Desde
la “exquisita perversión” de tu pensamiento
Abraham Gómez R. (*)
“Lleno de bufones
solemnes está el mercado ¡y el pueblo se
gloria de sus grandes hombres. Estos son para èl
los señores del momento.
No tengas celos de
esos incondicionales apremiantes, amantes de la verdad. Jamás se ha
colgado la verdad del brazo de un incondicional.
ASÍ HABLÒ ZARATUSTRA. FRIEDRICH NIETZSCHE
(1883)
Siendo
ahora la tolerancia un asunto de escasísimo uso; y la discusión a través del disenso
fértil una extravagancia: precisamente, las dos mayores virtudes que cultivó
Rigoberto a lo largo de su existencia. Admitir con respeto las opiniones que
provenían en sentido contrario, al tiempo que procuraba pesquisar una arista
provechosa de cada palabra antagónica proferida, para hacer brotar después,
desde su proverbial iluminada intuición una síntesis superadora de ideas; y así
entonces, cada quien resultaba satisfecho. Tenía una grácil y elegante manera de
“construir en caliente”, pensar sobre la marcha elementos metonímicos para
reforzar lo que deseaba decir.
Habiéndonos
conseguido siempre en parcelas ideológicas distantes disfrutábamos inmensamente
con la sana confrontación (para muchos, dialéctica tal vez) que las
adversidades en sí mismas provocan. Ciertamente, èl había sido un digno
problematizador. Que nos incitaba al debate, que impulsaba al diálogo
escrutador, que hacía de los espacios académicos su ambiente de regusto, sin
llegar jamás a la domesticación.
Bastaba
su fonética, suficientemente estudiada y bien pronunciada, del idioma originario del
escritor de una obra reciente que èl quería citar en sus charlas,
conversaciones y conferencias, para que nos “engancháramos”; y partir, de
inmediato, raudos a escudriñar líneas de pensamientos de tanta gente. A veces
autores con imaginaciones recónditas,
abstrusos, de difícil comprensión en una primera lectura. Sin embargo,
Rigoberto les metabolizaba cada étimo;
con aquellas frases indigeribles construía nuevas metáforas y las replicaba en finas recreaciones
discursivas. Armaba todo un rizoma de
explicaciones filosóficas (Deleuze, dixit) con lo màs inmediatamente elucidado.
Una vez le escuché decir que le parecía placentera -por lo enigmática y en
apariencia enrevesada- la explicación que aportaba Prigogine acerca de su Teoría
de las Estructuras Disipativas.
Siempre
le admiramos la paciencia para escuchar hasta al que estaba errado en los
planteamientos de “punta a punta”. Impregnado de la quietud y grandeza del sabio, quizás, sin
barruntar después con odiosa erudición.
La dinámica de su vida estuvo signada por la constante y fecunda interlocución. Le
encantaba aprender de todo y a cada instante. Defendía con entera pasión su posición: ya en contra
del marxismo manualesco como yendo a contravía de la modernidad; o haciendo elogiosa consideración
a la Complejidad en tanto alternativa de vida.
Cada ejercicio crítico-reflexivo suyo iba
precedido de enjundiosas argumentaciones. En no pocos casos demoledoras, como la
siguiente:
“Hay una crisis que socava los
"fundamentos"; de lo que se entendió por la razón científica, el
sujeto epistémico, el progreso de la Historia, y la educación. Es la crisis del
paradigma de la racionalidad Moderna. La uniformidad de un pensamiento
organizado en disciplinas, en una normativa de la explicación causal y
empírica, en una visión de la realidad a partir de los
"meta-relatos"; ha llegado a su terminus. El pensamiento
posmoderno intenta dar salida a esta crisis desde otra comprensión y
hermenéutica del sentido complejo, no lineal de nuestra percepción de la
realidad. Las incertidumbres crean los nuevos movimientos aleatorias,
rizomáticos, blandos, efímeros, instantáneos, que quiebran la racionalidad
unificante de la modernidad y dan paso a la racionalidad deconstructiva de la
posmodernidad que se plantea como tarea recreativa la generación de nuevos
saberes” (El arte de pensar sin paradigmas).
