El alpiste no justifica la jaula (I)
Dr.
Abraham Gómez R.
Miembro
de la Academia Venezolana de la Lengua
Empecemos por dejar sentado, y suficientemente
clarificado que la condición gregaria de los seres humanos no se discute.
Se admite, como un hecho natural, que los humanos nos
necesitamos, en permanente armonía para posibilitar la convivencia. Digamos lo
que siempre hemos expresado, sobre este particular: convivir es mucho más que
vivir uno al lado del otro.
Los cuerpos sociales que nos damos los seres humanos
para convivir: la familia, la escuela, la religión, la comunidad etc., tienen
en esencia el compromiso de ofrecerles pertenencia a las personas; que se sepan
incluidas e integradas en tal ámbito. Es una especie de cemento que conecta sus
identidades. A ese fenómeno entre humanos lo estamos llamando proxemia; un
vocablo relativamente nuevo, que nos facilita la imagen-concepto de lo que
deseamos expresar.
Por otra parte, los tribalismos matan la civilidad.
Liquidan la vida social.
Compartimos el criterio de quienes han sostenido que
el Estado moderno: liberal o socialista, tiene de suyo una enorme tarea
conducente a reivindicar a la Sociedad Civil, sin pretender someterla o hacerla
medrar.
Pronúnciese con fuerza: las instituciones estatales
deben estar al servicio de las personas y no el ciudadano al servicio del Estado.
Para quienes somos
humanistas y demócratas los seres humanos deben ocupar el centro de las
significaciones y realizaciones, antes que el Estado. Dentro del conjunto de
las relaciones que se anudan entre el Estado y los ciudadanos se encuentran las
de carácter económico.
Aquí nos vemos obligados a precisar: únicamente
se justifica la intromisión del Estado en el plano económico siempre y cuando
conlleve a cumplir con el principio de la subsidiaridad. Restringida la
subsidiaridad exclusivamente a aquellos campos en los que la iniciativa privada
dé muestras de insuficiencias; cuando el sector privado no pueda acometer sus tareas
de manera unilateral. Más directamente dicho: cuando los particulares no se
encuentren en condiciones de desarrollar algo, en ese instante entran en acción
los mecanismos estatales.
El Estado no puede
acaparar y absorber para sí todas las iniciativas de producción de bienes y
servicios que haya que generar en el seno de la sociedad. Aunque las intenciones
por parte del Estado vayan a solucionarles muchos problemas económicos a la
sociedad (lo que llamamos el alpiste), la intervención estatal debe ser de
complementariedad. Que se admita la libre competencia en igualdad de
condiciones. Sin ardides tramposos que pretendan hacerle una encerrona (lo que
llamamos la jaula) a la sociedad civil; por el sólo hecho, a veces en
apariencia, de estarle arreglando el modo de subsistir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario