No somos una
nación grande que atropella a un país pequeño
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la
Academia Venezolana de la Lengua
Asesor de la
Comisión por el Esequibo y la Soberanía Territorial
Miembro del
Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV)
Asesor de la
Fundación Venezuela Esequiba
No hubo forma
ni manera de que las delegaciones de las Cancillerías de Venezuela y Guyana
lograran hacer avances significativos para la solución del pleito interestatal;
y mucho menos que la contraparte respetara el contenido compromisorio del Acuerdo
de Argyle del 14 de diciembre de 2023, suscrito entre los presidentes Nicolás
Maduro e Irfaan Ali.
La estrategia
que siempre ha manejado la excolonia británica, en todos los escenarios
internacionales, consiste en hacernos aparecer ante el mundo como un Estado con
un inmenso potencial energético y bastante extensión territorial que ha
pretendido, desde hace muchos años, quitarles dos terceras partes de su
geografía nacional; dejándolos-
prácticamente- infuncionales, según ellos.
Debemos ser
enfáticos en pronunciar con insistencia que no le estamos quitando ni un
milímetro de lo que realmente les pertenece que fueron las antiguas colonias
Berbice y Demerara, que heredaron del Reino Unido, mediante la firma del
denominado “Tratado Anglo-holandés” de 1814. A partir de allí, todo fue un
permanente desgajamiento que nos han perpetrado.
Estamos en
capacidad de demostrar y probar, por ante la Corte Internacional de Justicia en
la próxima fase del 11 de agosto de 2025 y/o en cualquier instancia
jurisdiccional, que fue el Imperio Británico que nos invadió y despojó, con el
írrito y nulo Laudo Arbitral de París de 1899, de una séptima porción de la
geografía venezolana; precisamente, los 159.500 km2, que ha abarcado -ilegal e ilegítimamente- la República
Cooperativa de Guyana, cuando alcanza su independencia el 26 de mayo de 1966.
El venidero
año, con seguridad, la representación de nuestros especialistas en Derecho Internacional
y otros miembros de la comisión multidiscipinaria, que los tenemos, procederán a
reforzar el discernimiento de este asunto histórico-jurídico en la Sala Jurisdicente
de la Organización de las Naciones Unidas.
Mucha gente
se hace esta pregunta ¿Por qué estamos obligados a debatir por ante la Corte
Internacional de Justicia? Porque exactamente, ha sido esa la estrategia
jurídica que ha jugado Guyana. Ellos nunca han querido la figura del Buen
oficiante para que resuelva este caso, con su mediación. Es más, los gobiernos
guyaneses están recibiendo considerables aportes dinerarios de las
transnacionales, particularmente de la Exxon para cancelar los honorarios y
demás gastos que viene ocasionando el hecho de haber accionado una demanda
contra Venezuela; por elevar la controversia para ser resuelto en el citado
Juzgado en La Haya.
Permítanme
añadir el siguiente comentario que considero de interés: Una sentencia de la Corte es inapelable y su
mandato absolutamente vinculante; conforme al artículo (60) de su Estatuto: “El fallo será definitivo e inapelable. En
caso de desacuerdo sobre el sentido o el alcance del fallo, la Corte lo
interpretará a solicitud de cualquiera de las partes”.
Eso no nos
debe impactar ni espantar, por cuanto tenemos excelentes profesionales del
Derecho, que estarán allí defendiendo nuestra causa, con sobrado acervo de
probanza.
Digo más; le
habíamos venido sacando el cuerpo a la alternativa de arreglo jurídico, que
contempla el Acuerdo de Ginebra ( único documento con vigor jurídico ) y el
artículo (33) de la Carta de las
Naciones Unidas, para dirimir esta controversia de modo pacífico; y no sabemos
por qué razón, si todos los elementos probatorios: socio-históricos, políticos,
cartográficos y jurídicos nos asisten
satisfactoriamente, y conforman un legajo de documentos importantes para
exponerlos y contrastarlos en una mesa
de discusión con los pares guyaneses; eso sí, con imparciales árbitros
internacionales.
En ningún
momento, ni bajo las circunstancias que se habrían dado, nuestro país merecía
la demanda unilateral accionada contra Venezuela a cargo de la República
Cooperativa de Guyana. Jamás hemos atropellado a la nación vecina que tenemos
por el costado este.
Sobran
razones para aducir que hubo demasiada ingratitud en el comportamiento de
quienes ahora asumieron la condición de contraparte en este proceso litigioso
que ellos trabaron, por ante la Corte Internacional de Justicia.
La ligazón
oportunista y juego de múltiples intereses con las empresas transnacionales
obnubiló la perspectiva histórica a la dirigencia guyanesa; y les provocó
“amnesia selectiva” que les impidió (antes de cometer el hecho jurídico, arriba
mencionado) asumir a conciencia que fuimos nosotros los primeros en
reconocerlos como nuevo Estado naciente en la comunidad internacional.
En los peores
y más aciagos eventos económicos por los que atravesó ese país, nosotros
dispusimos de la ayuda suficiente y a tiempo para socorrerlos, para que
solventaran la crisis que los golpeaba duro y recurrentemente.
Recibieron de
nosotros un trato preferencial en el proceso de compra-venta de petróleo y
bastantes otros rubros, con lo cual aliviaban su calamidad, de entonces.
Venezuela les
permitió ingresar a la Organización de Estados Americanos; a pesar de que la Carta
de OEA los limitaba; porque había un diferendo por extensión territorial que
aún no se había (ni se ha) definido.
Al crearse
Petrocaribe (por expresa iniciativa de Venezuela), las demás naciones
integrantes aguardaron por la opinión nuestra para ver si permitía el ingreso o
no de Guyana en esta corporación.
Han recibido
de nosotros las mejores consideraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario