El eterno carpe diem de nuestro Horacio
Dr.
Abraham Gómez R.
Miembro
de la Academia Venezolana de la Lengua
Miembro
del Instituto de Estudios de las Fronteras de Venezuela.
Desde que nació la genial ocurrencia
por parte del más brillante de los poetas latinos, de vivir y disfrutar al
máximo todo cuanto la vida te depare para un día o momento efímero, bastó para
que a partir de tan preciso instante — y aún hoy—se desanudara en las sociedades
una interminable polémica.
Un considerable bastión humano se
ubica, solazadamente, del lado más cómodo; que es como decir, aprovechar el
presentismo y fugacidad como irrumpen, devienen y declinan las cosas.
Aparejadamente, la repensada
expresión horaciana –dice uno, ahora-- también ha arrastrado con buena parte de
detractores.
En tan interesante disyunción, digamos
en voz alta el asunto con más detalles y cuidado, de la siguiente manera: “Vivamos.
Derrochemos lo que al día de hoy corresponde; porque de mañana nada se sabe. Hay
que vivir cada día como si fuera un finiquito; porque, efectivamente, alguno
será el último”.
Y añaden, en su aseveración, los
propaladores del carpe diem una osadía de este calibre. El
futuro es completamente incierto; ya que una pandemia, un accidente, un hecho
fortuito o contingencial puede cambiar el destino en cuestión de segundos y de
manera irremediable.
Profundizando, hasta donde ha sido
posible en este registro, en verdad la expresión se ha acortado con el paso de
los años; porque los historiadores aseguran que la frase completa que creó
Horacio fue la siguiente: «carpe diem quam mínimum credula postrero»,
que se traduce —más o menos-- como «aprovecha cada día, no te fíes del mañana».
El padre literario y filosófico del Carpe
Diem, que todavía repetimos y nos siembra de dudas e incertidumbres
existenciales, fue Quinto Horacio Flaco un escritor satírico y lírico latino
que vivió entre los años 65 a.C y 8 a.C. Además, considerado uno de los mejores
poetas de la historia. Poseía, por naturaleza, una facilidad perlocutiva (Austin,
dixit); y gozaba de extraordinaria versatilidad para expresar, de cualquier
disciplina a su alcance, todo aquello que deseaba y sentía con suma perfección.
En este tramo de nuestra época; más
concretamente en América Latina (Venezuela), nos honra con sus luces y
proyectado talento el insigne maestro Horacio Biord Castillo, a quien dedicamos
este sincero aporte, con la mejor modestia, a propósito de su más reciente
publicación( poemario) “Tiempo de Diluvio, tiempo de demonios”. Círculo de
Escritores de Venezuela. Editorial Diosa Blanca. Noviembre-2021.
Nuestro Horacio, quien se desempeña –con
reconocidos méritos y aciertos-- en la presidencia de la Academia Venezolana de
la Lengua (AVL) desde el 2015, resume su convicción filosófica en estos
términos:
“creo que no hay absolutos ni
universales. La escritura es un don de Dios, un regalo de la vida, acaso una
herencia de vidas pasadas, no lo sé. Descubrir ese talento y pulirlo es un
trabajo de años, que requiere lecturas y prácticas. Pero no creo que haya absolutos
en esto. No está relacionado con la profesión. Es un manantial que brota de las
profundidades de cada ser. He visto profesores de Física que son grandes
escritores (Ernesto Sábato lo fue) y profesores de Literatura que no logran
apuntalar un buen poema”.
Digamos, con todo el ímpetu que
permiten las fuerzas prosódicas en los enunciados, es que nuestro Horacio ha
hecho de su vida un apostolado brillante en cada desempeño.
Licenciado en Letras, magíster en
Historia de las Américas y doctor en Historia. investigador asociado y jefe del
Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Especialista en Asuntos Indígenas.
Venezuela y varios países acreditan
la inteligencia de nuestro Horacio en áreas de etnohistoria, sociolingüística y
de investigador sobre pueblos, culturas y lenguas caribes de
las regiones central y oriental de país.
Nuestro Horacio, quien ha aquilato (de
lo cual ha sacado admirable provecho) su particular Carpe Diem con prolija
producción en casi todos los géneros literarios; cultiva – como se sabe
suficientemente-- la poesía, el ensayo, la narrativa.
Se incorporó a la AVL el 7 de julio
de 2008 con un trabajo titulado “Perspectivas de una lectura postoccidental de
estudios coloniales sobre lenguas indígenas caribes”. Una evidencia del fruto
de cada día, de su singular carpe diem.
Descubrimos en este denso poemario
de Biord castillo una vertebración de las metáforas utilizadas, por muy
distantes que se nos presenten y aparezcan en los poemas.
Sin dudas, constituye su
particularísimo uso estético del lenguaje, con el cual nuestro Horacio dice y
hace.
Hay una especie de involuntaria y desprevenida
ilación, que se acerca y “fisgona” con lo que alguna vez nos entregaba Emil
Cioran, a través de sus conceptos-claves: el pecado original, el sentido
trágico de la historia, el fin de la civilización, la negativa del consuelo por
la fe, la obsesión por la vida eterna, como una expresión del hombre
metafísico, el exilio. Hasta allí. Sin llegarse a declarar, como el nihilista
escritor rumano, enemigo de Dios.
Por el contrario, nuestro Horacio se confiesa, devocionalmente, creyente del Padre
celestial. Leámoslo, de seguidas:
E l p r o f e t a n o s c o n
v o c ó
Su rostro huraño anunciaba tormentas
cuchicheábamos
Algo grave sin duda anunciaría
La voz se lo había revelado
Él no era solo un profeta
Era el Mesías
enviado de nuevo a redimirnos.
Obediencia, adoración
Nada más pedía
Nos mirábamos
Alguien tiró una piedra
la primera
Su cuerpo yació mucho tiempo
sobre las losas de la plaza
pálido
inerte
mesiánico, tal vez.
Ya a estas alturas, uno está tentado
a preguntarse, de dónde le vino tanta inteligencia a nuestro Horacio. Responderemos, quizás, apelando a las
claves narrativas de Walter Benjamín, con su proverbial manera de enunciar:
“lo que llamamos sabiduría era una inteligencia
que venía de lejos; pero que poseía cierta autoridad, aunque ésta no fuera
sujeta a verificarse. La inmediatez de
la efímera información contrasta con el tiempo expansivo y cualitativo de las
narraciones, las cuales pueden ser distendidas y destiladas en cualquier
momento, sin caducar, generando siempre un entendimiento de la existencia”.
Acaso, no nos suena a “eterno
retorno” –un modo raro de estarse acabando y naciendo al mismo tiempo --las explicitaciones
a ”Quitarse la vida” que nos “espeta” nuestro Horacio; asimilándolo, con naturalidad,
a un acto cotidiano y reversible:
“…Como perseverante en el oficio, ayer me
suicidé o esta mañana. Le diría con desparpajo a mis amigos y a los compañeros
anónimos de los viajes en metro. Me volveré a suicidar mañana antes del mediodía…”
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