He allí una elocuente re-afirmación de
su pensamiento, sin mimetismos. Frontal en la manera de enfocar y expresar.
Pudiéramos llegar a coincidir o divergir de los contenidos desplegados, de su
trasfondo escritural, en el sustrato de
apoyatura de su característico tejido discursivo; empero, no mezquinamos para
reconocer la fortaleza de los elementos sostenedores de todo cuanto argüía;
porque había en èl la honestidad de quien conjuga lo que dice con lo que hace.
Consciente siempre estuvo de las naturales consecuencias de sus discernimientos.
Un académico a carta cabal.
La
fundamentación ética que descolló Rigoberto a lo largo de su vida personal y universitaria
le permitió estructurarse de una sola pieza.
Nunca
lo vimos rechazar una discusión seria.
Cuánto
orgullo haber disfrutado de su sincera amistad: creada, cultivada y proyectada en base a los constantes intercambios de opiniones
abarcativas de las distintas parcelas de la realidad. Como docente nuestro del
doctorado en ciencias sociales de la UCV, y como impulsor de los seminarios del
CIPOST donde participamos Èl poseía la cualidad
de no dejarse encallejonar ni adocenar en corrientes de pensamientos
inconsistentes. Las adivinaba como circunstanciales instrumentos teóricos para
el usufructo político.
Sin
dudas que a través de su brillante modo de pensar lo real surgieron tantas
interrogantes que èl formulaba adrede con
la marcada intención de problematizar los pisos epistémicos que nutren y
engastan las palabras y las ideas. Por aquello que siempre figuró “las palabras
no son neutras”. Y los saberes tampoco.
Hermosa
coincidencia tuvo con Raincière en el
preciso ámbito de la
política-emancipación.
Observamos
al respecto que el filósofo originario de Argel, empero de formación teórica
francesa sostiene la tesis que la política está constituida por momentos de
disensos en los que la imaginación colectiva va màs allá de lo establecido. Hoy
llegamos a preguntarnos nosotros: acaso en la contemporaneidad venezolana la realidad no está desbordando a cada instante a las estructuras institucionalizadas.
Rigoberto lo exponía de modo similar al
entender a la democracia en tanto el poder de cualquiera. Por eso alentaba la
existencia de nuevos y distintos movimientos sociales; Decía que èl simpatizaba
porque apareciera, sin limitaciones, la diversidad de lo político
transversalizado. Hecho causal, esto último, de bastantes miradas reticentes
hacia Rigoberto por parte de quienes han
detentado la partidocracia acrítica e incontestada en nuestro país. Rigoberto
siempre les resultaba a los políticos, sin densidad en el pensamiento, un
necesario invitado incómodo. Porque pensaba con cabeza propia.
Las
universidades fueron focos de sus acendradas críticas. Contundentes reflexiones
que justificó con el propósito de que se transformaran; no que se solazaran y
admitieran los atajos reformistas como salidas.
Siendo
èl una creatura de la Universidad, no sentía vértigo para procurar alternativas
a los espacios universitarios acordes a las inaplazables e inmediatas exigencias de generación, recreación,
preservación y difusión de los conocimientos.
Tuvo
la valentía de dejar en claro, según èl, la obsolescencia de la Universidad; de señalar que era poco
menos que un cascarón vacío que no administraba
contenidos esenciales para la construcción de conocimientos sino burocracias
prescindibles. Muchos “espíritus esclerosados” que han hecho de las
universidades su hàbitus, quedaron perplejos cuando Rigoberto declara la
caducidad de los métodos aplicados en muchas universidades del mundo. Además,
insistió en la necesidad de realizar una reingeniería que resucite a las
distintas casas de estudios.
La
dicha admirable siempre de Rigoberto es no haberse quedado encajonado en los
diagnósticos catastrofistas. Aportaba soluciones alcanzables…
“Se
puede empezar con una reingeniería del modelo pero inventar otra alternativa
desde cero sería lo
ideal y hasta más conveniente y
excitante. Aunque hay muchos frentes de reforma
universitaria en el mundo y cada quien viene trabajando a su manera, por
ejemplo destacan los europeos con el llamado Programa de Bolonia, al igual que
en México en donde destaca el trabajo de Edgar Morín (Universidad de
Hermosillo). Sin embargo no existe ningún modelo a seguir sólo estas
experiencias”.
