ECOLOGÍA ABERRANTE DEL MILITARISMO
Dr. Abraham Gómez R.
Hasta algunos años resultaba impensable que podría
desatarse en nuestro país los mecanismos sostenedores de los regímenes
totalitarios, cuya mayor esencia viene dada por la descarada y siempre abominada pretensión de
concentrar y controlar lo más mínimos
designios de los seres humanos. A esto lo categorizó Foucault como el biopoder.
No en vano las raíces filológicas que entroncan los
vocablos ejército y ejercicio arrastran idénticas
procedencia: poner en movimiento, no dejar descansar, hacer trabajar sin
respiro, agobiar, forzar hasta la extenuación.
La pretensión más
actualizada es la inmerecida exaltación del militarismo en los centros
educativos, con sibilina intención de indoctrinación: a través de poemas, canciones, ensayos y
obras teatrales, la fuerza armada nacional tratará de ideologizar a la nueva generación
de venezolanos. El Ministerio de la Defensa y el Comando Estratégico
Operacional de la FANB enviaron a toda la estructura militar el instructivo N. Ceofanb 001-16, contentivo de 20 páginas, en
el que se les ordena realizar la campaña motivacional El Valiente Soldado
Bolivariano.
Si ya soportábamos
la condición vergonzosa, con sello institucionalizado, de ver a militares
mediocres ocupar los distintos ámbitos naturales de la sociedad civil, súmese
desde ya este nueva hecho deleznable.
En cada ente de la
administración pública, como caricatura de gerente de algo, hay un militar para
cumplir (¿?) las funciones que ha aprendido: perseguir con miradas
escrutadoras, informar a sus superiores, someter y obstruir cuando algún
procedimiento sobrepase su capacidad interpretativa. Por tal camino pronto
tendremos un trastocamiento de civilización
de los valores cívicos: las costumbres de los naturales intercambios, las sensibilidades
que nos vinculan a los otros, de los elementos culturales pertenecientes a los
ciudadanos que los hacen compartibles en sus legítimos espacios. Si la cosa
sigue como va pronto hablaremos de cibilización
(con b larga-bilabial), que al colocar la palabra en el campo léxico de cibus engendra en los sustentadores del
poder el capricho de cebar, engordar a la población (no precisamente de
alimentos sino de desquiciamientos militaroides) para avivar su animalidad, al
tiempo que practican los ensañamientos para quienes osen
desmandarse del orden impuesto.
No por ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de
los ministerios de la administración
pública conseguimos militares venezolanos y cubanos, con pobrísima formación
universitaria para regir tales designios. Mayor desprecio a los sustantivos
principios de la civilidad, de la ciudadanización no puede haber.
En un régimen
militarista no hay dialógica, menos discernimientos, confrontación intrínseca
de ideas, de búsqueda de síntesis superadoras producto del esfuerzo conjunto.
El régimen militarista que flagela y acogota a nuestro
país han venido conculcando los espacios para dirimir. Sólo auspician y
promueven desde la oficialidad los foros de “los espejos”, (pero bastante lejos
de la tesis de Lacan) donde los epígonos del militarismo se regustan de lo que
ellos mismos dicen y oyen, sin que nadie
se atreva a desbocarse en sentido contrario. El TSJ se ha convertido en
un redil obediente y sumiso. Y pensar que a quienes tuvimos hasta ayer como
serios intelectuales, con una densa formación académica han devenido en exégetas de las satrapias de hoy. Hay una
indisimulada disposición desde todas las
esferas oficiales a improntar con sesgos
militaristas los diferentes modos de ser de la civilidad venezolana; a
imponerle un tono marcial a cada cosa.
Los ideólogos del régimen vienen construyendo una
gramática para intentar mencionar con otros signos lo que ya conoce la
humanidad, porque ha padecido sus
atrocidades.
Los militarismos, sean de izquierda o derecha, desembocan
en las peores calamidades por cuanto, como acto reflejo, su fin último es
eliminar a los oponentes. La intención es darle rienda suelta a la consumación
de las hostilidades. Privilegian un reclamo instintivo de territorialidad. Para ellos se hace obligante expulsar al otro.
Al militarismo los antagonistas les resultan
incómodos y execrables porque en
la obtusa mentalidad de tropa no hay
posibilidad para valorar la cohabitación con los contrarios.
En los sistemas auténticamente democráticos la esencia es
la tolerancia, sin en el mínimo rasgo cuartelario. Las victorias que afloran en
la Democracia
se asumen pro-indiviso, por eso son hermosas, porque corresponden a todos,
porque fue el resultado a partir de un disenso fértil.
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