martes, 20 de noviembre de 2012



        El Socialismo del  “como  si”
           Dr. Abraham  Gómez R.   
                                                
Entre el crítico más osado que afila con  agudeza  los juicios y quien anda por ahí sólo mirando pasar las cosas queda tejida una común conclusión: el desbarajuste ideológico de este Proceso. Hasta ahora no encuentran sustentación ideológica que les sirva de piso.
Los teoricistas del régimen en el afán de acomodarle algo de soporte doctrinario a la transición han agotado, prontamente, las canteras de ideas socio-políticas. Hoy acuñan una idea, mañana dicen lo contrario.
Al inicio ningún recato tuvieron para hacer aparecer como digerible, en las primeras de cambio, un híbrido entre Marx y Bolívar. El mundo entero tiene pleno  conocimiento del desprecio que sentía el autor y divulgador del Materialismo Histórico por nuestro Libertador. Una prueba de lo aquí afirmado está contenida en la carta fechada el 14 de Febrero de 1858 dirigida por Marx a  su carnal  y financista Engels. Para entender la ruindad del hijo de Tréveris, basta sólo esta perla: “me hubiera pasado de la raya si presento a Bolívar como un Napoleón I. Bolívar es el verdadero Soulouque. Es un canalla, cobarde, Brutal y miserable que mandó a fusilar a Piar bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra su vida y aspirado al poder supremo…”. Cómo le echaron imaginación  los pensadores de la izquierda tarifada  para construir un una ligazón ideológica entre Bolívar y Marx. Rebuscaron bastante argumentación por todas partes para que al final se vieran las costuras de un tejido que la realidad nuestra se encargó de desbaratar. Bolívar, el Padre Libertador, no admite remiendos.
Figurarnos la posibilidad de un socialismo-revolución bolivariana asentada en las ideas del escribidor de El capital luce, por mucha dialéctica que le pongamos: incongruente e intragable. Marx calificaba al  Padre de la Patria con los idénticos elementos categoriales que utilizaba para referirse al  dictador haitiano, de esa época, arriba nombrado, quien surgió de entre los esclavos para cometer fechorías contra su propia gente.
Obligados por el dedócrata, hubo que virar y seguir buscando. Los pujadores del ideario  han tenido que recomponer el pretendido    disfraz ideológico   ante tamaño despropósito. Al  quedar descubierta la patraña volcaron sus miradas hacia Mariátegui, autodenominado el             “amauta”. Pero el  peruano, sacado de emergente, está demasiado impregnado de etnicidad. Desde sus adentros rechaza  cualquier réplica a su modo de pensar “no queremos que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo-americano…”. Así pues que la iconografía a quienes pergeñan una doctrina para el “proceso socialista” se les va apocando. Los márgenes de maniobra se pusieron chiquitos. ¿Qué va quedando por ahí? Se  preguntan en plan de corifeos…! El Che Guevara..! Responden, al tiempo que dilucidan ¡cuidado ¡ El Ché  resulta demasiado poroso para el pensamiento plural y de dignidad  de los seres humanos. Surgen como consecuencia, algunas interrogantes de difícil respuestas: ¿A cuál socialismo se refieren cuando hablan de socialismo, qué   transformación dicen que están haciendo, a cuál  sociedad ideal tienen cómo réplica para la nuestra, en fin  cuando nos plantean que iremos a un mundo mejor, el señalamiento es serio? En nuestro país únicamente ha prevalecido, en los últimos años, la detestable militarización de los espacios naturales de la sociedad civil, con el agravante de pretender hacer tolerable tal engendro “como si” se tratara de una circunstancia normal y rutinaria. Que a fuerza de marchas y vestimentas  aspiran que la sociedad civil se trague la militarización. Ya hay suficientes evidencias de la abominación que causan los regímenes totalitarios-militaristas de derecha o de izquierda. Este socialismo, de extraño acuñamiento ideológico, aspira arreglársela “como si” hubiera una revolución. Los exégetas del proceso asumen la obligación, con su travestismo rojo, de propagar las bondades  del régimen “como si” a enjundiosos estudios estuvieran invocando, aunque la realidad los desmienta.

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