Educación a
partir de la potencialidad y no desde el déficit
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela (IDEFV)
Miembro de la ONG “Mi mapa de
Venezuela “
Comienzo por develar con crudeza que presumimos
de la mejor educación en el mundo hasta que nos toca compararnos. Hasta el
preciso momento en que tenemos que contrastar nuestras metas de educación y
escolaridad --dos conceptos muy distintos—frente a otros países.
Si, tristemente, esa es nuestra realidad. Se
nos ven las costuras por las limitaciones y demás falencias en los indicadores
de Calidad Educativa; sobre todo, nuestros desequilibrios quedan reflejados cuando
analizamos -- por ejemplo-- los registros de las pruebas Pisa: Programme for
International Student Assessment, es decir, Programa para la Evaluación
Internacional de estudiantes, la cual se aplica en estos momentos en 89 países;
patrocinada por la Organización para la Organización y el Desarrollo Económico (OCDE).
Ciertamente, aunque no participamos en las
pruebas Pisa, únicamente lo menciono –como referencia – para que sepamos la
importancia de este programa, el cual ha sido concebido como un recurso que
ofrece información abundante y detallada que ha permitido a los países miembros
adoptar las decisiones y políticas públicas necesarias para mejorar los niveles
educativos.
En síntesis, la evaluación Pisa –en ciclo
trienal-- cubre las áreas de lectura, matemáticas y competencia científica.
Sin dudas que constituye un atrevimiento teñido
de audacia, de nuestra parte, como educadores, que escrutemos a la educación
desde sus interioridades; que propongamos –sincera y espontáneamente--
alternativas de solución al atasco en que nos encontramos y exploremos modelos
metodológicos de enseñanza-aprendizaje que nos ubiquen en la actualidad
mundial. Eso es lo hermoso. Aunque
produzca vértigos.
Quiénes más sino nosotros para reconocer, luego
del diagnóstico más descarnado, que la educación nuestra, en sus distintos
niveles y modalidades ha devenido (y ha empeorado con la situación pandémica) en
una estructura metodológica ambigua; con contenidos programáticos imprecisos y
mediocres, que poco o nada se ha hecho (transcurridos estos dos años) para ir
adaptando sus mecanismos y procedimientos conforme a las exigencias de los
tiempos actuales. Resulta inocultable que otras naciones en el mundo se han
sobrepuesto a las cuarentenas, por lo menos en el ámbito educativo; y hoy ya
arrojan indicadores positivos.
Una de las premisas que hemos sostenido quienes
abrazamos, con razón y emoción, a los procesos de enseñanza-aprendizaje es que
no basta enseñar para salir de apuros o como asunto remedial de último momento;
hay que enseñar y permitir que los aprendizajes fluyan sólidamente.
La
anterior aseveración la sostenemos conscientes de que las sociedades humanas
han gestionado desde siempre la plena superación, no exentas de tropiezos. Sin
embargo, por muy insalvables que aparenten ser los obstáculos a vencer, irrumpe
desde sus cimientes espirituales una fuerza, que algunos osados califican de
telúrica, que impele a los seres humanos a avanzar.
Nuestro
caso, en Venezuela no seremos la excepción. Estamos obligados y comprometidos a
procurarnos medios y posibilidades ante el futuro, a partir de lo que potencialmente
acopiamos en nuestros reservas mentales y sociales.
Fíjese nada más en este detalle: haga algo, por
curiosidad, y al rato conseguirá espontáneos imitadores que desean replicar;
por un hecho significativo e interesante, todos aprendemos de todos.
A propósito de lo señalado en el párrafo anterior,
ya medio mundo se ha metido en la nueva tendencia de aprendizaje denominada Neuroeducación;
y al parecer, conforme a los primeros resultados obtenidos han sido ampliamente
satisfactorios.
¿Tendremos nosotros, en Venezuela, aunque sea
someramente, la opción de involucrarnos en una corriente pedagógica de este
carácter?
En varios países europeos la han venido
aplicando con la mayor naturalidad; por cierto, cuentan con el doctor en
Medicina y Neurociencia, el español Francisco Mora, quien se ha convertido en
uno de los divulgadores más importantes sobre las relaciones que establece el
cerebro durante el aprendizaje.
Afirma categóricamente que no se puede aprender
sin que el tema a tratar sea emocionante.
Así, con determinación señala: “un profesor excelente es capaz de convertir
cualquier concepto, incluso de apariencia sosa, en algo siempre interesante; es
decir, algo que motive y que genere una reacción en sus estudiantes”.
La Neuroeducación ha venido a ser, en apenas pocos
años, una disciplina que promueve la integración entre las ciencias de la
educación y la neurología; donde educadores y neurocientíficos desarrollan
disciplinas como la psicología, la neurociencia, la educación y la ciencia
cognitiva.
Para los neuroeducadores la curiosidad es
esencial para aprender.
En toda pregunta que hace un niño hay una carga
valorada de inquietudes; que busca – por todos los medios— conocer cosas.
Es importante que pregunte lo que desconoce;
porque esto le ayuda y contribuye a buscar y
encontrar las respuestas; es decir, el niño potencia – así mismo-- ganas de
mejorar.
Todo niño (y adulto también) puede aprender lo
que desee más allá de su situación personal y social y de su genética; por
cuanto – según lo apreciamos—la Neuroeducación incrementa la potencialidad de
aprendizaje del niño y minimiza su déficit; inclusive puede llegar a cambiar la
percepción del error como algo negativo y lo convierte, al propio tiempo, en
una oportunidad de aprendizaje.
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