martes, 30 de julio de 2013

EN MEMORIA DEL MAESTRO RIGOBERTO LANZ



                Desde la “exquisita perversión” de tu  pensamiento

                                                 Abraham  Gómez   R. (*)

“Lleno de bufones solemnes está el mercado ¡y el pueblo se  gloria de   sus grandes  hombres. Estos son    para  èl los   señores del momento.
No tengas celos de esos incondicionales    apremiantes, amantes de la verdad. Jamás se ha colgado la verdad del brazo de un incondicional.
ASÍ HABLÒ ZARATUSTRA. FRIEDRICH NIETZSCHE (1883)

Siendo ahora la tolerancia un asunto de escasísimo uso; y la discusión a través del disenso fértil una extravagancia: precisamente, las dos mayores virtudes que cultivó Rigoberto a lo largo de su existencia. Admitir con respeto las opiniones que provenían en sentido contrario, al tiempo que procuraba pesquisar una arista provechosa de cada palabra antagónica proferida, para hacer brotar después, desde su proverbial iluminada intuición una síntesis superadora de ideas; y así entonces, cada quien resultaba satisfecho.  Tenía una grácil y elegante manera de “construir en caliente”, pensar sobre la marcha elementos metonímicos para reforzar lo que deseaba decir.
Habiéndonos conseguido siempre en parcelas ideológicas distantes disfrutábamos inmensamente con la sana confrontación (para muchos, dialéctica tal vez) que las adversidades en sí mismas provocan. Ciertamente, èl había sido un digno problematizador. Que nos incitaba al debate, que impulsaba al diálogo escrutador, que hacía de los espacios académicos su ambiente de regusto, sin llegar jamás a la domesticación.
Bastaba su fonética, suficientemente estudiada y  bien pronunciada, del idioma originario del escritor de una obra reciente que èl quería citar en sus charlas, conversaciones y conferencias, para que nos “engancháramos”; y partir, de inmediato, raudos a escudriñar líneas de pensamientos de tanta gente. A veces autores con  imaginaciones recónditas, abstrusos, de difícil comprensión en una primera lectura. Sin embargo, Rigoberto  les metabolizaba cada étimo; con  aquellas frases  indigeribles construía nuevas metáforas y  las replicaba en finas recreaciones discursivas. Armaba  todo un rizoma de explicaciones filosóficas (Deleuze, dixit) con lo màs inmediatamente elucidado. Una vez le escuché decir que le parecía placentera -por lo enigmática y en apariencia enrevesada- la explicación que aportaba Prigogine acerca de su Teoría de las Estructuras Disipativas.
Siempre le admiramos la paciencia para escuchar hasta al que estaba errado en los planteamientos de “punta a punta”. Impregnado de la  quietud y grandeza del sabio, quizás, sin barruntar después con odiosa erudición.  La dinámica de su vida estuvo signada por la  constante y fecunda interlocución. Le encantaba aprender de todo y a cada instante. Defendía  con entera pasión su posición: ya en contra del marxismo manualesco como yendo a contravía de la  modernidad; o haciendo elogiosa consideración a la Complejidad en tanto alternativa de vida.
 Cada ejercicio crítico-reflexivo suyo iba precedido de enjundiosas argumentaciones.  En no pocos casos demoledoras, como la siguiente:
 Hay una crisis que socava los "fundamentos"; de lo que se entendió por la razón científica, el sujeto epistémico, el progreso de la Historia, y la educación. Es la crisis del paradigma de la racionalidad Moderna. La uniformidad de un pensamiento organizado en disciplinas, en una normativa de la explicación causal y empírica, en una visión de la realidad a partir de los "meta-relatos";  ha  llegado a su terminus. El pensamiento posmoderno intenta dar salida a esta crisis desde otra comprensión y hermenéutica del sentido complejo, no lineal de nuestra percepción de la realidad. Las incertidumbres crean los nuevos movimientos aleatorias, rizomáticos, blandos, efímeros, instantáneos, que quiebran la racionalidad unificante de la modernidad y dan paso a la racionalidad deconstructiva de la posmodernidad que se plantea como tarea recreativa la generación de nuevos saberes” (El arte de pensar sin paradigmas).

