El
oficialismo tuerce y embadurna todo
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Miembro de la Fundación Venezuela
Esequiba
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela
¿Llegaremos, alcanzaremos a ser una Venezuela
íntegra?
Fuimos siempre tan jóvenes, tan a
punto de adquirir carácter,
rasgos decisivos, nitidez que nos
acecha el riesgo de continuar
siendo una incesante acumulación de
fragmentos, de parcialidades
sin integración…” JOSÉ BALZA. PENSAR
A VENEZUELA, Pág. 6
La principal característica de la
histeria colectiva que exhibe el chavismo-madurismo viene dada por el
desconcierto patológico, en su modo de hacer y decir; que se manifiesta y
acentúa en un gran número de comilitantes del régimen.
Preste usted atención para que capte
que hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo” ya transpiran
quejidos y arrepentimiento; y aunque no lo expresan (como quisieran) sienten el
descalabro en que se encuentran, y en el que han subsumido a todo un país.
Cada vez se hace menos pronunciable,
y hasta vergonzoso, el discurso socio-político que han pretendido hacer dominante.
Frente a eso, han querido tejer y hacer prevalecer un clima que lo enrede todo.
Las palabras comunes con las que
quisiéramos intentar definir las cosas, o por lo menos irlas llamando por sus
nombres, se han vuelto vacías.
Los códigos lingüísticos, en las
racionalidades que ellos han querido imponer, han variado y corren a contrapelo
de la realidad. El vocablo oficializado va por un lado y la verdadera realidad
va por otro.
Acaso no nos ha sucedido que, aunque lo
perceptible esté muy cerca de nosotros como para darle su exacto significado y juzgarlo,
la retórica oficializada tuerce lo que hay que decir y te los hace conocer
distintos.
Buscan y se apresuran para que entre
en tu mente otra cosa: al hambre le dicen dieta; a los problemas los llaman
temas; a sus ineptitudes las dan a entender como debilidades; a la desidia la
llaman bloqueo del imperio; a las tratativas perversas que asolaron la
producción nacional se la achacan a las sanciones, a la escasez de todo la
mencionan como planificación programada etc. Por eso los enunciados en su
mayoría son falsos.
La malévola intención es que quede,
en la sociedad, la sensación de que hay que aprender de nuevo a pensar y a
escribir. Que toda nuestra estructura sentenciadora de las cosas hay que
desmontarla, para adaptarla a lo que los entes oficiales se les ocurra.
Pareciera que “las respuestas no
siguen a las preguntas, el saber no sigue a la duda y las soluciones no siguen
a los problemas” (Larrosa, dixit).
El uso indiscriminado de los vocablos
no sería tan grave si éstos no fueran instrumentos para llegar a conocer,
analizar e interpretar la realidad. Pintan una realidad que no es tal.
Tradiconalmente llegamos a estudiar
que Los significados de las palabras son senderos abiertos para conocer el
mundo. De todos es bastante conocido que cada término tiene una curiosa
historia; y algunas veces, , un inmenso caudal de relatos o una larga narrativa
adquiere cierta síntesis en un único étimo. Repetimos, el mundo se conoce a
través de las palabras.
Así también decimos que una palabra
embadurnada, para que diga lo que no le corresponde, constituye un camino
oculto o riesgoso.
¿A cuál socialismo se referían
cuando hablaban de socialismo? ¿Qué
transformación dicen que estaban haciendo? ¿Cuál sociedad ideal tenían para que la
hiciéramos réplica en nuestras especificidades?
Nada serio había en sus pobrísimos discursos
cuando nos plantearon hasta la obstinación que iríamos a un mundo mejor,
parecido a los comunismos-socialismos, que vienen de regreso.
Los “planificadores” del gobierno asomaban,
como mascarón de proa, rigideces e inflexibilidades en las decisiones. Nunca
aceptaron justificadas observaciones de nadie.
La inocultable ineptitud la estuvieron
maquillando con arrogancia y soberbia. Fruncían el ceño para espantar las
incómodas críticas bien fundamentadas. La autocrítica les resbalaba; porque se
creían y se la estuvieron dando de autosuficientes.
Únicamente ellos poseían el prodigio
– incompartible-- de atesorar “la verdad absoluta” e incuestionable.
La deleznable situación de nuestro país hoy
devela la ruindad ideológica que los atraviesa. Su indigencia mental.
Por eso y sólo por ellos es que
estamos como estamos en las peores condiciones sociales y económicas, en la más
patética inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito internacional. Nos
han conducido a tamaña precariedad ética y moral.
No es necesario profundizar en
discusiones intelectuales, o académicas de alto nivel para percatarnos que las
decisiones que se vienen dando en los últimos años en Venezuela a lo que menos
apunta, precisamente, es a una emancipación: a desplazar hacia fuera, a
desligarnos de las estructuras poderosas que nos tienen atrapados para imponer
sus designios, ajenos a nuestra propia identidad. Estamos pagando muy caro,
ante el mundo, la ligazón con Cuba, China, Corea del Norte, Irán, Bielorrusia.
Comencemos por destacar el hecho que
nuestra cultura socio-política ha asumido una impronta civilista-democrática,
que es un sustrato de paz y de libertades.
No resulta, para nada, sorprendente para los
investigadores sociales la tipología militarista que caracteriza al actual
régimen nacional.
El poder político –como en siglos pasados--se
encuentra una vez más en los cuarteles.
La verdadera emancipación debe comenzar por
erradicar tales despropósitos.
Estamos obligados a emanciparnos de los
pensamientos alienantes; con mucha más razón cuando sabemos que en el tramo
civilizacional que transcurre se asume el conocimiento ya prácticamente como un
“factor de producción”. Conocimientos que se construyen a partir de las confrontaciones
de ideas; además en las actuales y profundas transformaciones subyace la
competitividad en tanto estrategia-medio para alcanzar los objetivos. Conocimientos-libertad-transformación-competitividad
una extraordinaria cuarteta en un mundo moderno; tal es lo que queremos.
Del comunismo, ideología de ingrata
recordación, debemos emanciparnos. Esa manera de apreciar la realidad, estamos obligados
a mandarla bien largo al cipote.
Los regímenes totalitarios—como el
que se pretende levantar aquí-- ven malas palabras en expresiones tales como:
libre albedrío, democracia, separación de poderes, estado de derecho,
institucionalidad, libertad de pensamiento y de acción.
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