SIEMPRE CIUDADANOS, JAMÁS SÚBDITOS.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Las sociedades avanzan o retrogradan según como piensen los
ciudadanos que la componen. Así como manifiesten éstos también su modo de ser
generan y difunden la cultura.
La edad de piedra no
se acabó porque se agotaron las piedras sino porque quienes vivieron en esas
sociedades sintieron el impulso arrollador de progresar.
Hoy con el inmenso
caudal de tecnologización a quién se le ocurriría regresar a la época
cavernaria, porque a la época del trueque parecía que no volveríamos y ya
regresamos triste y vergonzosamente.
Los seres humanos tenemos un destino inexorable: estamos
obligados a vivir juntos. A muchos les resulta complicado con-vivir, cuya acepción vendría a significar “tejerse a la piel
del otro”.
Con-vivir comporta mucha más admiración
que llenar de personas un espacio territorial o asentar a una considerable
porción de gente en un lugar determinado para que satisfaga, conforme a las
circunstancias, sus necesidades existenciales.
Admitamos que somos seres humanos con nuestros instintos
y aprendizajes. Que estamos obligados a
compartir. Com-partir para
reencontrar en un crisol lo que en realidad sabemos con anticipación es
diverso. Qué debemos Com-partir. Compartir espacios, motivaciones, emociones, sensibilidades,
valores, conocimientos, normas. Cuando hacemos nuestro el principio y la
condición de educabilidad, en procura de una sociedad vivible, trazamos reglas
y cuidamos los desempeños porque todos los entes colectivos son seres vivos, por tanto propensos a sufrir enfermedades, a padecer de
alguna sociopatología. El cuerpo social
también se enferma.
Tal vez sea la cultura el vector de mayor importancia que
nos vincula como sociedad: la cultura en tanto expresión humana con sus mitos y
ritos que a veces por son cuestionados.
La cultura generadora permanente de diferenciadoras posiciones ideológicas y de
tensiones y pulsiones. En fin, todo este
andamiaje nos confiere idiosincrasia y (a lo mejor) suficiente piso
identitario.
Con escasa seriedad algunos sostienen que nada tiene que
ver el hombre político (el antrophos zoon
politikon) con el hombre pensante (el
antrophos zoon logos echon). Es decir que una cosa es arreglar los
asuntos de desenvolvimientos en la polis y otra muy distinta consiste en
reflexionar.
Consideramos que tal
tesis carece de algún asidero. Veamos por qué. Si la razón (logos) sirve de
asiento a la polis, y en ésta a su vez
descansa el modo de pensar, cómo puede una parte del cuerpo social reñirse con la otra y marcarle distancia. Dicho
de otra manera: pensamos de acuerdo con “nuestro-mundo-de-vida” y éste último
fija nuestras ideas. Razón y polis se reenvían permanentemente.
Algunos otros detalles para seguirle entrando a esto: hoy,
cuando en el mundo entero se reconocen y constitucionalizan los Derechos Humanos como
prerrogativas y principios de aceptación universal de las personas, que
garantizan jurídicamente su dignidad en su dimensión individual, social,
material y espiritual frente al Estado, a quién se le antojaría replicar las
ideas de Hobbes, del siglo XVII, quien sostenía que la
soberanía de los seres humanos, por no alcanzar
nunca la suficiente madurez, estaban obligados a delegarla indefinidamente en
un ente jurídico-político llamado Estado para que tutelara los comportamientos
sociales y evitar que “el hombre sea el lobo del hombre”.
A veces tenemos más preocupación por arreglar
los problemas de las urbes (asientos físicos-patrimoniales de las ciudades),
desde lo cual asumimos una especie de pacto de urbanidad, un trato anónimo,
impersonal, distante, consuetudinario. Mientras que la condición de ciudadanos,
originada en las cívitas, se genera cuando asumimos concientemente la civilidad
al intercambiar modos de ser. Cuando damos manifestaciones afectivas,
demostraciones de pertenecer y querer tal socialidad, y en consecuencia obtener
los debidos reconocimientos por parte de la comunidad natural. Debemos saber
leer los signos sociales de nuestra cívita.
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