He allí una elocuente re-afirmación de su pensamiento, sin mimetismos. Frontal en la manera de enfocar y expresar. Pudiéramos llegar a coincidir o divergir de los contenidos desplegados, de su trasfondo escritural, en el sustrato  de apoyatura de su característico tejido discursivo; empero, no mezquinamos para reconocer la fortaleza de los elementos sostenedores de todo cuanto argüía; porque había en èl la honestidad de quien conjuga lo que dice con lo que hace. Consciente siempre estuvo de las naturales consecuencias de sus discernimientos. Un académico a carta cabal.
La fundamentación ética que descolló Rigoberto a lo largo de su vida personal y universitaria le permitió estructurarse de una sola pieza. 
Nunca lo vimos rechazar una discusión seria.
Cuánto orgullo haber disfrutado de su sincera amistad: creada, cultivada  y proyectada en base  a los constantes intercambios de opiniones abarcativas de las distintas parcelas de la realidad. Como docente nuestro del doctorado en ciencias sociales de la UCV, y como impulsor de los seminarios del CIPOST donde participamos  Èl poseía la cualidad de no dejarse encallejonar ni adocenar en corrientes de pensamientos inconsistentes. Las adivinaba como circunstanciales instrumentos teóricos para el usufructo político.
Sin dudas que a través de su brillante modo de pensar lo real surgieron tantas interrogantes que èl formulaba  adrede con la marcada intención de problematizar los pisos epistémicos que nutren y engastan las palabras y las ideas. Por aquello que siempre figuró “las palabras no son neutras”. Y los saberes tampoco.
Hermosa coincidencia tuvo con Raincière en  el preciso ámbito de  la política-emancipación.
Observamos al respecto que el filósofo originario de Argel, empero de formación teórica francesa sostiene la tesis que la política está constituida por momentos de disensos en los que la imaginación colectiva va màs allá de lo establecido. Hoy llegamos a preguntarnos nosotros: acaso en  la contemporaneidad venezolana la realidad  no está desbordando a cada instante  a las estructuras institucionalizadas.
 Rigoberto lo exponía de modo similar al entender a la democracia en tanto el poder de cualquiera. Por eso alentaba la existencia de nuevos y distintos movimientos sociales; Decía que èl simpatizaba porque apareciera, sin limitaciones, la diversidad de lo político transversalizado. Hecho causal, esto último, de bastantes miradas reticentes hacia Rigoberto por parte de quienes  han detentado la partidocracia acrítica e incontestada en nuestro país. Rigoberto siempre les resultaba a los políticos, sin densidad en el pensamiento, un necesario invitado incómodo. Porque pensaba con cabeza propia.
Las universidades fueron focos de sus acendradas críticas. Contundentes reflexiones que justificó con el propósito de que se transformaran; no que se solazaran y admitieran los atajos reformistas como salidas.
Siendo èl una creatura de la Universidad, no sentía vértigo para procurar alternativas a los espacios universitarios acordes a las inaplazables e inmediatas  exigencias de generación, recreación, preservación y difusión de los conocimientos.
Tuvo la valentía de dejar en claro, según èl, la obsolescencia  de la Universidad; de señalar que era poco menos  que un cascarón vacío que no administraba contenidos esenciales para la construcción de conocimientos sino burocracias prescindibles. Muchos “espíritus esclerosados” que han hecho de las universidades su hàbitus, quedaron perplejos cuando Rigoberto declara la caducidad de los métodos aplicados en muchas universidades del mundo. Además, insistió en la necesidad de realizar una reingeniería que resucite a las distintas casas de estudios.
La dicha admirable siempre de Rigoberto es no haberse quedado encajonado en los diagnósticos catastrofistas. Aportaba soluciones alcanzables…
Se puede empezar con una reingeniería del modelo pero inventar otra alternativa desde cero sería lo ideal y hasta más conveniente y excitante. Aunque hay muchos frentes de reforma universitaria en el mundo y cada quien viene trabajando a su manera, por ejemplo destacan los europeos con el llamado Programa de Bolonia, al igual que en México en donde destaca el trabajo de Edgar Morín (Universidad de Hermosillo). Sin embargo no existe ningún modelo a seguir sólo estas experiencias”.

