Guayana Esequiba:
la contraparte se manifestó inconsistente
y repetitiva
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela (IDEFV)
Asesor de la Comisión Especial de
Defensa del Esequibo y la Soberanía Territorial
Asesor de la Fundación Venezuela
Esequiba
Primero,
antes de entrar en las consideraciones centrales de estas reflexiones, deseo
expresar mis infinitas y profundas congratulaciones a la digna representación,
orgullo de nuestra patria venezolana, ante la Corte Internacional de Justicia:
a la Dra. Delsy Rodríguez, al historiador Samuel Moncada, a la Dra. Iraima
Calatayud, al Dr. Antonio Remiro Brotons y a todos los demás excelentes
profesionales del Derecho.
Cada tejido
discursivo estuvo denso, contentivo de una inocultable e irrebatible realidad
histórica, jurídica y cartográfica; suficientemente documentado.
Venezuela
toda – sin diferenciaciones—ha cerrado filas en este caso litigioso.
Prestemos
ahora atención a lo siguiente: luego de las endebles exposiciones de la
contraparte guyanesa en La Haya ha aflorado demasiada desesperación en el
gobierno de ese país; tanto que, su presidente Irfaan Ali acaba de hacer un
llamado de emergencia a soldados y veteranos a defender la integridad territorial. Resultan demasiados obvios los comentarios que
se pudieran adelantar al respecto.
Nuestro país
ha enfrentado cualquier expresión anacrónica de explotación
inhumana e irracional, en cualquier lugar del mundo donde se haya presentado.
Una cosa es
nuestra irreductible doctrina y lucha por la descolonización de los pueblos
oprimidos por los imperios, y otra la pasividad y la dejadez ante la ignominia;
o permitir que nos despedacen nuestra extensión territorial,
como la han pretendido imperios de ayer de hoy, de cualquier signo político e
ideológico.
En base a
tales designios justificadores de libertad y emancipación fue por lo que nos hicimos
—en aquel entonces-- solidarios con la recién creada República Cooperativa de
Guyana, cuando alcanza su independencia
el 26 de mayo de 1966; a pesar –indisimuladamente-- de las marcadas
contradicciones del Reino Unido para conceder autonomía político-administrativa
a este pedazo de tierra que denominaban Guayana Británica. Hoy Guyana nos paga
con una demanda ante la Corte Internacional de Justicia.
El Imperio
Inglés se remordía al verse obligado por la ONU – mediante aprobado proceso de descolonización--
a tener que tomar la señalada decisión.
Precisamente,
fue Venezuela el primer país en conferirle reconocimiento internacional a
Guyana, el mismo día en que nacía ante el mundo como Estado Soberano. Hubo que soportar
muchas opiniones contrarias a lo interno y desde el exterior que aconsejaban no
hacerlo; por cuanto, en el Derecho Internacional Público no existe la figura
del “reconocimiento condicionado o con
reservas”; y mucho menos, cuando se trata del territorio, como uno de los
elementos constitutivos y legitimadores de un Estado, junto con la población y
el sistema jurídico.
Deseo citar la opinión emitida, en su debida
ocasión, por eminente constitucionalista Lara Peña:
“…. al parecer la colonia inglesa, llamada Guayana Británica había
dejado de ser un negocio rentable para el Reino Unido, y se había convertido en
una carga económica progresiva; por eso querían desprenderse; no porque querían
hacer justicia. Fue entonces, en tales circunstancias que los venezolanos
perdimos la oportunidad de que se nos hiciera justicia; al pedir primero, antes
de darles el reconocimiento, la reparación del daño y la restitución de lo que
nos fue robado. Reparación que debía hacerla el país que había cometido el
hecho delictuoso y no dejárselo a quien le sucediese…”
Venezuela, no
obstante, antigua colonia española, siempre ha mantenido el blasón anticolonialista.