En
una conferencia en Tucupita, dictada para cursantes de posgrado, no tuvo recato
en exponer, en torno al tópico anteriormente citado que la vía que consideraba
màs expedita para constituir la Universidad para el presente tramo
civilizatorio, en tiempos de
incertidumbres, era mediante el caos:
“considero
que sólo caóticamente se puede transformar a la universidad; es decir por
irrupción, por movimientos inesperados…Por el aleteo de una mariposa que
provoque un huracán, es decir por el planteamiento de ideas como las que se
están presentando en este foro que pueden generar los cambios que revuelvan a
la universidad”.
Porque
le confería a la Universidad un carácter de sistema sensible,
extraordinariamente dinámico, Rigoberto abrigó, hasta sus últimos días, la
aspiración a la Universidad transformada
caóticamente:
“No
tranquilamente, ni por espontáneo desarrollo de su propio dinamismo. Estoy
seguro que por esa vía no pasará nada. En cambio por la turbulencia caótica
puede que pase algo. Esa es la esperanza y tal vez esos cambios no los vea esta
generación. Quizás nuestros nietos”.
Cómo
hablar de transformación universitaria sin ir a la raíz constitutiva y
constituyente de los saberes. Sin llegar a develar las matrices epistémicas que
las alimentan y sustentan. Tal vez, ello sea el factor que màs impacta y
espanta cuando estos asuntos son llevados a escenarios de fuertes escarceos con la intención de
discernirlos plena y absolutamente. Había una prístina visión en Rigoberto
sobre este específico aspecto….
“no hay modificación universitaria si no hay, al mismo tiempo,
cambios de la forma del pensar y un cambio profundo sobre todo en las ideas de
los docentes.
La transformación es un hecho natural
en el mundo académico, las universidades no se transforman naturales ni
espontáneamente, es la presión de la sociedad la que la induce. Es un desafío
urgente, y abarca un cambio cultural, que debe aparecer en la agenda de la
transformación y las políticas públicas de la misma”.
¿Cómo leer los textos de Rigoberto? O ¿Cómo metabolizarlos en nuestras “cajas de
herramientas” intelectivas y salir airosos?
Estilo
en el sentido literario es el acto de
añadir a un pensamiento dado un conjunto de circunstancias reflexionadas,
entendidas y calculadas para de esa manera generar un efecto fuerte en el intérprete
o lector. Tal breve acotación se desliza para dar cuenta de lo siguiente:
Rigoberto adquirió y desarrolló su
particularísimo estilo provocador, conviviente con la duda; escritos tejidos a
propósito –a veces- con borrosidades:
rasgo que lo acercaba e identificaba con el paradigma de la
Complejidad Moriniano. Decir las cosas incompletas. Plasmar las imágenes
literarias en penumbras. Es y no es al mismo tiempo. Invitaba a pensar las
cosas, a partir de lo que no son, por el contrario de sus significados. Y si
aún quedaba aliento para ahondar en los casos, continuar en la figuración de la realidad
“como si”, al mejor estilo de
Vaihinger.
Rigoberto
apelaba a estrategias discursivas que fracturaban los tradicionales esquemas.
Él mismo se dejaba pensar con imágenes diferentes a la literatura cotidiana.
Concitaba la construcción de mundos y “posibilidades absurdas”; a extraer
argumentos y buscar en su piélago de ideas los conectores discursivos que
generalmente permanecían ocultos, o en
suspenso. Tal modo redaccional no era desprevenido o ingenuo, llevaba de suyo
un “telos” de quien había hecho de la
filología su norma y de la hermenéutica su campus.
Con
un breve y fugaz párrafo ya nos encaminaba Rigoberto por la abundancia de
sinuosidades. En fragmentos, que de entrada resultaban inextricables para no
pocos; y que luego de demoradas lecturas
nos era posible apreciar líneas
quebradas y curvas llenas de ricas e
infinitas frases exclamativas:
“Los
antídotos frente a los cambios que todos quisieran funcionan eficazmente: nada
se mueve. Las fuerzas inerciales que están por cualquier lado estropeando
cualquier transformación siguen saliéndose con la suya (incluso en nombre de la
“revolución”). A pesar de la larga enumeración de mutaciones que efectivamente
están andando por todo el mundo, la academia se las arregla para permanecer
básicamente igual...”