En una conferencia en Tucupita, dictada para cursantes de posgrado, no tuvo recato en exponer, en torno al tópico anteriormente citado que la vía que consideraba màs expedita para constituir la Universidad para el presente tramo civilizatorio, en  tiempos de incertidumbres, era mediante el caos:
 considero que sólo caóticamente se puede transformar a la universidad; es decir por irrupción, por movimientos inesperados…Por el aleteo de una mariposa que provoque un huracán, es decir por el planteamiento de ideas como las que se están presentando en este foro que pueden generar los cambios que revuelvan a la universidad”.

Porque le confería a la Universidad un carácter de sistema sensible, extraordinariamente dinámico, Rigoberto abrigó, hasta sus últimos días, la aspiración a la  Universidad transformada caóticamente:
 No tranquilamente, ni por espontáneo desarrollo de su propio dinamismo. Estoy seguro que por esa vía no pasará nada. En cambio por la turbulencia caótica puede que pase algo. Esa es la esperanza y tal vez esos cambios no los vea esta generación. Quizás nuestros nietos”.
Cómo hablar de transformación universitaria sin ir a la raíz constitutiva y constituyente de los saberes. Sin llegar a develar las matrices epistémicas que las alimentan y sustentan. Tal vez, ello sea el factor que màs impacta y espanta cuando estos asuntos son llevados a escenarios  de fuertes escarceos con la intención de discernirlos plena y absolutamente. Había una prístina visión en Rigoberto sobre este específico aspecto….

“no hay modificación  universitaria si no hay, al mismo tiempo, cambios de la forma del pensar y un cambio profundo sobre todo en las ideas de los docentes.
La transformación es un hecho natural en el mundo académico, las universidades no se transforman naturales ni espontáneamente, es la presión de la sociedad la que la induce. Es un desafío urgente, y abarca un cambio cultural, que debe aparecer en la agenda de la transformación y las políticas públicas de la misma”.

 ¿Cómo leer los textos de Rigoberto?  O ¿Cómo metabolizarlos en nuestras “cajas de herramientas” intelectivas y salir airosos?
Estilo en el sentido literario es el acto  de añadir a un pensamiento dado un conjunto de circunstancias reflexionadas, entendidas y calculadas para de esa manera generar un efecto fuerte en el intérprete o lector. Tal breve acotación se desliza para dar cuenta de lo siguiente: Rigoberto adquirió  y desarrolló su particularísimo estilo provocador, conviviente con la duda; escritos tejidos a propósito –a veces-  con borrosidades: rasgo que lo  acercaba e  identificaba con el paradigma de la Complejidad Moriniano. Decir las cosas incompletas. Plasmar las imágenes literarias en penumbras. Es y no es al mismo tiempo. Invitaba a pensar las cosas, a partir de lo que no son, por el contrario de sus significados. Y si aún quedaba aliento para ahondar en los casos, continuar en la  figuración de  la realidad  “como si”,  al mejor estilo de Vaihinger.
Rigoberto apelaba a estrategias discursivas que fracturaban los tradicionales esquemas. Él mismo se dejaba pensar con imágenes diferentes a la literatura cotidiana. Concitaba la construcción de mundos y “posibilidades absurdas”; a extraer argumentos y buscar en su piélago de ideas los conectores discursivos que generalmente permanecían ocultos,  o en suspenso. Tal modo redaccional no era desprevenido o ingenuo, llevaba de suyo un “telos” de  quien había hecho de la filología su norma y de la hermenéutica su campus.
Con un breve y fugaz párrafo ya nos encaminaba Rigoberto por la abundancia de sinuosidades. En fragmentos, que de entrada resultaban inextricables para no pocos; y que luego de  demoradas lecturas  nos era posible apreciar líneas quebradas y curvas  llenas de ricas e infinitas frases exclamativas:
Los antídotos frente a los cambios que todos quisieran funcionan eficazmente: nada se mueve. Las fuerzas inerciales que están por cualquier lado estropeando cualquier transformación siguen saliéndose con la suya (incluso en nombre de la “revolución”). A pesar de la larga enumeración de mutaciones que efectivamente están andando por todo el mundo, la academia se las arregla para permanecer básicamente igual...”

