Más allá de la miseria
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
No nos merecemos, como País, la terrible situación por la que
estamos atravesando.
Impensable hasta hace algunos años que Venezuela, con toda la
riqueza que nos ha prodigado la naturaleza el presente régimen (que se parece mucho
a una secta) la haya convertido en una abominación. Una nación empobrecida
asaz.
No porque lo digan los indicadores macroeconómicos, que
constituyen un referente para saber cómo estamos en comparación a otros lapsos
y frente a otras entidades internacionales, sino porque la realidad golpea cada
vez más.
Triste y vergonzoso ver a bastante gente hurgando mendrugos y
desechos en la basura de residencias domésticas y casas comerciales.
Los capitostes del régimen si por casualidad ven la miseria
humana, se hacen los desentendidos para no mirarla. Dos vocablos
suficientemente diferenciados: ver y mirar.
Se han venido
imponiendo los mecanismos caracterizadores de los regímenes totalitarios, cuya
mayor esencia viene dada por la descarada y siempre detestada pretensión de
concentrar y controlar lo más mínimos designios de los seres humanos. A esto lo
categorizó Foucault como el biopoder. La determinación por parte de militares,
en función de poder, de hasta lo que debes comer. Racionan clases de alimentos,
calidad, cantidad y tiempos de espera. A alguna protesta, o manifestación de
descontento la apabullan con represión, tortura, desapariciones o juicios
sumarios en tribunales militares.
Si ya soportábamos, en contra de nuestra voluntad, a
militares mediocres ocupar los distintos ámbitos naturales de la sociedad
civil, súmese este hecho deleznable: conculcar tu libertad de alimentación.
Los detentadores del régimen están perdiendo, por ineptos, una
tal “guerra económica” que ellos mismos se han inventado, para justificar el
acuartelamiento que hacen de los rubros de la dieta diaria.
Si la cosa sigue como va pronto hablaremos de cibilización
(con b larga-bilabial), que denota cibus: capricho de cebar, engordar a la
población (no precisamente de alimentos sino de desquiciamientos militaroides),
al tiempo que practican los ensañamientos para quienes osen desmandarse del
orden impuesto.
No por ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de los
ministerios de la administración pública conseguimos militares venezolanos y
cubanos, con pobrísima formación universitaria para regir tales designios.
Mayor desprecio a los sustantivos principios de la Civilidad,
de la ciudadanización no puede haber.
Los militarismos, sean de izquierda o derecha, desembocan en
las peores calamidades por cuanto, como acto reflejo, su fin último es eliminar
a los oponentes.
Las comunidades democráticas del mundo aíslan a las
mentalidades militaristas, como está sucediendo en esta hora aciaga, con el
actual régimen venezolano: violador flagrante de los Derechos humanos. Por
cierto, delito de Lesa Humanidad que no prescribe.
Al militarismo los antagonistas les resultan incómodos porque
en sus desvaríos de tropa no hay posibilidad para valorar la cohabitación con
los contrarios.
En los sistemas auténticamente democráticos la esencia es la
tolerancia, sin en el mínimo rasgo cuartelario.
Las conquistas que
afloran en la Democracia se asumen para todos; por eso son hermosas, porque
provienen del resultado a partir de un disenso fértil.
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