En
la medida en que uno va leyendo y releyendo a Rigoberto, se le van construyendo
nuevas imágenes, renacen derivas de
ideas, desafíos para estructurar -por la vía del libre albedrío-
categorías para intentar elucidar lo que había quedado a un costado del camino.
Rigoberto se atrincheró de un pensamiento apropiado para la resistencia
intelectual, en estos tiempos de descalabros de pisos sólidos y valores
inaugurados por el proyecto de la Modernidad ilustrada. Todo texto, que nos
entregó en sus claves narrativas, consistía en uno y muchos significados
intentando mostrar datos de vida (existenciales) dentro de disímiles contextos,
la mayoría de las veces, crítica y violenta...
“La
mescolanza entre gestión gubernamental y funcionamiento del Estado (por ejemplo
en el campo de la salud, el transporte, las comunicaciones, la seguridad, la
banca o la educación) genera una terrible opacidad que es fuente de
arbitrariedad, corrupción e ineficiencia. En la medida en que no existe el
Estado (o existe en precarias condiciones) el gobierno es todo, ocupa todos los
espacios, es ejecutor y árbitro. De este modo la sociedad está a merced de una
parcialidad (cualquiera sea su signo) y todo termina dependiendo de los azares
y casuísticas de las decisiones climáticas: aquellas que se inspiran
rigurosamente, para donde sople el viento…”
A
cada palabra la obligaba a emplearse e implicarse al máximo, con un espectro de
posibilidades significativas, a riego de hacerse tedioso o tautológico, en el
lenguaje. Él y Maffesoli asumieron la estrategia discursiva de forzar una
expresión hasta los límites de su contenido. Nos luce una emocionante lúdica
lingüística cuya inevadible intención es darle formación y reafirmación a su
discurso…
“El afecto, lo emocional, lo afectivo,
pertenecientes todos al orden de la pasión, ya no están separados en un dominio
aparte, perfectamente aislados dentro de la esfera de la vida privada, ya no
son únicamente explicables a partir de categorías psicológicas, sino que van a
convertirse en palancas metodológicas útiles para la reflexión epistemológica, y son completamente operatorias…..
En otras palabras hay que hacer de la debilidad una fuerza innegable, y darse
cuenta que denegando ciertos aspectos de la realidad social corremos el riesgo
de conseguir que éstos reaparezcan con fuerza y de una manera perversa…”
(Michel Maffesoli. Elogio de la razón sensible).
Rigoberto
también apuntaba en esa dirección. Sabía que los significados son sentidos
impuestos al texto, casi que forzadamente, para que se interprete la lectura
desde un lugar diferente al de causa-efecto. Algo así como si cada cosa de la
vida careciera de razones para explicarla. A veces el espíritu está intoxicado
de racionalidades y realidades presupuestas infalibles.
En
“Posmodernidades….”, nos entrega un boceto que relata y patentiza su desempeño epocal
para darle léxico otro a las cosas, que testimonian y acreditan una y mil veces su
peculiaridad..
“Desde
luego la lógica tribal no ocurre en el vacío. Se trata màs bien de una tensión
permanente que se va resolviendo en una espiral sin fin. Recursividad de
procesos que reabsorben y transfiguran los conflictos y contradicciones que
aparecen incesantemente en todos los
planos de la sociedad. De este modo el mundo postmoderno puede ser leído como una
inmensa trama de sentidos en donde prácticas y discursos tejen los trayectos
difusos de la vida individual. En el marco de identidades débiles los lazos
colectivos fluyen en un nomadismo perpetuo que dificulta las definiciones
categoriales cargadas de fundamentalismo, violencia y exclusión…”
Una
síntesis de su estilística que marcaba la diferencia de su entramado
discursivo, permanentemente crítico, pleno de estructuras lingüísticas
complejas. Expresiones particulares que únicamente èl conformaba, sin pedir
demasiado permiso a la ortodoxia de nuestro lenguaje. Émulos o imitadores,
siempre los tuvo. Gravitaban en torno su
modo de imbricar las palabras.
