Guayana
Esequiba: Laudo Arbitral de París sin eficacia oponible
Dr.
Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Miembro de la ONG “Mi mapa de Venezuela”
Miembro del Instituto de Estudios de las Fronteras de
Venezuela (IDEFV)
Hemos padecido injusticias y tropelías de los grandes
imperios, en más de dos siglos.
No nos extrañan las componendas que se tejen, en estos
momentos, cuando el litigio ha escalado ante la Corte Internacional de
Justicia.
Leemos y analizamos lo que viene apareciendo y ha
trascendido de tales ambientes jurisdiccionales; porque, según lo ha anunciado
la contraparte guyanesa, ellos tienen la intención de arrasar con todo. Lo
exponen en los diversos escenarios donde asisten sus delegaciones. No aceptan
términos medios, ni “soluciones prácticas o satisfactorias”, conforme lo contempla
el Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966, documento que causó estado.
Sin embargo, no nos sorprenden ni atemorizan los ardides que el gobierno guyanés, las
empresas trasnacionales y sus aliados puedan urdir; impulsadas por y con
prebendas dinerarias, en el presente conflicto interestatal.
Sabemos del juego de inmensos e ilimitados intereses
del gobierno de la excolonia británica y las grandes corporaciones que operan, ilegalmente,
en la Zona en Reclamación y en su respectiva proyección marítima.
Ya en el
pasado, el Imperio Inglés acometió con descaro, en nuestra contra, dos actos de
ingrata recordación.
En un intento vergonzoso, hizo todo lo posible por persuadir
a España para que no procediera al reconocimiento de nuestra Independencia. No
obstante, ese hecho histórico se concretó el 30 de marzo de 1845; cuya base,
para que así procediera el país peninsular a nuestro favor, fue –exactamente--
el conferimiento del Título Traslaticio, asentado en la Real Cédula, del 8 de septiembre
de 1777, de Carlos III; con lo cual dan la absoluta posesión jurídica de
Venezuela sobre la conocida Guayana Esequiba.
Prestemos atención al segundo evento bochornoso. No satisfecho con lo anteriormente descrito,
el Imperio Inglés propuso al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, el
23 de marzo de 1869, repartirse, precisamente por la mitad todo el territorio
de Venezuela, con la finalidad de que EE. UU reubicara en el occidente de
nuestra nación, a la población negra procedente de África, que había
participado en la Guerra de Secesión. Así también, en ese “arreglo perverso”
los ingleses se quedarían con el resto: desde el centro hacia oriente, incluyendo
la Guayana Esequiba.
¿Qué adujeron, entonces, para atreverse a la
mencionada propuesta? Según los ingleses, porque «ese país llamado
Venezuela, que actualmente, se debate en medio de la mayor anarquía y cuyas
´minor authorities, no pueden ni siquiera considerarse como sujetos de Derecho
Internacional».
Muestras evidentes de los embates que hemos resistido,
ayer y hoy como Nación, Estado y República, de quienes se han creído poderosos
e invencibles, en el mundo.
Por eso
señalamos, con suficiente certidumbre, que la lucha que ahora libramos, en el
Alto Tribunal de La Haya, no será una excepción en la búsqueda de nuestra reivindicación
en justicia
Si ayer nos
consolidamos frente a la voracidad de Inglaterra; en la época actual –con
nuestros compatriotas densamente formados-- saldremos victoriosos frente a las acechanzas
de quienes asumieron la condición de causahabientes de los ingleses y sus
aliados insaciables, que están esquilmando nuestros recursos.
Venezuela debe seguir a la expectativa en cuanto a la
reclamación centenaria por la extensión territorial que nos arrebataron con vileza
y han venido usurpando con descaro.
Hay casi unanimidad en todos los sectores, a los
cuales se ha pulseado la opinión hasta ahora, para que se mantenga viva nuestra
lucha reivindicativa para alcanzar a satisfacción tan noble e histórico
objetivo.
Para el 08 de marzo del año 2023, estamos citados a la
Corte, para hacernos – tal vez-- parte del juicio. La decisión de presentarnos o seguir
invocando no comparecencia la debe tomar el señor presidente de la República,
según sus atribuciones constitucionales.
Por lo pronto, nos conseguimos con ideas y conjeturas
que, circunstancialmente, diseñan y proponen caminos y procedimientos distintos
para llegar al mismo fin; pero, sin embargo, se acoplan y calzan en una única
mirada para la defensa de nuestros legítimos derechos en esa séptima parte de
nuestra geografía.
Elogiamos el trabajo que se adelanta desde la Comisión
Presidencial por la defensa del Esequibo, la Comisión constituida en la
Asamblea Nacional, con esos mismos propósitos y a la cancillería de Venezuela. Nos
consta de las sistemáticas y serias consultas a los entes representativos de la
sociedad civil, a las Academias, a las universidades, a los expertos y
estudiosos del litigio.