En la medida en que uno va leyendo y releyendo a Rigoberto, se le van construyendo nuevas imágenes, renacen derivas de  ideas, desafíos para estructurar -por la vía del libre albedrío- categorías para intentar elucidar lo que había quedado a un costado del camino. Rigoberto se atrincheró de un pensamiento apropiado para la resistencia intelectual, en estos tiempos de descalabros de pisos sólidos y valores inaugurados por el proyecto de la Modernidad ilustrada. Todo texto, que nos entregó en sus claves narrativas, consistía en uno y muchos significados intentando mostrar datos de vida (existenciales) dentro de disímiles contextos, la mayoría de las veces, crítica y violenta...
La mescolanza entre gestión gubernamental y funcionamiento del Estado (por ejemplo en el campo de la salud, el transporte, las comunicaciones, la seguridad, la banca o la educación) genera una terrible opacidad que es fuente de arbitrariedad, corrupción e ineficiencia. En la medida en que no existe el Estado (o existe en precarias condiciones) el gobierno es todo, ocupa todos los espacios, es ejecutor y árbitro. De este modo la sociedad está a merced de una parcialidad (cualquiera sea su signo) y todo termina dependiendo de los azares y casuísticas de las decisiones climáticas: aquellas que se inspiran rigurosamente, para donde sople el viento…”

A cada palabra la obligaba a emplearse e implicarse al máximo, con un espectro de posibilidades significativas, a riego de hacerse tedioso o tautológico, en el lenguaje. Él y Maffesoli asumieron la estrategia discursiva de forzar una expresión hasta los límites de su contenido. Nos luce una emocionante lúdica lingüística cuya inevadible intención es darle formación y reafirmación a su discurso…
“El afecto, lo emocional, lo afectivo, pertenecientes todos al orden de la pasión, ya no están separados en un dominio aparte, perfectamente aislados dentro de la esfera de la vida privada, ya no son únicamente explicables a partir de categorías psicológicas, sino que van a convertirse en palancas metodológicas útiles para la reflexión  epistemológica, y son completamente operatorias….. En otras palabras hay que hacer de la debilidad una fuerza innegable, y darse cuenta que denegando ciertos aspectos de la realidad social corremos el riesgo de conseguir que éstos reaparezcan con fuerza y de una manera perversa…” (Michel Maffesoli. Elogio de la razón sensible).

Rigoberto también apuntaba en esa dirección. Sabía que los significados son sentidos impuestos al texto, casi que forzadamente, para que se interprete la lectura desde un lugar diferente al de causa-efecto. Algo así como si cada cosa de la vida careciera de razones para explicarla. A veces el espíritu está intoxicado de racionalidades y realidades presupuestas infalibles.
En “Posmodernidades….”,  nos entrega un boceto  que relata y patentiza su desempeño epocal para darle léxico otro a las cosas, que  testimonian y acreditan una y mil veces su peculiaridad..
Desde luego la lógica tribal no ocurre en el vacío. Se trata màs bien de una tensión permanente que se va resolviendo en una espiral sin fin. Recursividad de procesos que reabsorben y transfiguran los conflictos y contradicciones que aparecen incesantemente en  todos los planos de la sociedad. De este modo el mundo postmoderno puede ser leído como una inmensa trama de sentidos en donde prácticas y discursos tejen los trayectos difusos de la vida individual. En el marco de identidades débiles los lazos colectivos fluyen en un nomadismo perpetuo que dificulta las definiciones categoriales cargadas de fundamentalismo, violencia y exclusión…”