Rigoberto
se empleaba a fondo para fortalecer las determinaciones comunicativas a las
cuales apelaba sin abusos o rebuscamientos hiperbólicos. Sin aumentar o
disminuir excesivamente aquello de lo que nos hablaba.
Quienes le
seguimos admirando y revisitando su obra-pensamiento somos contestes que
no daba ni pedía cuartel a la hora de
saberse aprovechador de las ocasiones para exponer sus ideas. Había en todo èl
una ebullición de reflexiones que le llevaban a alzar el brazo izquierdo y con
la mano del mismo lado a pergeñar en sigilo una noción fenoménica al tiempo que
estaba pronunciando una elogiable construcción categorial.
Hacía
un discurso para perturbar a las mentes resignadas. Prefería ubicarse en el
plano de la contestación sin demoras. No
daba concesiones obsequiosas a alguna fórmula teórica que aspirara la
legitimación epistemológica.
De
qué ciencias sociales podemos hablar hoy, cuestionaba, si éstas no han
podido o han dejado de responder agudas
y puntuales preguntas.
Se
inscribió Rigoberto junto con quienes daban cuenta que el hombre en tanto
Sujeto, portador de una conciencia con aspiración de trascendencia conformaba
una entelequia que había que sustituir. Enarbolaba “el descentramiento del
sujeto”. En reiteradas ocasiones hizo gala de su exquisito verbo para señalar
que: pensar al Sujeto, como proyecto redentor, con suficiente carga axiológica,
poseedor de elementos omnímodos,
incuestionables de una única verdad, ya era un obstáculo epistemológico para
conocerlo y, lo mismo para interpretarlo de manera diversa en el discurso
posmoderno.
Él
sabía que con recursos literarios estratégicos: metáforas, metonimias,
aforismos, tropos, recursividades, antropomorfismos, huestes de palabras
adornadas poética y retóricamente, posibilitaba
darle a su idea-fuerza un sentido diferente al habitual, por una parte y
por la otra estructurar un escenario para el indetenible y complejo debate en
estos tiempos de derrumbamientos de
fundamentos y paradigmas.
Sólo
hay, nos acostumbraba a decir como
apostillando a Deleuze, diferencias y repeticiones, nada permanece salvo a
condición de hacerse caos.
La
crisis de la Modernidad con su individuo ético, escrupuloso para evitar el mal
y cargado de imperativos categóricos para el bien común, a su vez conduce a un
Nihilismo expansivo, reproducido en las entrañas de ese esquema epistémico
racionalizante ya en vía de extinción.
Habitaba
en Rigoberto la inmensa preocupación para incitar el pensamiento
creativo-crítico en América Latina. Continuamente refería, que mientras en
otras latitudes se hacen y dicen cosas; èl no lograba explicarse qué estaba
pasando con esta parte de la tierra…
“Una de las ventajas de la
mundialización de los imaginarios es que la gente entra en contacto muy
fácilmente con las cosas bien hechas, con las exploraciones màs audaces en
todos los ámbitos del arte, con realizaciones extraordinarias de tanta gente
que está creando màs allá del canon y de
los formatos establecidos. En la vida cotidiana coexisten entremezclados
distintas estéticas que pugnan por su visibilidad y posicionamiento….. En
América latina hay una fuerza espectacular en su neobarroquismo posmoderno. Lo
vemos en su música, en su literatura, en las màs variadas experimentaciones culturales. Esa
riqueza tiene que potenciarse en la explosión de la sensibilidad
colectiva…Nadie está autorizado a dictaminar aquí qué es lo bello. Allí es muy
difícil encontrar un consenso. Pero respecto a las piraterías y el mal gusto es
demasiado fácil saber lo que no sirve…”
Nos
enfrentamos a una situación interesante en América latina. Estamos en un mundo
de grandes discursos, de elucubraciones que no llega a retroalimentar lo que en
verdad debería importarnos a partir de la pregunta acerca de cómo se está
construyendo el conocimiento en esta parte socio histórica de nuestro
continente; que nos permita ver realidades diferentes a aquellas que impone el
discurso hegemónico.
¿Existe
la necesidad de conocer a América Latina o la necesidad de pensar a América
Latina..?
No
son pocos quienes aducen que lo que hay en América Latina, sin duda alguna es
erudición, información, investigación, pero esto no garantiza la respuesta
afirmativa a la pregunta de si en América Latina se piensa.
Rigoberto
nos recordó como anécdota lo que siempre señalaba Carlos Fuentes hace ya
algunos años, de que si acaso emergía filosofía en América Latina no sería
precisamente a partir de los filósofos sino por voluntad de los literatos. Una
exageración del mexicano, podría ser.
Ciertamente,
cuánto pensamiento hay en nuestra literatura, cuánto pensamiento en nuestro
lenguaje simbólico; pero que si confrontamos con el ámbito de las ciencias
sociales, vemos que no hay una relación; dicho de otra manera, no existe un
enriquecimiento recíproco.
El
mundo intelectual latinoamericano vive de su discurso que muy poca relación
guarda con la problemática del día a día. Nos nutrimos desde una perspectiva
discursiva que se ontologiza, en la medida que pretende ser el único modo de
dar cuenta de la historia. Por qué dejamos de pensar todo cuanto nos toca la
piel cultural, parece que lo que nos acontece, civilizatoriamente no fuera con
nosotros.
La
reflexión epistémica en América Latina no puede dejar de ser una toma de
conciencia de cómo fue construido el conocimiento; de forma que permita
entender el por qué ciertas posibilidades de construcciones sociales no se
dieron, ya que las ciencia sociales tienen sus responsabilidades en los
procesos.
¿Pensamos
en América Latina desde las exigencias económicas, políticas, sociales y
culturales?
Rigoberto
siempre diò por afirmativa la anterior interrogante..
“es
clarísimo que los procesos sociopolíticos que se están animando en
Latinoamérica tienen todos en común un suerte de voluntarismo político afincado
en el drama de poblaciones depauperadas por la voracidad de nuestras
“lumpen-burguesías”. Los giros progresistas que se observan en estos tiempos
tienen esa raíz común: oleadas populares que viene al desquite de siglos de
explotación y miseria sin esperanza alguna de salir de abajo. Nadie va a estar
con remilgos ideológicos ni epistemológicos si de lo que se trata es de ganar
unas elecciones o echar a algún tirano del poder…”
Suele
ocurrir, mencionó infinitamente Rigoberto, que cada vez que nos encontramos en
algún atolladero, en un atasco social, algún ocurrente sale proponiendo que hay
que conformar una comisión de reforma, y jamás se les ocurre que de lo que se
trata es de Transformar. En América Latina requerimos que no sólo los
intelectuales piensen. Por cierto, palabra que siempre fue desdeñosa para èl. Decía que cuando alguien
se auto adjetivaba de intelectual había que colocarlo “bajo sospecha”
Porque
por la vía de la reforma no vamos hacia ninguna parte. Por cuanto sólo por allí
intentaremos reacomodar la cosmética. Revisar los esquemas, el aspecto, las apariencias.
Mientras que la transformación va al fondo de los asuntos. Es hurgar en lo
verdaderamente profundo. Trastocar,
desmontar, y para decirlo en las claves de Jaques Derrida: transformar para deconstruir las lógicas (el modo de arreglar
los pensamientos), las racionalidades que han soportado y anidado a los
movimientos sociales, que se han enquistado
y no han permitido que las cosas, y menos los pensamientos avancen.
Aún
escuchamos la constante prédica de Rigoberto ante las hipocresías (“babosadas”,
las llamaba) de quienes pretendían hacer saber que lo estaban cambiando todo…
“Es preferible la restauración de un
viejo pensamiento fundado en nuevo modo de pensar que la fantasía de los nuevos
Pensamientos que ocultan la misma vieja manera de pensar”
Y
tal vez hubiera rematado con “qué
pamplinadas, ni qué cuentos…..”
Eternamente
orgullosos de tì, Rigoberto: Maestro y Amigo. Quien nos enseñó a dudar hasta de lo que nos enseñaba.
(*) Cursante de los seminarios en la gestiòn
de la dignidad del CIPOST
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