sábado, 19 de febrero de 2011


¿La transdisciplinariedad sin deconstruir la matriz epistémica?....! casi que imposible.!
                                               Dr.  Abraham Gómez R.
                          
Me siento bastante agradado de venir hoy a compartir con ustedes algunas reflexiones que apuntan directamente a la universidad, en tanto espacio institucionalizado  donde se crean, recrean , preservan difunden y legitiman los conocimientos. Son estos exquisitos momentos académicos los que nos impulsan a un permanente proceso de repensamientos de lo que ha sido, es y será la Universidad. No hay excusa que valga para, quines somos hechuras y estamos comprometidos con la academia, para escurrir el obligado debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas miradas por el futuro de la universidad.
Parece un atrevimiento  teñido de audacia que escrutemos a la universidad desde sus interioridades. Eso es lo hermoso. Aunque produzca vértigo. Quiénes más sino nosotros, en sentido genérico para reconocer, luego del diagnostico más descarnado,  que las Universidades  han devenido en estructuras en extremo conservadoras, que poco o nada han hecho para ir adoptando sus mecanismos, procedimientos a las exigencias de los tiempos actuales, con lo cual es admisible que las realidades externas llevan un ritmo de aceleración superior en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos.
Seamos autocríticos y aceptemos que las universidades se han vuelto endogámicas, que los tímidos intentos para crecer y reproducirse sólo lo han hecho hacia adentro. Añadamos que casi no conseguimos, en serio, escenarios para la confrontación. Están vacías de espíritu creativo. Que las teorías o aproximaciones que persiguen dar cuenta de un fenómeno de la realidad de que se trate no son más que tautologías, repeticiones de lo ya problematizado y planteado con mucha anterioridad.
Acaso es mentira que nuestras universidades sufren de entrabamientos burocráticos. Que están aquejadas de una deplorable desestructuración en su organicidad y en su conexión externa. Que están demasiado ideologizadas. Que la descontextualización en que se encuentran las ha hecho perder pertinencia social, y como consecuencia pertenencia e identidad en su mundo de vida.
Con este diagnóstico, que bordea el catastrofismo, tenemos tres opciones: primero, hacernos los locos. Ser displicentes, indiferentes como que la cosa no fuera con nosotros. Segundo, huir en estampida y dejarle el asunto a otros para que lo resuelva, y tercero, encararlo comprometidamente. Hacerle frente.
Resulta que cada vez que se ha intentado abrir los ojos para ver en el atolladero en que se encuentra la universidad, a alguien se le ocurre que hay que nombrar una comisión de reforma universitaria. Pensamos, nosotros, que por el camino de la reforma no vamos para ninguna parte; porque la re-forma lleva implícita la intención de analizar únicamente las formas, los aspectos, los bordes, los esquemas, las apariencias. Y de lo que se trata, con contundencia, es llegar a la raíz de del asunto, trastocar y desmontar las lógicas, desanudar las racionalidades con las cuales de han tejido los pensamiento en  y desde las universidades. La perversa invitación de hoy es para Transformar a la universidad. Toda ella. Transformar, es adentrarnos mucho más allá de la forma.
La tarea inicial para que operen esos elementos transformacionales deben y tienen que partir de un cambio actitudinal de nosotros, quienes en las universidades construimos y generamos conocimientos. Asumir a conciencia, que el modo de ser real material, emparentado con el positivismo y el pragmatismo, es apenas un modo  de ser, no  es el único. Lo que ha venido aconteciendo es que en nuestras universidades confieren casi absoluta legitimación y validación de saberes a lo que se pesa, mide, a lo que somete a comprobación, verificación, contrastación con la realidad  empírica. En las universidades se ha marginado tal vez execrado al momento de construir y constituir los conocimientos  las otras  muchas dimensiones de los seres humanos, por ejemplo: el modo de ser real subjetivo donde anidan las necesidades y las emociones, que impele la voluntad, así también dejan por fuera  el ser real ideal donde se alojan las ideas, las ideologías, los valores, que marcan las sentencias y las intencionalidades de los actos humanos. De tal manera que una iniciativa de transformación en la cognoscibilidad en las universidades se obliga a tejer todas las dimensiones constitutivas de los seres humanos. Y no sólo la que nos indica el hemisferio cerebral izquierdo. Es imprescindible darle rienda suelta a la imaginación. Que la tenemos escondida en el último cuarto, como a la loca de la casa. Prigogyne, nos lo plantea a través de su teoría de las Estructuras Disipativas. No basta la relación causa-efecto para llegar a conocer, hay muchas más cosas, de tanta importancia, al lado de esa flecha histórica.
Conocer, trasciende al acto de aprehender un dato de la realidad, y que ese dato, contentivo de una información  provenga de una estructura, signifique algo, esté relacionado y cumpla una función.
Los conocimientos los generamos y se nutren de la matriz epistémica: ese trasfondo existencial desde donde captamos las realidades, ese mundo de vida que nos llena, ese sustrato que nos alimenta  nuestro casi invariable modo de ser, hacer, conocer, convivir, dentro y fuera de la universidad. Esa matriz epistémica rige para todos en todos partes: en la  praxis de lo político, lo ético, lo estético, lo cultural, lo social. La matriz epistémica nos impronta. Ella es prelógica, preconceptual. La matriz epistémica la hacemos nuestra como una fuente que rige y condiciona el modo de producir conocimientos, y de tramar los significados de las cosas y eventos, con lo cual quedan condicionados los pensamientos.
Las matrices epistémicos  han nutrido en todo a los distintos paradigmas: individualista/sistémico, subjetivista/estructuralista, liberalista/comunista, occidentalista/orientalista, panteísta/ateísta, cuantificativista/cualitativista, disciplinarista/trasdisciplinarista. De allí que nos encontraremos con un inmenso dilema, que tensiona y cuestiona, con mayor fuerza en las universidades: ¿Cómo asumir un despliegue teorético engastado en un paradigma trasdiciplinario, que vaya mucho  más allá de cualquier encierro disciplinar, sin  que previamente no nos hayamos propuesto desmontar, deconstruir la matriz epistémica desde donde se proveen los insumos para la construcción y constitución de los conocimientos?. La trasdiciplinariedad entendida en su esencial componente de complejidad: dialógica, recursiva, hologramática, emergente, auto-eco-organizativa y con borrosidades.
La trasdiciplinariedad, en sus diferentes manifestaciones práxicas, debe partir sin evasivas de un serio cuestionamiento a los paradigmas precedentes. Asunto nada fácil, por cuanto implica poner en entredicho las lógicas de dominación, fundantes de los saberes. Comporta, tensionar a las racionalidades que han anidado un cuerpo de categorías desde donde se lanzan las teorías, desplegadas en discursos cuyos reenvíos epistemológicos nutren reiteradamente a las matrices.

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