Una síntesis de su estilística que marcaba la diferencia de su entramado discursivo, permanentemente crítico, pleno de estructuras lingüísticas complejas. Expresiones particulares que únicamente èl conformaba, sin pedir demasiado permiso a la ortodoxia de nuestro lenguaje. Émulos o imitadores, siempre los tuvo.  Gravitaban en torno su modo de imbricar las palabras.
Rigoberto se empleaba a fondo para fortalecer las determinaciones comunicativas a las cuales apelaba sin abusos o rebuscamientos hiperbólicos. Sin aumentar o disminuir excesivamente aquello de lo que  nos hablaba.
 Quienes le  seguimos admirando y revisitando su obra-pensamiento somos contestes que no daba  ni pedía cuartel a la hora de saberse aprovechador de las ocasiones para exponer sus ideas. Había en todo èl una ebullición de reflexiones que le llevaban a alzar el brazo izquierdo y con la mano del mismo lado a pergeñar en sigilo una noción fenoménica al tiempo que estaba pronunciando una elogiable construcción categorial.
Hacía un discurso para perturbar a las mentes resignadas. Prefería ubicarse en el plano de la contestación  sin demoras. No daba concesiones obsequiosas a alguna fórmula teórica que aspirara la legitimación epistemológica.
De qué ciencias sociales podemos hablar hoy, cuestionaba, si éstas no han podido  o han dejado de responder agudas y puntuales preguntas.
Se inscribió Rigoberto junto con quienes daban cuenta que el hombre en tanto Sujeto, portador de una conciencia con aspiración de trascendencia conformaba una entelequia que había que sustituir. Enarbolaba “el descentramiento del sujeto”. En reiteradas ocasiones hizo gala de su exquisito verbo para señalar que: pensar al Sujeto, como proyecto redentor, con suficiente carga axiológica, poseedor de elementos  omnímodos, incuestionables de una única verdad, ya era un obstáculo epistemológico para conocerlo y, lo mismo para interpretarlo de manera diversa en el discurso posmoderno.
Él sabía que con recursos literarios estratégicos: metáforas, metonimias, aforismos, tropos, recursividades, antropomorfismos, huestes de palabras adornadas poética y retóricamente, posibilitaba  darle a su idea-fuerza un sentido diferente al habitual, por una parte y por la otra estructurar un escenario para el indetenible y complejo debate en estos tiempos de derrumbamientos de  fundamentos y paradigmas.
Sólo hay, nos acostumbraba a decir  como apostillando a Deleuze, diferencias y repeticiones, nada permanece salvo a condición de hacerse caos.
La crisis de la Modernidad con su individuo ético, escrupuloso para evitar el mal y cargado de imperativos categóricos para el bien común, a su vez conduce a un Nihilismo expansivo, reproducido en las entrañas de ese esquema epistémico racionalizante ya en vía de extinción.
Habitaba en Rigoberto la inmensa preocupación para incitar el pensamiento creativo-crítico en América Latina. Continuamente refería, que mientras en otras latitudes se hacen y dicen cosas; èl no lograba explicarse qué estaba pasando con esta parte de la tierra…
“Una de las ventajas de la mundialización de los imaginarios es que la gente entra en contacto muy fácilmente con las cosas bien hechas, con las exploraciones màs audaces en todos los ámbitos del arte, con realizaciones extraordinarias de tanta gente que está creando màs allá del canon  y de los formatos establecidos. En la vida cotidiana coexisten entremezclados distintas estéticas que pugnan por su visibilidad y posicionamiento….. En América latina hay una fuerza espectacular en su neobarroquismo posmoderno. Lo vemos en su música, en su literatura, en las màs  variadas experimentaciones culturales. Esa riqueza tiene que potenciarse en la explosión de la sensibilidad colectiva…Nadie está autorizado a dictaminar aquí qué es lo bello. Allí es muy difícil encontrar un consenso. Pero respecto a las piraterías y el mal gusto es demasiado fácil saber lo que no sirve…”

