Disfraz de los débiles
Dr. Abraham Gómez
R.
Miembro de la
Academia Venezolana de la Lengua
Sin
la menor duda, alguien que sufre de
irrefrenable desequilibrio en su autoestima definitivamente requiere con
carácter de urgencia de asistencia facultativa. Un individuo con suficiente fuerza, sobretodo si lo hace
desde las prerrogativas del poder, que viva en plan de permanente ataque a sus
conciudadanos, que lastima a los demás por gusto y para insuflar su pobrísimo
ego, nos devela la premisa de su estropeada psiquis. La persona de quien
estamos describiendo tales características es un enfermo. Que se siente
rechazado, pero que impone a sus adláteres sumisión, genuflexión y miedo. No es
mera coincidencia que ese sujeto en su creencia de asumir la condición de dirigente del mundo arrastra en su
perturbada personalidad una tríada, para nada envidiada: megalomanía aliñada
con paranoia (por su cuestionable nacionalidad) y ambas partes coligadas con
narcisismo. Ese sicópata cada día amanece convencido que el universo gira en
torno a él y sus designios. Necesita sin demoras constantemente dosis de superioridad,
brillo e idealización de sus “gestas e
ilusas épicas”. Ha quedado demostrado en recientes estudios que un complejo de
superioridad pesquisado en alguien no es más que la armadura que cubre lo que
la gente desea tapar, que se odia a sí
mismo. Que se rechaza y por lo tanto inventa cosas para tratar de ser “alguien
diferente”. Le aterra perder el control absoluto de todo y sobre todos. Lucha
por figurar como centro; y aunque en su cara y palabras refiera algún asomo de seriedad es sólo eso una fachada,
porque en el fondo mantiene una reacción anticipada a sufrir de
discriminaciones. Para decirlo con las teorías del psicólogo clínico Adler “si indagamos en un complejo de superioridad
y estudiamos su continuidad, siempre podremos encontrar un complejo de
inferioridad más o menos encubierto…por medio de este proceso de huida y
evasión, mantienen un sentimiento de ser mucho más fuertes y listos de lo que
en realidad son…”.Todo este relato viene a propósito de la vergonzosa
declaración, rayana en sus propios deseos, del indigente mental que gobierna
nuestro país “tendrán prioridad para recibir alimentos los censados en las UBCh”.
Dicha como sentencia lapidaria se hace equiparable
con los pronunciamientos hitlerianos de exclusión y arrogancia "Para
qué imitar la basura de los demás, si de mí brota la perfección". La
nacionalidad de la que disfrutamos, con inmenso orgullo constituye un producto
cultural, originado en las cualidades concurrentes por haber nacido en esta
hermosa nación. Nos hemos erigido como un único pueblo con nuestra historia
plena de gestos libertarios y con nuestras sensibilidades. Adquiere entonces nuestra
nacionalidad, conforme al constitucionalismo
moderno que nos damos, la condición
de inarrebatable. Sospechamos la intención de conducir hacia la “nuda vida” a
quienes no compartimos las satrapías que propicia el oficialismo y padece el país. Suficientes antecedentes hay
en cuanto a la utilización de la nuda vida, en tanto figura jurídico-política,
a través de la cual quedaba despojado el
adversario-enemigo de cualquier personalidad civil. Había un sistemático
conculcamiento de los derechos civiles para quienes se resistieran dentro y fuera de
los campos de concentración. Los propaladores del actual régimen asoman la
posibilidad de apelar, sin
remordimientos, a la nuda vida para dejar a una considerable parte de la población venezolana desprovista de alguna
cualificación civil, consecuentemente sus vidas valdrán poco menos que nada.
Sin embargo, diremos siempre con bastante insistencia que la identidad que tenemos, en esta colectividad
que hemos construido a pulso cada día, no es un simple dato natural, ni un
préstamo cancelable a algún delirante civil-militaroide.
La nacionalidad con la que vivimos y por la existimos los venezolanos, sin
distinción, emerge y enerva a partir de nuestra consistencia socio- histórica. En
un reciente texto denominado “Los enemigos íntimos de la democracia” Tzvetan
Todorov, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, un ensayo en el que
denuncia las tres amenazas más graves que a su juicio afrontan las democracias
occidentales. Aprovecha para revisitar
lo que ha sido siempre su tesis superior. Reafirmamos con èl en que todos
tenemos necesidad de ver confirmado el sentimiento de nuestra existencia y que,
según el filósofo búlgaro, el medio más fácil para hacerlo es el de reconocernos
en una identidad colectiva.
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