Balza:
exquisita narrativa con apoyatura epistémica
Dr. Abraham Gómez
R.
Miembro de la
Academia Venezolana de la Lengua
En la vida de los seres humanos hay una
constante incitación. Diremos que se trata de un extraordinario fenómeno recurrente,
a través de las generaciones: una indetenible búsqueda de conocimientos.
Tal constelación de
saberes únicamente adquiere de suyo sentido, proyección e intencionalidad a la
luz de sólidos soportes culturales.
Lo que hemos sido y
vamos siendo se lo debemos a la matriz epistémica que rige nuestro trasfondo
vivencial; ese mundo de vida que nutre el modo de conocer individual y socialmente.
Que a cada quien le impronta su singularidad, su estilo para simbolizar y decir
con palabras las realidades.
Podemos seguir
reforzando lo anteriormente descrito, en purísima verdad, afianzados en las interioridades de los tejidos
escriturales del laureado maestro de la narrativa contemporánea José Balza; por
lo que nos atrevemos a exponer que la densidad de la obra balziana trasciende
su propio discurso. Entonces comporta un desafío y nos obliga a pesquisarla en
todo cuanto define su modo de ser, su alforja de imaginarios y sensibilidades.
Hay una indesligable simbiosis: su vida y su narratología.
Los lectores
aprehendemos escurridizas lúdicas en cada texto de Balza, siempre revisitado.
Acaso constituya
una hermosa estrategia, de su parte, que incita a darle completitud a las ideas
que apenas insinúa.
Sus ejercicios
narrativos nos llevan de la mano como
ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas
sin necesarias respuestas.
“…pude haber
sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente
—pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado
de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo
atrapar la realidad y convertirla en palabras…”
Los textos
arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar
innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para
antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos. Le fascina dejar sentado en
sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un
sitio preponderante.
Busca hacer cosas
con las palabras. exactamente lo que J. Austin denomina “enunciado performativo”;
que no se limita a describir un acaecimiento, sino que en el mismo instante de
estar expresándolo se realiza el hecho.
Así lo vemos
reflejado desde su primera novela Marzo Anterior (1965), donde la búsqueda de
la identidad será el elemento esencial de la obra.
Con toda seguridad,
el presente aserto tendrá bastantes coincidencias: leer no es sólo consumir
signos lingüísticos sino crear, elucidar, proponer, recomponer; y a menudo
somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que en
realidad escribieron. Porque, aunque no toda lámpara tiene su genio; de lo que
si estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la
mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara.
Cuando nos
disponemos a leer, a frotar la lámpara para desafiar al genio, abandonamos la
multiplicidad de inquietudes de la mente y accedemos a concentrarnos; a seguir
el curso de una idea, de una argumentación, a confrontarla con nuestras propias
consideraciones. ¡Los libros son objetos mágicos!
Balza,
extraordinario manejador del lenguaje, crea, recrea y transforma cuanta idea,
frase o expresión sea aprovechable morfosintácticamente en su condición de
artista literario, escultor de la palabra.
Balza, quien está cumpliendo
seis años de haberse incorporado como Individuo de Número de nuestra Academia
Venezolana de la Lengua, se ha hecho tan versátil y prolijo, que suficientes
críticos literarios han advertido: quizás ha llegado el preciso momento de ir estudiando
la narrativa literaria balziana por etapas, géneros, giros estructurantes, contenidos
referenciales, motivaciones o cuerpo anecdótico de los relatos; porque sus
tendencias e intencionalidades expresivas se han vuelto una cartografía multiforme.
Así también, a Balza
le importa el destino de lo hecho con fervor en nuestro país. Además, le
preocupan las injustas omisiones y crueldades. Esa misma pasión militante lo muestra
cabalmente como discernidor de ideas, consciente de la finitud del tiempo que
lo interpela.
Balza sostiene
discursivamente conceptos guías que son metarrelatos para dar cuenta de lo que
hemos vivido en este pedazo de geografía suramericana en constantes sustituciones.
Lo que hoy admitimos – lo expone con asiduidad en sus escritos -- como
interesante proyecto nacional, deslumbrante, ya mañana lo dejamos a un costado;
mientras seguimos rebuscando una y otra vez, indistinguidamente, en todos los
tramos epocales.
Balza concita como
activo de sus conformaciones existenciales los designios oraculares de las
aguas del Delta del Orinoco: “…Un enigmático amor me ata al río –nostalgia
Balza-- ese tipo de pasión que nos condensa, en el pasado y en futuro. El
Orinoco ha estado siempre donde lo encuentro hoy, frente a mi casa. Su
presurosa inmovilidad tiene un lugar
de asiento en mi
propia vida. El río fue mi más poderoso juguete en la infancia. Los días se
llevaron mi infancia. Yo cambié, cambié para querer ser siempre el mismo. ¿No
seríamos acaso, en 1939, los juguetes que el río usaba para fijarse en alguna
memoria? Fuimos juguetes del río con el cual se cree jugar…”
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