Extraordinario el trabajo de concienciación de la ONG “Mi
mapa de Venezuela” y especialmente del Instituto de Estudios de las Fronteras
de Venezuela (IDEFV). Nuestro reconocimiento además para todos
quienes exponen sus criterios en los distintos medios y en las redes sociales.
Nos agrada que así se lleven estas tareas; porque, en
un país democrático cada ciudadano debe expresar su opinión; con mucha más
razón, en el asunto que nos ocupa de tanta trascendencia e importancia.
Caeríamos en un gravísimo error –imperdonable, según los
criterios de la comunidad internacional— si pretendiéramos coartar o dividir a
la gente entre patriotas o desleales; o impregnar la contención, (que ya se
encuentra en proceso jurisdiccional, en la Corte Internacional de Justicia) de
los problemas internos o embadurnarla de ideologías partidarias.
Ya lo he
mencionado, en bastantes ocasiones: “el pleito chiquito queda para después,
puede esperar”.
Otra consideración la expongo así: los pueblos no
pueden ser relegados a la condición de simples objetos. Este aserto me permito explicarlo en párrafos
sucesivos.
Acaso no resulta interesante compartir, de modo pleno,
con quienes sostienen la posición que la cuestión reclamativa por la Guayana
Esequiba debe tratarse libre, abierta y públicamente; por lo que se hace inaplazable
insistir en las jornadas de concienciación en los más recónditos lugares de la
nación, para que nuestros compatriotas asuman con entereza el compromiso de
juntar voluntades, inteligencias y soluciones.
Lo que menos aspiramos es a la adhesión ciega y automática
de quienes aún desconocen lo que ha venido sucediendo con el citado asunto; por
el contrario, requerimos que haya un consenso generalizado, producto de
conocimientos sostenidos y densamente constituidos; tanto en Caracas, como en
Tucupita, Barcelona, San Cristóbal, Maracaibo, Valencia, Puerto Ordaz, Mérida,
Margarita; en fin, toda la Patria hablando el mismo idioma.
La expresión que hemos venido divulgando “no hay nada de
que temer”, no comporta un exagerado optimismo o un efecto placebo. Lo decimos y
divulgamos con sobrada justificación, porque poseemos los Justos Títulos que
respaldan lo que pronto mostraremos y demostraremos—aportación de Parte-- ante
el Alto Tribunal de La Haya. Dígase la más grande tropelía que se haya
perpetrado contra un país pobre e indefenso para la época, frente a la
arrogancia y soberbia del Imperio Inglés.
El Laudo Arbitral de París, del 03 de octubre de 1899,
nace viciado de nulidad absoluta. Tal adefesio vergonzoso e infeliz está
desprovisto de elementos esenciales para que pueda ser considerado
jurídicamente válido. Para Venezuela siempre ha sido un documento írrito y sin
eficacia.
A propósito, se
hace preciso destacar el significativo trabajo del reconocido jurista sueco
Gillis Weter, quien en un enjundioso estudio de cinco tomos denominado “Los
Procedimientos Internacionales de Arbitraje” (Edición-1979); justamente en su 3er. tomo, dedicado al arbitraje entre
Venezuela y la Gran Bretaña, concluye que: “...Ese laudo Arbitral constituye
el obstáculo fundamental para que se consolide la fe de los pueblos en el
arbitraje y en la solución de controversias por vías pacíficas. Tal sentencia
adolece de serios vicios procesales y sustantivos, y fue objeto de una
componenda de tipo político”
Cada vez que profundizamos, una y otra vez, en
examinaciones al citado Laudo Arbitral, conseguimos muchas razones para
desecharlo.
Nos preguntarnos, en purísima realidad, sobre qué
elementos objetivos se atreverá a preparar la Motivación
y Fundamentación la Corte para una posible sentencia. Jamás podríamos
imaginarnos.
Resulta
impensable en estricto derecho, que ese Laudo –como pide la contraparte
guyanesa— puede producir Cosa Juzgada, cuyo carácter sea oponible a Venezuela.
Ese Laudo no tiene la menor fuerza jurídica.
Si el Laudo Arbitral de París en efecto es el objeto
de fondo de la segunda etapa del Proceso en La Haya, se presenta la mejor
ocasión a Venezuela para desenmascarar y denunciar la perversión jurídica de la
cual fuimos víctima; y que la Parte guyanesa no ha hecho otra cosa que pretender
torcer tamaña e inocultable realidad histórica para sus propios intereses y en
comparsa con insaciables empresas transnacionales.
Guyana aspira ganar sin las mejores cartas, ni tener
con qué; y nosotros solicitamos e invocamos que la Corte haga justicia al
hacernos justicia.
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