miércoles, 4 de octubre de 2017



El alpiste no justifica la jaula (I)
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Empecemos por dejar sentado, y suficientemente clarificado que la condición gregaria de los seres humanos no se discute.
Se admite, como un hecho natural, que los humanos nos necesitamos, en permanente armonía para posibilitar la convivencia. Digamos lo que siempre hemos expresado, sobre este particular: convivir es mucho más que vivir uno al lado del otro.
Los cuerpos sociales que nos damos los seres humanos para convivir: la familia, la escuela, la religión, la comunidad etc., tienen en esencia el compromiso de ofrecerles pertenencia a las personas; que se sepan incluidas e integradas en tal ámbito. Es una especie de cemento que conecta sus identidades. A ese fenómeno entre humanos lo estamos llamando proxemia; un vocablo relativamente nuevo, que nos facilita la imagen-concepto de lo que deseamos expresar.
Por otra parte, los tribalismos matan la civilidad. Liquidan la vida social.
Compartimos el criterio de quienes han sostenido que el Estado moderno: liberal o socialista, tiene de suyo una enorme tarea conducente a reivindicar a la Sociedad Civil, sin pretender someterla o hacerla medrar.
 Pronúnciese con fuerza: las instituciones estatales deben estar al servicio de las personas y no el ciudadano al servicio del Estado.
Para quienes somos humanistas y demócratas los seres humanos deben ocupar el centro de las significaciones y realizaciones, antes que el Estado. Dentro del conjunto de las relaciones que se anudan entre el Estado y los ciudadanos se encuentran las de carácter económico.
 Aquí nos vemos obligados a precisar: únicamente se justifica la intromisión del Estado en el plano económico siempre y cuando conlleve a cumplir con el principio de la subsidiaridad. Restringida la subsidiaridad exclusivamente a aquellos campos en los que la iniciativa privada dé muestras de insuficiencias; cuando el sector privado no pueda acometer sus tareas de manera unilateral. Más directamente dicho: cuando los particulares no se encuentren en condiciones de desarrollar algo, en ese instante entran en acción los mecanismos estatales.
El Estado no puede acaparar y absorber para sí todas las iniciativas de producción de bienes y servicios que haya que generar en el seno de la sociedad. Aunque las intenciones por parte del Estado vayan a solucionarles muchos problemas económicos a la sociedad (lo que llamamos el alpiste), la intervención estatal debe ser de complementariedad. Que se admita la libre competencia en igualdad de condiciones. Sin ardides tramposos que pretendan hacerle una encerrona (lo que llamamos la jaula) a la sociedad civil; por el sólo hecho, a veces en apariencia, de estarle arreglando el modo de subsistir.


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