La extraviada lógica del régimen
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia
Venezolana de la lengua
Cada vez se agranda en la
población democrática venezolana la percepción
que quienes deciden las Políticas Públicas, en el presente gobierno, viven en
extraviados escenarios. Errores tras de errores así lo testimonian. No pegan
una.
Ellos acusan una especie de
incurable estrabismo; y lo que es peor: con tal óptica aspiran que las
realidades del país se adapten a su modo de ver, mirar y determinar destinos.
Han querido, desde hace muchos
años, que las cosas adquieran los significados que intentan imponer y no los
que realmente tienen. Aspiran forzar las realidades que no se les someten.
No se necesita ser muy
inteligente o poseer virtudes adivinatorias para saber que en casi todo lo que
han hecho o se proponen hay inaceptables cúmulos de desaciertos. Son torpes
hasta para utilizar la lógica dialéctica.
Constituye una imbecilidad
abandonar el concierto de la Comunidad Internacional.
Dirigentes políticos que por
ignorancia o soberbia pretendan aislar a un país corren el riego de hacerlo
desaparecer.
Prestemos atención a esta
sentencia inevitable: ningún país avanza a contrapelo de los obligantes tejidos
entre Estados, que por lo demás hoy les sirven de plataforma a la humanidad.
En estos momentos, ya estamos
recibiendo la calificación de un Estado forajido; por cuanto el curso de acción
que le vienen imprimiendo estos autócratas va en línea contraria a la corriente
que el Derecho Internacional Público consagra. Mientras otros países adelantan y procuran insertarse en esquemas
superiores de intercambios de todo tipo, los detentadores del poder local creen
que conviene más encriptarse o aliarse con regímenes como el de Corea del
Norte, Cuba, Irán o Siria cuyas abominaciones contra los Derechos Humanos son
suficientemente conocidas en el mundo entero.
Otra perla del extraviado
régimen que “brilla por sí sola”: el gravísimo error estratégico de desarrollo nacional cuando limita el consumo
interno, casi exclusivamente, a las importaciones (en altísimas proporciones
dinerarias) sin que se vislumbren alternativas confiables y sustentables para las
necesarias y oportunas sustituciones en la producción nacional.
Las iniciativas programáticas con las que
quisieron impulsar nuestra economía: gallineros verticales, cultivos
organopónicos, siembras en las azoteas, la ruta de las empanadas devinieron en
risibles caricaturas; súmesele ahora “la misión alimentaria” a partir del
consumo de conejos. Resulta vergonzoso pensar que, contrario a lo que antes se
había propalado con orgullo “el petróleo es de Venezuela”, ahora exclamamos
“Venezuela es del petróleo”. Somos hoy un Estado-nación bastante más
dependiente del recurso fósil que no hemos podido controlar desde aquel
accidente geológico de comienzos del siglo pasado.
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