular sibilinamente determinados contenidos ideologizantes.
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