lunes, 16 de abril de 2018




Nietzsche fue lo que pensó
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com
Quizás el mayor (y exquisito) riesgo que hemos corrido con las diversas lecturas de filosofía en los últimos años, de antemano ya lo conocíamos: quedar atrapados en sus encantos.

La fuerza seductora de la filosofía se hace tan subyugante que no permite miradas traicioneras o que la atiendas a medias. Ella disfruta verte en tu desesperación de querer encontrar siempre una explicación lógica a las cosas.

 La filosofía teje sus propias lúdicas para buscar la sabiduría desde ella misma. Determinista e impositiva. Sí ciertamente así es. La tomas a través de un compromiso totalizante o la apartas de tu vista. Las vertientes de la filosofía son tan intensas y tan extensas; pero, sin embargo, ella hace los trámites necesarios para que aligeres tu “desquiciante recorrido”. Grato en extremo.

Nietzsche proporciona, en sus textos, las claves para acercarnos a su pensamiento. Y en la medida en que lo vamos leyendo y re-leyendo le encontramos nuevas imágenes, nuevas nociones, nuevas ideas como apropiada referencia para una resistencia intelectual. Entonces, estemos claros. A Nietzsche no se le puede abordar por las ramas. Ni querer ganar prebendas con sus aforismos, porque te descubre la trampa.
Nietzsche se construyó a partir de las infinitas posibilidades de ser que consiguió. Lo hizo de punta a punta en su tramo existencial, desde su primera obra que denominó “De mi vida”, escrita con apenas catorce años de edad en tan sólo quince días, hasta “Ecce homo” terminada un poco antes de caer en la locura; en esta última uno lee “no quiero creyentes…pienso que soy demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo a las masas…”

Acaso se conformaba con que apenas hiciéramos el esfuerzo de interpretar su obra llena de contradicciones, incertidumbres e “invadida de máscaras”.
 La Máscara viene a constituir una destacada categoría en su “tragedia existencial”, consciente como siempre estuvo que el hombre en su mundo-realidad, en el combate de todos los días tiene que apelar a las “identidades múltiples”.
Cuando Nietzsche escribe esto, pareciera señalar que los seres humanos se ven limitados en todas sus actuaciones a ocultarse en unas máscaras, dice: “pues el disimulo es también una máscara, por muy ligera que esta sea. Y que de tanto maquillar nuestro verdadero rostro, hasta en las situaciones más benévolas posibles ya éste desapareció”.

Todo hace de Nietzsche un pensador estimulante, al tiempo que “peligroso” e indomesticable. Bastantes intentos hubo en su época para someterlo; en su momento quisieron normalizarlo, convertirlo en pensador políticamente correcto. Por eso creemos que se llevarán, sino un chasco por lo menos un sustico quienes están deslumbrados ahora con sus escritos, e ilusionados en esta atmósfera política nuestra, con pretender meter a Nietzsche “dentro del corral” para sacarle provecho. Ni él mismo se soportaba.
 Leamos esta reflexión suya: “recientemente, cuando intenté reconocer escritos míos antiguos que había olvidado, me espantó una característica común a todos: hablaban el lenguaje del fanatismo. El fanatismo corrompe el carácter, el gusto y no en último lugar la salud, quien quiera establecer las tres cosas debe resignarse a un largo período de curación…!.

El filósofo de la irreverencia afirmaba, aunque a escondidas, los testimonios de sí mismo, las condiciones de su alma en cada una de las palabras escogidas para tejer sus aforismos.
Acaso sea verdad, pocos pensadores hasta ese momento de su irrupción habían sido tan autobiográficos. Las ideas plasmadas con espléndido dominio discursivo más que describir un mundo exterior dan cuenta del estado anímico que portaba y que le corroía por dentro, como fuego inextinguible.
Solía decir a cada instante: “espero no ser comprendido tan pronto”.
Era un pensador que no negociaba nociones, que se nutría de eclecticismos y sincretismos, y a la vez jugaba con lo apodíctico. Se servía de las ideas de otros autores, fundamentalmente los clásicos griegos, para afirmar las suyas con ánimo provocador, interesado, calculador.


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