Nos enfrentamos a una situación interesante en América latina. Estamos en un mundo de grandes discursos, de elucubraciones que no llega a retroalimentar lo que en verdad debería importarnos a partir de la pregunta acerca de cómo se está construyendo el conocimiento en esta parte socio histórica de nuestro continente; que nos permita ver realidades diferentes a aquellas que impone el discurso hegemónico.
¿Existe la necesidad de conocer a América Latina o la necesidad de pensar a América Latina..?
No son pocos quienes aducen que lo que hay en América Latina, sin duda alguna es erudición, información, investigación, pero esto no garantiza la respuesta afirmativa a la pregunta de si en América Latina se piensa.
Rigoberto nos recordó como anécdota lo que siempre señalaba Carlos Fuentes hace ya algunos años, de que si acaso emergía filosofía en América Latina no sería precisamente a partir de los filósofos sino por voluntad de los literatos. Una exageración del mexicano, podría ser.
Ciertamente, cuánto pensamiento hay en nuestra literatura, cuánto pensamiento en nuestro lenguaje simbólico; pero que si confrontamos con el ámbito de las ciencias sociales, vemos que no hay una relación; dicho de otra manera, no existe un enriquecimiento recíproco.
El mundo intelectual latinoamericano vive de su discurso que muy poca relación guarda con la problemática del día a día. Nos nutrimos desde una perspectiva discursiva que se ontologiza, en la medida que pretende ser el único modo de dar cuenta de la historia. Por qué dejamos de pensar todo cuanto nos toca la piel cultural, parece que lo que nos acontece, civilizatoriamente no fuera con nosotros.
La reflexión epistémica en América Latina no puede dejar de ser una toma de conciencia de cómo fue construido el conocimiento; de forma que permita entender el por qué ciertas posibilidades de construcciones sociales no se dieron, ya que las ciencia sociales tienen sus responsabilidades en los procesos.
¿Pensamos en América Latina desde las exigencias económicas, políticas, sociales y culturales?
Rigoberto siempre diò por afirmativa la anterior interrogante..
es clarísimo que los procesos sociopolíticos que se están animando en Latinoamérica tienen todos en común un suerte de voluntarismo político afincado en el drama de poblaciones depauperadas por la voracidad de nuestras “lumpen-burguesías”. Los giros progresistas que se observan en estos tiempos tienen esa raíz común: oleadas populares que viene al desquite de siglos de explotación y miseria sin esperanza alguna de salir de abajo. Nadie va a estar con remilgos ideológicos ni epistemológicos si de lo que se trata es de ganar unas elecciones o echar a algún tirano del poder…”

Suele ocurrir, mencionó infinitamente Rigoberto, que cada vez que nos encontramos en algún atolladero, en un atasco social, algún ocurrente sale proponiendo que hay que conformar una comisión de reforma, y jamás se les ocurre que de lo que se trata es de Transformar. En América Latina requerimos que no sólo los intelectuales piensen. Por cierto, palabra que siempre fue  desdeñosa para èl. Decía que cuando alguien se auto adjetivaba de intelectual había que colocarlo “bajo sospecha”
Porque por la vía de la reforma no vamos hacia ninguna parte. Por cuanto sólo por allí intentaremos reacomodar la cosmética. Revisar los esquemas, el aspecto, las apariencias. Mientras que la transformación va al fondo de los asuntos. Es hurgar en lo verdaderamente  profundo. Trastocar, desmontar, y para decirlo en las claves de Jaques Derrida: transformar para  deconstruir las lógicas (el modo de arreglar los pensamientos), las racionalidades que han soportado y anidado a los movimientos sociales, que se han enquistado  y no han permitido que las cosas, y menos los pensamientos avancen.
Aún escuchamos la constante prédica de Rigoberto ante las hipocresías (“babosadas”, las llamaba) de quienes pretendían hacer saber que lo estaban cambiando todo…
“Es preferible la restauración de un viejo pensamiento fundado en nuevo modo de pensar que la fantasía de los nuevos Pensamientos que ocultan la misma vieja manera de pensar”

Y tal vez hubiera rematado con “qué pamplinadas, ni qué cuentos…..”
Eternamente orgullosos de tì, Rigoberto: Maestro y Amigo. Quien nos enseñó a dudar  hasta de lo que  nos enseñaba.

(*) Cursante de los seminarios en la gestiòn de la dignidad del CIPOST

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