Bala no mata virus
Dr.
Abraham Gómez R.
Miembro
de la Academia Venezolana de la Lengua
Las sociedades civiles y su disposición permanente a
exaltar los valores de la civilidad; digamos: las vinculaciones respetuosas
entre los ciudadanos, han sido las que más alcanzan estadios de desarrollo a lo
largo de la humanidad.
Se ha admitido, con legítima razón, que nace la
civilidad, como elemento natural, en el preciso instante cuando
se teje un trato armonioso entre las personas, cuya interacción es de convivencia,
sensibilidades compartidas y consideraciones mutuas.
Insistimos en señalar que las sociedades civiles y
civilistas inducen, sistemáticamente, los apropiados comportamientos de los
ciudadanos, para que se sancionen, promulguen e internalicen las
leyes y demás obligaciones; con lo cual cooperan al cabal, idóneo y eficiente funcionamiento
de la propia sociedad, en tanto cuerpo social, de primerísima importancia.
Las sociedades avanzan o retrogradan según como piensen
los ciudadanos que la componen.
Hoy, cuando en el mundo entero se reconocen y constitucionalizan los Derechos Humanos, como
prerrogativas y principios de aceptación universal de las personas; y que
además garantizan jurídicamente su dignidad en la dimensión individual, social, material y
espiritual frente al Estado; a quién se le antojaría desempolvar las ideas de Hobbes, por allá, por del siglo XVII; quien sostenía que la
soberanía de los seres humanos, por no
alcanzar nunca la suficiente madurez, estaban obligados a delegarla
indefinidamente en un ente jurídico-político llamado Estado; para que el Estado tutelara (controlara) los
comportamientos sociales, y “evitara” que “el hombre sea el lobo del hombre”.
Nada más y nada
menos que, por esa vía, conculcar los libres desenvolvimientos de los
ciudadanos. Meter a la sociedad civil, civilista en los rediles de entes militaristas.
La significación de la militarización se reduce,
simplemente a control absoluto de todo. Un régimen militarista siempre ha
demostrado su violencia política, ejercida en nombre del Estado contra la población
civil, a través de las fuerzas encargadas de salvaguardar la seguridad y el
orden.
Suficientemente, se ha patentizado la ineficacia de las
Políticas Públicas, asentadas en odiosos militarismos, que intentan programas
de seguridad estatal; cuyos nefastos resultados, por el uso de la fuerza, solo
desencadenan en más violencia.
Los militarismos también llevan aparejados focos de
corruptelas para los innecesarios armamentismos; cuyo artificio estriba en una
supuesta defensa de los asuntos del Estado, frente a un enemigo ficcionado,
inexistente.
Por la vía anteriormente descrita, un régimen
militarista desvía cuantiosos recursos del erario nacional para apertrechar sus
componentes. Recursos que muy bien pudieran destinarse a programas de Ciencia y
Tecnología; a reforzar los planes de las instituciones de investigaciones de
microbiología, de indagaciones moleculares, farmacológicas; para conferirle
sostenibilidad financiera a las
Universidades, a sus laboratorios donde se generan conocimientos y soluciones a
los problemas vitales de la sociedad.
Jamás una sociedad cuya esencia se construya con
civilidad debe aceptar la irrupción de sesgos militaristas que corroen y
perturban.
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