lunes, 25 de octubre de 2021

 


Nuestra democracia: enferma pero perfectible

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Miembro del Instituto de estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV)

 

Si insistimos en tratar de comprender el significado ético de la Política en estos tiempos que corren, seguro nos quedaremos perplejos y con demasiadas incertidumbres.

Se quedarán pequeñas Las observaciones que intentemos aportar --aunque sea por curiosidad-- para develar los otros modos en que se ha transfigurado lo político. No tanto porque los escenarios se muestren a veces impenetrables, sino también porque cosas que parecían inimaginables son comunes y corrientes, y “legitimadas”, por el gobierno actual, con la mayor naturalidad.

Brotan cosas desde lo que llamamos político que no sólo impactan, también espantan.

Hay displicencias (e indiferencias) a borbotones. Actitudes tan rampantes que uno se queda loco.

Estamos viviendo en una especie de “Estado de Excepción” permanente; Lo cual tarde o temprano cobrará sus deplorables consecuencias, tanto para las complicidades activas como para los silencios cobardes.

Quienes administran los asuntos propios de los Estados, en democracias enfermas como la nuestra en estos tiempos, cometen actos opresivos en perjuicio de los ciudadanos.

 Hay una entente oficialista detentadora abusiva del poder, que se erige en injustificada posición ventajosa frente al común de la gente.  Desde el gobierno practican descaradamente, y además asumen, de modo consciente, la desigualdad de derechos, las inequidades sociales, culturales y económicas, con tanta “naturalidad” que no perciben las tropelías en las que han caído y mucho menos el daño que están perpetrando a los ciudadanos y a la democracia en su esencia.

Hay tanta torpeza e ineptitud en los gobernantes de nuestro país, que les cuadra bien la siguiente narrativa: “cuando se les pide un caballo para solucionar algún problema, se presentan, bastante tarde, con un camello; que tendrá sus virtudes, pero no es lo requerido”.

Prestemos atención a lo siguiente: los Estados no se constituyen para enfrentar a los ciudadanos.

No vaya usted a creer, pero hoy en Venezuela nos conseguimos algunos atorrantes que se han querido convertir en émulos de Thomas Hobbes, y pretenden replicar sus deleznables tesis, sintetizadas en expresiones como:

 “...En el gobierno de un Estado bien establecido, cada particular no se reserva más libertad que aquella que precisa para vivir cómodamente y en plena tranquilidad, ya que (el Estado) no quita a los demás más que aquello que les hace temibles. ¿Pero, qué es lo que les hace temibles? Su fuerza propia, sus apetencias desenfrenadas, su tendencia a tomar decisiones discrepantes de la unanimidad mayoritaria…”

¡Casi nada...! Una inmensa fuente de terror en pocas palabras.

En nuestro país, permanentemente –teniendo la democracia, como valor cultural y sociopolítico --deseamos construirnos y constituirnos desde el pleno despliegue de las potencialidades creativas de cada quien, donde se propugne el beneficio de todos, con plena solidaridad humana; sin posturas hipócritas o utopismos anacrónicos.

Ya no se trata de desempolvar rancias nomenclaturas: de izquierda o de derecha, con la intención de reetiquetar las corrientes del pensamiento. Experiencia de lamentable recordación.

 A propósito, Slavoj Zizek lo declara con crudeza “la izquierda no representa en estos momentos una alternativa positiva”. El asunto diríamos entonces no se trata de una recomposición del mapeado de las ideologías que han pululado en el mundo, sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos, en la sociedad de que se trate.

El asunto estriba, particularmente en Venezuela, muy pronto, en reivindicar a la ciudadanía, sin expropiarle su integral condición.

La democracia que tuvimos y disfrutamos —desde 1958 hasta 1998-- arrastró sus imperfecciones; hechos distorsionados que estamos obligados a corregir, dentro de nuestro ámbito político con más democracia, y nunca con la implantación de dictaduras.

Aceptamos sin dudas, suficientemente probado y comprobado, que el sistema político idóneo es aquel que le confiere al ser humano la plena libertad para desarrollar sus potencialidades, particular y colectivamente. Cartografía política-ideológica que le deja trazar metas a la gente, y promueve para que las alcancen hasta donde sus aptitudes individuales le permitan, en absoluta y auténtica libertad.

 


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