REVISITAR A LA MUJER DESDE OTRA
MIRADA (I)
Dr.
Abraham Gómez R.-
Miembro
de la Academia Venezolana de la Lengua
A partir de las
circunstancias complejas y los
permanentes cambios en que deviene el mundo en la actualidad, ya casi
nada escapa o se exonera
de análisis. Hay una incitación constante para poner las cosas en
tensión. Todo hay que dilucidarlo.
El lenguaje como
estructura social constituye otro dato también interesante para lo que nos
proponemos decir. Se nos hace inaceptable en esta época
contemporánea que alguien pueda llegar a pensar que mujeres y hombres no
sólo son diferentes, sino que las
mujeres son inferiores con los estereotipos sexistas que tales actitudes
deparan.
La hipótesis que relaciona el vocablo mulier,
de donde proviene la palabra mujer, con adjetivos de descalificación como:
blanda, floja, mullida corresponde más a una etimología popular sin base
lingüística seria, y abundante de prejuicios y torcidas intencionalidades.
Reconozcamos que la discriminación, el
ocultamiento y la negación a la que ha estado sometida la mujer secularmente no
han sido hechos desprevenidos o fortuitos. Hasta el laureado Aristóteles aportó lo suyo, quién lo
diría, para naturalizar las diferencias entre hombres y mujeres. Una expresión
medieval daba a conocer las condiciones de inferioridad que ellas soportaban
“…la naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los
negocios de dificultades, sino para un oficio doméstico y simple, así les
limitó el entendimiento y, por consiguiente, les tasó las palabras y las
razones.” Rousseau promovió la igualdad
entre los hombres y muchas ideas vigentes aún; pero debemos estar claros, que
las libertades a las que aludía el filósofo francés no abarcaban a las mujeres.
Tamaña ironía. Por consiguiente, hay suficientes resabios todavía de una
cultura antropocentrista que impone a la mujer los modos de ser, hacer y
pensar, que terminan limitándola a una
constreñida trama, sin mayores posibilidades; de la que no obstante se ha
ido desanudando. Vivir en condiciones patriarcales y de recurrente
subestimación ha venido construyendo en el inconsciente de la mujer un patrón
de conducta de legítima aceptación,
haciéndole daño severo a su autoestima. Para lo cual tenemos contundentes
respuestas. Primero admitamos que ambos géneros edifican la búsqueda de sus propias realizaciones a través de la complementariedad que les es
posible darse. Que el siglo XXI es el siglo de las mujeres, vamos a permitirnos
esa profecía razonable. La presencia de la mujer en los cargos de
responsabilidades había sido lenta, pero se ha vuelto indetenible. La pregunta
que se formula la mujer ante los desafíos de la sociedad ya no es cómo acceder
sino la trascendencia de su participación y las consecuencias de sus
decisiones. Admitamos, con honestidad, que en estos y en los próximos tiempos
habrá muchas mujeres en desempeños públicos y privados para orgullo de los
seres humanos y de ellas en particular. La mujer lejos de adentrarse
socialmente con imitaciones vacías de
los comportamientos masculinos ha constituido su propio estilo y fijado su
perspectiva: ha sabido resignificar su identidad femenina, se ha hecho sujeto
del discurso cotidiano para que se aligeren las transformaciones en el
imaginario simbólico colectivo. Contribuyamos, junto a ellas, a la absoluta
erradicación de la tal falacia histórica e ideológica que pretende dar cuenta
de la supuesta inferioridad de la mujer. Desmitifiquemos los tejidos discursivos
que persiguen instalar en la mujer una especie de neurosis por sometimiento. La
mujer hizo suyo los principales factores conducentes a movilidad social y de
acceso a la ciudadanía: desenvolvimientos y actuaciones basados en talentos y
probidad. La reivindicación anhelada
dista bastante de recomenzar procesos socio- históricos matricentrados. Se persigue sí la concepción
simétrica de los seres humanos más que la igualación de los
géneros.
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