Keith Rowley: de ingrata y vergonzosa
recordación.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
El mencionado ciudadano en el título de la presente
reflexión, se ha venido desempeñando como primer ministro de la República de
Trinidad y Tobago. Nótese que el cargo lo he escrito adrede en minúsculas; por
cuanto, tal es el merecimiento, de entrada, para lo bastante que explayaré.
El señor Rowley de nula formación académica, cuya vida ha
medrado en los intersticios de los partidos políticos, que llega a ese cargo
luego de muchas maromas, desconoce la formación societal de ese pueblo.
Prestemos atención a
lo siguiente. Al hacer una rápida ilación (sin h) sociohistórica de los orígenes
de esas inmensas islas situadas en el noreste de Suramérica, que luego
recibieron las denominaciones de Trinidad y Tobago, se aprecia, con relativa
facilidad, que pertenecieron al poderoso, para entonces, Imperio Español.
Trinidad y Tobago, incluso llegaron a formar parte de la
Capitanía General de Venezuela, creada mediante Cédula Real de Carlos III, el 8
de septiembre de 1777.
Los aborígenes Caribes siempre habían poblado estas vastas
extensiones de tierra y mar, antes de los procesos de conquista y colonización,
iniciada por los españoles en el siglo XV.
Hay un interesante
registro etimológico que da cuenta que el nombre indígena de Trinidad era Kairi
o Leré cuyo significado habría sido "Tierra de colibríes" o acaso
simplemente "La Isla".
El almirante genovés Cristóbal Colón, cumpliendo la misión de
los reyes católicos, descubrió la principal de las islas el 31 de julio de 1498,
y la bautiza "Tierra de la Santísima Trinidad"; y a los pocos días
bordea una porción insular más pequeña que denominó "Bella Forma", lo
que es actualmente Tobago.
Suficientemente conocido que estas islas fueron codiciadas y
disputadas para su dominio y sometimiento por españoles, ingleses, neerlandeses
y franceses.
Cruentos enfrentamientos a cada instante para hacerse con estos
estratégicos. Sitios
Lo que más deseo resaltar, en el breve relato
historiográfico, es que la Provincia de Trinidad fue creada en el siglo XVI por
los españoles, siendo su capital San José de Oruña.
A fines del siglo XVIII la posesión la tenía España; porque
Trinidad y Tobago hacían parte de la Capitanía General de Venezuela; pero,
en el transcurso de las guerras napoleónicas, en febrero de 1797, una fuerza
británica inició la ocupación del territorio. Dejamos sentado que fue por una
vil ocupación que no posesión, como nos arrebataron la Isla de Trinidad.
En 1802 mediante una maniobra
llamada Tratado de Paz de Amiens las islas de Trinidad y Tabaco (en inglés:
"Tobago") fueron transferidas para su completa ocupación y dominio al
Imperio Inglés.
Por su parte Francia,
que también tenía pretensiones sobre el territorio, entregó formalmente sus
aspiraciones al Reino Unido en 1814; que se había fortalecida al vencer a
Napoleón Bonaparte.
La población amerindia que estuvo poblando ese territorio
insular se extinguió o la aniquilaron.
Los aborígenes, como
legítimos autóctonos, sufrieron de estrategias inglesas de sustitución por la
población africana; llevada, en barcos negreros, a la fuerza por los británicos;
con lo cual se aseguraban mano de obra esclavizada para las plantaciones de
caña de azúcar y tabaco.
En el siglo XIX, los ingleses se percatan que
también es posible instrumentar medidas de inmigración que de coolies desde
India y China, Líbano, Siria; así como del resto de las Antillas.
De tal manera, que cuando la Comunidad Internacional escucha
al señor Rowley alardear con declaraciones destempladas, de la siguiente ralea “Esta
pequeña nación no puede convertirse en un campo de refugiados para la población
venezolana”. Todo el mundo queda atónito.
Particularmente, el estado Delta Amacuro siempre ha sido un
espacio amplio y generoso para las numerosas familias de Trinidad y Tobago, que
permanentemente han hecho de esta entidad su lar para desarrollar
potencialidades y desplegar sostenidos emprendimientos.
Nos llena de congoja la forma artera y ruin cómo nuestros
compatriotas son perseguidos y maltratados por las autoridades de esa isla,
bajo la conducción cobarde del “sargentón Rowley”; quien en un arrebato de extrema
xenofobia se ha atrevido a declarar que los venezolanos (no hizo excepciones)
que se han ido para Trinidad son malandros o prostitutas.
Conforme a nuestros registros locales, el 75% de quienes se
han visto obligados a emigrar hacia la vecina isla son profesionales
universitarios, que allá se desempeñan “en cargos rudimentarios” para
subsistir.
El ignorante Rowley olvida los estrechos lazos de
confraternidad de nuestros pueblos.
Las familias deltanas tenían, como natural costumbre, enviar
a sus hijos a Trinidad para cursar estudios y, consecuentemente, aprender el
idioma inglés. Así también, se han logrado con los años los hermosos entrecruzamientos
de valores, tradiciones, y una apreciable lexicografía, con un sociolecto
distintivo que nos enorgullece.
Cuando superemos esta hora aciaga. Cuando esta crisis se
convierta en una página amarga de nuestra historia contemporánea, el señor
Rowley será “sepultado” como un canalla que se prestó al deleznable juego de
descalificación de nuestra venezolanidad.
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