lunes, 7 de marzo de 2016



REVISITAR A LA MUJER DESDE OTRA MIRADA (I)

Dr. Abraham Gómez R.-
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

A partir de las circunstancias complejas y los  permanentes cambios en que deviene el mundo en la actualidad, ya casi nada   escapa  o se exonera  de análisis. Hay una incitación constante para poner las cosas en tensión. Todo hay que dilucidarlo.
El lenguaje como estructura social constituye otro dato también interesante para lo que nos proponemos decir. Se nos hace inaceptable en esta época contemporánea que  alguien pueda  llegar a pensar que mujeres y hombres no sólo  son diferentes, sino que las mujeres son inferiores con los estereotipos sexistas que tales actitudes deparan.
 La hipótesis que relaciona el vocablo mulier, de donde proviene la palabra mujer, con adjetivos de descalificación como: blanda, floja, mullida corresponde más a una etimología popular sin base lingüística seria, y abundante de prejuicios y torcidas intencionalidades. Reconozcamos  que la discriminación, el ocultamiento y la negación a la que ha estado sometida la mujer secularmente no han sido hechos desprevenidos o fortuitos. Hasta el  laureado Aristóteles aportó lo suyo, quién lo diría, para naturalizar las diferencias entre hombres y mujeres. Una expresión medieval daba a conocer las condiciones de inferioridad que ellas soportaban “…la naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio doméstico y simple, así les limitó el entendimiento y, por consiguiente, les tasó las palabras y las razones.”  Rousseau promovió la igualdad entre los hombres y muchas ideas vigentes aún; pero debemos estar claros, que las libertades a las que aludía el filósofo francés no abarcaban a las mujeres. Tamaña ironía. Por consiguiente, hay suficientes resabios todavía de una cultura antropocentrista que impone a la mujer los modos de ser, hacer y pensar, que terminan limitándola a  una constreñida trama,  sin mayores  posibilidades; de la que no obstante se ha ido desanudando. Vivir en condiciones patriarcales y de recurrente subestimación ha venido construyendo en el inconsciente de la mujer un patrón de conducta  de legítima aceptación, haciéndole daño severo a su autoestima. Para lo cual tenemos contundentes respuestas. Primero admitamos que ambos géneros edifican la búsqueda  de sus propias realizaciones a  través de la complementariedad que les es posible darse. Que el siglo XXI es el siglo de las mujeres, vamos a permitirnos esa profecía razonable. La presencia de la mujer en los cargos de responsabilidades había sido lenta, pero se ha vuelto indetenible. La pregunta que se formula la mujer ante los desafíos de la sociedad ya no es cómo acceder sino la trascendencia de su participación y las consecuencias de sus decisiones. Admitamos, con honestidad, que en estos y en los próximos tiempos habrá muchas mujeres en desempeños públicos y privados para orgullo de los seres humanos y de ellas en particular. La mujer lejos de adentrarse socialmente con  imitaciones vacías de los comportamientos masculinos ha constituido su propio estilo y fijado su perspectiva: ha sabido resignificar su identidad femenina, se ha hecho sujeto del discurso cotidiano para que se aligeren las transformaciones en el imaginario simbólico colectivo. Contribuyamos, junto a ellas, a la absoluta erradicación de la tal falacia histórica e ideológica que pretende dar cuenta de la supuesta inferioridad de la mujer. Desmitifiquemos los tejidos discursivos que persiguen instalar en la mujer una especie de neurosis por sometimiento. La mujer hizo suyo los principales factores conducentes a movilidad social y de acceso a la ciudadanía: desenvolvimientos y actuaciones basados en talentos y probidad. La reivindicación  anhelada dista bastante de recomenzar procesos socio- históricos  matricentrados. Se persigue sí la concepción simétrica de los seres humanos más que la igualación de los géneros.


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