Igualmente,
nos llenamos de supremo orgullo nacionalista cuando proclamamos ante el
concierto de los demás países del mundo que la Política Exterior de
Venezuela –no obstante, los gobiernos de distintos signos—se ha estructurado,
permanentemente, con base a los resultados del glorioso pasado histórico,
que nos confieren bastante sustentación como Nación-Estado. A lo anterior,
agreguemos además las circunstancias del presente que vivimos en el cual nos
asentamos y perfilamos para seguir/salir adelante, con todas las limitaciones confrontadas;
y debe complementarse la Política Exterior con los
hechos contingenciales que pudieran acaecer, previsiblemente, en el
futuro.
Resultó
vergonzoso ver en las Audiencias Públicas a la delegación guyanesa y a los
abogados que la representan esgrimir en sus exposiciones – en una reiterativa
vertebración— hacer una defensa a ultranza al “Imperio Inglés” – precisamente
el causante de la controversia, en la que ahora nos encontramos.
Cada intervención
apuntaba en el mismo sentido: dejar a salvo al Reino Unido en este pleito.
Se le vieron demasiado las costuras – y las
componendas--; porque, el “Imperio Inglés” debe hacerse parte del juicio, en su
condición de firmante y corresponsable del Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero
de 1966, con el cual se determina la condición de írrito y nulo, y por lo tanto
inexistente el Laudo Arbitral de París, de 1899, donde ellos, en ominosa componenda
con el ruso prevaricador DeMartens, nos perpetraron el alevoso desgajamiento de
una séptima parte de nuestra geografía nacional.
Es el mismo
Imperio Inglés—el de antes como el de ahora (rehuyendo su responsabilidad)—que nada
descubrió ni pobló, ni civilizó desde el principio en América; se limitó a la
función del que recoge (y roba, en este caso) lo que no siembra; del que se aprovecha
de lo que ningún esfuerzo le ha costado.
En
el pasado Acto Procesal en la Corte, el Reino Unido puso a la orden de la
contraparte en contención a quienes ellos suponían densamente preparados en este
asunto litigioso, y fue un estrepitoso fracaso; no tuvieron los resultados que
esperaban.
La expectativa
mundial percibió a tales juristas con manifestaciones timoratas; con discursos
perdidos, sin fundamentación en lo que estaban exponiendo; incluso amenazantes
con desempolvar las memorias de DeMartens --para alegar qué-- si fue este
abogado justamente quien fungió como presidente del jurado arbitral y tramó el
ardid de colusión contra Venezuela.
Cuando ya
este pleito ha escalado ante la Sala Juzgadora de la Naciones Unidas, y ya somos
parte del “juicio” se hace preciso destacar el significativo aporte para el
mundo del reconocido jurista sueco Gillis Weter, quien, en un enjundioso
estudio de cinco tomos, denominado “Los Procedimientos Internacionales de
Arbitraje” (Edición-1979); precisamente en su 3er. tomo, dedicado al arbitraje
entre Venezuela y la Gran Bretaña, concluye que:
“…Ese laudo Arbitral constituye el obstáculo
fundamental para que se consolide la fe de los pueblos en el arbitraje y en la
solución de controversias por vías pacíficas. Tal sentencia adolece de serios
vicios procesales y sustantivos, y fue objeto de una componenda de tipo
político”
la anterior
cita viene a propósito; por cuanto, los coagentes guyaneses y sus carísimos abogados
insistieron “machaconamente” en su réplica que la Corte declare — según sus
“competencias jurisdiccionales”—que la decisión del Laudo constituyó una “liquidación completa, perfecta y definitiva”
en todas las cuestiones relacionadas con la determinación de la línea
fronteriza entre la excolonia británica y Venezuela.
En concreto,
solicitan que se declare la decisión arbitral, contenida en el cuestionado
Laudo, como Cosa Juzgada y ejecutoriada por nuestro país. No hubo más
argumentación o elementos nuevos. Ninguna mención al Acuerdo de Ginebra.
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