¿Por qué pretenden acabar con nuestras
universidades?
Dr.
Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Miembro de la Fundación Venezuela Esequiba
Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos
de Venezuela
De
todos es conocido que la Universidad nace, como institución, en la Edad Media.
Surge formalmente en tanto una entidad donde, para entonces –como aún hoy --concurren
los maestros y discípulos en la búsqueda de la verdad.
Aunque sea una “verdad relativa” y con múltiples
aristas. Tal vez lleguemos a compartir, que, en tal hecho disímil o de
universalización del pensamiento, queda arraigado lo más hermoso de las ideas y
las posiciones.
En
el presente tramo epocal contemporáneo las ilimitadas conexiones tecnológicas
han transformado los modos de generar el conocimiento, de preservarlo, de
rehacerlo y transmitirlo con otros principios y valores; así entonces, esos elementos
constituyentes de los saberes los docentes universitarios están obligados a
incorporarlos en su caja de herramientas intelectuales.
Nos
agrada recordar que en el año 1958 se sancionó y promulgó, en nuestro país, una
nueva Ley de Universidades que vino a sustituir la que para entonces estaba en
vigencia desde 1953. El mencionado acontecimiento no fue, de ninguna manera, un
hecho fortuito o desprevenido; sino, debemos decirlo, honestamente, a partir de
ese hito socio histórico quedó contextualizada la universidad venezolana, a la
par de las autonomías orgánicas, funcionales, administrativas y académicas, de
las que gozan las demás universidades en el mundo.
Reconocemos,
sin embargo, que en 1970 se produjeron serias y sustantivas reformas en el
citado texto legal, hasta obtener una norma para el Sistema Universitario Venezolano
(mayúsculas adrede) que nos rige ahora.
Nuestras
Universidades habían venido resistiendo embates – algunas veces sibilinos, otros
tantos develados--, pero nunca con el ensañamiento como se le perpetran los
daños de todo tipo, en la actualidad.
Citemos,
a manera de ejemplo: el nombramiento fraudulento
e írrito de algunas autoridades, completamente desarraigadas de las realidades
de las universidades que pretenden dirigir; el asfixiamiento inmisericorde de
las asignaciones presupuestarias y financieras; el desestimulo y deterioro
progresivo de la calidad de vida del personal; el abandono de la
infraestructura física y de los equipos; la centralización descarada de las
nóminas en la “plataforma patria”, la inseguridad en los campus y un largo
etcétera.
Apenas
asomamos un ápice de la inmensa crisis que estamos atravesado. Lamentamos también
–hay que decirlo-- que un reducido número de Instituciones de educación
Superior (muy pocas afortunadamente) y una minúscula facción de docentes
universitarios, contaminados ideológicamente, han adoptado una respuesta
mimética y vergonzosamente adaptativa al descalabro de nuestras universidades.
Allí los vemos, medrando y rumiando pesares; cómplices de las directrices de
sus órganos superiore, sin proponer significativos cambios, para deslastrarnos
de las calamidades
Honrosamente,
la excepción la constituyen las Universidades en cuyo seno se respeta el
disenso y la pluralidad de las ideas. Las Universidades caracterizadas por permanecer
libres y siempre irreverentes, aparejadas a los docentes que han asumido los
desafíos para desarrollar alternativas académicas y gerenciales con
perspectivas hacia las sociedades que han sido emprendedoras.
Sobran los ejemplos de los desmanes
inocultables del oficialismo hacia nuestras universidades: el cometido contra
la emblemática Universidad Simón Bolívar, al designar, mediante acto inconstitucional
e ilegal a un rector, vicerrectores y secretario, en una sesión amañada del Consejo
Nacional de Universidades. El constreñimiento sin justificación de las
asignaciones de los recursos para el funcionamiento de las universidades de Carabobo, del Zulia, de
Oriente, Nacional Experimental Politécnica, de la Unillez y muchas otras más.
Jamás
se había visto tanta desidia y atropellos ocurridos contra, nuestra insigne y
reconocida ante el mundo, Universidad Central de Venezuela.
Los
numerosos actos de terrorismo perpetrados para intentar arrodillar a la “Casa
que Vence las Sombras” son tropelías cohonestadas
y promovidas desde el gobierno.
Se
le quiere “pegar la mano” a nuestra Alma Mater a como dé lugar o como sea. Sin
medir las consecuencias en sus desmanes ; en violación flagrante del Estado de Derecho
y por ende de nuestra constitucionalidad.
Pretenden
someter a nuestras universidades, hacerlas sumisas.
Los
estudios universitarios en el presente siglo XXI deben asumir el cambio para el
futuro, como consustanciales de su ser y quehacer. Dicha transformación exige
de las instituciones de Educación Superior una predisposición a la reformas y cambios
constantes de sus estructuras y métodos de trabajo
Esto
implica asumir la flexibilidad epistemológica. Digamos, admitir que hay muchas
y hasta contradictorias visiones del mundo y la vida, y las diversas propuestas
teóricas para comprenderla, en lugar de la rigidez y el apego a tradiciones inmutables
que imponen los regímenes totalitarios.
En nuestro país invocamos la incorporación y participación
--para la transformación-- del docente universitario en su labor diaria; que
diga y aporte soluciones.
El profesor-docente debe asumir la obligación de
participar, de hacerse activo en la elaboración de los proyectos
futuros de la sociedad que queremos y necesitamos; inspirados en la
solidaridad, en la superación de las desigualdades y el respeto a los fines
democráticos, a la meritocracia y a la pluralidad del pensamiento conforme a
nuestros preceptos constitucionales.
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