sábado, 16 de diciembre de 2017



Apoyaturas epistémicas en la praxis discursiva de José Balza
                                                                                                (Extracto de mi conferencia)
 Dr. Abraham Gómez R.
 Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

La verdad balziana no debemos pesquisarla en el discurso sino en la episteme que define su óntica: su modo de ser, su alforja de imaginarios y sus sensibilidades.
Los ejercicios narrativos de Balza nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas.
 Los lectores aprehendemos escurridizas lúdicas en cada párrafo textualizado: constituye una hermosa estrategia que impulsa a darle completitud a las ideas apenas insinuadas.
“Pude haber sido otro niño — relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente— pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras.”
Balza aporta, aún en los intersticios de su narrativa suficiente dialéctica, para desenhebrar historias y experiencias.
 Sus textos, en tanto entidades vivas nos guían;    inclusive aquellos escritos de su época juvenil que tuvo el atrevimiento de lanzarlos a las aguas de su avecindado Caño Manamo, en un acto inconsciente de metafórico esparcimiento y de exquisita proyección universal de sus letras.
Los textos arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para antagonizar los conceptos esclerosados por dogmatismos.
A Balza le fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.
Con este laureado escritor, que lleva a la Deltanidad tejida a su piel, hemos aprendido que los libros son objetos mágicos.
Leer no es sólo consumir signos lingüísticos sino crear, elucidar, proponer, recomponer; y a menudo somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que en realidad escribieron. Porque, aunque no toda lámpara tiene su genio, de lo que si estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara.
Cuando nos disponemos a leer, a frotar la lámpara para desafiar al genio, abandonamos la multiplicidad de inquietudes de la mente y accedemos a concentrarnos, a seguir el curso de una idea, de una argumentación, a confrontarla con nuestras propias consideraciones.
 En el libro de mi autoría “Hombres en la historia contemporánea del Delta” de reciente edición, Balza nos relata que siempre ha sido muy disciplinado; nos expresa que escribir para él es como un grado de sacerdocio con la vida y la belleza.
Balza sentencia de este modo: “el lenguaje no perdona, o te hace decir tonterías o te lleva a lo más hondo de la realidad y de las personas”.
Balza escribe, según nos ha dicho, en las mañanas pero puede sentir el eco de algo; un suceso, cosas que comentan y entonces obedece de inmediato al llamado, se pone a trabajar donde quiera que esté: en una servilleta, un cuaderno, la tableta.

Todavía dibuja y viaja con lápices, pinceles y una acuarela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario